Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 11
Nikolas
Aila era única. Una persona especial, diferente a cualquier humano que hubiera conocido antes. Había algo en ella que me desconcertaba y me fascinaba al mismo tiempo. Su forma de interactuar con los demás, su habilidad para adaptarse a lo desconocido... Incluso ahora, observando cómo miraba a Rodolfo, me sentí intrigado. Era evidente que su reacción no era como la de la mayoría. Para ella, Rodolfo no era más que una figura curiosa, una referencia divertida a una canción infantil que había escuchado alguna vez.
—Nunca me habían relacionado con esa canción, pero supongo que tiene sentido —comentó Rodolfo, riendo mientras observaba a Aila con una intensidad que no me gustó.
Por reflejo, sin pensarlo mucho, puse una mano en su cintura y la acerqué un poco más hacia mí. No era una reacción planeada; simplemente sucedió. Rodolfo notó el gesto de inmediato y me miró con una sonrisa burlona, como si entendiera algo que yo mismo no quería admitir.
—¿Qué te trae por aquí? —le pregunté, mi tono más frío de lo usual.
Rodolfo no parecía afectado. Su sonrisa se ensanchó mientras respondía con su característico tono relajado:
—Además de conocer a la famosa humana, quería ver cómo quedaron las casas de los elfos. Todos están hablando de lo magnífico que se ve todo.
Antes de que pudiera responder, Finn intervino, su entusiasmo palpable.
—¡Claro que sí! Déjeme mostrarle todo, Rodolfo. Va a quedar impresionado —dijo, agarrando la mano del mitad reno y llevándolo rápidamente para hacerle un recorrido por el lugar.
Los vi alejarse mientras Finn hablaba con energía, señalando cada detalle como si fuera un orgulloso guía turístico. Rodolfo escuchaba con atención, asintiendo de vez en cuando mientras caminaba.
Suspiré y volví mi atención a Aila, que seguía observándolos con curiosidad.
—¿Puedes estar aquí? —pregunté, inclinándome ligeramente hacia ella—. ¿No deberías estar trabajando?
—Ya resolví la mayoría de las cosas —respondió con un leve encogimiento de hombros—. Lo que queda por hacer es lo más complicado, pero eso empieza una semana antes de Navidad.
Asentí, impresionado por su eficiencia, pero sus siguientes palabras me tomaron por sorpresa.
—Aún no puedo procesar que realmente existes.
Solté una pequeña risa. Era una reacción que había escuchado muchas veces antes, pero en su voz sonaba diferente. No había incredulidad, solo una mezcla de asombro y aceptación.
—Es divertido ver cómo reaccionan las personas —dije con una sonrisa—. Aunque debo admitir que tú eres la primera que actúa de manera tan... normal.
—¿Normal? —repitió, arqueando una ceja—. No creo que sea normal. Simplemente, siempre he sido buena para adaptarme a toda clase de situaciones, quiera o no.
Sus palabras me intrigaron. Había un trasfondo en lo que decía, algo que no estaba compartiendo del todo.
—¿Qué significa eso?
Antes de que pudiera responder, Rodolfo regresó corriendo hacia nosotros, interrumpiendo nuestra conversación. Se detuvo frente a Aila y, para mi sorpresa, agarró sus manos con entusiasmo. Sus ojos brillaban con una emoción casi infantil, lo cual era raro de ver en él.
—Necesito que vengas a mi villa —dijo con urgencia, como si hubiera tomado una decisión en ese mismo instante—. Quiero que la organices también, como hiciste aquí. Y estoy seguro de que muchos más querrán lo mismo.
Aila me miró, claramente sorprendida. Sus ojos buscaban mi aprobación, como si necesitara asegurarse de que estaba bien aceptar esa propuesta. Le devolví una sonrisa tranquilizadora y asentí lentamente.
Ella se giró hacia Rodolfo y, después de un instante de duda, también asintió.
—Te ayudaré —dijo, con una firmeza que me llenó de orgullo.
Rodolfo soltó una carcajada, pero su siguiente comentario me hizo apretar los dientes.
—No me gusta que hayas pedido permiso a ese vejete —dijo, lanzándome una mirada burlona—, pero estoy feliz de que lo hayas hecho. Te explicaré más o menos lo que quiero, pero necesito que vengas conmigo para revisar qué es lo que hace falta y cómo podemos mejorarlo.
