En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.
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Capitulo 16: La Puerta de Poseidón
—Parece que nos han invitado —dijo Zaira con una sonrisa irónica. Aunque Elara pudo ver en sus ojos una chispa de asombro.
La travesía fue el acto de fe más tenso de sus vidas. Elara iba primero, el artefacto Hydriano en su mano brillaba en sincronía con los puentes que aparecían ante ellos y desaparecían tras ellos. Se sentían como intrusos en un mecanismo divino.
A mitad de camino, Kael se detuvo de repente. Escaneó la oscuridad por encima de ellos, y las profundidades insondables del lago debajo.
—¿Qué pasa? —preguntó Rhea.
—No lo sé —respondió Kael en voz baja—. Siento... como si nos estuvieran observando.
Nadie más dijo nada, pero el sentimiento se contagió: La sensación de tener ojos invisibles posados sobre ellos. Ya no se sentían como exploradores, sino como especímenes bajo un microscopio.
Finalmente, llegaron a la plataforma central. Era una vasta extensión de metal oscuro y liso. En su centro, había una abertura circular que se hundía en las profundidades del lago. Se asomaron. El agua era tan clara que podían ver hasta el fondo, a unos cincuenta metros más abajo.
Y allí estaba. Una puerta colosal, circular y sellada, hecha del mismo metal azul que el artefacto, con glifos que emitían una suave luz propia. Era la entrada. El verdadero umbral de Poseidón.
Justo en ese momento, el datapad de Jax emitió un pitido. Había terminado el análisis preliminar del agua.
—Kael... —dijo, su voz temblaba—. Esta agua. No tiene nada. Ni microbios, ni minerales, ni contaminantes. Es... H₂O puro. Es imposible. Es agua muerta... o fabricada.
Se quedaron mirando la puerta sumergida, mientras las palabras de Jax resonaban en sus mentes.
Las pistas encajaron con una claridad aterradora. La energía activa. El jardín perfecto. El agua artificial. Los puentes inteligentes. La sensación de ser observados.
Este lugar no era una tumba. No era una ruina. Era una instalación activa y consciente. Y acababan de pisar su felpuda entrada.
El silencio en la plataforma central era denso, roto únicamente por el suave zumbido que emanaba de los puentes de luz. Abajo, en las profundidades cristalinas, la puerta de Poseidón los esperaba: un ojo cerrado y antiguo.
—No tenemos equipo de buceo —dijo Jax, resumiendo la situación con una frustración evidente—. Y aunque lo tuviéramos, la presión a esa profundidad aplastaría a un hombre. El Interceptor no es un submarino. Estamos atascados.
—Es la trampa perfecta —añadió Rhea, sus ojos grises escaneando la vasta caverna, buscando amenazas que no podía ver—. Nos atraen hasta aquí y nos dejan expuestos, sin forma de avanzar.
Kael no dijo nada. Su mirada estaba fija en la puerta sumergida. Se giró lentamente, sus ojos ambarinos encontrando a la única persona a bordo que podría tener una respuesta.
—Zaira.
La coneja, que había estado observando la escena con un aire de diversión, levantó una ceja perfectamente arqueada. —¿Sí, capitán?
—Tú vienes del Capitel. Pilotas su tecnología más avanzada. Has visto cosas. ¿Cómo se entra ahí?
Zaira soltó una risita suave. —Mi especialidad es hacer que las cosas vuelen, no que se hundan. Pero un lugar como este, con este nivel de poder... no usaría una simple cerradura. No esperaría que bajaras a tocar el timbre. Estaría esperando una... solicitud. Una identificación.
Sus palabras encendieron una chispa en la mente de Elara. Se arrodilló, ignorando a los demás, y examinó la superficie de la plataforma hexagonal. —No es una plataforma —susurró, su voz llena de asombro—. Es una consola de activación. Un terminal.
Se puso de pie, sus ojos brillando con la luz del descubrimiento. —¡El artefacto! ¡No es solo un mapa, es la llave! No tenemos que bajar hasta la puerta. ¡La abrimos desde aquí!
Sacó el cilindro de metal azul de su bolso. El objeto parecía vibrar en su mano. Buscó en el centro de la plataforma y encontró una pequeña hendidura circular que encajaba perfectamente con la base del artefacto.
—¿Estás segura de esto, erudita? —preguntó Kael, su mano instintivamente cerca de su pistola de plasma.
—No hay otra opción —respondió Elara. Con una respiración profunda, colocó el artefacto en la hendidura.
Hubo un suave click y el cilindro encajó en su lugar.
