Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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La dura verdad
Emma
Un ruido ensordecedor me despierta. Miro la hora en mi celular y maldigo en silencio.
¡Son las seis de la mañana! ¿Quién hace ese ruido a las seis de la mañana un domingo?
Quiero llorar de rabia. Una vez que me despierto por la mañana no puedo volver a dormir, y esta noche apenas he dormido tres horas, no es justo. Quería dormir al menos ocho horas para compensar la falta de descanso que he tenido en la semana.
Dylan comienza a toser a mi lado. Me apresuro a colocar mi mano en su frente, y suspiro aliviada, al menos ya no tiene fiebre.
Por mi culpa se enfermó, ya que ayer salí del trabajo casi a las diez de la noche y luego fuimos a comer un hot dog a un carrito en la quinta avenida. Y es verdad que es verano, pero anoche había un poco de viento y creo que eso afectó su garganta.
–Estarás bien, cielo –susurro mientras acaricio su cabello oscuro.
El ruido que me despertó resuena por todo mi departamento de nuevo. Me levanto enfadada. Si es un vendedor juró que le cerraré la puerta en la cara.
Me coloco una bata sobre mi pijama y camino hacia la puerta. La abro y casi me da algo cuando veo a Renji afuera, con los ojos desorbitados y los músculos tensos.
Hay demasiada violencia en su mirada y en un acto de autopreservación cierro la puerta, pero me detiene con la fuerza de una sola mano.
Entra sin mi permiso y me da la espalda. Puedo escuchar su respiración agitada claramente.
–¿Pasó algo en la oficina? –pregunto en un susurro.
Se gira y retrocedo unos pasos, aterrada de lo que veo en sus ojos.
–No conoces a este hombre, ¿verdad? –pregunta enseñándome su teléfono.
Miro la imagen y jadeo. –Ese hombre está…–dejo la frase sin terminar.
–No todavía. ¿Lo conoces?
–Ni siquiera puedo distinguir una facción de su rostro.
–No es muy difícil –sisea–. Es igual a mí, pero con unos años más.
Me cruzo de brazos cuando comienzo a sentirme inquieta y terriblemente angustiada.
–¿Por qué tendría que conocerlo?
Camina hacia mí y yo comienzo a retroceder hasta que mi espalda choca con la puerta. Coloca su mano en mi garganta, sujetándome con fuerza. Trato de librarme, pero me retiene con su cuerpo.
–Es gracioso, ¿sabes?
–¿Gracioso? –pregunto con un hilo de voz.
–Haber casi matado a mi primo por un delito que no cometió, por un acto que yo cometí –gruñe y me empuja contra la puerta con fuerza.
Sé que debería gritar, pero no quiero que mi pequeño despierte.
–Renji me estás asustando.
–Deberías –sisea y vuelve a empujarme contra la puerta–. ¿Cómo pudiste ocultarme a mi hijo?
Mis oídos se tapan y siento como toda la sangre abandona mi cuerpo.
Él lo sabe.
–No sé… no sé de qué hablas –susurro sin atreverme a mirarlo a los ojos.
–¡Mírame, maldita sea! –grita furioso–. ¿Cuándo pensabas decírmelo?
–Dylan es mi hijo –replico.
–¿Cuándo? –gruñe con su rostro pegado al mío.
–No sé de qué estás hablando –miento y trato de empujarlo, pero no puedo–. No sé quién es su padre.
–Lo sabes, Emma, claro que lo sabes –murmura y apoya su frente en la mía–. Estuvimos juntos –declara y puedo sentir como todos los músculos de mi cuerpo se tensan–. La noche que mi madre murió.
–Estás delirando.
–¡No te atrevas a mentirme! Debería matarte, eso es lo que debería hacer –gruñe–. El castigo por mentirle al líder de los Yakuza es la muerte y tú me has mentido por años.
Mis ojos se llenan de lágrimas cuando entiendo que estoy viviendo mi peor pesadilla.
Apoya su frente nuevamente en mí y luego sus labios recorren mis pómulos.
–Te recuerdo…–susurra y puedo oler el alcohol en su aliento.
–Estás borracho, Renji.
–Recuerdo tu ternura, recuerdo tu sabor.
–Renji –insisto.
Toma mi mano y la lleva a su pecho. –Recuerdo que dibujaste una pequeña E sobre mi corazón –dice y luego me besa. Muevo mi cabeza para quitármelo de encima–. ¿Por qué no me dijiste nada al otro día? ¿Por qué no me dijiste cuando te diste cuenta de que estabas embarazada?
Lo empujo con fuerza y esta vez retrocede tambaleándose. Supongo que está muy borracho.
–¿Por qué lo haría? –pregunto dándole la espalda–. No fue tu culpa, fue algo que pasó. Estabas borracho y supongo que yo solo quería darte consuelo.
–No debí aprovecharme de la situación –susurra a mi espalda–. Eras una niña.
–No era una niña y créeme cuando te digo que no me lastimaste más de lo que ya estaba. Estaba rota, sigo estándolo… No importa ya.
Me gira bruscamente, tomándome de mi brazo. –No debí hacerlo. No pregunté si estabas de acuerdo. Te lastimé.
–¡No importa! –grito cuando siento que todo el cuarto cae sobre mí–. Todo el mundo tomó siempre lo que quiso de mí, pero esa noche fue mi decisión, fue diferente.
–Emma…
–No –lo corto–. No te atrevas a mirarme así –digo y lo empujo–. No necesito tu lástima, Renji. ¡Fue mi decisión, mía!
–Y supongo que ocultar el embarazo de mí también fue tu decisión.
–Sí. Quería algo que fuera mío y que nadie pudiera arrebatármelo jamás. No tenía que ver contigo.
–Soy su padre, Emma, debiste decírmelo.
–No eres su padre, Renji. En lo que a mí concierne eres solo un donante de esperma.
Retrocede con mis palabras como si lo hubiera golpeado.
–Soy su padre.
–No lo eres –devuelvo de inmediato–. Un padre es un título que se gana.
–¡No me diste la oportunidad! –grita con desesperación.
Me rio sin humor. –No me hagas reír, Renji. Si lo hubieses sabido hubieses hecho todo lo que estaba en tus manos para impedir el nacimiento de Dylan, y lo sabes. No te gustan los niños, y eso me quedó clarísimo cuando maltrataste a mi hijo… ¡Mi hijo! –grito y lo empujo tratando de lastimarlo tanto como lo hizo con mi bebé.
Pasa las manos por su cabello y luego su mirada se enfoca en la mía.
–Me quitaste la oportunidad de conocerlo, de ser su padre.
–¡No eres su padre! Deja de decir eso –gruño furiosa con él por mentir de esta manera–. Me hubieses obligado a deshacerme de él, no te atrevas a decir lo contrario.
Mira hacia un lado, incomodo, y sé que tengo razón. Dylan no hubiese nacido si Renji se hubiese enterado de mi embarazo.
–Me quitaste la oportunidad de verlo crecer. Cuando vi mi foto, lo vi a él y lo supe. Primero me engañé pensando que era mi primo, pero lo supe desde que vi la foto. Es mi hijo.
–No lo es.
–¡Dylan es mi hijo! –grita, sobresaltándome.
–¿Mami?
Ambos nos giramos hacia la voz de Dylan, quien nos mira asustado.
–¿Por qué el señor Yamaguchi dice que soy su hijo?
No. No ahora. Por favor, déjame despertar de esta pesadilla, ruego en silencio mientras camino hacia mi pequeñín.