Aila asintió de nuevo, su expresión tranquila.
—Claro. ¿Cuándo debería partir?
Rodolfo sonrió ampliamente, su entusiasmo contagioso.
—Hoy mismo.
Mi corazón dio un vuelco ante esas palabras. Aunque sabía que Aila podía cuidarse sola, la idea de que partiera tan pronto y bajo la supervisión de Rodolfo no me hacía gracia. Pero la forma en que ella sonrió, llena de determinación, me recordó por qué era especial. No le tenía miedo a lo desconocido, y esa valentía era parte de lo que la hacía tan única.
Aila asintió con una mezcla de emoción y nerviosismo, mientras Rodolfo, satisfecho con su respuesta, comenzó a explicarle las primeras cosas que debían coordinar para su partida. Yo, en cambio, permanecí en silencio, observándolos interactuar. Había algo en la manera en que Rodolfo la miraba, como si estuviera probándola, evaluando si realmente era capaz de cumplir con lo que prometía.
No podía negar que la idea de que Aila viajara sola con Rodolfo me inquietaba. No porque desconfiara de él —éramos amigos desde hacía años y conocía bien su lealtad—, sino porque sentía un extraño impulso de protegerla. Era irracional, lo sabía, pero no podía evitarlo.
—Voy a necesitar algunos planos de la villa, para saber cómo está distribuida y qué recursos tienen disponibles —dijo Aila con calma, sacándome de mis pensamientos.
Rodolfo se rió de nuevo, esta vez con un tono más ligero.
—Eres más lista de lo que pareces. Me agrada eso. No te preocupes, te daré toda la información que necesites.
—¿Y cuánto tiempo crees que tomará? —pregunté finalmente, mi voz más seria de lo que pretendía.
Rodolfo se encogió de hombros.
—Dependerá de cuánto trabajo quiera hacer tu humana. Mi villa es más grande que esta, y hay más habitantes de tamaño más grande. Pero creo que un par de semanas con magia deberían bastar para organizar las cosas.
—¿Un par de semanas? —repetí, sintiendo un nudo en el estómago.
Aila se giró hacia mí, sus ojos encontrando los míos con una mirada que mezclaba confianza y consuelo.
—Estaré bien, Nikolas. Esto es algo que quiero hacer.
Su tono era firme, pero había una dulzura en su voz que logró calmar un poco mi preocupación. Asentí lentamente, aunque no me gustaba la idea de estar separado de ella tanto tiempo.
—Bien —dije al final—, pero asegúrate de mantenerme informado.
Rodolfo soltó una carcajada, claramente disfrutando de mi incomodidad.
—¿Qué pasa, Claus? ¿Tienes miedo de que no regrese?
Lo fulminé con la mirada, pero él solo siguió riéndose mientras comenzaba a caminar hacia los edificios junto a Finn.
Aila me tocó el brazo suavemente, atrayendo mi atención de vuelta hacia ella.
—Gracias por confiar en mí —dijo, sonriendo con una sinceridad que hizo que mi pecho se apretara.
—Siempre confío en ti —respondí en voz baja, permitiéndome acariciar su mejilla por un breve instante antes de apartarme.
Ella pareció querer decir algo más, pero en ese momento, Rodolfo llamó desde la distancia.
—¡Aila! Ven a ver esto, quiero mostrarte cómo empezar con la entrada principal.
—Voy enseguida —respondió ella, lanzándome una última mirada antes de seguir a Rodolfo.
La observé mientras se alejaba, su silueta iluminada por las luces que decoraban la villa. Había algo en su determinación que me llenaba de orgullo, pero también de una inquietud que no podía ignorar.
Rodolfo tenía razón en una cosa: Aila era especial, más de lo que incluso ella misma entendía. Y mientras la veía desaparecer entre los edificios, supe que tendría que acostumbrarme a esta sensación. Aila estaba destinada a grandes cosas, y aunque eso significaba que no siempre estaría a mi lado, también significaba que mi mundo era mucho más brillante con ella en él.
Por ahora, solo podía esperar que Rodolfo cumpliera su promesa de cuidarla.