Alana Alvarado Blanco solía sentarse en un rincón de su pequeño cuarto en el orfanato y contar los huecos visibles en la pared, cada uno representando un día más sin la compañía de sus padres. En su mente infantil, imaginaba que cada uno de esos agujeros era un recuerdo de los buenos momentos que había compartido con ellos. Recordaba con cariño aquellos cinco años en los que su vida había sido casi perfecta, entre risas y promesas. La melodía de la risa de Ana Blanco, su madre, resonaba en su corazón, y la voz firme de Vicente Alvarado, su padre, aún ecoaba en su mente: “Volveremos por ti en cuanto tengamos el dinero, pequeña”. Sin embargo, ese consuelo se había transformado en una amarga mentira, la última vez que le repetían esas palabras había sido poco antes de que la pesada puerta de madera del Hogar de San Judas se cerrara tras ella, sellando a la fuerza su destino y dejando su vida marcada por la ausencia. En ese instante, la esperanza que una vez brilló en sus ojos comenzó a de
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capítulo 16
La reunión tuvo lugar dos días después en las oficinas del Profesor Zúñiga. No fue en un bufete elegante, sino en una sala de conferencias con poca luz, lo que solo sirvió para aumentar la tensión. Alana estaba sentada junto a Catalina y la abogada que Zúñiga le había asignado.
Al otro lado de la mesa, solo estaba Fernando Fuente, sin la compañía de sus padres ni de la Tía Helena. Su abogado, un hombre nervioso de la división legal de la Corporación, parecía querer estar en cualquier otro lugar.
Fernando vestía un traje caro, pero parecía desgastado. Había perdido el brillo arrogante que Alana tanto odiaba. Estaba allí por orden de su padre, y su derrota era palpable.
El ambiente era silencioso, profesional y gélido.
El abogado de Fernando se aclaró la garganta. "Estamos aquí para firmar los documentos de divorcio y los acuerdos de salida del señor Fuente de la Corporación, tal como lo exige el Profesor Zúñiga."
Alana se inclinó ligeramente hacia adelante, con una calma que no sentía. Ella ya había revisado los documentos: el divorcio era incondicional, el pago de sus activos conyugales era sustancial, y la renuncia de Fernando a sus cargos era inmediata y sin derecho a apelación.
Fernando, por su parte, evitaba la mirada de Alana.
"Antes de firmar," dijo la abogada de Alana, con voz firme, "la señora Alvarado tiene algunas condiciones finales, más allá de las legales, que deben quedar claras ante la representación de su cliente."
Alana tomó la palabra. Esta era su última oportunidad para recuperar la dignidad que él le había robado.
"Quiero que sepas, Fernando, que el dinero que me diste por casarme no es lo que me mantuvo. Fue mi necesidad de seguridad," comenzó Alana, mirando directamente a los ojos de Fernando. Él no pudo sostenerle la mirada, y desvió la vista hacia la mesa.
"Te casaste conmigo porque yo era un voto para tu familia. Me humillaste, me mentiste y usaste la historia de mis padres y mi orfanato para controlarme," continuó Alana. "Hoy, yo me voy con el cincuenta por ciento de lo que construiste en nuestro matrimonio, y tú pierdes todo lo que te definía."
Hizo una pausa, dejando que la verdad se asentara.
"Y quiero que sepas que la agenda que recuperaste era la falsa. La real está siendo custodiada por gente que no teme a tu familia. Si vuelves a buscarme, o si mi hermana, Catalina, sufre un solo inconveniente, se activarán los archivos que te harán perder más que tu apellido: perderás tu libertad."
Fernando por fin levantó la cabeza. Sus ojos eran una mezcla de odio y un miedo terrible. "Tú eres tan corrupta como nosotros," susurró.
Alana sonrió, una sonrisa fría y genuina. "No, Fernando. Ustedes nacieron en la corrupción. Yo elegí la supervivencia, y resulta que soy mejor jugadora que tú."
Catalina, que había estado observando la escena en silencio, le entregó un sobre a Alana. Alana lo deslizó hacia Fernando.
