"Armstrong", como era llamada por su guardaespaldas, por sus seguridades y hombres de lealtad, deseaba fervientemente tener y dominar a D'Angelo, la joven que aceptó como pago de una deuda. CEO y dueña de un casino, se encuentra completamente enamorada después de muchas discusiones, insinuaciones y conversaciones duras con la joven. Armstrong era una mujer cruel, prepotente, egocéntrica y maligna, pero que con el paso del tiempo, aprendió a amar y cambió completamente con la fuerza de ese amor.
Por otro lado, "D'Angelo" sufre al saber que todo no fue más que un intercambio y que aquellos en quienes siempre confió con todas las fuerzas de su corazón, fueron quienes la dejaron en manos de una poderosa millonaria que escondía de la sociedad, secretos oscuros y maldades. A partir de un punto y de un diálogo saludable, la relación de ambas comienza a cambiar y todo llega a un consenso, donde a través de las líneas del tiempo, se convierte en un verdadero amor.
[VOLUMEN 1]
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Capítulo 8
- Señorita Armstrong... hoy podrá elegir entre los seguridades, un guardaespaldas para usted - Mercier decía de pie a mi lado, mientras yo leía un libro de la biblioteca, sentada al borde de la piscina en una silla de descanso.
Tuve que buscar la ficción de los libros para alejarme un poco de mi realidad. Estaba huyendo insistentemente de algo que luchaba de todas las formas para infiltrarse en mi corazón.
Aquel beso feroz, no lo había olvidado, ni siquiera con el amanecer y el atardecer fui capaz de olvidarlo. Megan Armstrong me estaba dejando pensativa, a punto de verla siempre en mis sueños.
Acepté el hecho de que ella me deseaba, pero también que buscaría consuelo en la primera mujer que encontrara.
No tenía derecho a sentirme incómoda, pero solo por el hecho de que supuestamente estábamos casadas en papel, no me sentía cómoda. Todos en la mansión sabían de nuestra posible relación y tal vez de lo que ella hacía a escondidas o en las callejuelas de las noches con su empleada. No podía negar que Lola era una mujer bonita y que estaba interesada en Megan.
Pasaron tres días sin ver a Megan Armstrong y mucho menos a Mercier.
- Armstrong eligió tres, así que decide cuál quieres como tu guardaespaldas.
Cerré el libro y vi el movimiento del agua en la piscina, era tranquila. Cómo deseaba volver a tener la tranquilidad de mi antigua vida, nunca me acostumbraría a revólveres a centímetros de distancia. Era demasiada locura para mi cabeza.
- ¿Por qué iba a querer un guardaespaldas si no salgo de esta mansión?
- Es para que siempre te sientas segura, señorita.
- No, gracias... no tiene sentido.
- Bueno... en algunos días, Armstrong te presentará a todos como su esposa y tu guardaespaldas te acompañará, como yo a Armstrong.
¿Presentarme?
Ella debería estar allí diciéndome esas cosas en lugar de Mercier. Ahora me presentaría como si estuviéramos llevándonos bien en ese matrimonio.
- No sabía que tú eras su guardaespaldas, Mercier.
- Soy mucho antes de que ella hubiera nacido.
- Umm... tampoco sabía que eras tan viejo - sonreí por la broma y su rostro serio me miraba con decepción - Ah... vamos, Mercier, ¿te molestó?
- No, señorita, acepto que soy viejo, pero como ves, me cuido muy bien... y además... Armstrong solo tiene 25 años. A los 23, empecé a trabajar para la familia.
- Veinticinco - unos años mayor... tenía sentido que Megan Armstrong fuera tan feroz y ardiente. Y yo que nunca había parado a reflexionar cuántos años tenía la diosa, jaja.
- Exacto, pero volvamos a hablar sobre los seguridades elegidos... - silbó y James, Jones y otro hombre vinieron en nuestra dirección.
Se detuvieron en posición de soldado a centímetros de nosotros y los miré. Ya que debía elegir, James sería la elección - señorita, elija.
- Ummm... puede ser James.
James me sonrió emocionado, pero rápidamente ocultó su sonrisa y cambié de opinión.
- En realidad... - miré a Mercier - ¡mi mujer debería elegir! ¿Dónde está ella?
