Ni Villana, Ni Santa

El salón de los duques estaba iluminado con decenas de cristales mágicos de luz. Esa noche, Esther había aceptado recibir a la delegación enviada por el emperador, sin sospechar que entre ellos venía alguien que marcaría un antes y un después en su vida.

Cuando Arturo Volt entró en la sala, la atmósfera pareció cambiar. Era alto, de porte elegante, con el cabello negro que contrastaba con la palidez de su piel y aquellos ojos celestes tan claros que parecían observar más allá de lo visible. Esther, que tantas veces se había preparado para leer y dominar a los hombres en las salas de negocios, se encontró por primera vez sin palabras.

[Nunca… en ninguna de mis vidas he visto a alguien tan hermoso] El pensamiento la tomó por sorpresa, obligándola a bajar la mirada para recuperar la compostura.

Pero Arturo no era un hombre que buscara llamar la atención. Su timidez natural lo llevaba a hablar poco, a observar más que a opinar. No tenía la arrogancia de otros príncipes; más bien parecía medir cada palabra antes de pronunciarla.

—Lady Esther —dijo con voz suave, inclinándose con cortesía—. Es un honor finalmente conocerla. He oído que se interesa en el comercio de nuestras tierras.

Ella levantó los ojos, sorprendida por la calma que transmitía aquel hombre. Podía sentir la inteligencia detrás de su mirada, como si todo lo que hacía o decía estuviera cuidadosamente calculado. Sin embargo, en su timidez había también una honestidad desarmante.

—Su alteza —respondió con un atisbo de sonrisa—, hago lo que está en mis manos para comprender los negocios de mi familia… aunque no siempre soy bienvenida en ese mundo.

Arturo sostuvo su mirada por un segundo más del necesario, y luego asintió levemente, casi con torpeza, como si no supiera manejar aquella tensión inesperada.

Esther sintió cómo el aire se le agitaba en el pecho. No estaba acostumbrada a que alguien la mirara de ese modo: sin juzgar, sin subestimarla, solo… observándola con un interés silencioso.

En los días que siguieron a su llegada, Arturo acompañó discretamente a Esther en algunas visitas de inspección al comercio y en los banquetes organizados por los nobles. Siempre estaba presente, siempre correcto… pero nunca demasiado cerca.

Para Esther, aquello se volvió un tormento silencioso. Cada vez que cruzaba sus ojos celestes, sentía una vibración en el corazón que no podía controlar. Era como si su sola presencia abriera un abismo entre la estrategia fría que había cultivado y un deseo que la desconcertaba.

[Debo mantener la cabeza fría], se repetía mientras ajustaba sus guantes, mientras fingía interés en informes y cifras. Ella no era una muchacha que pudiera perderse en un rostro hermoso… y, sin embargo, ahí estaba, maravillada por cada gesto tímido de Arturo.

Pero Arturo mantenía las distancias con firmeza. Nunca le daba pie a la intimidad, nunca buscaba conversación más allá de lo necesario. Era como si hubiera levantado un muro invisible entre ambos.

Lo que Esther ignoraba era que ese muro tenía nombre: Bella Volt. La princesa quien había advertido a su hermano antes de partir:

—No te dejes engañar, Arturo. Esa muchacha, Esther, es astuta y malvada. Usa su dulzura para manipular y hacerse un lugar entre los nobles. Te lo digo yo, que la he observado.

Arturo, que confiaba en su hermana más que en nadie, había guardado esas palabras en silencio. Aunque sus propios ojos le mostraban a una joven diferente —serena, apasionada por lo que hacía, demasiado humana para ser la villana que describía Bella—, no podía evitar que la duda le calara hondo.

Por eso, cuando Esther sonreía, él desviaba la mirada. Cuando ella buscaba entablar conversación más personal, él respondía con frases cortas y formales. Cuando su corazón tímido quería acercarse, su mente le recordaba la voz de Bella: [Es malvada.]

Esther, desde su lado, no entendía aquel retraimiento.

[¿Me desprecia? ¿O teme algo?] se preguntaba en silencio, mientras trataba de mantener su postura erguida y sus pensamientos centrados en los negocios.

Cada encuentro con Arturo era un pequeño conflicto para Esther. Por fuera, mantenía la compostura: informes revisados, reuniones con comerciantes, palabras medidas. Pero por dentro, un torbellino la consumía.

Había algo en la manera en que él la ignoraba con cortesía, como si observarla fuera suficiente y hablar de más fuese peligroso. Esa distancia, esa timidez que él no podía ocultar por completo, despertaba en ella emociones que no había sentido antes.

[Maldita sea…], se decía mientras bajaba la mirada tras un breve intercambio de palabras —él apenas le dedicaba un gesto, y eso bastaba para que su corazón latiera con fuerza—. Pero la rabia contenida se mezclaba con un deseo inesperado. Cuanto más distante Arturo parecía, más imposible le resultaba sacarlo de sus pensamientos.

Se sorprendía a sí misma repasando cada pequeño detalle: la forma en que sus ojos celestes se clavaban en ella por un instante antes de apartarse, la manera casi torpe en que saludaba, la sonrisa contenida que solo aparecía en momentos breves.

Esther se obligaba a concentrarse en los negocios, a recordar que no estaba allí para enamorarse de un príncipe, sino para proteger los intereses de su familia. Pero cuanto más se centraba, más crecía la atracción que sentía por él. Era un fuego silencioso que ardía detrás de su autocontrol, un secreto que ni ella misma podía dominar.

Y mientras Arturo mantenía su distancia, siguiendo al pie de la letra lo que le había advertido Bella, sin saberlo, se estaba convirtiendo en el centro de un juego que no había planeado: cuanto más él la ignoraba, más ella deseaba acercarse.

Esther respiró hondo, tratando de calmarse.

—No puedo perderme… no ahora —susurró—. Ni por él, ni por nadie.

Aun así, por primera vez en mucho tiempo, su mente y su corazón empezaban a disentir. Una parte de ella quería mantener la cabeza fría; otra, deseaba romper todas las reglas y dejarse llevar por aquel hombre que no podía tener del todo.