— ¡Suéltame, me lastimas! —gritó Zaira mientras Marck la arrastraba hacia la casa que alguna vez fue de su familia.
— ¡Ibas a foll*rtelo! —rugió con rabia descontrolada, su voz temblando de celos—. ¡Estabas a punto de acostarte con ese imbécil cuando eres mi esposa! — Su agarre en el brazo de Zaira se hizo más fuerte.
— ¿Por qué no me dejas en paz? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y dolor—. ¡Quiero el divorcio! Ya te vengaste de mi padre por todo el daño que le hizo a tu familia. Te quedaste con todos sus bienes, lo conseguiste todo... ¡Ahora déjame en paz! No entiendes que te odio por todo lo que nos hiciste. ¡Te detesto! —Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras su pecho se llenaba de impotencia.
Las palabras de Zaira hirieron a Marck. Su miedo más profundo se hacía realidad: ella quería dejarlo, y eso lo aterraba. Con manos temblorosas, la atrajo bruscamente y la besó con desesperación.
— Aunque me odies —murmuró, con una voz rota y peligrosa—, siempre serás mía.
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Capitulo 5: Años después
NARRADORA
Así fue, Marck entró al departamento y, sin decir mucho, comenzó a empacar sus cosas y las de su madre. No era mucho, solo unas pocas prendas y objetos personales que podían meter en una maleta vieja. Al poco tiempo, ya estaban listos para salir de ese lugar que había sido su hogar de dolor y miseria. Salieron y tomaron un taxi hacia el hotel.
Cuando llegaron, Marck no pudo disimular su asombro. El hotel era elegante, mucho más de lo que jamás había visto en su vida. Las alfombras eran suaves bajo sus pies, las paredes adornadas con cuadros de colores vibrantes, y el personal los atendía con una amabilidad que a Marck le resultaba casi extraña. Abel hizo los arreglos rápidamente y le asignó una habitación a Marck. Aunque se sorprendió, no dijo nada; estaba aún procesando todo lo que estaba sucediendo tan rápido.
Abel, por su parte, decidió quedarse en la habitación con Clara para poder cuidarla. Estaba preocupado por su salud, y no quería dejarla sola ni un momento. Clara apenas podía mantenerse en pie, y sus constantes ataques de tos la debilitaban cada vez más.
Al día siguiente, llevaron a Clara al médico. Marck observaba todo con una mezcla de nerviosismo e incertidumbre. Sabía que su madre estaba enferma, pero no entendía del todo la gravedad de la situación. El doctor los atendió rápidamente y, tras una serie de preguntas y revisiones, llegó a un diagnóstico claro.
Clara tenía una infección respiratoria grave que había derivado en neumonía. La tos con sangre, la fiebre, y los dolores en el cuerpo eran síntomas de que la enfermedad ya estaba muy avanzada. El médico les explicó que si Clara hubiera ido antes al hospital, su recuperación habría sido más rápida y con menos complicaciones. Ahora, las secuelas serían más difíciles de tratar.
—Ha perdido peso y su sistema inmunológico está muy debilitado —dijo el doctor, mirando a Abel con seriedad—. Tendrá que seguir un tratamiento largo de antibióticos, pero lo más importante es que descanse y esté en un ambiente limpio y libre de estrés. Es posible que sufra fatiga crónica y que las cicatrices en sus pulmones le causen problemas respiratorios de por vida.
Abel asintió, agradecido por la sinceridad del doctor, pero también preocupado. Sabía que sacar a Clara de esa situación tan deteriorada no sería fácil, pero al menos ahora tenían una dirección clara para su recuperación.
Después de la consulta, regresaron al hotel, donde pasaron los siguientes días asegurándose de que Clara estuviera cómoda y empezara el tratamiento médico. Abel organizó todo para que pudieran viajar a los Estados Unidos, donde Clara podría seguir su tratamiento en un hospital especializado, y Marck tendría una nueva oportunidad en la vida.
Finalmente, el día llegó. Subieron al avión y, después de horas de vuelo, aterrizaron en Texas. Marck se quedó impresionado con la vida que lo rodeaba. Era un mundo completamente nuevo, lleno de posibilidades. Abel cumplió su promesa, y Marck comenzó a asistir a una escuela privada, con todas las oportunidades a su alcance.
