El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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Una exigencia
Sofía
–Te ves preciosa –le digo a Mía, quien se ha probado toda la ropa que le regalé por cumplir cuatro meses.
Usé una gran cantidad de mi sueldo para comprarle ropa y muchos juguetes, sobre todo, porque sé que nadie le hará ningún regalo.
Su padre ha estado desaparecido. No lo he visto para nada, pero imagino que es mejor así. Sobre todo, después de lo que hice. Me sonrojo de solo recordar que lo que creí que fue un sueño, pasó en realidad.
Después de todo, creo que es mejor no haberlo visto, me moriría de vergüenza si tuviera que estar a su lado.
Tomo a Mía y beso sus mejillas. La pequeña sonríe y mueve sus pequeñas manitos.
Ha crecido mucho. El pediatra está conforme con su proceso y yo también. Verla crecer ha sido sin duda una de las cosas más bonitas que he vivido en mi vida.
–¡Niña Sofía!
–Estoy con Mía –respondo de vuelta.
Anna entra con cara de darme malas noticias.
–El Capo exige que la niña y usted estén listas a las seis de la tarde para ir a una cena.
–¿Una cena?
–Sí, creo que están exigiendo que vaya Mía.
Escondo a la pequeña con mi cabello. –¿Y si es peligroso?
–El señor no llevaría a su hija a un lugar peligroso.
Me rio. –El señor ni siquiera conoce a su hija.
–Ha estado muy ocupado.
–Lo sé, ya lo has excusado lo suficiente. Dile al señor que me llame, y me explique qué tipo de ropa necesita que lleve Mía.
–Sofía… –empieza nerviosa.
–Dame su número –pido mientras dejo a la pequeña sentada en su cuna, ayudada por unos alzadores que compré.
Anna me muestra nerviosa su teléfono. Me apresuro en guardar el número en mi celular.
Me gustaría anotarlo bajo el nombre de Gran Idiota, pero decido que Papá de Mía es menos controversial.
–Ay, niña, el señor se va a molestar.
–Pues que se moleste. No aparece por meses, no se preocupa por su hija, y ahora llama y exige que la niña esté para una de sus reuniones. No, Anna, no puede hacer lo que se le ocurra.
–Es el Capo.
–Sí, pero no es Dios.
Finalmente lo llamo, y Anna decide abandonar la habitación.
–Diga –dice una profunda voz.
La voz que no he escuchado en meses.
–¿Dónde vas a llevar a Mía?
–¿Sofía?
–La misma que viste y calza. ¿Dónde vas a llevar a Mía?
–A una cena.
–¿Dónde?
–No es de tu incumbencia.
–Claro que lo es. No dejaré que saques a Mía de esta casa si no sé dónde es. Y mucho menos si corre peligro.
–Mía no es tu hija.
Mierda. Eso dolió.
–Lo sé, pero no dejaré que nada le pase.
Suspira cansado. –Iré a cenar a la casa de Dante, y su nona quiere conocer a Mía.
Me relajo de inmediato.
–¿Tiene que llevar algo especial?
–No. No sé. Es una bebé, con que lleve pañales bastará.
–¿Es necesario que vaya?
–Claro que sí. Necesito que alguien se encargue de Mía.
–Está bien, estaremos listas –digo y cuelga.
Imbécil. Yo lo llamo y es él quien cuelga.
Me imagino que nadie le enseñó modales.
Mientras Mía se entretiene mordiendo el elefante de goma. Busco entre su ropa hasta que encuentro el vestido negro con pequeños girasoles. También elijo zapatos y pantis a juego.
Ahora tengo que ver que me pondré yo.
*****
Cuando falta poco para las seis de la tarde. Mía y yo estamos bañadas, vestidas y peinadas. La pequeña se ve preciosa con el prendedor en forma de mariposa que sujeta su mechón de pelo rubio.
Yo me puse un sencillo vestido negro con una cinta, del mismo color amarillo que los girasoles del vestido de Mía, puesta en mi cintura. También recogí mi cabello con un prendedor, pero en mi caso el prendedor es un simple, pero bonito, pasador dorado. Y ambas vamos con sandalias rojas.
Antes de bajar le tomo muchas fotos a Mía, se ve preciosa.
Bajo la escalera con ella en brazos y con el bolso que preparé con sus cosas. Espero haber pensado en todo.
A los pies de la escalera está el idiota de su padre mirándonos fijamente. Lleva puesto un smoking gris, camisa blanca y no lleva corbata. Su cabello ha crecido un poco desde la última vez que lo vi, ahora tiende a enroscarse en las puntas, luciendo más sexy de lo que recordaba.
