El vínculo los unió, pero el orgullo podría matarlos...
Damián es un Alfa poderoso y frío, criado para despreciar la debilidad. Su vida gira en torno a apariencias: fiestas lujosas, amigos influyentes y el control absoluto sobre su Omega, Elián, a quien trata como un mueble más en su casa perfecta.
Elián es un artista sensible que alguna vez soñó con el amor. Ahora solo sobrevive, cocinando, limpiando y ocultando la tos que deja manchas de sangre en su pañuelo. Sabe que está muriendo, pero se niega a rogar por atención.
Cuando ambos colapsan al mismo tiempo, descubren la verdad brutal de su vínculo: si Elián muere, Damián también lo hará.
Ahora, Damián debe enfrentar su mayor miedo —ser humano— para salvarlos a los dos. Pero Elián ya no cree en promesas... ¿Podrá un Alfa egoísta aprender a amar antes de que sea demasiado tarde?
NovelToon tiene autorización de BlindBird para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
7. Damien
Las puertas automáticas del hospital se abrieron con un chirrido que me atravesó el cráneo como un taladro. La camilla de metal golpeó contra el marco, sacudiendo mi cuerpo en un nuevo espasmo de dolor. La luz fluorescente del vestíbulo era tan blanca y cruel como un cuchillo recién afilado.
El aire olía a antiséptico y fracaso. A sudor de enfermeras con turnos de 36 horas. A café quemado de máquina y a las lágrimas secas de mil familiares que habían entrado por estas mismas puertas con falsas esperanzas.
—Paciente masculino, 28 años, hemorragia por asociación, presión 80/40—gritó el paramédico mientras empujaban mi camilla por el pasillo.
Mis dedos se aferraron al barandal metálico, dejando manchas rojas en el acero pulido. A mi izquierda, el omega rubio caminaba con desgano.
Yo tan solo podía recordar.
Elian limpiando nuestro piso de madera con ese líquido amoniacal que le hacía llorar los ojos.
Elian lavando las sábanas donde yo había dormido con otros.
Elian sonriendo a través del vidrio empañado de la ducha mientras escupía sangre en el desagüe.
—¡Necesitamos un GI ahora! —el médico que apareció a mi derecha tenía ojeras moradas y una corbata manchada de lo que esperaba fuera café. Sus dedos fríos me palparon el abdomen y el dolor fue tan intenso que vi estrellas—. ¿Consume alcohol regularmente?
Intenté responder, pero solo salió un gruñido ahogado. El omega rubio se rió desde algún lugar cerca de mis pies.
—Lo suficiente como para ahogar a un batallón—murmuró.
Pasamos frente a una sala de espera donde una madre mecía a un niño lloroso. El pequeño me miró con esos ojos grandes que solo los inocentes tienen, y por un segundo vi a Elian años atrás, cuando aún creía que yo era el alfa de sus sueños y no la pesadilla que lo estaba matando.
—Mi Omega...—logré escupir, sintiendo cómo la saliva sanguinolenta se me escapaba por la comisura de los labios—. En casa... solo...
El omega rubio se inclinó hasta que su perfume barato me inundó las fosas nasales, ahogando momentáneamente el olor a hospital.
—Ya mandé una ambulancia a tu jaula dorada—susurró con una sonrisa de desprecio — Recuerda, si él muere, tú mueres.
El pasillo se alargó ante mis ojos como en un espejo deformante. Las luces parpadeantes se duplicaron, triplicaron.
Elian sentado a la mesa del comedor, frente a un plato de comida fría que nadie comería.
Elian revisando su teléfono por décima vez en una hora, esperando un mensaje que nunca llegaría.
Elian recostándose en nuestro lecho conyugal con ese suspiro final que yo nunca escuché porque estaba demasiado ocupado emborrachándome con extraños.
—¡Está entrando en shock! ¡Necesitamos esa sala ahora!
El grito del médico resonó como si viniera del fondo de un océano. El omega rubio se desvaneció entre el personal médico como el espectro vengativo que era, pero no antes de lanzarme una última mirada cargada de veneno.
—Reza para que tu corazón aguante lo suficiente para ver lo que le hiciste—fueron sus últimas palabras antes de que las puertas batientes de la sala de emergencias se cerraran entre nosotros con un golpe seco.
Y entonces el monitor cardíaco emitió ese sonido plano y terrible que solo significa una cosa en todos los idiomas del mundo.
Mi último pensamiento consciente fue para Elian, allá en nuestra casa vacía, esperando una ambulancia que quizás llegaría demasiado tarde.
Y la oscuridad me envolvió con los brazos fríos de una verdad que ya no podía negar:
Yo no merecía despertar.
Tan solo, sumergi en la profundidad de mis sueños.
La campana de la puerta de "La Hojita Seca" sonó como una burla cuando entré. Necesitaba café. Necesitaba azúcar. Necesitaba no haber arruinado la presentación más importante de mi carrera por olvidar los gráficos en el taxi.
Y entonces lo vi.
Detrás de la barra, rodeado por nubes de vapor de leche, estaba el ser más hermoso que mis ojos de alfa troglodita jamás habían visto.
Cabello plateado como monedas bajo el sol. Delantal blanco ¿cómo diablos lo mantenía tan limpio?. Y esos ojos... Dios mío, esos ojos verdes que me miraron y de pronto hicieron que olvidara cómo funcionaban las palabras.
—B-buenas t-tardes—logré tartamudear, golpeando mi cadera contra la esquina de una mesa al acercarme. Dios, qué suave sonó mi voz. Qué patético.
El omega no se rió. Sus labios se curvaron apenas, como conteniendo una sonrisa que habría iluminado el sistema solar entero.
—¿Qué le gustaría ordenar?—preguntó, y su voz era tan suave como la espuma que decoraba las tazas frente a él.
Mi cerebro se convirtió en papilla.
—Eh... café—dije, como el imbécil que era.
El omega inclinó la cabeza, un mechón plateado cayéndole sobre la frente, dejándome oler su olor a fresas frescas.
—¿Algún tipo en especial? Tenemos espresso, americano, capuchino...
—El... negro—respondí, sintiendo cómo el sudor frío me corría por la espalda. Negro. Yo odiaba el café negro.
El omega miró mis manos temblorosas, mi traje arrugado, mi expresión de alfa a punto de desmayarse. Luego hizo algo inesperado.
Sonrió. De verdad.
—¿Un café negro para el joven...?"
—D-Damien—farfullé, sintiéndome como un cachorro mojado.
—Para el joven Damien—repitió, y mi nombre en su boca sonó como una canción.
Cuando me entregó la taza, noté algo bajo el platillo. Al deslizarlo hacia mí, nuestros dedos rozaron por una milésima de segundo.
Electricidad.
Al retirar la taza, encontré una servilleta doblada con letra redonda y perfecta:
*"Para cuando quieras conversar fuera de este lugar. -Elian"*
Y un número de teléfono dibujado con lo que olía a canela y chocolate.
Esa noche, llamé diecisiete veces antes de atreverme a marcar. Cuando al fin lo hice, Elian contestó al primer tono, como si hubiera estado esperándome desde siempre.