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HERENCIA DEL SILENCIO

HERENCIA DEL SILENCIO

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Malentendidos / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Grumpyxsunshine / Completas
Popularitas:17.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Yazz García

Manuelle Moretti acaba de mudarse a Milán para comenzar la universidad, creyendo que por fin tendrá algo de paz. Pero entre un compañero de cuarto demasiado relajado, una arquitecta activista que lo saca de quicio, fiestas inesperadas, besos robados y un pasado que nunca descansa… su vida está a punto de volverse mucho más complicada.

NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Dependiente emocional

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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...A I N A...

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Después de salir de la biblioteca, el aire de la tarde me golpeó la cara como un recordatorio de que afuera existía un mundo diferente, sin planos de planta ni chicos insoportablemente encantadores. Saqué mi abrigo del bolso, lo ajusté en los hombros y marqué el número de Vicent.

—Hola, linda —respondió de inmediato, con ese tono dulce que al principio me había parecido romántico y ahora a veces me sonaba… afilado.

—Ya salí. Estoy cruzando el patio.

—¿No te dije que te esperaba en la puerta principal? ¿Por qué no me avisaste cuando saliste?

—Solo estaba a unos metros —respondí, caminando un poco más rápido—. No vi el problema.

Hubo un silencio. Luego, ese suspiro.

—Es solo que me preocupo por ti. Ya sabes cómo se pone la universidad por la tarde. Hay gente extraña.

—No soy de cristal, Vicent —dije, con una risa que intentaba sonar natural.

—Y yo soy tu novio, no tu enemigo. No me hagas sentir como si estuviera loco por cuidarte.

Lo vi antes de que colgara. Estaba apoyado contra su auto, impecable, elegante como siempre, con su suéter de cachemira perfectamente ajustado y ese rostro de catálogo. Era guapo. De un modo meticulosamente perfecto.

—Aina —dijo cuando me acerqué, extendiéndome los brazos. Me abrazó de inmediato, pero no era un abrazo cualquiera. Era de esos que duraban un segundo más de lo normal. Como si marcara territorio.

—¿Qué tal la clase? —preguntó mientras me abría la puerta del copiloto.

—Interesante. Nos pusieron a hacer otro proyecto en pareja.

—¿Con quién? ¿Con Verónica?

—No. Con Manuelle Moretti.

Silencio. De nuevo.

—¿Ese es el hijo de Gael Moretti? ¿El mismo que tu padre no puede ni nombrar sin fruncir el ceño?

—Sí, ese mismo —respondí, abrochándome el cinturón—. Pero no elijas mis compañeros por mí, Vicent. No voy a rechazar un proyecto porque a mi padre no le gusta su familia.

Él encendió el auto y empezó a conducir sin responder.

—Vicent —insistí—. ¿En serio?

—Solo me parece curioso que justo con él te toque. Con la cantidad de estudiantes que hay… parece hecho a propósito.

—¿Ahora es una conspiración?

—No me tomes por tonto, Aina.

Rodé los ojos y giré mi rostro hacia la ventana. Reconocía ese tono. Era el tono que usaba cuando no podía controlarme directamente, así que intentaba envolverme en culpa, preocupación y lógica forzada.

—Es solo un compañero de clase, Vicent. Ni siquiera lo soporto. Es engreído, cínico y me saca de quicio.

—Bueno —dijo más tranquilo—, entonces no debería preocuparme.

Me giré lentamente hacia él.

—No deberías, en ningún caso.

Él sonrió. Me tomó la mano sobre mi regazo y la apretó.

—Lo siento. Sé que a veces me pongo intenso. Es solo que no quiero perderte.

—No puedes perder lo que no posees, Vicent.

Me miró por el rabillo del ojo.

—Y aún así, aquí estás, conmigo. En lugar de estar con… tu compañero de proyecto.

Suspiré, cansada. Esa era una de esas conversaciones que siempre acababan en un “lo hago porque te quiero” y un “solo me preocupo por ti”.

Y lo peor es que, hasta hace poco, eso me bastaba.