Mientras tanto, Clara estaba recibiendo la atención médica que necesitaba. Aunque las secuelas de su enfermedad eran evidentes, su salud empezó a mejorar poco a poco. Los días de sufrimiento en ese departamento miserable en Buenos Aires quedaron atrás, y con el tiempo, tanto Clara como Marck comenzaron a adaptarse a su nueva vida.
Marck, a pesar de todo lo que había pasado, sentía que ahora tenía una oportunidad real para cambiar su destino. Ya no tenía que robar para sobrevivir. Tenía el apoyo de Abel, su tío, y de su abuelo que al ver a Marck y a su hija se puso muy feliz, el futuro se veía prometedor. Aunque el dolor del pasado aún pesaba en su corazón, tenía la convicción de que, algún día, haría justicia por su padre y por todo lo que les habían arrebatado.
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NARRADORA
La vida de Marck cambió drásticamente. Los días oscuros en Buenos Aires parecían un recuerdo lejano, aunque las cicatrices de aquella época nunca desaparecieron del todo. Abel cumplió su promesa de cuidar de él y de su madre, brindándoles una estabilidad que Marck nunca había conocido. La escuela privada a la que asistía en Texas no solo le ofreció una excelente educación, sino también un entorno seguro y próspero, lejos de la pobreza y el dolor.
A medida que crecía, Marck se convirtió en un joven prometedor, destacándose tanto en los estudios como en los deportes. Su determinación y la dureza que había adquirido en las calles de Buenos Aires le daban una ventaja sobre sus compañeros. A pesar de los lujos y comodidades que ahora disfrutaba, nunca olvidaba de dónde venía ni lo que había tenido que hacer para sobrevivir. Esa memoria lo empujaba a esforzarse aún más, a aprovechar cada oportunidad que Abel le había dado.
Mientras tanto, Clara, aunque físicamente frágil, empezó a recuperar algo de la vitalidad que había perdido. El tratamiento constante, los cuidados médicos y el apoyo de Abel le permitieron estabilizar su salud. Sin embargo, las secuelas de la neumonía y los años de estrés nunca desaparecieron por completo. Sus pulmones seguían siendo débiles, y los días de fatiga extrema eran frecuentes, pero la tranquilidad de saber que su hijo estaba en buenas manos le daba la paz que tanto había anhelado.
A medida que los años avanzaban, Marck fue madurando. Aunque la vida en los Estados Unidos le ofrecía todas las oportunidades posibles, nunca dejó de pensar en el pasado. Sabía que la traición de aquel hombre, el socio de su padre, era algo que no podía ignorar. A sus 28, Marck había logrado hacerse un nombre en el mundo de los negocios. Con el tiempo, no solo aprendió rápidamente, sino que también supo cómo adaptarse a las dinámicas empresariales que Abel le enseñaba. Su dedicación y la astucia que había desarrollado desde joven lo convirtieron en una pieza clave en la empresa de su tío.
El negocio había crecido enormemente, y Marck se convirtió en el encargado de manejar las principales negociaciones, estrategias de expansión y relaciones con los socios. Su rostro mostraba madurez, pero en sus ojos aún se podía ver la sombra de la venganza que había alimentado durante años. Marck nunca olvidó lo que Fabián les había hecho, ni el juramento que había hecho cuando era apenas un adolescente.
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NARRADORA
La oficina de Abel era espaciosa, adornada con cuadros modernos y mobiliario de lujo. Las enormes ventanas permitían una vista panorámica de la ciudad, pero Marck apenas se fijaba en ellas. Estaba sentado frente a su tío, ambos revisando los últimos informes sobre las operaciones de la empresa. El negocio había florecido más de lo que ambos hubieran imaginado. Abel, con la experiencia de toda una vida, y Marck, con su ambición y agudeza, formaban un equipo imparable.
—dijo Abel, dejando caer un informe sobre la mesa—. El mercado textil en Italia está en auge, y estamos listos para expandirnos allí. Esta sucursal en particular será crucial para consolidar nuestra presencia en Europa.
