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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 21: Aún siento sus manos en mi

Dylan dejó el sofá con el corazón aún acelerado por las malditas frases descaradas de Nathan. Subió las escaleras mascullando para sí mismo, decidido a una sola cosa: ducharse, enfriar la cabeza y fingir que podía borrar de su memoria lo que acababa de escuchar.

El agua caliente cayó sobre su espalda, deslizándose por la piel mientras apoyaba las manos contra la pared de la ducha. Cerró los ojos, intentando relajarse.

No duró ni un minuto.

La puerta del baño se abrió sin aviso. Dylan giró de golpe, sobresaltado.

—¡¿Qué…?!

Nathan estaba allí, enorme, ocupando todo el marco de la puerta. Había dejado la camisa abierta, mostrando el pecho firme, y la luz del pasillo dibujaba su silueta como si hubiera salido de una maldita revista. Caminó hacia él sin prisa, con esa calma peligrosa que lo volvía loco.

—¿Qué haces aquí? —soltó Dylan, retrocediendo un paso.

Nathan dejó la chaqueta sobre el toallero y se metió en la ducha como si fuera suyo. El agua empapó la tela de su camisa, pegándosele al cuerpo y marcando cada músculo.

—Te dije lo que quería —susurró, inclinándose hasta que Dylan quedó contra la pared húmeda—. No acostumbro a repetirlo.

El vapor llenaba el espacio, el agua corría sobre ambos, y Dylan apenas podía pensar. El cuerpo fornido de Nathan lo eclipsaba todo. Medía casi dos metros, y la diferencia de altura lo hacía sentir atrapado.

Nathan bajó la cabeza, rozando con los labios la línea de su mandíbula. No fue un beso, fue un roce lento, húmedo, suficiente para que a Dylan se le escapara un jadeo que quiso tragarse.

—Relájate… —murmuró Nathan contra su piel, con la voz grave—. No voy a hacer nada que tú no me permitas.

La mano grande de Nathan recorrió su torso, deslizándose bajo el agua, bajando despacio, marcando territorio. Dylan intentó hablar, pero lo único que salió fue un gemido ahogado cuando los dedos cerraron con descaro sobre su erección, atrapándola sin rodeos.

—N-no… —intentó protestar, pero su voz se quebró.

Nathan sonrió contra su cuello, apretándolo un poco más, moviendo la mano con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—Dime que pare… —le susurró en el oído, mordiendo el lóbulo suavemente—. Solo dilo, y paro.

Dylan cerró los ojos con fuerza. Su cuerpo lo estaba traicionando. Los jadeos se mezclaban con el golpeteo del agua, cada movimiento lento de la mano de Nathan arrancándole un estremecimiento.

—Mierda… —murmuró, apoyando la frente contra el pecho firme de Nathan.

El CEO lo sujetaba con una sola mano como si fuera suyo, masturbándolo con un ritmo calculado, cruelmente placentero. La otra mano se mantenía firme en su cadera, impidiéndole escapar.

Nathan lo miraba, disfrutando cada segundo de cómo se desmoronaba.

—Eres precioso cuando dejas de pelear, gatito…

El calor lo devoraba. Dylan gimió, bajo, contenido, pero imposible de ocultar. La presión lo llevó al borde en cuestión de minutos, y Nathan no lo soltó hasta que terminó en su mano, exhausto, con el cuerpo temblando y la respiración desbocada.

Nathan levantó la mano húmeda bajo el chorro del agua, limpiándola con una calma insultante, mientras lo mantenía aún acorralado.

Dylan, rojo, jadeando, apenas pudo levantar la cabeza.

—Eres… un imbécil.

Nathan le mordió el cuello, suave, con una sonrisa cargada de descaro.

—Y tú acabas de correrte en mi mano, gatito.

Dylan lo empujó débilmente, todavía temblando, incapaz de articular nada más.

Nathan salió de la ducha como si no hubiera pasado nada, dejando a Dylan recostado contra la pared, con el agua corriendo sobre su cuerpo desnudo y la mente hecha un caos.