Pero últimamente, no lo sé… me estaba ahogando. Me sentía como una de esas columnas corintias innecesarias en fachadas modernas: decorativa, sin sentido, fuera de lugar.

El resto del trayecto fue silencioso, con una canción indie de fondo, el olor a cuero del auto impregnándolo todo y mi mente vagando hacia una mesa en la biblioteca, donde un idiota con sonrisa torcida dibujaba cajas de circulación como si el mundo le importara un carajo.

Y lo peor no era que Manuelle Moretti me sacara de quicio.

Lo peor era que lo hacía… sin siquiera intentarlo.

Vicent aparcó frente a mi edificio con tanta brusquedad que sentí el freno en las costillas. Cerró el puño sobre el volante por un segundo antes de soltarlo y golpearlo con la palma abierta.

—¿Estás bien? —pregunté, sin querer sonar preocupada, pero igual salió.

—¿Te molesta que me moleste? ¿O ya todo lo que siento te resulta un fastidio?

—¡¿Qué diablos te pasa?! —me giré hacia él con el ceño fruncido.

Él me miró. Pero no era el Vicent encantador, ni siquiera el Vicent pasivo-agresivo al que me había acostumbrado. Era otra cosa. Era rabia pura, disfrazada de preocupación.

—Me pasa que estás distinta. Que desde que conociste a ese imbécil de Moretti andas con el ceño fruncido y la lengua afilada. No eres tú, Aina.

—¿Ah, no? ¿Y quién soy entonces, Vicent? ¿La versión que solo sonríe cuando tú lo apruebas?

Su mandíbula se tensó. Me giré para quitarme el cinturón, pero me detuve.

—¿Y sabes qué más me pasa? Que aún no olvido aquella noche en la fiesta de derecho del año pasado. Cuando me juraste que no había pasado nada con Sofie, y luego, sorpresa… resulta que sí te la cogiste en el baño del segundo piso.

Silencio.

Vicent se quedó completamente inmóvil. Como si mis palabras lo hubieran congelado.

—¿De verdad quieres hablar de eso ahora?

—Lo saco porque tú fuiste el primero en cruzar esa línea, Vicent. No me vengas a hablar de límites cuando los pulverizaste con tu ego.

Él soltó una risa seca.

—¿Y tú te crees muy inocente? —espetó de pronto—. ¿O piensas que no me doy cuenta de cómo miras a ese imbécil de Moretti? ¿Te crees tan buena actriz?

—¡Lo odio! —grité, tan alto que mis propias palabras me sorprendieron—. Me desespera, me molesta, y me saca lo peor de mí.

—¡Exactamente! —Vicent gritó también, golpeando el volante otra vez—. ¡Sientes cosas por él! Y eso es peor. Porque no te soy indiferente, pero él te mueve el suelo.

Yo abrí la puerta. El aire frío me golpeó la cara. Necesitaba salir de ahí. Ya.

Pero antes de poder bajarme, Vicent me sujetó del brazo. No con cariño.

—No te hagas la tonta, Aina —espetó, su rostro muy cerca del mío—. Sabes exactamente lo que ese Moretti quiere contigo y no es solo trabajo.

Mi corazón se aceleró del miedo.

—Suéltame —dije, firme, bajando el tono.

Él lo hizo. Como si mi voz lo hiciera retroceder.

Me bajé del coche, cerré la puerta sin mirar atrás y entré a mi casa con las piernas temblando.

No lloré.

No aún.

Subí las escaleras como si mis piernas fueran de piedra. Cada paso rechinaba más fuerte que el anterior, y no sabía si era por el silencio de la casa o por el ruido dentro de mi cabeza. Me metí directo al baño sin quitarme siquiera el abrigo. Cerré la puerta, me apoyé en ella y solo me permití respirar.

Una, dos, tres veces. Profundo. Lento.

Me quité la ropa sin pensar, la dejé caer al suelo como si al hacerlo me quitara también todo lo que Vicent había dicho. Entré en la ducha y dejé que el agua caliente me cayera sobre la cabeza, como si pudiera borrarme. Limpiar el tacto áspero de sus dedos en mi brazo.

