**La vida perfecta no existe, y menos cuando la creamos basándonos en otras personas. Soy Elena Hernández, una mujer común que se enamoró del hombre perfecto. Juntos soñabamos con salir adelante y poder emprender nuestro propio negocio. Pero, para que esto pudiera ocurrir, uno de los dos debía sacrificar sus sueños. ¿Y adivinen quién se sacrificó?**
**Vivía en una burbuja que pronto me reventaría en la cara, haciéndome caer en el más profundo abismo. ¿Seré capaz de salir adelante? ¿Podré alcanzar mis propias metas? Acompáñame en este nuevo inicio y descubramos juntos de qué estoy hecha.**
NovelToon tiene autorización de Crisbella para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo IX Confrontación
Punto de vista de Leonardo
Estoy lleno de dudas. Elena me tiene confundido y me gustaría estar seguro de que ese niño es mío, pero debo esperar a que nazca para comprobarlo. Aunque, ¿y si no lo es? ¿Qué voy a hacer? Esa mujer me encanta; nunca antes me había sentido así por nadie. Los besos que nos dimos esta noche fueron increíbles, me hicieron olvidar todos mis problemas. Es como un antídoto que me hace escapar de la realidad. Luis subió al apartamento después de dejar a Elena en su casa. Le serví un trago y comenzamos a hablar.
"¿Qué te parece Elena?", pregunté casualmente.
"Es una mujer extraordinaria. Aunque no hablamos mucho, con lo poco que me dijo sentí su sinceridad", respondió Luis mientras bebía de su vaso.
"¿Crees que dice la verdad sobre el bebé", pregunté ansioso por conocer su respuesta, ya que Luis era un lector nato de almas; él podía intuir si Elena mentía o no.
"Pienso que sí, jefe. Ese niño es suyo. La señora no parece una mujer libertina; además, si así fuera, no viviría en las condiciones en las que está", el comentario de Luis me dejó pensativo.
"¿En qué condiciones vive Elena?", pregunté mirándolo fijamente.
"En el informe está explícito, jefe. La señora Elena vive en un barrio no tan bueno y el edificio donde está el apartamento de su amiga se está cayendo a pedazos", no había leído esa parte; solo me enfoqué en lo que había sido su vida de casada y el tiempo que llevaba divorciada.
"Aunque el bebé no sea mío, pienso ayudarla", dije con determinación. Al día siguiente, salí a trabajar como todos los días. Había contratado a un hombre para vigilar los pasos de Elena; si había algo mal con ella, este sujeto lo descubriría. No era un tonto que solo pensaba con su entrepierna. Estaba sumergido en mis propios asuntos cuando recibí la visita de mi madre, Ágata Valbuena De Villalobos. "Madre, qué sorpresa verte por aquí", me levanté de la silla y caminé hasta ella para darle un beso en la mejilla.
"Es la única manera que tengo para verte; eres un hijo desconsiderado", regañó mi mamá, poniendo cara de ofendida.
"No exageres. Además, sabes que solo me la paso trabajando", respondí mirándola fijamente.
"Tienes que hacer algo más que trabajar; ya no eres un niño y necesitas tu propia familia", ya sabía por dónde venía; seguramente ya tenía una candidata en mente.
"No vas a empezar con eso. Sé cómo vivir mi vida. No quiero que intervengan en mis decisiones", dije con firmeza y determinación.
"Estás equivocado. Esto nos concierne a todos. Eres nuestro único hijo y debes mantener el legado familiar", insistió Ágata con determinación.
"¿Qué piensan hacer? ¿Obligarme a casarme con alguien? Recuerda que ya no soy un niño al que pueden controlar la vida", el ambiente en la oficina se tornó tenso; mi mamá estaba decidida a tomar las riendas de mi vida y yo estaba decidido a no dejarla hacerlo. La discusión fue subiendo de nivel hasta que levanté la voz; no iba a permitir que ni mi madre ni nadie interviniera en mi vida personal.
"Soy tu madre, no una más de tus empleados, así que baja la voz y respétame", Ágata estaba furiosa por cómo le había hablado. Iba a contestarle cuando de repente entró Sara, mi secretaria, seguida por Elena, quien se veía molesta.
"¿Qué está pasando, Sara?", pregunté mirando fijamente a Elena.
"La señora aquí presente insistió en verlo, señor", respondió Sara mirando con desprecio a Elena, algo que me molestó mucho.
"Ella no tiene por qué pedir permiso para entrar en mi oficina. ¿Estás bien?", dirigí mi atención a Elena, quien se quedó muda al ver a mi mamá.
"Sí, perdón por venir así; es solo que necesitaba hablar contigo sobre el regalo que enviaste esta mañana", respondió Elena apenada por su actitud.
"¿Quién es esta mujer? —preguntó Ágata con desprecio". Ella es mi mujer y futura madre de mi hijo", respondí encontrando en Elena la manera perfecta de quitarme de encima a mi madre.
"¿Es una broma? No puedes estar hablando en serio", dijo Ágata, furiosa ante mi revelación. Según ella, nuestro apellido no se podía mezclar con cualquiera. Antes compartía esa opinión, pero desde que conocí a Elena, empezaba a dudarlo.
Elena permaneció en silencio, pero sabía que estaba al borde de explotar, así que decidí intervenir para evitar un desastre mayor.
"Madre, estoy hablando muy en serio. Elena es mi mujer y la futura madre de mi hijo. Tiene tres meses de embarazo y es la mujer que he escogido para mí", expliqué con firmeza, sin dejar lugar a dudas.
"Imagino que el regalo al que te refieres no es suficiente y quieres algo más costoso", respondió Ágata con desdén.
"Se equivoca, señora. Vine a decirle a su hijo que no necesito nada de él. Yo sola puedo salir adelante y, para que lo sepa, soy yo quien no quiere nada con él". Tras esas palabras, Elena salió de la oficina ofendida; y no la culpo, mi madre puede ser despiadada y sin corazón.
"Ella solo te está manipulando. Las mujeres como esa saben cómo envolver a los hombres...", continuó Ágata.
"Basta, madre. No te voy a permitir que hables así de mi mujer. Ahora, permiso, voy por ella". Salí de la oficina con la esperanza de alcanzar a Elena, que se veía muy mal por cómo la había tratado Ágata.
Logré alcanzarla justo cuando estaba a punto de subir a un autobús. La escena me partió el corazón; ella se veía cansada y en sus ojos había tristeza.
"Elena, por favor, espera", grité para llamar su atención.
"Déjame en paz. Ya no quiero saber nada de ti ni de nada relacionado contigo. Cuando nazca mi hijo te aviso y así podrás comprobar que es tuyo; eso sería todo".
"Sé que es mi hijo; no tengo que comprobar nada. Solo quiero estar cerca de los dos y disfrutar de tu embarazo".
Elena estaba a punto de responderme cuando el chófer del autobús interrumpió: "Señorita, ¿va a subir o no? Me está haciendo perder tiempo". Miré al chófer con desdén, tomé la mano de Elena y la alejé de la puerta. "Puede irse; yo la llevaré a su casa".