En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 17: Ecos del pasado
El regreso al apartamento franco resultó más complicado de lo previsto. Montero apenas tuvo tiempo de guardar la memoria USB en un compartimento oculto de su reloj —un viejo truco que había aprendido de Helena— antes de que Velasco lo interceptara en el vestíbulo del edificio.
—¿Dónde demonios estabas? —exigió con una mezcla de irritación y preocupación—. Te hemos buscado por todas partes.
Montero había preparado su coartada durante el trayecto.
—Necesitaba pensar con claridad —respondió con naturalidad estudiada—. Demasiadas teorías confusas. Subí a la azotea del edificio para tener perspectiva.
Velasco entre cerraba los ojos, evaluando la explicación.
—La próxima vez, mantén tu maldito teléfono encendido.
Campos apareció al final del pasillo, su mirada cruzándose brevemente con la de Montero en un intercambio silencioso.
—Han localizado a Durán —intervino, distrayendo a Velasco—. Vivo, pero en estado crítico. Hospital La Paz, bajo vigilancia policial.
Velasco olvidó momentáneamente sus sospechas.
—Quiero dos equipos rotando en su protección —ordenó—. Y verificación de identidad para cualquiera que entre en su habitación, incluso si lleva bata blanca.
Mientras subían al apartamento, Montero observaba cuidadosamente el comportamiento de Velasco. Las palabras de Sara/Laura resonaban en su mente: "Helena nunca estuvo completamente segura de su lealtad". Ahora él tampoco podía estarlo.
En las siguientes horas, el equipo analizó minuciosamente los documentos recuperados del disco duro de Helena. Montero participaba activamente, pero ocultando su conocimiento recién adquirido sobre El Ingeniero. Necesitaba tiempo para revisar el Protocolo Venus en privado.
—Esto es fascinante —comentó Carlos, quien ahora representaba una amenaza identificada—. Helena vincula a Vázquez con siete operaciones internacionales diferentes.
—Santiago Vázquez... —murmuró Velasco, estudiando el expediente—. Su nombre aparece tangencialmente en varios casos, pero nunca como sospechoso principal.
Montero se mantuvo deliberadamente neutral.
—Habrá que investigarlo a fondo.
La noche avanzaba mientras continuaban el análisis. Cerca de la medianoche, Velasco ordenó descansar por turnos. Carlos tomó el primer turno de vigilancia, mientras Velasco se retiraba a una habitación adyacente.
Campos esperó el momento oportuno para acercarse discretamente a Montero.
—¿Encontraste lo que buscabas? —susurró.
—Y más —respondió él en voz baja—. Necesito acceso a un ordenador aislado, sin conexión a la red.
—Puedo conseguirlo para mañana —aseguró ella—. ¿Confías en lo que te dijo tu contacto?
Montero dudó momentáneamente.
—Tengo razones para hacerlo —respondió finalmente—. Pero necesito verificación independiente.
Campos asintió, comprendiendo.
—Descansa. Yo vigilaré tu sueño.
Aquella noche, en la incómoda cama del apartamento franco, Montero fue asaltado por sueños fragmentados donde se mezclaban rostros y épocas diferentes. Helena joven y sonriente en Florencia. Sus padres el día del accidente. Laura/Sara bajo la lluvia, sus labios cercanos a los suyos. Y sobre todas estas imágenes, la sonrisa fría de Santiago Vázquez.
Despertó sobresaltado al amanecer. Algo en sus sueños había activado una conexión que su mente consciente había pasado por alto.
El teléfono vibraba con un mensaje de número desconocido: "Florencia, 2004. Biblioteca Laurenciana. Busca el manuscrito. S.L."
Sara. Montero eliminó inmediatamente el mensaje.
Durante el desayuno, propuso una nueva línea de investigación.
—Necesitamos saber más sobre los viajes de Helena a Italia —comentó casualmente—. Específicamente a Florencia, alrededor de 2004.
Velasco lo miró con curiosidad.
—¿Por qué ese interés repentino?