El vapor llenó el espacio, y justo cuando empecé a relajarme un poco, escuché la voz de mi madre desde abajo:

—¡Aina! ¡Clarissa está aquí! ¡Va subiendo a tu habitación!

—Genial —murmuré, cerrando la llave del agua y envolviéndome en una toalla. Sabía lo que eso significaba. Chismes, fiestas, labios rojos y excusas para fingir que todo estaba bien.

Cuando salí del baño, Clarissa ya se había hecho dueña de mi cama. Estaba recostada como una diosa romana, con una blusa negra, pantalones ajustados y unas botas de plataforma como para patear al mundo si se ponía estúpido.

—Tienes cara de que necesitas dos tragos, una buena canción y una conversación honesta—dijo con una sonrisa.

—Estoy bien —respondí, secándome el cabello con la toalla. Me miró como si acabara de declarar que el helado es sobrevalorado.

—¿Volviste a pelear con el imbécil que tienes como novio?

Me senté en la esquina de la cama y bajé la mirada.

—Ya no sé qué hacer, Clari. Esta vez se está poniendo peor. Es como si… se le salieran las costuras. Como si ya ni siquiera intentara esconder que me quiere controlar.

Ella se incorporó y se cruzó de piernas, sus rizos cayéndole como cascada por los hombros.

—¿Y tú qué quieres?

—Sinceramente… —respiré hondo—. No se, pero lo quiero y me odio por eso. Pero, desde hace unos meses me tiene pensando…

—¿La vez de ese incidente?

Asentí. Con la mirada clavada en el suelo.

—Desde ahí todo se rompió. Quise seguir porque pensé que con el tiempo iba a recomponerse, pero… no. Solo se volvió más exigente. Más posesivo.

Clarissa no dijo nada por unos segundos. Luego se levantó de la cama, se acercó y me tomó el rostro entre las manos.

—Entonces basta, Aina. No estás atrapada. No estás obligada. No eres una puta estatua. Puedes moverte. Puedes largarte.

La miré a los ojos. Me sostuvo la mirada sin una gota de juicio.

—No tienes que decidir todo esta noche —añadió, más suave—. Pero sí puedes venir conmigo a la fiesta y, al menos por unas horas, recordar que todavía existes fuera de él.

Sonreí, un poco. La primera del día.

—¿Qué me vas a poner? —pregunté, sabiendo que ya tenía un conjunto en su bolso como siempre.

—Algo que haría llorar a los ángeles —respondió con un guiño—. Y si ese idiota llama, no contestes. O mejor… pásamelo. Tengo algunas cosas que decirle en sueco.

Me reí, con ganas. No del todo feliz, pero tampoco rota. Y por ahora, eso era suficiente.

La fiesta ya estaba en su punto cuando llegamos. Música electrónica vibrando en el pecho, luces cálidas, cuerpos moviéndose al ritmo de una playlist que cambiaba cada treinta segundos.

Clarissa me dijo que le tomara una foto para subirla en sus redes sociales, asentí capturando su belleza con su teléfono.

Luego de unos minutos desapareció en cuanto un grupo de amigos se me acercaron —seguro ya había visto a alguien interesante— y yo me quedé explorando con la mirada, buscando una copa, tal vez otra cara conocida.

Y entonces lo vi.

Vicent.

Apoyado contra la pared, con una copa en la mano y… otra chica demasiado cerca.

Me congelé. Él me vio un segundo después, y su sonrisa se desdibujó en tiempo récord. La chica se alejó como si hubiera tocado fuego. Yo caminé hacia él, con el corazón latiendo a un ritmo estúpido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él, como si tuviera derecho a iniciar la conversación con ese tono.

Levanté una ceja.

—Yo te pregunto lo mismo. ¿Y esa? ¿Una amiga o simplemente una rubia con cara de “me comí a tu novio sin querer”?

—Aina, no empieces…

—No, Vicent. No seas cínico. Estás aquí, en la misma fiesta que se supone, me estás cuestionando por venir. ¿Qué pasó con la “prudencia”?

—Clarissa te arrastró a esta fiesta ¿cierto? —espetó, como si eso justificara todo—. Sabes que ella siempre te mete en problemas.