El agua seguía cayendo cuando Dylan se dejó resbalar poco a poco hasta sentarse en el suelo de la ducha, con la espalda contra la pared. Tenía los labios entreabiertos, el pecho subiendo y bajando rápido, las piernas flojas como si ya no fueran suyas.

—Mierda… —susurró, escondiendo la cara entre las manos.

Su cuerpo entero estaba al rojo vivo, no sabía si por el calor del agua o por lo que acababa de pasar. Nathan se había ido tan tranquilo, como si aquello hubiera sido una charla casual, y él… él estaba ahí, hecho gelatina, tratando de recuperar la respiración.

Apagó la ducha al fin y salió envuelto en una toalla, todavía temblando un poco. Miró alrededor con cuidado, como si Nathan pudiera aparecer en cualquier esquina con otra de sus frases descaradas.

Nada. El pasillo estaba en silencio.

Cuando entró en su habitación, se dejó caer de bruces en la cama, hundiendo la cara en la almohada.

—Estoy jodido… —murmuró contra la tela, con la voz apagada.

Sabía que no iba a poder borrar esa sensación de su piel, ni el calor en el estómago, ni la sonrisa cínica de Nathan.

Alzó la cabeza solo para mirar hacia la puerta cerrada de la habitación del CEO. Ese hombre ya estaría durmiendo como si nada, tranquilo, satisfecho, mientras él se retorcía por dentro.

—De verdad… voy a terminar loco —susurró, dejándose caer otra vez sobre la cama, con un suspiro rendido.

Se quedó ahí, quieto, como si el colchón pudiera tragárselo. Entre la vergüenza, el agotamiento y la confusión, no tardó en quedarse dormido, con la toalla todavía mal envuelta en la cintura.

 

[NATHAN]

Me encerré en mi habitación sin apuro, quitándome la camisa mientras me dejaba caer en la cama. La sonrisa todavía me ardía en los labios.

Puedo apostar que, en este momento, Dylan está hecho polvo en su cuarto. El agua de la ducha no habrá servido de nada para enfriar lo que le dejé encima. Ese temblor en sus piernas, ese gemido ahogado que intentó tragar… esa fue mi victoria.

Lo mejor es que no tuve que forzarlo. No necesito hacerlo. Su propio cuerpo me abre todas las puertas. Y yo… yo no soy un santo.

Me pasé una mano por el rostro, riendo bajo.

—Tan lindo, tan orgulloso, y con el cuerpo vendiéndolo en segundos.

Me levanté para servirme un whisky de la botella que tenía en el mueble. El líquido ámbar brilló en el vaso mientras lo giraba entre los dedos.

Me recosté otra vez en la cama, con el vaso en una mano y la otra descansando en el estómago, disfrutando del silencio. Cerré los ojos un segundo, recordando cómo lo tuve contra la pared de la ducha, con la piel ardiendo y esa mirada perdida.

Quiero más. Claro que quiero más.

Pero también sé jugar a largo plazo.

Me incliné hacia adelante, dejando el vaso en la mesa de noche.

—Relájate, gatito… —murmuré para mí mismo, sonriendo cínico—. No voy a hacer más de lo que tú me permitas.

Lo irónico es que cada vez me permite más.

Y yo no pienso parar hasta que lo admita en voz alta.

Me estiré sobre la cama, cruzando los brazos detrás de la cabeza, satisfecho. Sí, puede que él crea que todavía tiene el control. Que puede escapar, esconderse, o insultarme para marcar distancia.

Pero la verdad es otra: ya no hay escapatoria.

 

En las afueras de la ciudad, donde los edificios se difuminaban en casas amplias rodeadas de árboles y jardines tranquilos, la residencia de Camelia Liu respiraba paz.

La señora Liu había aprendido a refugiarse allí, lejos del ruido de los negocios, lejos de las sombras de un pasado que no quería recordar.

Ese mediodía, el sonido de la puerta resonó suave. Camelia abrió con una sonrisa cálida, de esas que jamás se apagaban en su rostro.

