Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando. 
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
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1. Prometido a una bestia
...ADRIAN:...
Estar ante mi padre no era tan intimidante como el permanecer de pie ante la reina Vanessa.
Su mirada recorría cada parte de mí como si fuese un gato apreciando un ave distraída a su alcance. Sus ojos entre plata y azul eran fríos, carentes de alguna suavidad, tenía la piel blanca, muy pálida y el cabello tan oscuro como las alas de cuervos.
Era una mujer hermosa, cuya presencia parecía ser el de una víbora, el peligro podía sentirse, la energía oscura de la reina era palpable.
Una sonrisa tiró de sus labios rojos y sentí como se me helaban los huesos.
Se levantó del trono con gracia y empezó a bajar las escaleras.
Sus vestido era color blanco, mangas largas de encajes y una falda acampanada, sobre su cabeza reposaba una corona de diamantes.
Se detuvo frente a mí y elevó una ceja.
— ¿Cuántos años tienes? Querido — Su voz era melodiosa, pero engañosa.
— Treinta y dos.
Pareció sorprendida.
— Creí que eras el más joven.
— Soy más joven que mi hermano Arturo, por tres años — Dije, sosteniendo su mirada pesada.
— Sé que existe una princesa.
— Es la menor de los tres.
Soltó una risa — Pensé que Archibald perecería cuando sus hijos estuvieran en los veinte, a este paso, tu hermano seguirá siendo príncipe a los cuarenta... Es un poco cómico tener un título cuando ya no se tiene la edad, pobre, su reino no durará mucho si su padre no muere pronto — Entornó una expresión de pena, bastante fingida.
Sonaba a amenaza.
— He venido a cumplir con el trato, majestad, seré su esposo.
— Oh, pero que conmovedor — Tocó mi barbilla, a pesar de ser más alto, me sentí vulnerable — Eres guapo, muy guapo de hecho — Me reparó — Pero, entiende, no necesito de un rey.
— ¿Por qué aceptó el acuerdo?
— Porque me aburro — Frunció los labios — Necesito algo con que divertirme y por lo visto, tú eres adecuado.
— Majestad... Los conflictos entre los reinos...
— Hay que dejar muchos puntos claros — Dió golpecitos en mi pecho con su dedo índice.
El hombre apostado junto al trono vigilaba los movimientos, era un ser extraño, con una cicatriz en el lado derecho de su rostro, fornido y con uniforme, el cabello entre blanco y plateado, los ojos grises.
La reina siguió mi mirada.
— O'Brian, por favor deja de distraer a mi futuro esposo, no querrás que te recuerde lo que no debe hacerse en mi presencia.
Él solo apretó su mandíbula y se alejó un poco.
La reina me giró el rostro a la fuerza hacia ella.
— Solo serás mi esposo, pero las decisiones son completamente mías, entiendes.
— ¿Qué papel jugaré?
— Hay que entretener a los súbditos, darles lo que quieren en ocasiones, para callar sus estúpidas quejas... Siempre me han cuestionado por gobernar sola, no me creen capaz, pero si me caso y tengo un rey a mi lado, ya no se quejarán... Serás mi adorno y uno muy hermoso — Se mordió los labios — No te atrevas a cuestionar, porque ocurrirán cosas malas y si me cuestionas, tu reino y tú sufrirán las consecuencias, O'Brian puede darte una demostración si gustas — Hizo un gesto hacia el hombre, éste se marchó por una puerta trasera, volvió en seguida arrastrando a alguien.
Tragué con fuerza ante el nudo que me atravesó.
Estaba tan golpeado que no distinguía sus facciones, le faltaban dedos y trozos de piel.
El olor a sangre y carne quemada me revolvió las entrañas.
— Es uno de los hombres de tu padre, un mensajero que vino a traer el último mensaje hace como un mes — Dijo ella, haciendo un gesto de asco, elevando sus manos — No me gusta que me hagan enojar, que me provoquen, así que míralo por ti mismo.
— Majestad... ¿Por qué le ha hecho daño? Solo es un mensajero — Dije y chasqueó la lengua.
— Es un hombre del Archibald, sabía que mensaje entregaría, sobre amenazas y eso es muy bajo, amenazar en mi propio reino es algo que no voy a tolerar, tu padre tendrá que aprender que conmigo no se juega.
— Aceptó el trato y esto es...
— Siempre y cuando se me respete, yo respetaré, tu padre me ha amenazado que si no cumplo con mi parte del trato, se acabará la consideración ¿Eso no te suena a amenaza?