Todos me miraron sorprendidos por mi afirmación repentina, mientras que yo, me sentí poderosa al referirme a Megan como mi mujer, puedo decir que me gustó.
- ¡Respóndanme! - ordené, conteniéndome de todas las formas para no reírme de mi pose rígida y la cara de asombro de ellos. Hilarante.
- Armstrong está en la oficina resolviendo asuntos de su empresa y...
- ¿Y dónde ha estado durante todos estos días, Mercier?
- En viajes a las sucursales, negociando la exportación y venta de los autos deportivos.
- ¿Está bien? - me preocupé repentinamente.
- Solo un poco cansada, pero sí... está muy bien.
- Quiero verla, llévame hasta ella. - pedí levantándome y Mercier se puso delante de mí - ¿Qué pasa?
- ¡Ella no desea ser interrumpida!
- Entonces dile que yo... - tomé coraje y endurecí mi voz - que la veré de todas formas. James, ¡acompañame!
- Sí, señorita. - dijo James, ocultando su rostro de la mirada cerrada de Mercier.
Mercier ya no me impidió más, así que seguí a James.
Entramos en la mansión y James siguió en silencio. Solo observé el camino por el que pasamos, grabando todos los detalles. Subimos una escalera de escalones negros y brillantes, y me apoyé en la barandilla durante toda la subida.
Me atreví a preguntarle algo a James, tan pronto como paramos frente a una puerta de madera negra que podía abrirse hacia ambos lados, como la del dormitorio. James se volvió distante.
- ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para Megan?
- Diez años - susurró - ahora me voy, señorita, con permiso.
- Espera, yo... - intenté detenerlo, pero bajó corriendo las escaleras. ¿Tenía tanto miedo de la poderosa jefa?
Respiré hondo, con esperanzas de verla y cuando abrí la puerta, me encontré con ella contando varios billetes y agrupándolos en montones. Sus ojos se alzaron con decepción por haber sido interrumpida en su cuenta y asintió. Entré cerrando la puerta y acabé desviando la mirada de ella.
- ¿Qué haces aquí, Stella? - preguntó levantándose con las manos extendidas sobre la mesa llena de dinero.
Pude ver el estilo negro-rosado de su vestimenta formal. Su blusa estaba con los dos primeros botones abiertos y pude ver un collar de plata en su cuello, lo que la hizo aún más atractiva. Tenía el cabello recogido y mechones caían en su frente.
Me paralicé y no pude responder.
- ¿Cómo encontraste mi despacho, Stella?
- Ah... - volví a la realidad y pude recorrer rápidamente con los ojos todo el estilo de madera de las paredes negras y vi un cuadro enorme detrás de ella - yo, yo - ocultaría el hecho de que James, el miedoso, me ayudó a llegar a aquel lugar frío, silencioso y algo turbio - estaba recorriendo la mansión y me dio curiosidad saber qué había detrás de esa puerta.
- Umm... - ella se acercó a mí y solo su viento, junto con su perfume me hicieron temblar - tengo la impresión de que eso es mentira.
- Quiero evitar que despidas a mi guardaespaldas.
Megan sonrió y se alejó hacia atrás, sin girarse y se apoyó en la mesa, quedando medio sentada.
- Los hombres leales a la seguridad de la mansión no son decapitados cuando cometen un error.
- Creo que por tu tono de voz maligno, eso es mentira.
- La mentira es que salgas diciendo por la mansión que soy tu mujer - sonrió, pero sin expresión y no me importó. Mercier seguro abrió la boca - solo tendrás voz dentro de esta mansión cuando cumplas tu papel de esposa, siguiendo todos los deberes de una esposa.
- Bueno... - necesitaba hablar, me sentía mal por lo que le había hecho.
- Ahora sal de mi despacho - me interrumpió bruscamente.
- ¡No! - me impuse y sus ojos se cerraron un poco, como en una mirada analizadora.
- Stella... no eleves la voz hacia mí.
- Debo mantener la voz firme mientras sigas interrumpiéndome.
- Entonces di lo que quieres y cuando acabes... ve a leer ese libro idiota.
No era raro que ella supiera todo lo que hacía en aquella mansión.
- Bueno... - me acerqué sin apartar la mirada de ella, necesitaba volver a sentirla para asegurarme de lo que mi cuerpo o mi corazón estaban sintiendo.
