Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 13
Nikolas
Habían pasado dos días desde que Aila se había ido, y la ausencia de noticias me pesaba más de lo que quería admitir. Había enviado una carta apenas un par de horas después de su partida, solo para asegurarme de que había llegado bien. Pero nunca obtuve respuesta. Al principio, pensé que quizá la carta se había perdido, aunque eso era extraño, ya que se había enviado con magia.
No tardé en enviar una segunda, más insistente, preguntando por qué no me contestaba. En la tercera, la preocupación me ganó por completo: le pregunté si había sido secuestrada o si algo terrible le había ocurrido. Pero fue Rodolfo quien finalmente respondió, y su carta no fue precisamente alentadora.
"Querido Claus,
Tu humana da miedo cuando está enojada, por favor, no la interrumpas con un montón de cartas en un solo día. No quiere hablar contigo, además está muy ocupada con la villa. Muchas gracias.
Rodolfo el reno."
Leí esas palabras una y otra vez, con una mezcla de enojo y frustración creciendo en mi interior. ¡Yo solo quería saber de ella! Era normal estar preocupado, ¿no? ¿Acaso no entendían eso? Pero más que la carta en sí, lo que realmente me dolía era no poder verla. Desde que la conocí, siempre encontraba tiempo, sin importar cuán ocupado estuviera, para pasar a verla, aunque fuera por un momento.
Recordaba con nitidez la última vez que lo había hecho: ella estaba trabajando en los planos para la villa, con el ceño ligeramente fruncido y los labios apretados en concentración. En un momento, se quedó dormida con el lápiz aún en la mano, y yo me quedé ahí, observándola, con una sonrisa involuntaria en mis labios. Su calma era contagiosa, y aunque nunca se dio cuenta de mi presencia, esos instantes eran invaluables para mí.
Pero ahora, no podía hacerlo. Los mitad renos habían creado algún tipo de magia protectora que me impedía aparecerme en la villa. ¡Cinco días habían pasado ya! Y no había recibido una sola respuesta de Aila. La incertidumbre era como una tormenta constante en mi cabeza.
Mis noches, ya afectadas por décadas de insomnio, se volvieron aún más largas. Para intentar distraerme, comencé a leer todo lo que pude encontrar sobre el comportamiento humano. Me sumergí en libros que prometían desentrañar los misterios de sus emociones, pero ninguno parecía tener respuestas para lo que yo estaba sintiendo.
Finalmente, no pude contenerme más y decidí escribirle nuevamente.
"Querida Aila,
¿Sabes lo difícil que es comprender las emociones humanas? Nunca había sentido algo así. No pensé que decirte la verdad te haría sentir mal. Sigo sin entender por qué no quieres hablar conmigo. Fui sincero, te dije lo que había pasado... ¿Por qué te enojas?
¿Me odias? ¿Nunca volverás? Quiero verte, te extraño.
Con amor, Nikolas Claus."
Escribí esas palabras impulsado por la necesidad de aclarar las cosas, pero también con un nudo en el pecho que no desaparecía. Estaba decidido: si ella no me contestaba, iría yo mismo a la villa, sin importar las consecuencias. No podía seguir así, en esta incertidumbre.
Justo cuando comenzaba a prepararme para partir, una carta apareció frente a mí. Reconocí la caligrafía de Aila de inmediato, y mi corazón dio un vuelco. Con manos temblorosas, la abrí y comencé a leer.
"Querido Nikolas,
Estoy confundida. Estoy tratando de hacer algo bonito para los mitad renos, pero mi cabeza no deja de ir hacia ti, correr hacia ti. Solo tengo miedo... miedo de sentirme abandonada.
Nikolas, nunca he sido la favorita de nadie, ni siquiera de mi madre. Ella siempre creyó que yo era lo suficientemente independiente para solucionar todo en la vida. ¡No quiero serlo! Quiero relajarme, quiero ser alguien consentida. ¿Es mucho pedir?
Nadie me ha tratado con verdadera dulzura, nadie me ha querido lo suficiente. Nadie me ha dado un regalo de cumpleaños, excepto mis padres. Nadie me ha invitado a celebrar un simulacro de Navidad, ni siquiera los dos novios que tuve antes.
