Arabela, una joven tranquila, vive su adolescencia como una etapa de experiencias intensas e indescifrables.
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CAP 7. ESTO SOY
Salí del salón con una sonrisa de oreja a oreja. Las palabras de la maestra me dieron tanta calma animándome a contárselo a papá. Un jalón me quitó la sonrisa extrayendo de mí un grito sofocado.
—¿Qué haces? —le pregunté a Rebeca, al quitarme su mano de la boca y arrugué las cejas mientras me tenía apoyada sobre la pared con su cuerpo recargado sobre mi torso.
—¿Estuviste en el baño con Claudia?— las líneas de sus párpados se elevaron.
—Y ¿a ti qué más te da? Si estabas muy ocupada con Edgar.
—Porque tú te fuiste.
Estábamos discutiendo como una pareja, pero no lo éramos o ¿sí? Yo lo quería.
—¿A qué me quedaba?
—Estábamos hablando, no habíamos terminado.
—¿Ah sí?, ¿por eso estabas muy agarradita de la mano con él? No te vi muy interesada en hablar conmigo. ¿Qué? ¿te pidió ser su novia? —me reí para enfatizar el tono de broma.
Sus ojos devolvieron su atención a mí y su mano tomó mi mejilla. Vi agitarse la pulsera que tenía Edgar en la muñeca cerca de mi cara. Mi pecho se oprimió, sí, dolía, ¿así se sentía la decepción?
—Dime, ¿estuviste con ella? —Rebeca sostenía mi nuca.
Estábamos tan cerca que sus palabras eran el viento que refrescaba mi cara. Esto no lo hacen las desconocidas, ni las compañeras, ni siquiera las amigas, ¿en qué momento cruzamos ese límite? y ¿por qué no me incomodaba?
—Sí —respondí en medio de aquel acorralamiento detrás del salón de usos múltiples.
Su cara parecía ofendida.
—Tú y ella fueron a...
—¿Eh?
—¿Se besaron? ¿Ella te besó? —reclamó con firmeza en su mirada, pero su voz se escuchaba asustada.
Esperé un poco y luego asentí. Rebeca exploraba mis ojos moviendo sus retinas de un lado a otro.
—¿Dónde? —el escrutinio de su mirada no cesaba.
Me tardé en responder porque no entendía sus reclamos.
—Dime, ¿dónde? —enfatizaba el agarre de sus dedos detrás de mi oreja.
—En los labios, pero ¿qué te pasa? —pronuncié. Ella parecía asustada, ofendida, como si le hubieran dado la peor noticia de su vida.
Relajó sus manos y las dejó sobre mi pecho.
—¿Estás bien? ¿Por qué te pones así?
Su atención regresó a mí.
—Porque estos labios son para mí —confesó acariciando el perfil de mi boca.
—¿Qué? —apenas pronuncié.
—¿Quién está ahí? —Se escuchó una voz.
Rebeca y yo nos soltamos del susto. Cuando la maestra de Educación Física se acercó más fingimos guardar distancia.
—Ya no pueden estar aquí. Hace bastante rato que se acabaron las clases, es hora de que se vayan a sus casas.
Rebeca me miró Y luego se fue de prisa.
Llegué a casa dándole vueltas a lo que había pasado un momento atrás, ni siquiera saludé a papá, me dirigí a mi cuarto como un zombie, aventé mi mochila a la cama y en vez de lanzarme al colchón como siempre lo hacía me quedé sentada con la vista perdida.
—Muy buenas tardes, señorita —apareció papá en mi puerta—, ya ni siquiera me saludas.
Alce los hombros.
—¿Qué tienes?, ¿estás bien?
No sabía si contarle. Después de haber hablado con la maestra mi entusiasmo estaba al tope, tenía tantas ganas de contárselo, pero teniéndolo frente a mí las cosas eran distintas.
—¿Papá, tú me quieres?
Se acercó y se sentó a mi lado.
—¿A qué viene esa pregunta?