"Una última cosa," dijo Alana. "Este es el pasaporte de mi hermana. Está renovado y es completamente legal. A diferencia de tus métodos, nosotras haremos esto de forma limpia. Nunca más vuelvas a usarla ni a controlarla. Ahora, firma y vete."
Fernando, completamente derrotado, tomó el bolígrafo. Su mano temblaba mientras estampaba su firma en cada página, cediendo su esposa, sus activos y su carrera a las dos hermanas Alvarado.
Cuando terminó, el abogado de Fernando recogió los documentos. Fernando se puso de pie, mirando a Alana una última vez. Ella no sintió triunfo, solo un frío vacío.
"Adiós, Fernando," dijo Alana, la primera y última vez que lo dijo con sinceridad.
Él salió de la sala sin decir una palabra, la sombra de su arrogancia finalmente extinguida.
La sala de conferencias se vació, dejando a Alana y Catalina a solas con la victoria. Tenían la libertad, la protección legal y una compensación económica más que suficiente para empezar de nuevo. La pregunta era, ¿dónde empezar?
"Toma, Alana," dijo Catalina, entregándole el sobre sellado que contenía su pasaporte renovado. El documento era el símbolo de su libertad, no de su matrimonio forzado.
Alana tomó el pasaporte. "Estás libre de ir a donde quieras, Cata. ¿Qué vas a hacer?"
Catalina sonrió, una sonrisa genuina. "Voy a ir a Londres. Tengo una beca que gané para terminar mi último año de leyes. Fernando me quitó la beca y mi pasaporte para tenerme atada al país. Ahora no tiene poder sobre mí."
Alana sintió una punzada de tristeza, pero también un orgullo inmenso. "Londres. Eso es maravilloso. Te convertirás en una abogada increíble."
"Y tú te convertirás en una mujer libre e influyente, Alana," replicó Catalina. "El dinero de tu divorcio es un capital importante. No lo malgastes en lujos. Úsalo para terminar tu carrera y construir una vida que nadie pueda comprar o controlar."
El Juramento de las Hermanas
Las hermanas se dirigieron a un parque cercano, lejos de los ojos de los abogados y la sombra de los Fuente. Se sentaron en un banco, sintiendo el sol en sus rostros.
"¿Qué hay de nuestros padres?" preguntó Alana. Era la pregunta que había flotado en el aire desde el inicio de la confrontación.
Catalina sacudió la cabeza. "Los Fuente nos confirmaron lo que sospechábamos. Ellos no volverán. Nos usaron a las dos. Yo tenía ocho años cuando me dejaron con una 'tía' en el extranjero, diciéndome la misma mentira del dinero. Al final, somos dos huérfanas con suerte."
"Ya no somos huérfanas," dijo Alana, tomando la mano de su hermana. "Nos tenemos la una a la otra. Y tenemos un juramento."
Se miraron, sellando su promesa: No importa lo que elijan, su prioridad sería la de mantenerse en contacto, apoyarse y jamás volver a permitir que nadie las usara o las hiciera sentir que su valor dependía del dinero o de un apellido.
Horas después, Ricardo, que había permanecido como su guardia silencioso, condujo a Catalina al aeropuerto. Las hermanas se abrazaron una última vez.
"Nos vemos pronto, hermana," prometió Catalina. "Y, por favor, ve a la universidad. Necesito que mi hermana mayor se gradúe con honores."
Alana se quedó viendo cómo su hermana, su única familia, desaparecía por la terminal internacional. Sintió el vacío de la despedida, pero no el miedo a la soledad. La seguridad que buscaba en Fernando no estaba en un apellido; estaba en la fuerza de su propia sangre y en el valor de haber enfrentado a un imperio.
El Futuro de Alana
Ricardo se volvió hacia Alana. "¿A dónde la llevo, Señora?"
Alana sonrió. Ya no había necesidad de ocultarse, ni de usar el dinero para sobrevivir, sino para prosperar.
"Lléveme a la universidad, Ricardo," dijo con una firmeza que resonaba con la mujer de 18 años que fue abandonada. "Voy a inscribirme. Y luego... buscaremos un apartamento en la ciudad. Uno pequeño, con una sola cerradura que solo yo tenga la llave. Es hora de empezar a vivir la vida que Fernando intentó robarme