Marck asintió, pero no pudo evitar que una leve sonrisa se formara en sus labios. Italia. No podía creer que el destino lo llevara allí, al mismo país donde Fabián había vivido años atrás. Sabía que la vida de Fabián seguía rodeada de éxito y lujo, y la simple idea de estar tan cerca de su enemigo, de finalmente poder ajustar cuentas, le producía una mezcla de excitación y ansiedad.
— Florencia es perfecta —dijo Marck, fingiendo concentrarse en los números—. El sector textil allí es de primer nivel, y nuestra presencia fortalecerá la marca en todo el continente.
Abel lo observó con atención, notando la determinación en los ojos de su sobrino, aunque sin entender del todo la fuente de esa intensidad.
— Es tu oportunidad para asumir más responsabilidades, Marck —continuó Abel—. Quiero que manejes personalmente la apertura de esta nueva sucursal. Confío en que puedes encargarte de esto y llevarlo al éxito que necesitamos.
Marck levantó la mirada hacia su tío, sorprendido pero al mismo tiempo viendo cómo todo se alineaba a su favor.
— ¿Florencia? —preguntó, como si la idea aún lo sorprendiera.
— Sí. He hecho contactos en la región, y tú serás nuestra cara allí. La expansión necesita de alguien con tu habilidad. Además, es tiempo de que tomes más control de las operaciones globales. No me queda mucho tiempo, y quiero dejar el legado en buenas manos —dijo Abel con una sonrisa de satisfacción, como si viera en Marck el futuro de su imperio.
Marck asintió, pero su mente ya estaba lejos. No solo veía la oportunidad empresarial, sino también la oportunidad personal que llevaba años esperando. Estaba a punto de entrar en el territorio de Fabián, y sabía que con el poder y los recursos que ahora poseía, la venganza sería más dulce y devastadora.
— Haré que funcione, tío —dijo Marck con convicción—. No solo vamos a tener éxito en Italia, sino que dominaremos el mercado textil. Nadie podrá con nosotros.
Abel, satisfecho con la respuesta de su sobrino, asintió.
— Sabía que podía contar contigo.
Mientras Abel hablaba de estrategias y negocios, Marck no pudo evitar imaginar el rostro de Fabián al verlo hundido en la miseria a el y su familia.
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NARRADORA
Se deslizaba suavemente sobre la pista de hielo. Zaira Ocampo, una joven de piel clara, ojos verdes y pelo rubio, movía su cuerpo con la gracia de alguien que había estado patinando toda su vida. Cada giro, cada salto, estaba calculado a la perfección. El brillo de sus mechones dorados, contrastaba con el blanco del hielo, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa satisfecha.
La pista estaba prácticamente vacía, lo cual le daba una sensación de libertad que pocas veces encontraba en su día a día. El peso de su apellido siempre la perseguía. Estudiaba arte en una prestigiosa academia, donde se dedicaba a aprender sobre pintura y escultura, mundos que la llenaban de inspiración. Sin embargo, en su hogar, la presión por enfocarse en los negocios familiares siempre pesaba en su mente.
Mientras giraba en una de las esquinas de la pista, pensaba en cómo su padre, Fabián, quería que todos sus hijos se dedicaran a la empresa familiar. La idea de ser una figura en el mundo del arte no encajaba con la visión que él tenía para ella. Pero Zaira no podía evitarlo; todo lo relacionado con el arte era su pasión, su refugio.
Zaira aterrizó con elegancia tras un salto complicado. Al terminar su práctica, se deslizó suavemente hasta la orilla de la pista, Se sacudió el pelo, que caía en ondas sobre sus hombros, y salió de la pista, dirigiéndose a la calle
Había estado esperando a Alonso, su hermano mayor, pero las horas pasaron y él no apareció. Últimamente, él y Nicolás estaban tan ocupados con las responsabilidades en la empresa que rara vez tenían tiempo para ella. A veces, Zaira sentía que su familia era una máquina, funcionando perfectamente, pero sin espacio para los sueños individuales.
