Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 15 Hace 6 meses
Y así quedaba al descubierto el corazón del complot: era obra de la familia materna de Diego y Rodrigo.
Esta familia, acostumbrada por generaciones a la alcurnia y la riqueza, siempre había tenido las "mejores" candidatas listas para ser esposas de sus primos, hijos, nietos y sobrinos. Mujeres del mismo círculo social, con apellidos de peso y fortunas comparables.
Para ellos, era una afrenta inaceptable. Los dos jóvenes herederos de Raúl Bretón, un hombre que había construido su imperio con sus propias manos, estaban perdidamente ilusionados con dos "niñas huérfanas", criadas en el barrio más pobre de la ciudad. En su mente cerrada, si no hubiera sido por la caridad de Bernarda Monterrosa, esas chicas serían unas parias, lo peor de la sociedad.
El estatus de Belle y Samira, a sus ojos, era ínfimo, una mancha en el linaje que pretendían curar con la sangre "azul" de Kendall.
Todo este maquiavélico plan se había puesto en marcha hacía seis meses, cuando los caminos de Diego y Belle se volvieron a cruzar. Un reencuentro que, aunque ellos creían casual, había sido meticulosamente orquestado por una mano divina... o más bien la de Angie, pero para la familia de Diego, era una maldición que venía cagada de ambición.
Ese encuentro, destinado a ser un simple chispazo, terminó sellando un destino que sus enemigas juraron romper a cualquier costo.
Hace 6 meses
La confirmación llegó por correo: Belle Ferrer había sido aceptada para realizar sus prácticas en Bretón S.A. La empresa, conocida por sus innovaciones, estaba incursionando en el mundo del arte, creando un nuevo departamento dedicado a artículos de contenido histórico y representación artística.
Recién concluida la facultad de Artes, Belle fue asignada para ayudar en la conformación de los elementos artísticos de la empresa y en la organización de las salas de exposición. Su trabajo incluiría la evaluación de cuadros y la propuesta de temáticas fluidas.
Aunque era una artista talentosísima con un pincel exquisito, la verdad era que Angie había movido sus hilos para que la aceptaran. Había postulantes con más experiencia, pero Angie creía en ella: Belle era su sobrina y, lo más importante, tenía toda la capacidad para destacar.
El primer día de Belle en la empresa no podía ser más crucial. Cruzó las puertas de cristal con una mezcla de nerviosismo y emoción. Y la primera persona que vio, plantada en el lobby como si fuera la dueña, fue la arrogante de Kendall.
La mujer se acercó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, fría y calculadora.
—Vaya, así que tenemos una nueva pasante —dijo, escaneando a Belle de arriba abajo.
—Bonita, eh... pero tampoco es para tanto.
Le dio la espalda de inmediato, haciendo un gesto con la mano para que la siguiera.
—Ven, te mostraré tu lugar.
Kendall lo sabía perfectamente. Sabía que Belle no era una pasante cualquiera. Era la amiguita de la infancia, la "pequeña hada" que Diego, el heredero, siempre había apreciado por encima de todas las cosas. Y desde ese mismo instante, Belle tuvo una enemiga declarada.
Fue en ese momento cuando Belle se mordió el labio inferior, no por nerviosismo, sino para contener la indignación que hervía en su interior. No podía creerlo.
La reconoció al instante: era la misma mujer que le había abierto la puerta del departamento de Diego hacía cinco años, con aquella sonrisa de triunfo que le había partido el alma.
Pero ahora no era una adolescente desconsolada. No, no estaba dispuesta a tolerarlo. Si Kendall se pasaba de lista, estaba más que preparada para darle una lección. Con una determinación que le ardía en el pecho, levantó la barbilla y la siguió, aunque eso significara tener que morderse la lengua por un tiempo.
Mientras caminaba hacia su nuevo puesto de trabajo, su presencia no pasó desapercibida. Belle poseía una belleza clásica y serena, pero era esa suave aura que la rodeaba como una brisa de primavera, la que realmente capturaba las miradas.
Entre esas miradas, estaba la de Mía, una pasante ya contratada que llevaba un año en la empresa. Al ver a Belle seguir a Kendall con la cabeza en alto, una sonrisa de genuino interés se dibujó en sus labios. Sintió, con una corazonada certera, que esa chica nueva sería la pesadilla de la arrogante Kendall. Y, claro que sí, le agradó de inmediato.
Kendall se detuvo con un gesto de falsa piedad frente a un escritorio maltrecho, arrinconado en el lugar más oscuro de la oficina, donde ni siquiera la luz natural se atrevía a entrar.
—Este es tu puesto de trabajo —anunció con voz seca.
Belle levantó una ceja con elegancia, carraspeó sutilmente y clavó su mirada en Kendall.
—No hay problema —respondió, su voz serena como un lago en calma.
—Este es un lugar para trabajar, aunque... siempre pensé que la empresa Bretón tenía muchos más recursos. Parece que solo es una fachada.
Mientras hablaba, acomodó sus cosas con calma y, con un movimiento deliberado, pasó la yema de los dedos por el polvo de la silla antes de sentarse con la postura impecable que Bernarda le había enseñado desde niña. Era el gesto de una dama reclamando un trono, no de una pasante aceptando una migaja.
Kendall palideció de indignación. La sangre le golpeó las sienes. ¿Cómo se atrevía esa mocosa a ser tan arrogante?
—¡Usted es una pasante, señorita Belle! —espetó, con la voz temblorosa de rabia.
—No sea arrogante. No espere que se le den las mejores cosas por el simple hecho de estar aquí.
Belle asintió, fingiendo una reflexión profunda.
—Tiene razón, soy una pasante —concedió.
—Sin embargo, creo que en este lugar ni siquiera a un perro le darían un escritorio como este. Esto me hace pensar que la empresa Bretón debe estar en serios problemas, quizás al borde de la quiebra.
—Parpadeó, inocente, como una flor venenosa.
Kendall estaba al borde del estallido. Quiso replicar, pero Belle se puso de pie de nuevo, erguida y deslumbrante.
—Señorita Kendall, no olvide que mi madre es Bernarda Monterrosa, una CEO, la más poderosa de este país. Sé muy bien cómo se trata a los pasantes en una empresa seria y sé cómo debe cuidarse la imagen corporativa, tanto hacia fuera como hacia dentro. Esto —hizo un gesto sutil hacia el rincón oscuro, me deja muy claro que la empresa Bretón no tiene el más mínimo interés en su imagen, y mucho menos en las personas que trae a trabajar.
Su tono era de una tranquilidad aterradora, pero la firmeza en sus ojos era incuestionable. Kendall enrojeció hasta la raíz del cabello, tan furiosa que las palabras se atascaron en su garganta.
Fue entonces cuando apareció Jaime, el asistente personal de Diego Bretón. Al notar la tensión palpable, frunció el ceño.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó, con una curiosidad que dejó a Kendall paralizada, atrapada en su propia trampa.