—Las fotografías de ella con Alejandro Montes —respondió Montero—. El paisaje de fondo es inconfundible. Y coincide con la época en que comenzaron las operaciones de Minerva.
—Buena observación —concedió Velasco—. Campos, encárgate de eso. Registros de vuelos, reservas de hotel, cualquier cosa que puedas encontrar.
Mientras Campos se ponía a trabajar, Montero revisaba nuevamente los archivos físicos rescatados del domicilio de Helena. Un pequeño cuaderno de bocetos, aparentemente irrelevante, llamó su atención. Entre dibujos casuales de paisajes toscanos y edificios renacentistas, encontró pequeñas anotaciones en los márgenes: números y letras que parecían coordenadas o referencias.
"Biblioteca Laurenciana - MSS.Plut.39.40 - No oficial"
Al mediodía, Campos lo llamó a una pequeña sala contigua, mostrándole un ordenador portátil antiguo sin conexión a internet.
—Veinte minutos como máximo —advirtió—. Es todo lo que puedo garantizar.
Montero conectó la memoria USB de Sara. El "Protocolo Venus" resultó ser un plan meticulosamente elaborado para exponer y neutralizar tanto a El Ingeniero como a sus controladores humanos. Helena había creado un programa denominado "Atenea", diseñado específicamente para contrarrestar al Ingeniero, identificando sus patrones de intrusión y rastreándolos hasta su origen.
Sin embargo, para activar Atenea se necesitaba una clave biométrica combinada con un código que, según las notas, estaba oculto "donde la sabiduría antigua y el arte moderno se encontraron por primera vez".
La Biblioteca Laurenciana en Florencia. El lugar donde Helena y Alejandro habían descubierto algo crucial durante su viaje romántico.
Entre los archivos encontró también un diario personal encriptado de Helena. Fragmentos desprotegidos revelaban aspectos de su relación con Alejandro que humanizaban profundamente a la mujer que Montero creía conocer:
"...A. insiste en que viajemos a Florencia este verano. Dice que necesita mostrarme 'dónde nació Venus realmente'. Su romanticismo bohemio me resulta tan refrescante después de años navegando entre burócratas y expedientes..."
"...Hoy visitamos la Biblioteca Laurenciana. Mientras yo estudiaba manuscritos antiguos, A. no dejaba de fotografiar los detalles arquitectónicos de Michelangelo. Dice que hay mensajes ocultos en cada ángulo y sombra. A veces no sé si habla en serio o simplemente disfruta inventando misterios para impresionarme..."
"...A. finalmente me lo propuso hoy, frente al Nacimiento de Venus. Me mostró un anillo simple con una pequeña piedra verde 'del color de tus ojos', dijo. Nunca imaginé que yo, Helena Valverde la empresaria o , la inspectora que todos consideran fría y calculadora, lloraría en público. Pero lo hice, mientras le decía 'sí'..."
"...Descubrimiento aterrador en el manuscrito. A. tenía razón sobre las conexiones. Si lo que encontramos es auténtico, la conspiración es mucho más profunda y antigua de lo que imaginábamos. Ya no se trata solo de tráfico de armas..."
El último fragmento accesible estaba fechado tres años antes de la muerte de Helena:
"...Confirmación de Lisboa. A. ha caído. La última transmisión incluye coordenadas para el núcleo del Ingeniero. Continúo sola ahora, pero con su legado guiándome. Montero está casi listo. Pronto le contaré toda la verdad, sobre A., sobre nosotros, sobre todo..."
Montero sintió un nudo en la garganta. Helena había planeado revelárselo todo, pero la muerte la alcanzó antes.
Al salir de la habitación, encontró a Carlos observándolo con interés apenas disimulado.
—Velasco quiere verte —informó con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Ha contactado con la Interpol. Parece que hay movimiento en torno a Vázquez.
En la sala principal, Velasco proyectaba imágenes de vigilancia.
—Santiago Vázquez tomó un vuelo privado a Roma esta mañana —explicó—. La coincidencia es demasiado perfecta para ser casual.