Comenzó a caminar hacia la empresa, ya que quedaba muy lejos, y al menos cuando llegara allí le pondrían un chófer. Todos esos años había vivido muy feliz con su familia, aunque...
Su madre, Isabel, a menudo se mostraba triste, aunque Zaira no entendía por qué. Después de todo, su padre era un hombre exitoso y admirado y sus hijos estaban tomando ese mismo camino. ¿Por qué no podía ser completamente feliz?
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NARRADORA
Marck estaba sentado en su oficina, la luz de la pantalla iluminando su rostro tenso mientras revisaba documentos. La atmósfera era densa, cargada de un enfoque casi obsesivo. A su alrededor, el sonido de la ciudad se desvanecía, pero su mente estaba concentrada en una sola misión: recuperar lo que había perdido. De repente, la puerta se abrió y Fabricio, su mano derecha y amigo, entró con una sonrisa amplia y desinhibida.
— No te cansas de trabajar, ya son las 8:00 de la noche. Deberíamos irnos a beber. Te prometo llevarte a unas buenas mujeres, con buenos pechos, para que las disfrutes —dijo, sentándose frente a Marck, quien no podía evitar rodar los ojos ante la insinuación.
— No creo tener tiempo —respondió Marck, su tono serio como de costumbre—. Quiero dejar todo listo antes de irme. No me gusta dejar nada a medias.
Fabricio soltó un suspiro exasperado, consciente de la intensidad con la que su amigo trabajaba.
— No seas aguafiestas. Te vas a divertir. Estos últimos días has estado de mal humor. Lo que necesitas es un buen polvo para relajarte.
Marck lo miró con una mezcla de frustración y resignación. — Sí, me hace falta, pero quiero terminar esto. Cambiando de tema, ¿obtuviste la información que te pedí?
— Sí —respondió Fabricio, sacando su celular y enviándole un correo—. Ya te la envié. Ahí están los lugares que frecuentan, sus propiedades, lo que hacen sus hijos, que hace su esposa... absolutamente todo.
— Perfecto —Marck dijo, ya sintiendo el impulso de sumergirse en la información.
Mientras sus dedos se movían rápidamente sobre el teclado, la pantalla iluminó una serie de datos que su mente procesaba con avidez. La información se desplegó ante él: todo lo que había solicitado, detallado y organizado. Sin embargo, su atención se centró en un nombre: Zaira Ocampo.
Marck leyó con detenimiento, absorbiendo cada detalle sobre la hija de Fabián. Tenía 22 años, estudiaba arte y disfrutaba de patinar sobre hielo. Había notas sobre sus intereses, sus alérgias y un par de problemas de salud menores. Sabía que Zaira era más que un simple objetivo; ella era la clave para obtener lo que le pertenecía, a él y a su madre.
Se recostó en su silla, pensando en cómo podría utilizar toda esa información. Zaira, con su encanto y su inocencia, podría convertirse en su boleto de entrada a la vida que había perdido. Una conexión con su padre, un lazo que podría romperse en el momento en que ella conociera su verdadera intención.
— ¿Todo bien? —preguntó Fabricio, notando el brillo en los ojos de Marck.
— Mejor que bien. —Marck sonrió para sí mismo—. Ahora tengo un plan.
Fabricio levantó una ceja, intrigado. — ¿Un plan? ¿Qué tipo de plan?
— Un plan para hacer que Fabián sufra, y su hija será el centro de todo.
El ambiente en la oficina cambió. La determinación de Marck era palpable, y Fabricio, aunque le preocupaba la dirección en que esto podía llevar, no podía evitar sentir cierta admiración por la ambición de su amigo. Marck estaba listo para ejecutar su plan, y nada lo detendría. La venganza estaba en el aire, y él estaba decidido a conseguirla.
— ¿Qué piensas hacer? —preguntó Fabricio, apoyando sus codos sobre el escritorio mientras lo miraba con curiosidad. Su expresión era una mezcla de interés y preocupación.
— te contaré más adelante—respondió con una sonrisa enigmática— necesito que estés que estés pendiente.
Fabricio asintió y salió de la oficina dejando a Marck metido en sus pensamientos.