— Las amenazas de guerra deben cesar.
— Por supuesto, pero si viene a cobrar lo que pedí para mi reino, debe hacerlo con educación.
La reina era desquiciada, mi padre lo sabía y aún así me envió.
Ella firmó un tratado, aceptó recibirme como esposo, como una ofrenda de paz, debía pagar su deuda, Floris se beneficiaba del comercio y ella siempre sacó provecho, pero aún no pagaba, tenía que retribuir de esa forma.
Así es que se mantenían dos reinos aliados.
— O'Brian, corta su cabeza y envíala a su padre, es bueno darle un susto — Ordenó como si estuviese hablando de despellejar a un animal para la cena.
El hombre sacó una espada, podía escuchar los quejidos del moribundo en el suelo, escuchar su agonía y su respiración.
La espada bajó con rapidez, la sangre salpicó el mármol y la cabeza se separó del cuerpo, callando cada sonido tormentoso.
— Limpia esto en seguida — Ordenó ella, con gesto de desagrado.
El hombre arrastró el cuerpo y tomo la cabeza del cabello para llevarla como una bolsa de mano.
Me quedé a solas con la reina.
— Puedo bajarle a las amenazas, siempre y cuando seas obediente a mí, no me cuestiones, mi reino es más grande, tiene más soldados y barcos, puedo atacar a tu nación cuando guste, un simple papel no va a detenerme — Dijo, sonriente — Príncipe Adrian, sé leal a mí y todo seguirá en calma.
No tenía salida, no conocía este reino, no podía tener aliados dentro de ese oscuro castillo que parecía una mazamorra.
Por ahora, solo me quedaba aceptar mi destino.
— Lo seré, mi reina.
— Bien, aunque, no esperes que solo te conserva a ti, debes entender que tengo un amante y que no pienso desecharlo, no aún — Dijo, rozando su mano por mi pecho.
No me importaba si tenía amante, mientras estuviese lejos de su atención por un tiempo, estaba bien.
— Lo acepto, majestad.
— Te encantará conocerlo, me gustaría jugar con los dos al mismo tiempo — Sonrió abiertamente, con una mirada llena de lujuria.
— ¿Jugar?
— Sí, aunque ya lo verás después, ahora quisiera divertirme contigo — Bajó su mano por mi abdomen — Ver lo que ocultas — Tocó por encima del pantalón y me sentí muy incómodo — Siento que está muy blando aquí ¿A caso no te gusto? — Se pegó a mí, con gesto de decepción.
— Majestad, estoy agotado, tuve un viaje largo.
— El duque Dorian siempre tiene viajes largos antes de llegar aquí y está dispuesto siempre — Protestó, con su mano puesta en mis partes aún — Ambos gozan de la misma edad... No me mientas, querido.
— Majestad, acabo de conocerla, es natural.
— ¿No te parezco hermosa y atractiva?
No, no lo era, era un horrible ser por dentro.
— Lo es, pero no es por su causa, yo... — Prefería ser sincero antes de que se le ocurriera hacerme daño — Mis gustos son diferentes.
— ¿Cómo? — Su enojo destelló en sus ojos.
— Me gustan los hombres.
En realidad, había tenido uno que otro gusto por mujeres, pero solo con Miller había experimentado por primera vez, no me gustaba mancillar señoritas y en el palacio de mi padre solo habían doncellas, los miembros del consejo eran mayores, así que mis primeros encuentros fueron con el bufón de la corte.
No era solo para desahogarme, me gustaban los hombres tanto como las mujeres.
Así que había dicho una verdad a medias.
La reina soltó una carcajada.
— El rey a hecho una maldita jugada ¿Cree que puede venir a burlarse de mí?
— No se trata de una burla — Dije, con cuidado — Él siente tanta vergüenza...
— Aún así, lo ha hecho a propósito — Siseó ella.
— Majestad, le voy a complacer en todo.
Sonaba tan patético, por ahora, solo podía ganarme su confianza. ¿Para qué? ¿Qué podría hacer contra una reina tirana que tenía a todos agarrados del cuello?
Jamás fui buen líder, los logros siempre fueron para mi hermano mayor e incluso Ania mostraba más valentía que yo.
— Espero que esto pase de una miserable burla — Advirtió — No estaré nada complacida si no puedes entretenerme, no me servirías para nada más.
La reina me apretó en la ingle tan fuerte que caí de rodillas.
El dolor era agonizante.
...****************...
— ¿Otra vez soñando despierto? — Preguntó Levi, agitando su mano frente a mí.