—¿Crees que sabe que estamos tras él? —preguntó Montero, midiendo sus palabras.
—Es más que probable —respondió Velasco, estudiando su reacción—. Lo que me intriga es cómo.
Carlos intervino desde la puerta.
—Quizás nuestra investigación activó algún sistema de alerta automático.
El comentario, aparentemente inocente, confirmó las sospechas de Montero. Carlos intentaba desviar la atención de su propia filtración.
—En cualquier caso —continuó Velasco—, tenemos autorización para viajar a Italia. Un equipo conjunto hispano-italiano nos espera en Roma.
La noticia pilló a Montero por sorpresa.
—¿A Roma? ¿Cuándo?
—Esta noche —respondió Velasco—. Primera fase: localizar y vigilar a Vázquez. Segunda fase: intervención coordinada.
Campos entró en la sala con nuevos hallazgos.
—He encontrado registros del viaje de Helena a Florencia en 2004 —informó—. Se hospedó en el Hotel Brunelleschi con Alejandro Montes durante dos semanas. Visitaron múltiples museos y bibliotecas, pero pasaron tres días consecutivos en la Biblioteca Laurenciana, estudiando manuscritos medievales.
—¿Qué manuscritos? —preguntó Montero, intentando no mostrar excesivo interés.
—No está especificado —respondió Campos—. Pero logré acceder a registros de la biblioteca. Helena solicitó ver el "Manuscrito Pluteo 39.40", un texto del siglo XV relacionado con criptografía temprana.
Velasco frunció el ceño.
—¿Criptografía? ¿En el siglo XV?
—Leon Battista Alberti —intervino Montero, recordando sus lecturas—. Inventó el primer disco cifrador de la historia occidental en 1467. Revolucionó los métodos de encriptación.
—Florencia, criptografía renacentista —murmuró Velasco, pensativa—. ¿Qué conecta esto con Vázquez y El Ingeniero?
Montero sabía la respuesta pero optó por la prudencia.
—Solo hay una forma de averiguarlo.
Tres horas más tarde, el equipo preparaba su viaje a Italia. Mientras revisaban el plan de operaciones, Campos se acercó discretamente a Montero.
—Acabo de recibir información confidencial —susurró—. En 2004, Santiago Vázquez era asesor técnico para la digitalización de manuscritos en la Biblioteca Laurenciana, bajo un programa financiado por empresas de defensa europeas.
Las piezas encajaban paulatinamente. Montero comprendió que el viaje aparentemente romántico de Helena y Alejandro había sido también una misión encubierta. Habían descubierto algo en aquellos manuscritos antiguos, algo que conectaba con los orígenes de El Ingeniero.
Mientras el equipo ultimaba los preparativos, Montero encontró un momento para enviar un mensaje cifrado a Sara: "Roma primero, luego Florencia. Manuscrito identificado. ¿Contacto en Italia?"
La respuesta llegó minutos después: "Prof. Isabella Ricci, Universidad de Florencia. Confía solo en ella. Fue amiga de A."
Al anochecer, cuando abordaban el avión a Roma, Montero experimentó una extraña mezcla de emociones. Estaba siguiendo literalmente los pasos de Helena y Alejandro, adentrándose en un laberinto de conspiraciones que había comenzado siglos atrás en las mismas calles que pronto pisaría.
Lo que comenzó como la investigación de un asesinato se había transformado en una búsqueda de verdades ocultas en manuscritos renacentistas, códigos cifrados y amores perdidos.
Y mientras el avión despegaba hacia la oscuridad, Montero no podía dejar de pensar en Sara/Laura y en la vida que podrían haber compartido si Helena no la hubiera reclutado años atrás. Otro eco del pasado que resonaba en el presente, otra conexión personal con un caso que crecía en complejidad con cada revelación.
Roma los esperaba, y más allá, Florencia, la cuna del Renacimiento, donde Helena y Alejandro habían descubierto el origen de El Ingeniero, y donde Montero esperaba encontrar la clave para destruirlo.