Nikolas, los humanos son crueles, conmigo también lo han sido, y tal vez yo también he sido cruel, porque eso es ser humano. No me duele que no haya sido la primera en tu vida, pero me encantaría ser la última. Tal vez eso sea mi mayor consuelo.
No sé cuánto tarde en volver. He terminado de trabajar antes de lo que creí, pero necesito tiempo para pensar."
Sus palabras eran un torrente de emociones que me golpearon con fuerza. Podía sentir su dolor, su vulnerabilidad. No pude evitar sentirme culpable, como si, de algún modo, hubiera contribuido a esas heridas que llevaba consigo.
Sin embargo, también había algo dulce en su carta. Aila era Aila, única e inigualable. La había elegido porque, aunque al principio me resistí, descubrí que ella era la respuesta a una soledad que había creído eterna.
No necesitaba más razones. Ella era suficiente.
—Finn, alista el trineo.
Mi voz resonó con una firmeza que incluso a mí me sorprendió. Había pasado días tratando de ignorar lo que sentía, de enterrar el nudo en mi pecho bajo excusas y distracciones. Pero ahora todo estaba claro. Ya no había lugar para dudas ni para esperar.
Finn, un elfo de aspecto menudo y cabello plateado, levantó la vista de su tarea con una mezcla de sorpresa y nerviosismo. Sus manos seguían sujetando un par de riendas mientras me miraba, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Ahora, señor Claus? —preguntó con un ligero temblor en la voz.
—Sí, ahora mismo. No hay tiempo que perder.
Finn asintió rápidamente, soltando las riendas y apresurándose hacia el establo. Mientras tanto, mi mente no paraba de repetir sus palabras: "Tal vez eso sea mi mayor consuelo." ¿Cómo podía ella pensar que no era suficiente para ser amada? ¿Cómo podía creer que nunca había sido la favorita de nadie, cuando para mí era todo?
Sin pensarlo, mis pies me llevaron al salón donde guardaba las cosas que usaba solo en momentos especiales. Abrí el viejo cofre de madera tallada que había estado cerrado durante años y saqué mi abrigo más cálido, uno que me había acompañado en incontables viajes. También tomé el par de guantes de cuero forrados que Aila me había regalado en nuestra primera Navidad juntos. "Para que tus manos siempre estén tibias," había dicho con una sonrisa tímida.
Cuando salí al exterior, el trineo ya estaba listo. Finn y un par de elfos más estaban terminando de enganchar a los renos, quienes resoplaban ansiosos, como si sintieran la urgencia de mi misión. Rodolfo, con su brillante nariz iluminando el aire frío, me lanzó una mirada inquisitiva.
—¿Está seguro de esto, señor? —preguntó Finn, titubeante.
—Más seguro que nunca.
Subí al trineo y tomé las riendas con firmeza. El frío aire nocturno golpeó mi rostro, pero no me importó. Mi corazón estaba decidido. Era hora de recuperar a Aila, de decirle lo que nunca había tenido el valor de decir en voz alta.
—¡En marcha!
Los renos comenzaron a correr, y en cuestión de segundos, el trineo despegó, elevándose por los cielos estrellados. El viento azotaba mi rostro, pero no podía dejar de pensar en ella. Aila, con su risa contagiosa, sus manos siempre ocupadas creando algo nuevo, y esa forma única de mirar el mundo que hacía que todo pareciera más brillante.
No importaba que estuviera enojada conmigo, ni las barreras mágicas de los mitad renos. No iba a detenerme hasta llegar a la villa, hasta verla a los ojos y decirle lo que llevaba demasiado tiempo guardando.
Mientras cruzábamos los cielos, sentí algo que no había sentido en siglos: esperanza. Había algo mágico en saber que, aunque el camino sería difícil, había llegado el momento de luchar por lo que realmente importaba. Y Aila era lo único que importaba.
—Estoy en camino, Aila —murmuré para mí mismo, mientras la villa de los mitad renos comenzaba a aparecer a lo lejos, sus luces cálidas brillando como un faro en la distancia.