–Se ven…–Calla antes de volver a hablar nuevamente: –Ha crecido mucho –termina.
–Sí. El pediatra ha dicho que va todo bien con ella.
–Lo sé, me ha mantenido informado.
–Es bueno saber que te preocupa la salud de tu hija.
–No empecemos –masculla tocando su sien–. Nos espera una larga velada y no necesito esto ahora.
No digo nada, solamente paso caminando delante de él hacia la puerta. El auto está esperándonos, pero me rehúso a subir.
–¿Qué pasa ahora?
–No tiene silla.
–¿Qué?
–Silla de bebé, no tiene. No subiré a Mía en un vehículo sin silla.
–Ira en tus brazos, no necesita silla.
–Claro que la necesita. Si hay un accidente la silla podrá protegerla.
–El chofer no tendrá un accidente.
–¿Cómo lo sabes? –pregunto molesta. Muy Capo será, pero no puede ver el futuro.
–Porque su vida depende de ello.
–No lo sé…
–Juro que la próxima vez habrá una silla, ahora no tenemos tiempo –apura–. Solo sube al maldito auto.
Pero que genio
Me subo con Mía en el auto y para mi desgracia él también se sube atrás con nosotras.
El auto comienza a moverse y el silencio aplastante se siente incómodo. Incluso Mía parece notar la tensión porque sus ojos no paran de moverse entre su papá y yo.
–Dijiste que tendría días libres –digo por decir algo.
–Sí.
–Pero hasta ahora no he podido tomarme ningún día. Anna no quiere quedarse sola con la niña y no pienso dejarla con las otras empleadas.
–Contrata a una niñera.
–No.
–¿Entonces qué quieres? –pregunta cansado e irritado.
–Quiero que tú la cuides mientras tengo un día libre. Eres su padre, y quiero creer que no la lastimarás.
–No lo haría.
–Además, quiero salir, conocer gente nueva.
–Lo siento, pero no tengo tiempo para cuidar a una bebé.
–No es cualquier bebé, es tu hija –replico.
Suspira. –Sofi, no quiero discutir ahora. Salgamos de esta cena y luego revisamos cómo solucionar tus horas de descanso.
Beso la cima de la cabeza de Mía. –Está bien. Quiero llevarla al cementerio.
–¿Al cementerio?
–Sí, quiero llevarla a la tumba de su madre.
–Eso no será necesario.
–Claro que lo es, Mía tiene que conocer a su madre. También necesito fotos y vídeos de ella para enseñárselos.
–No tiene la edad suficiente.
–Pero pronto la tendrá.
Mira a su hija por unos segundos. –Le pediré a alguien que vaya a la casa de sus abuelos maternos a buscar algunas cosas de Kate.
–¿No tienes nada de tu esposa?
–No. Pedí que se llevaran todo cuando murió.
–¿La amabas? –pregunto y quiero recuperar mis palabras en cuanto éstas salen de mi boca.
–¿Disculpa?
–Lo siento, no quise…–Escondo mi rostro en el cabello de Mía–. Soy curiosa por naturaleza.
–Demasiado –espeta.
–Lo sé. Papá siempre me lo decía –susurro compungida.
Debo comenzar a pensar antes de hablar.
El silencio nuevamente llena el vehículo. Me obligo a mirar por la ventana y a tratar de olvidar que a mi la lado está Gabriele. Juro que puedo sentir sus ojos observándome. Intento mantener mi respiración tranquila, pero me cuesta trabajo.
Con cada segundo que pasa me siento más intranquila.
–Por cierto, te ves preciosa. Ambas se ven preciosas.
Me giro hacia su voz y tengo que contener un jadeo de sorpresa. Sus ojos están fijos en los míos. Febriles. Me siento como si fuera un pollo dentro de un horno, cocinándome lentamente.
¿Por qué su mirada logra eso en mí?
–Necesito un novio –digo sin pensar.
–¿Qué?
–Olvídalo. Estaba pensando en voz alta –mascullo mientras mi piel arde de vergüenza.
Yo y mi maldita boca.
Por suerte el auto disminuye su velocidad y entra por un camino donde a lo lejos se aprecia una gran casona.
–Llegamos –dice cuando el auto se detiene.
Respiro profundamente.
–Vamos, pequeñita, tenemos que dar una buena impresión –le digo a Mía y ésta me responde con un sonoro eructo.
Sí que empezamos bien.