—¿Qué tal si no soy lo que siempre que creíste?
—¿De qué estás hablando? No te entiendo, hija. Yo siempre te voy a querer de cualquier manera. Mi amor hacia ti es incondicional, no porque saques una mala nota, o rompas un plato voy a dejar de quererte, no porque tengas una riña mi cariño desaparecerá, siempre voy a tratar de apoyarte y corregirte cuando vea que qué quieres tomar el camino que quizá no sea el adecuado.
—Pero y ¿si yo no lo decido? y ¿si no es bien aceptado por las demás personas? Aunque lo último no me importa tanto, pero quizá a ti sí.
Papá puso una cara de signo de interrogación.
—Arabela, podrías ser un poco más clara. Estoy poniendo todo mi esfuerzo por entenderte, pero si no me dices qué es lo que está pasando no puedo ayudarte.
—Sé que siempre evades los temas respecto a mi crecimiento porque son cosas muy difíciles de tratar para ti.
—Lo sé, tal vez, tu mamá tiene mejor tacto que en ese aspecto, pero eso no quita que yo sea tu papá y tenga que apoyarte cuando me necesites, lo estoy intentando, ¿qué pasa?
—Me gustan las mujeres, bueno, una en especial.
Papá echó para atrás su cabeza, sus ojos estaban puestos en mí, pero yo no sentía su mirada. Luego le dio un vistazo a mi cuarto. No sé si buscaba algo en concreto, cuando se levantó sin decirme nada supe que las cosas no iban bien, lo vi salir sin hacer preguntas.
Tal vez debí callármelo. La maestra se equivocaba. En realidad esto que me está pasando no está bien. Pero, si ella es igual que yo, ambas estamos mal. Claudia está mal. Rebeca también, ¿tantas personas podemos estar tantas equivocadas en lo que sentimos? No puede ser, no podía, ¿cómo me voy a equivocar en ser quién soy? ¿Cómo se borraba esa configuración?, Cómo sabría que iba a ser así? Nadie me enseñó a ser así, nadie sabía que yo era así. No me lo inventé, solo surgió, surgió esa atracción, esa hermosa atracción que no me deja pensar más que en una sola persona, que es mujer. No quiero borrar esta sensación, quiero vivirla.
Estaba decidida en defender lo que soy. Salí de mi cuarto y encontré a papá en la cocina.
—Lo siento, hija —dijo papá levantando su rostro de las manos—, no esperaba una confesión así.
—¿Estás molesto?
Papá bajo las manos y se giró hacia mí.
—No, claro que no, solo no quiero que te lastimen. Las personas suelen llegar a ser muy crueles cuando no entienden algo y para defender su falta de conocimiento recurren a la burla, no quiero que seas un blanco.
—Papá, pero ya que sabes quién soy, ¿te parece mal?
Se paró de su asiento y se acercó a mí, me tomó por los brazos y su mirada se convirtió en un refugio.
—No, claro que no, hija. Nada contigo está mal.
—¿Me aceptas así?
—Arabela, no se trata de que te acepte, porque no debería.
—¿No?
—Tus gustos es algo que ya viene en ti desde que naces, no es una elección, es parte de tu genética y si tú lo quieres cambiar es porque en verdad estás incómoda con eso.
—No, no lo estoy. Me gusta quién soy, pero tenía miedo de que tú lo vieras mal, apenas me estoy dando cuenta de que a muchas personas no les agradan las personas como yo.
—Es eso de lo que tengo miedo, hija, de que te hagan sufrir con palabras que no te mereces.
—A mí no me importa el resto del mundo, solo me importa lo que tú pienses de mí, porque tú eres mi hogar y sin ti me siento perdida.
—Oh, hija —me abrazó tan fuerte que casi pude escuchar crujir mis huesos—, te amo mucho y nunca te dejaré sola.
—¿Aunque te cueste hablar de estos temas?
—Aunque me cuesta hablar de ellos.