—¡¿Y tú qué?! ¿Tienes el descaro de cuestionar mi vida social? Puedo ir a la fiesta que se me antoje.

Hubo un silencio denso. Empezamos a atraer algunas miradas. Una pareja a nuestro lado se detuvo a mirar descaradamente. Vicent notó la atención.

—Ya. No es el lugar —dijo entre dientes—. Hablamos después. Tú y yo… más tarde.

—Claro —respondí, conteniendo la furia—. Qué conveniente.

Me giré y caminé directo a la mesa de tragos, buscando a Clarissa con la mirada. No la vi por ninguna parte, pero al menos encontré una copa. Sentí la rabia en la garganta, caliente, hirviendo, como si me hubiera tragado fuego.

Detrás de mí, Vicent se reía con me imagino, unos compañeros de su facultad como si nada. Como si yo no existiera.

—No va a arruinarme la noche —murmuré, más para mí que para nadie—. No esta vez.

Y, con ese pensamiento, bebí mientras veía las historias de mi alocada amiga.

1
Carmen Cañongo
MUCHAS bendiciones para ti autora sí sufrimos a lo grande sobretodo por Aina qué sé convirtió en una mujer sin piedad pero cómo siempre triunfó él amor, y sí té decides a escribir una nueva historia porque no la dé los hijos dé Manuelle
Carmen Cañongo
Clarissa tu sí qué supistes ganarte a toda la familia Moretti, eres tu sin duda la indicada pará un final feliz
Carmen Cañongo
ay sí declárate a Clarissa antes qué la pierdas, lánzate sin miedo por algo eres un Moretti
Anonymous
Muchas felicidades escritora! Leí la primera parte y ahora esta, realmente las dos están buenísimas, pero creo que está saco más mis sentimientos, en la parte final, me hizo pensar y pensar que todos podemos tener un final feliz! De verdad te felicito mil gracias y porque no más delante la historia de las gemelas, muchas gracias
Carolina Nuñez
muy bueno
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me facino muy bonita todo un caos Pero me encantó
Linilda Tibisay Aguilera Romero
que bellos me encantó esta historia todo un caos Pero muy bonita
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta como es Clari con ellos disfruta de esos momentos no como era la estirada y perfecta Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta que tomarás cartas en el asunto para que Aina no te jodiera la vida, Pero ahora toma acción en tu relación es hora del siguiente paso
Denys Aular
yo creo q ese hijo no es Manuelle porq sino van a caer en mismo círculo vicioso y q de una vez la desenmascare a la fina ella siempre le tuvo envidia a clarisa y no es secreto q es caprichosa así q se le quite de una vez el papel de víctima y en realidad se muestre lo q realmente es igualita al padre de manipuladora y poner todo a su favor y en cuanto a clarisa Manuelle ellos se quieren realmente q qde juntos y ya
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina está muy mal necesita ayuda ella siempre lo que ha sentido es un capricho ella solo quiso estás con Manuelle porque era lo contrario a lonqoe quería el papá para ella y por qué Clarissa era feliz con el siempre fue puro capricho
Carmen Cañongo
bravo por fin sé dan otra oportunidad no la cagues Manuelle defiende ése amor y manda a Aina al carajo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
tienes una segunda oportunidad con Clari por favor no dejes que Aina lo arruiné
Linilda Tibisay Aguilera Romero
busca ayuda psicológica para Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina tu necesitas psicólogo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
al fin Manuelle dijiste lo que tenías que haber dicho hace tiempo no era el momento pero Aina con su forma de ser te llevo al límite dándose golpes de pecho y haciéndose la víctima pero ella también fallo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
jajajajajajaja me encantó este capitulo me rei mucho un papá y hermano súper celosos y tóxicos jajajaja
Dark
Esta vez Manuelle no la cagues y dale el mugar de Reina que se merece en tu corazón, y sobre todo respeto. Respeta la cono mujer y pon límites con la otra,q fue siempre un envidiosa.
Carmen Cañongo
provoca taparle la boca uyy qué cansona Aina
Carmen Cañongo
y todavía tienes el descaro dé reclamar Aina no jodas
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