Esos sueños, aquel recuerdo e incluso el contacto con ella.
- Quiero que me dejes hacer algo.
- ¿Qué quieres hacer?
Me detuve frente a ella y dudé un poco mientras ella me miraba sin entender.
- Quiero besarte, Megan.
- Jaja - sonrió con ironía - qué graciosa eres, lástima que no estés al nivel de los pa...
Me abalancé sobre su boca antes de que terminara de hablar y comencé a besarla, incluso con sus labios inmóviles. Me detuve e intenté alejarme, ya tenía la prueba que quería para saciar la duda en mi corazón, sin embargo, Megan me agarró los antebrazos y me miró con su mirada feroz.
- ¡Nunca vuelvas a hacer esto!
- Está bien. - Tragué saliva y acepté, aunque quería repetirlo.
- ¿Qué pretendes con esto?
- Yo, yo...
- No me gusta que jueguen conmigo, Stella - comenzó a apretar mis antebrazos - ¿Crees que puedes llegar aquí y hacer lo que quieras?
- Megan... - me causó miedo.
- ¡No! No puedes.
- ¡No me lastimes! - exclamé y me solté de su fuerza.
Ya tenía mi respuesta.
- No lastimo a las mujeres que deseo.
- ¿Entonces por qué me cambiaste por Lola esa noche? -grité esas palabras. Ella me lastimó.
- Tú sabes por qué, pero no te mandé a buscarme.
- Me lastimaste y me hiciste llorar... no deberías haberme dejado, deberías haber... haber...
- ¿Debería acostarme con alguien que nunca me deseó?
- No... ¡deberías haberme escuchado! Habríamos resuelto.
- ¿Resolver qué? ¿Qué jamás me desearías?
- ¡No!
- ¿Entonces qué? ¿Querías que me quedara rogando a tu lado?
- No... solo quería dejar claro que en ese momento yo... yo realmente te deseaba.
- No, no te desee. Estabas haciendo eso para salvar la vida de un desconocido.
- No, Megan... te deseé.
- No te creo, Stella.
- ¡Soñé contigo! -confesé y ella abrió los ojos, atónita.- he soñado contigo... con tu beso.
Ella negó con la cabeza y trató de alejarse, pero la rodeé con mis brazos, como en un impulso desesperado y nuestros cuerpos se tocaron.
- Escúchame solo esta vez, Megan. -pedí en un susurro.
- No me gusta que me mientan... ¡odio las mentiras!
- A nadie le gustan las mentiras, Megan... solo quiero que me escuches.
- ¡Dime! -y bajó la cabeza.
- Soñé contigo después de aquel beso... y te besé hoy para estar seguro de una cosa.
- ¿De qué cosa? -susurró.
- Que no podré escapar del sentimiento que intenté mantener lejos de mi corazón. Eres una mujer cruel, prepotente y fría, pero también hiciste algo por mí que nadie hizo.
Ella me miró y clavó sus ojos en mí.
- Me sacaste de las manos de aquellos que no me amaban incluso de manera sucia, pero no me maltrataste.
- Sé que soy cruel y lo reconozco...
- Eres sincera, Megan... y he decidido que aceptaré ser tu esposa.
Hubo un silencio entre nosotros, a pesar de que nuestros cuerpos se tocaban constantemente.
- ¡No puedes jugar conmigo!
- No quiero jugar contigo y mucho menos pelear... realmente quiero ser tu esposa y tu mujer -dije tocando su mentón, viendo sus labios muy cerca.
- Pero para eso tienes que desearme. -quitó mi mano.
- Te deseo, Megan... te deseo ahora. -confesé.
- Stella, Stella... -dijo mi nombre de una forma tan profunda que me hizo desearla, sentí un calor en el cuello y suspiré- Stella, por favor.
- Sí, Megan.
- ¿Qué crees que soy? -exclamó, con un odio repentino en su mirada y me empujó- ¡sé que no me quieres!
- ¿Todavía no me crees? -intenté acercarme, pero ella se volvió de espaldas, ignorándome por completo.
- ¡No te creo! -afirmó.
De repente golpearon la puerta y ella se volteó, pero corrí a abrir, encontrándome con la querida Lola. ¿Entonces por eso no quería ser interrumpida?