Un profundo zumbido resonó desde las profundidades. En el lecho del lago, un anillo de luz azul se dibujó alrededor de la gran puerta. De ese anillo surgió un cilindro de energía translúcida, una pared de plasma que se disparó hacia arriba, atravesó los cincuenta metros de agua y continuó hasta rodear su plataforma. Inmediatamente, el agua dentro del cilindro fue drenada a una velocidad asombrosa, revelando un pasillo de aire seco hasta el fondo.
A través de la pared de plasma, vieron a las criaturas del lago: no eran peces, sino bestias mutadas luminiscentes, seres serpentinos con ojos fríos que los observaban nadar en el agua que ahora formaba un muro a su alrededor.
La puerta de Poseidón, ahora seca y expuesta, comenzó a girar sobre sí misma como el diafragma de una cámara, abriéndose lentamente. Pero no había escaleras.
Justo entonces, la plataforma bajo sus pies vibró suavemente y comenzó a descender. Era un elevador.
Descendieron en un silencio atónito, protegidos por el campo de fuerza, mientras las bestias nadaban a su lado.
—Bueno —dijo Zaira, su habitual compostura rota por una nota de puro asombro—. Eso no se aprende en la academia de pilotos del Capitel.
El elevador se detuvo con una suavidad imposible, su suelo encajando perfectamente con el umbral de la puerta ahora abierta, que revelaba una oscuridad total en su interior.
Elara recogió el artefacto, que ahora pulsaba con una luz suave. La invitación era inconfundible.
Kael miró a su tripulación, sus rostros una mezcla de terror y maravilla. Luego miró hacia la negrura que les esperaba.
—Parece que, después de todo, sí que esperaban visita —dijo, su voz grave resonando en el aire milagroso—. No los hagamos esperar.
\*\*\*
El aire que los recibió al otro lado del umbral era tan antiguo que pareció crujir en sus pulmones. Era frío, con un olor a ozono y a piedra húmeda, pero extrañamente puro. La oscuridad fue total, pero solo por un instante.
Cuando Orion, el último, cruzó la puerta, esta comenzó a cerrarse. Pero antes de sellarse, un pasillo frente a ellos cobró vida. Las propias paredes, hechas de una roca negra y pulida, comenzaron a emitir un suave resplandor bioluminiscente de color azul pálido, iluminando el camino. El pasillo se abrió a un espacio que les robó el aliento: un vestíbulo abovedado tan vasto como una catedral, silencioso como una tumba.
—Esto no es una instalación —susurró Elara con reverencia—. Es un templo.
Y entonces, la historia cobró vida.
Figuras de luz, hologramas de un realismo imposible, aparecieron por toda la sala. Eran los Hydrianos. Vieron a un científico examinando una hebra de ADN flotante. Vieron a niños riendo mientras perseguían a un pez holográfico. La tripulación caminaba entre ellos, maravillada.
Elara se sentía como si hubiera entrado en las páginas de sus libros. Se acercó a un holograma que mostraba a una botánica cuidando unas plantas extrañas. Al hacerlo, la figura parpadeó, distorsionándose por un microsegundo con un zumbido de estática. La mujer levantó la vista de su trabajo y sus ojos de luz parecieron mirarla directamente, no con hostilidad, sino con confusión, como si viera algo que no debería estar ahí. Un segundo después, la escena se reinició.
—Curioso —murmuró Zaira ra desde el otro lado de la sala—. Parece que al sistema no le gusta nuestra estirpe .
Poco a poco, a medida que avanzaban, se dieron cuenta de que no era solo un holograma. Todas las grabaciones se detenían o parpadeaban brevemente cuando se acercaban. El museo viviente estaba reaccionando a ellos. La atmósfera de maravilla se tiñó de una creciente inquietud.
Fue entonces cuando la gran puerta circular de la entrada se cerró tras ellos con un sonido metálico, profundo y definitivo que hizo vibrar el suelo. La cálida luz azul se extinguió, siendo reemplazada por una iluminación blanca, fría y clínica. Los hologramas de la vida cotidiana se desvanecieron.
«BIENVENIDOS, DESCENDIENTES,» resonó la voz en sus mentes.
«LA INSTALACIÓN POSEIDÓN HA ESTADO EN MODO DE ESTASIS... SE HA DETECTADO UNA CLAVE DE LINAJE VÁLIDA. INICIANDO PROTOCOLO DE VERIFICACIÓN Y CONTAMINACIÓN.»
Del suelo liso y negro emergieron cinco nichos verticales, brillando con la misma luz blanca y estéril, esperando. El vestíbulo había dejado de ser un museo. Ahora era una sala de examen.