El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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La bienvenida
Sofía
Me deslizo por el amplio asiento de cuero blanco de la limusina, de ventana en ventana. ¡No quiero perderme absolutamente nada!
Hace ya unos veinte minutos que las casas han ido aumentado en tamaño y belleza. Ahora cada casa ocupa una cuadra completa. Estoy a punto de ponerme a chillar como una niña pequeña incapaz de poder controlar sus emociones.
La casa en la que viví con mi papá era hermosa, pero modesta. Todos los fines de semana cuando papá tenía libre paseábamos en su auto por los barrios más acaudalados de la ciudad, y quedábamos maravillados con las hermosas y enormes casas. Siempre me decía que algún día me construiría una casa digna de una princesa, pero lamentablemente murió el mismo día que cumplí doce años.
Aún lo extraño, y creo que siempre lo haré.
Mi mamá murió cuando nací, pero papá siempre me hablaba de ella y me enseñaba fotos y vídeos, así que de alguna manera siempre estuvo presente. Y además, papá se esforzó mucho para cumplir el rol de padre y madre, y creo que lo logró con creces. No pude pedir un mejor papá.
Lástima que un trabajo que hizo para su Capo le quitó la vida, pero en la Camorra morir siguiendo las órdenes de tu Capo es celebrado y admirado, y se usa como ejemplo para los demás.
Mi papá es y siempre será un héroe para mí y para la Camorra.
No puedo evitar chillar de alegría cundo la limusina gira y comienza a entrar por un camino empedrado y rodeado de enormes árboles de hoja perenne. A lo lejos se alza una enorme casa.
¡No. No es una casa, es una maldita mansión!
Comienzo a rebotar en mi asiento al pensar que viviré aquí los próximos meses, si todo sale bien. Pero sé que lo hará. Nunca he cuidado de un bebé, pero me he cuidado sola desde que papá murió y lo he hecho bien, digo, al menos estoy viva. Cuidar de un bebé debe ser mucho más fácil, ¿no?
Además, es un bebé, ni siquiera tendré que preocuparme de que escape por las noches.
Mis pensamientos son interrumpidos cuando puedo ver la mansión con más detalles. Predomina la arquitectura mediterránea, y los colores blanco hueso y gris. Tiene dos pisos y hay enormes ventanales por todos lados, los que imagino deben ser antibalas, ya que estamos en la casa del nuevo Capo de la Camorra, y siempre es mejor prevenir, sobre todo, si su hijo está aquí.
Es una lástima que la mamá del bebé haya muerto, según la poca información que me dio mi tía, quien estaba ansiosa por deshacerse de mí. Pero espero que tenga suerte como la tuve yo y que su papá sepa cumplir ese rol o se case con una mujer amable que ame al nuevo heredero, aunque no sea de su sangre.
–Mierda, ¿es eso un helipuerto? –pregunto al mirar hacia la parte trasera del terreno.
–Lo es, señorita Sofía –responde el chofer.
Mi rostro enrojece al darme cuenta que ha presenciado todos mis chillidos y gritos de admiración.
–Lo siento –susurro tan bajito que apenas yo consigo escucharme.
–No tiene que disculparse, señorita Sofía. Es una bella casa.
–¡Es la casa más hermosa que he visto en mi vida! –exclamo abrazándome con una enorme sonrisa en mi rostro que no creo que desaparezca tan fácil.
El señor baja de la limosina, abre mi puerta y me ayuda a bajar. Una vez en el suelo giro en trescientos sesenta grados y vuelvo a chillar.
¡Sigo sin poder creer que viviré aquí!
Es un sueño hecho realidad.
Me siento en las hermosas piedras planas que cubren la entrada. Paso mi mano por ellas y sonrío al sentirlas suaves y frías contra mi piel.
–El lugar tiene un helipuerto, tres piscinas, una de ellas se encuentra temperada. Además, hay una cancha de tenis y un enorme jardín que fue la creación del mejor arquitecto de paisajismos de Nueva York.
–La compro –suelto y luego rio al imaginarme alguna vez comprando una casa como esta.
El chofer ríe. –Se merece eso y más, señorita Sofía –dice mirándome con cariño–. Trabajé con su padre, siempre hablaba de su pequeña Sofía.
–Oh, es un gusto –digo levantándome y saludándolo con mi mano.
–El gusto es mío. Mi nombre es Matteo Rossi.
–Yo soy Sofía Palermo, pero imagino que ya lo sabe.
Asiente antes de hablar: –La mujer que lleva esta casa y estará a cargo de ti se llama Anna Romano, es amable, pero estricta.
–Entiendo.
–Espero que te guste estar aquí.
Sonrío. –Creo que sí, todo tiene que salir bien.
Me acompaña a la puerta y una vez que esta se abre, vuelve a la limusina.
Una señora de unos cincuenta años con un cabello tan negro como el mío, y unos ojos oscuros, me observa con detenimiento.
–¿Eres Sofía Palermo?
–Sí, señora.
–¿Cuántos años tienes?
–Diecinueve, pero le aseguro que cuidaré bien del bebé.
–Eso lo veremos –devuelve aun sin dejarme pasar–. Conocí a tu padre, uno de los mejores soldados que ha tenido la Camorra.
Sonrío como lo hago cada vez que alguien nombra a papá.
–Gracias.
–Espero que seas buena trabajadora y leal como tu padre.
–Lo espero también.
–Sígueme –ordena y comienzo a seguirla con la boca abierta al ver el interior de la casa, que es mucho más hermoso que el exterior, y yo que pensé que algo así no era posible –. Te quedaste con tu tío Narciso y su esposa, ¿no?
–Sí, señora.
–No me agradan.
Sonrío. –Ya somos dos.
Me mira y no puede evitar responder a mi sonrisa.
–Chica lista.
Comenzamos a subir una enorme escalera que lleva al segundo piso y mis ojos no se despegan de las hermosas obras de arte colgadas en las paredes.
–¿Es eso un Picasso?
–¿Te gusta el arte?
–No soy aficionada, pero reconocería un Picasso en cualquier lado.
–Es un Picasso.
–¿Réplica u original?
–¿Tú que crees?
Silbo impresionada. –Vaya.
–Tu habitación estará al lado de la del bebé.
–Entiendo.
Golpea una enorme puerta color bronce y sale una empleada con uniforme, con un olor nauseabundo y una mancha de vómito en su pecho y cabello.
–Al fin –exclama y sale corriendo de la habitación.
Un fuerte llanto, que oprime mi pecho, es todo lo que puedo escuchar.
–Bienvenida –dice Anna antes de empujarme a la habitación y cerrar la puerta detrás de mí.
–Mierda, ¿y ahora qué haré?