Lola bajó la cabeza y se giró para irse, pero...
- Entra, Lola... -Megan habló detrás de mí- realmente necesito hablar contigo.
- No, Lola. Vete y no vuelvas. -dije amablemente y ella vaciló en irse porque miraba hacia mí y hacia Megan, decidiendo qué orden seguir...
- ¿Debo quedarme, Armstrong?
- ¡Sí!
- ¡No! En este momento estoy ocupada con mi mujer. -dije y cerré la puerta, encerrándome con Megan allí, en esa oficina.
Antes de voltearme para enfrentar a mi supuesta esposa, fui empujada contra la puerta y mi cuello fue agarrado agresivamente, dejándome sin aliento por un momento, hasta que sentí sus manos tirando de la cremallera de mi vestido y rasgándolo ferozmente.
Su boca mordió mi oreja seguido de...
- Ahora sí serás mía.
Y luego mi hombro fue mordido, haciéndome sentir un dolor soportable.
- Como expulsaste a Lola, haré contigo lo que haría con ella.
- ¡Así que por eso no querías ser interrumpida, maldita! -Ella no respondió.
- ¡No! ¡No harás nada conmigo! -dije, forcejeando y tuve los brazos sujetados fuertemente.
- Ves... mentiste todo el tiempo, no me deseas.
- Te deseo, pero no así.
- Pero así es como soy yo. Me gusta dominar.
Megan me giró y vi sus ojos llenos de ferocidad y deseo. Sus manos me soltaron y una deslizó desde mi hombro hasta uno de mis senos, el cual fue apretado, dándome una sensación de entrega repentina.
— ¿Todavía quieres mentir y bla bla bla?
— No mentí... ¡no mentiría sobre un sueño que fue capaz de repetirse tres noches seguidas! — confesé y la empujé, pero ella continuó ahí como una roca frente a mí.
— Ya que afirmas que no es una mentira todo lo que dijiste, dime ¿cómo me deseas?
Asentí simplemente después de tomar aliento y toqué sus brazos, siguiendo y guiando su cuerpo hacia la mesa, donde la apoyé. Su boca estaba ahí a centímetros de mí, pero lo que más llamó mi atención fue la blusa social rosa.
Comencé un beso lento con ella siguiendo mi ritmo y así mis manos fueron desabrochando los botones de la blusa. Sonreí cuando vi sus senos escondidos en el sujetador sin relleno negro. Besé su barbilla y bajé por el cuello, y volví a besar aquella boca de movimientos increíbles.
Dejé a Megan envuelta en mis labios y de repente, logré vestirme con su blusa ligeramente, dejando nuestros labios lejos el uno del otro.
Me alejé y su furia la tomó. Ella me agarró, debido a que la engañé, y me debatí, con ella insultándome.
— ¡Desgraciada!
— ¡Vas a pagar por esto!
La quería, pero saber que ella me iba a cambiar por Lola una vez más, me llevó a provocarla, una provocación más que merecida.
— Seguramente pagaré por esto, pero por ahora... ¡no dejaré que me toques! — logré soltarme.
Comencé a abotonar los botones, mientras la miraba con una sonrisa traviesa, que la enfureció más.
— Si no me quieres... ¡buscaré a quien me desee!
— ¡No! — grité y cubrí su boca con mi mano, dejándola furiosa. — Si lo haces, no tendrás más oportunidades conmigo.
— ¡No me amenaces! — dijo ella y vino hacia mí, y yo la empujé de vuelta a la mesa.
Terminé de abotonar la blusa y...
— Ahora volveré a leer mi libro idiota y tú... termina con ese dinero tuyo — dije, sabiendo usar la audacia y la ironía — Nos vemos, esposa.
Salí y tan pronto como cerré la puerta, escuché un golpe dado contra la mesa, ella descargó toda su furia en el pobre mueble.
Regresé a la piscina y por donde pasé, los guardias de seguridad me miraban y no pestañeaban. Mis piernas estaban al descubierto porque la blusa social de Megan cubría solo hasta la mitad de mis muslos.
Con esa imagen, dejé bien claro que algo comprometedor podía haber ocurrido entre Megan y yo. Aunque la deseara, no cedería si ella seguía siendo bruta y violenta.