Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 8
Ella leyó cuidadosamente cada letra de esa carta. No había nada ilícito, entonces, por qué tanto misterio. Sea cual sea el tema que hablarían a continuación, ella no tenía planes de divulgar lo dicho. “Espero que no me confiese que asesinó a alguien, porque no sé si pueda guardar el secreto”. Pensó la mujer. Firmó la carta y le dijo; — Prometo no hablar de nada, señor Alfred.
El asistente guardó la carta bajo llave en el escritorio. — Señora, se le ofrece cincuenta millones de dólares… a cambio de ser la sumisa de Yeikol Richardson, por un año.
El rostro de Muriel se tornó pálido, sus ojos se enrojecieron, y sus manos temblaban producto de los nervios. Una sensación de miedo y asco sintió en el estómago. La sola idea, era una aberración, algo castigado por Dios.
Ser sumisa, es someterse y dejarse dominar a la fuerza por otras personas, sin cuestionar su voluntad y autoridad.
Muriel estaba anonadada. La suma de dinero era realmente impactante, jamás podría tener esa cantidad en sus manos. Pero ella creció bajo los mandamientos, sus principios y valores, iban más allá que el dinero. Eso sin contar que estaba casada, y se debía únicamente a su esposo.
Cincuenta millones de dólares, se podría comprar un apartamento, o una mansión y vivir felizmente. No tendría que seguir soportado, humillaciones y maltratos. Podría conocer el mundo, ayudar a los niños de los orfanatos, y por primera vez, ser ella misma.
Ella cerró los ojos, y se estrujó el rostro con fuerza, con ambas manos. Quería estar equivocada. “Escuché mal, tranquila. Esto es un error.” Se dijo para sí misma.
Yeikol no dejó de mirarla ni un solo segundo, y deseó que no aceptara. Él también tenía dudas de tal petición.
Muriel se puso de pie, miró a Alfred con desdén, y le dijo; — Muchas gracias, se puede quedar con sus millones, pero eso no limpiará su alma. — Salió inmediatamente del lugar. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Cómo alguien podía tener una mente tan retorcida.
Yeikol apretó los puños con fuerza, y procedió a rodar todo lo que se hallaba en el escritorio. Era una forma de expresar su enojo. Estaba frustrado, de que servía el dinero, si no podía obtener lo que quería. Nunca había sido rechazado y eso era una humillación.
— Señor, ¿quieres que haga algo al respecto?— preguntó Alfred, desesperado, no le gustaba ver a su jefe en estado de desesperación.
Yeikol resopló, y gritó.— ¡Maldición!— después de varios minutos le respondió a su amigo.— No, vamos a olvidar a esa mujer. El fin de semana viajaremos a Madrid.
Muriel, después de deambular por un buen rato, regresó a la mansión, desconcertada. La imagen de hombre correcto, respetuoso, fiel a su esposa, que tenía del señor Yeikol Richardson, cayó al suelo. Dejando ver aún ser despreciable ante sus ojos.
La señora Beatriz la esperaba con ansias. Quería saber si pudo conseguir el dinero, para liberar a su hijo adorado.
Desde que la vio entrar se acercó a ella con desespero.— ¿Conseguiste el dinero?
Muriel terminó de entrar. La joven aún estaba atónita.— Lo siento, no me prestaron el dinero, y probablemente me quede sin trabajo.
— Eres una maldita inútil.— le gritó la señora, mientras la movía por los hombros con fuerza. Muriel logró zafarse de su agarre y se fue a la habitación. Se tiró en la cama a llorar, qué había hecho mal, por qué todos se ensañaban con ella.
La mujer era reverente en su manera de vivir, y comportarse. Era respetuosa, templada, buena, prudente, y sobre todo, fiel a su esposo.
Cincuenta millones de dólares, pero a cambio de su dignidad, de sus principios, de aceptar que otro haga lo que desee con su cuerpo. A su mente llegaban muchas preguntas acerca del señor Richardson. ¿Por qué a ella? ¿Por qué no elegir a otra mujer? ¿Qué tenía ella en especial?
De algo Muriel estaba segura, jamás iba a aceptar ser la sumisa de Yeikol Richardson. Se acostó firme a su decisión, pero nunca imaginó, que algo pondría a prueba su lealtad con Dios, con su esposo, y sobre todo, consigo misma.
Eran las 3:00 AM cuando sonó el teléfono de la mansión Brown. La señora Beatriz contestó desde su habitación, ya que Muriel, cansada de llorar, se quedó dormida profundamente. La llamada era del penitenciario, a Noah lo hirieron de varias estocadas con una arma blanca. Se encontraba en el hospital, gravemente herido.
Beatriz soltó un grito, al escuchar la trágica noticia. Se levantó y fue a despertar a Muriel.
La señora Beatriz, se preguntaba por qué Dios la castigaba de tal manera. Qué había hecho mal.
Muriel, al escuchar lo ocurrido, quería llorar, pero sus ojos estaban cansados e hinchados, sentía que no tenía fuerza para más. Sin embargo; se postró de rodillas, juntó sus manos, y dijo. — “Señor, ten misericordia de mí. Soy tu hija y eres el único que puedo aliviar mis cargas”.
Ambas mujeres salieron de la mansión, aun en piyama. La calle estaba desolada debido a la hora, pero por suerte, un taxi se detuvo ante ellas. Llegaron al hospital, y preguntaron por Noah Brown. Les informaron de su estado de salud, pero no podían pasar a verlo. Además, la sala en donde se encontraba estaba custodiada por políticas.
Ahí permanecieron el resto de la noche, sentadas en una banqueta.
En la mañana, tuvieron la oportunidad de hablar con el médico encargado de la salud de Noah. Pasaron al consultorio, el amable hombre le dijo el estado de salud del paciente.
Noah tenía el intestino grueso perforado, al igual que un pulmón. Su vida dependía estrictamente de una operación de emergencia. Debido a las estocadas, perdió mucha sangre, otro factor que ponía en riesgo su vida.
Cómo era de esperarse, la señora Beatriz empezó a llorar desconsolada. Ninguna madre está preparada para ver morir a su hijo. Sus llantos se escuchaban por todo el lugar.
Minutos más tarde, las dos mujeres estaban sentadas desconsoladas, al lado de la habitación en dónde se hallaba Noah.