Estaba en el sillón de mi escritorio, recostado contra el espaldar, con las piernas elevadas y recostadas sobre la mesa.
Con un papel en mis manos.
— Recibí otra carta de mi padre.
— ¿Qué dice?
Levi se había ganado mi confianza, venía de Hilaria para ser miembro del consejo, era un hombre inteligente y bastante estratega, un ser que hubiese querido en mi consejo mucho antes.
Resolvimos muchos problemas juntos, llevaba tres años bajo mi mandato.
Levi era un ser misterioso, pero confiable.
Era atractivo.
Con su piel pálida y su cabello negro, los aretes y la ropa negra, el porte delgado y esbelto, los ojos verdes brillantes.
— ¿Qué dice el viejo rey? — Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.
— Dice que mi prometida ya debe estar en las costas de Floris... Pero, este mensaje es viejo, los mensajes de ésta mañana me avisan de que ya está de camino a la capital.
— ¿Aún con ese asunto de la prometida?
Le permitía sus imprudencias, no me importaba, él jamás sobrepasaba mi poder o eso creería.
— Se toma muchas molestias.
— Eres un rey, puedes elegir con gusto una prometida, una mujer de Floris, no necesitas obedecer a tu padre.
— A decir verdad, no tengo ganas de elegir una prometida — Confesé, suspirando.
No quería casarme.
— Tienes un deber, necesitas herederos para continuar el legado.
— Estoy construyendo sobre el mar — Dije, dejando la carta de lado — Sir Levi, estás tierras son ajenas a mí, mi gente no me ve como su rey, ni siquiera sé si estoy haciendo un buen trabajo.
— Lo hace, majestad, hay paz y tranquilidad.
— Soy egoísta, quiero reinar y morir, no dejar la responsabilidad a un hijo, no imponer.
Hablaba desde mi experiencia siendo un príncipe vendido y torturado por su difunta esposa.
Él me evaluó detenidamente.
— Puede cambiar las reglas, tiene el poder.
— He cambiado muchas reglas y fui cuestionado.
— Siempre serás cuestionado — Dijo y bajé las piernas del escritorio, me levanté — El rey Archibald tiene que dejar de preocuparse por asuntos que no le competen, si su prometida ya tocó tierra, no hay nada que hacer, los rumores de su casamiento ya están en boca de los súbditos, no hay vuelta atrás. Tendrás que recibir a esa mujer. Es ventajoso, así podrá callar el eco de lo que dijo ese barón en la corte, lo acusó directamente de ser sodomita.
Eso ya no me molestaba, el juicio había ido bien. Todos recibieron justicia que yo consideré adecuada.
El asunto en estos momentos, no era ese.
Una vez más permití a mi padre hacer lo que quisiera con mi vida, a pesar de estar lejos seguía decidiendo y yo me sentía tan indiferente que no me molesté en discutir, estaba tan cansado que no importaba si mi padre seguía tratándome como incompetente.
Me volvería a casar.
Mi padre no se arriesgaría a entregarme a una mujer poco confiable, no podía cometer el mismo error dos veces.
Levi me observó — ¿No puedes dejarme de lado? ¿Verdad? — Sonrió con picardía.
— Eres arrogante, pude superarme.
— Con tu intento de conquistar a lord Leandro Mercier me queda claro, soy reemplazable — Hizo un gesto de dolor, fingiendo que agonizaba.
— Te contrataré como bufón.
Recordé a Miller, jamás supe nada más de él, eso me trajo malos recuerdos.
— Si no le tuvieras miedo a las cadenas, hubieras sido un buen...
Coloqué mi dedo en su boca.
— No me hagas echarte de mi oficina.
No necesitaba revivir mi agonía, había enterrado mis recuerdos en lo profundo de mi mente, estaban apenas contenidos, no podía permitir que Levi me lo recordara.
Por eso no éramos compatibles, su única necesidad era el encadenar y sentirse un domador.
— Lo lamento, es que es lo único que me alivia. Buscaré a otra candidata y tengo alguien en mente — Elevó una comisura, tomando mi mano.
Ya sospechaba quien podría ser, la doncella de la duquesa Pepper, esa señorita que le había mandado a investigar por su relación con el cobrador de deudas que cumplió muchos de los crímenes del duque.
— Espero que tengas suerte.
Me robó un beso en los labios.
— Gracias, majestad — Me guiñó un ojo y salió de la oficina.
Observé la ventana.
El invierno me recordaba una vez más que Vanessa seguía ganando desde la muerte.
El Rey Adrian: