A los cincuenta años, Simone Lins creía que el amor y los sueños habían quedado en el pasado. Pero un reencuentro inesperado con Roger Martins, el hombre que marcó su juventud, despierta sentimientos que el tiempo jamás logró borrar.
Entre secretos, perdón y descubrimientos, Simone renace —y el destino le demuestra que nunca es tarde para amar.
Años después, ya con cincuenta y cinco, vive el mayor milagro de su vida: la maternidad.
Un romance emocionante sobre nuevos comienzos, fe y un amor que trasciende el tiempo — Amor Sin Límites.
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Capítulo 7
La recepción de la empresa era deslumbrante. Lámparas de araña brillaban sobre las mesas repletas, y los empleados se dispersaban en trajes elegantes, acompañados de sus familias.
Yo caminaba al lado de mamá y de mi padre, sintiendo todas las miradas volverse hacia nosotros.
Fue inevitable. La belleza de Simone, tan bien cuidada y elegante en su vestido verde, encantaba. Murmullos comenzaron a circular entre los colegas de Marcelo.
— ¿Viste? Es su esposa… — susurró uno.
— Increíble… siempre la escondía. ¿Y ahora aparece con una mujer así? — comentó otro, sorprendido.
— ¿Y la engaña con Tamara? No se puede entender… — completó un tercero, sacudiendo la cabeza.
Mamá caminaba con discreción, pero era imposible no notar cuánto se destacaba. El cabello suelto en ondas, el brillo en los ojos y la sonrisa tímida le daban un aura de sofisticación que pocos imaginarían. Yo, a su lado, sentía un orgullo inmenso.
Mientras papá intentaba mantener la postura, el director de la empresa se acercó. Nos saludó con cordialidad, y luego miró directamente a mamá.
— Marcelo, con todo el respeto… — dijo, sonriendo. — Su esposa es encantadora. Tiene una familia hermosa.
Mamá se sonrojó, incómoda, pero agradeció educadamente. Papá forzó una sonrisa, visiblemente incomodado con el reconocimiento público que, en vez de elevarlo, exponía la verdad que él siempre intentó esconder.
Fue en ese momento que Tamara llegó. Estaba acompañada de su hija Núbia, casi de mi edad. Ambas llamaban la atención, acostumbradas a vestirse para impresionar.
Sin embargo, esta vez no acertó en la elección del look, pues Simone estaba mucho mejor vestida y mucho más elegante que ella.
Ella usaba un pantalón social crema, una blusa de leopardo y algunos accesorios.
Pero el impacto fue otro: cuando Tamara avistó a mamá, su rostro se transformó. Se detuvo por algunos segundos, mirándola fijamente con sorpresa evidente. Esperaba ver a la mujer apagada y sin gracia que mi padre describía tantas veces. En vez de eso, encontró una Simone elegante, refinada y bonita al punto de opacar su propia presencia.
Tamara se mordió los labios, los ojos brillando de celos. Lo que debería ser un encuentro confortable se tornó una amenaza. Por primera vez, se sintió insegura delante de la esposa de Marcelo.
Yo, observando desde lejos, percibí todo. Y pensé conmigo misma:
"Hoy no somos nosotros los que necesitamos avergonzarnos. Hoy es papá quien tendrá que lidiar con la verdad."
El salón ya estaba lleno de risas y conversaciones animadas cuando el director de la empresa subió al escenario. El sonido del micrófono resonó, pidiendo silencio.
— Señoras y señores, espero que estén disfrutando nuestra confraternización anual. — dijo él, sonriente. — Quiero anunciar que luego del almuerzo daremos inicio a nuestro gran bingo. Y para realzar aún más el momento, el premio de cincuenta mil reales será entregado personalmente por nuestro renombrado CEO, el señor Roger Martins.
Un murmullo recorrió el salón. El nombre del CEO era casi legendario, y su presencia traía peso e importancia a ese encuentro.
Las familias se acomodaron en sus mesas, y el almuerzo exquisito comenzó a ser servido. Camareros circulaban con platos bien elaborados, vinos y postres sofisticados.
Yo estaba al lado de mamá, observando a cada instante cuánto se destacaba. Elegante, serena, pero aún tímida ante tantas miradas, ella probaba que no necesitaba de exageraciones para llamar la atención.
Del otro lado de la mesa, Marcelo mi padre, permanecía en silencio. Apenas levantó los ojos para encarar a Tamara, que estaba en una mesa próxima. La vergüenza era evidente.
Tamara, por su parte, no conseguía esconder la incomodidad. Intentaba sonreír, pero su mirada permanecía fija en mamá, estudiando cada detalle de ella. Era como si no creyera en lo que veía. La mujer que Marcelo describía como apagada y sin gracia ahora se mostraba impecable, robando discretamente la escena.
A cada risa de Simone, a cada comentario gentil que recibía, Tamara se removía en la silla, inquieta. Apenas tocaba la comida, como si el plato frente a ella fuese invisible.
— Mamá… — murmuró Núbia, apoyándose en ella. — Intenta calmarte. Nadie te está mirando.
Tamara sonrió amarillo, apretando la mano de la hija.
— No entiendes, Núbia… — susurró. — Ella no es nada de lo que él siempre me dijo.
— Mamá, ella realmente es bonita, ¡pero Marcelo te prefiere a ti!
— Sabes, Núbia, ahora comienzo a entender por qué él no consigue divorciarse de ella, con certeza la ama, solo me está tomando por idiota.
— Mamá, lo importante es que él te da todo lo que pides, él te ama con seguridad.
— No sé, hija, después de hoy sé que voy a tener que esforzarme mucho más para conseguir tener a Marcelo solo para mí.
Y, mientras los camareros recogían los platos del almuerzo, Tamara aún no había conseguido comer más que algunos bocados. Su apetito había sido devorado por los celos, por la inseguridad y por la presencia de una Simone que, sin percibirlo, estaba sacudiendo todo el teatro construido por Marcelo.
El salón, sin embargo, ya comenzaba a prepararse para el tan esperado momento del bingo.