—¡Pero qué sorpresa! —exclamó al ver a una vieja amiga, impecablemente arreglada, acompañada de su hija.

La joven avanzó sin timidez, con paso firme, un vestido entallado que dejaba claro que había elegido cuidadosamente cómo quería ser vista. Sus ojos brillaban con un orgullo descarado, y esa seguridad que rozaba la arrogancia. No fingía dulzura: simplemente era así, directa, codiciosa, demasiado consciente de sí misma.

—Camelia —dijo la mujer mayor con tono amistoso—, perdona lo improvisado, pero estábamos cerca y pensé que sería bueno visitarte.

—Siempre eres bienvenida en mi casa —respondió Camelia, sincera, invitándolas a pasar al salón.

El ambiente olía a jazmín, y las cortinas dejaban entrar la luz del jardín. Todo parecía perfecto… salvo por la mirada cargada de fastidio de Sofía. Sentada en un sillón, cruzada de piernas, observaba a la invitada con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

Cuando la chica —la misma que había irrumpido días atrás en la empresa de Nathan, con sonrisa calculada y palabras venenosas— intentó entablar conversación, Sofía rodó los ojos con un suspiro audible.

—Qué coincidencia verte por aquí —soltó con ironía—. Pensé que ya tenías suficiente con aparecer en lugares donde nadie te invita.

La joven se tensó, aunque no perdió la sonrisa orgullosa.

—No necesito invitación para saludar a una mujer tan admirable como tu madre.

Sofía se inclinó hacia adelante, con esa lengua afilada que compartía con Nathan.

—Claro… y de paso, para seguir creyendo que algún día tendrás lo que nunca fue tuyo.

—¡Sofía! —Camelia la miró con dulzura, pero también con firmeza—. Compórtate, por favor.

Sofía apretó los labios, pero no bajó la guardia. La sonrisa irónica seguía ahí, lista para estallar.

Camelia, intentando suavizar el ambiente, añadió con amabilidad:

—Vamos, ¿por qué no pasamos a la terraza a tomar un té? Así las jóvenes pueden conversar un momento.

La mujer mayor asintió, agradecida, y ambas se levantaron rumbo al comedor, dejando atrás el salón.

El silencio cayó como una losa en cuanto se cerró la puerta. Sofía y la joven quedaron solas, frente a frente.

La chica se acomodó el cabello detrás de la oreja y soltó una risa baja, orgullosa.

—Eres tan transparente como tu hermano, ¿sabes?

Sofía la miró fija, sin pestañear.

—Y tú eres tan obsesiva como siempre.

—Obsesiva… —repitió la joven, con sorna—. Llámalo como quieras. Nathan y yo siempre hemos tenido una historia pendiente.

—Pendiente en tu cabeza —corrigió Sofía, con voz firme, seca—. Nathan nunca te quiso, y lo sabes.

La sonrisa de la otra se tensó, pero no cedió.

—Eso es lo que tú crees. Los hombres cambian, Sofía. Y a tu hermano tarde o temprano se le acaba esa fachada de hielo.

Sofía arqueó una ceja, inclinándose apenas hacia adelante.

—Mira, ahórrate el discurso. A Nathan no lo mueves con promesas ni con lágrimas. Mucho menos con interés disfrazado de amor.

La mujer sostuvo la mirada, orgullosa, sin bajar la guardia.

—Ya veremos quién termina teniendo razón.

Sofía se rió por lo bajo, fría.

—Sí… veremos. Pero te advierto algo: si intentas meterte en su vida otra vez, te vas a encontrar conmigo primero.

El silencio volvió, cargado de electricidad. Ninguna apartó la vista. Ninguna cedió terreno.

Desde la cocina se escuchaba la voz de Camelia charlando con su amiga, tranquila, ajena al duelo que se libraba en la sala.

La joven sonrió con descaro, como si disfrutara del reto.

—Me encantan los juegos difíciles.

Sofía respondió con una sonrisa filosa.

—Entonces espero que te abstengas a las consecuencias .

1
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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