Arata, un omega italiano, es el hijo menor de uno de los mafiosos más poderosos de Italia. Su familia lo ha protegido toda su vida, manteniéndolo al margen de los peligros del mundo criminal, pero cuando su padre cae en desgracia y su imperio se tambalea, Arata es utilizado como moneda de cambio en una negociación desesperada. Es vendido al mafioso ruso más temido, un alfa dominante, conocido por su crueldad, inteligencia implacable y dominio absoluto sobre su territorio.
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Capítulo 7: Preguntas
Una semana había pasado desde la presentación, y la vida en la mansión de Mikhail se sentía como un constante torbellino. Arata había intentado adaptarse a su nueva realidad, pero el ambiente estaba lleno de tensiones. Cada día, Mikhail salía con su manada y regresaba en la noche, su ropa manchada de sangre, su presencia imponente y autoritaria. Era evidente que no solo era un líder, sino un alfa que no temía ensuciarse las manos para proteger a su clan.
Arata se encontraba atrapado en su propia burbuja de inseguridad. La mansión estaba repleta de guardaespaldas, siempre vigilantes, lo que lo hacía sentir como si estuviera en una prisión dorada. Las miradas de los hombres eran constantes, y aunque algunos eran amables, otros parecían disfrutar de la vulnerabilidad del nuevo omega. La idea de ser considerado un “niño” aún lo perseguía, y su orgullo lo mantenía alerta.
En sus momentos de soledad, Arata buscaba refugio en el arte. Pintar le permitía escapar de la brutalidad del mundo exterior, pero la realidad siempre lo alcanzaba. Se sentaba en su estudio, un pequeño rincón lleno de lienzos y colores, y se sumía en la creatividad. Sin embargo, el ruido de la mansión a veces lo interrumpía, recordándole que no estaba solo.
Fue durante uno de estos momentos que conoció a la señora Karpova, la anciana que había cuidado de Mikhail desde que era un niño. Entró en su estudio sin previo aviso, su andar era tranquilo pero firme.
—Hola, joven —dijo con una voz suave pero resonante—. He oído que eres un pintor talentoso. ¿Te gustaría que te enseñara a mezclar algunas de las pinturas?
Arata sonrió tímidamente. —Gracias, pero solo pinto por placer.
La señora Karpova asintió, observando el lienzo inacabado que tenía delante. —No lo digas tan rápido. A veces, el arte puede ser un refugio en tiempos difíciles.
—¿Conoce a Mikhail desde siempre? —preguntó Arata, deseoso de saber más sobre su esposo.
La señora Karpova dejó escapar un suspiro nostálgico. —Sí, desde que era solo un niño. Una vida difícil. Su madre, una omega dulce, murió cuando él solo tenía tres años. Desde entonces, su padre se volvió cruel, endureciendo al joven Mikhail para sobrevivir en este mundo.
Los ojos de Arata se ensancharon. —¿Cruel? ¿Por qué?
—La muerte de su madre lo afectó profundamente. Su padre, un alfa imponente, comenzó a ver al joven Mikhail como un símbolo de debilidad. Desde entonces, lo entrenó para ser un líder, un guerrero, sin mostrarle nunca el amor que un niño necesita. Él aprendió a protegerse a sí mismo y a su manada a cualquier costo. La sangre que lleva en sus manos no es solo de sus enemigos; es también la huella de una vida marcada por la tragedia.
Arata sintió un escalofrío recorrer su espalda. La imagen de Mikhail, con su mirada fría y decidida, tomaba un nuevo significado. —¿Nunca tuvo oportunidad de ser un niño?
—No, querido. Creció demasiado rápido. Lo convirtió en el hombre que es hoy: un alfa dominante, sí, pero también alguien que ha visto el horror del mundo y ha aprendido a sobrevivir. Esa es la naturaleza de nuestra mafia. En este mundo, los débiles no sobreviven —respondió la señora Karpova su mirada profunda y comprensiva.
Arata sintió una mezcla de tristeza y compasión. En su mente, la imagen de Mikhail se transformaba. Ya no solo era el alfa dominante que se presentaba ante su manada, sino un hombre forjado por el dolor y la pérdida. Esa vulnerabilidad lo hacía más real, más humano.
A medida que la señora Karpova compartía más sobre el pasado de Mikhail, Arata comprendía por qué su esposo era tan protector y a la vez tan frío. La dureza en sus ojos era una defensa, un escudo contra un mundo que le había quitado tanto.
—A veces, creo que Mikhail no confía en mí —confesó Arata, su voz casi un susurro.
—Él tiene sus propias batallas. Su vida ha estado llena de traiciones y dolor. Pero si te ha elegido, significa que en ti ve algo que le da esperanza —dijo la señora Karpova, colocando una mano en el hombro de Arata. —Ten paciencia, joven. Este mundo es cruel, pero también puede ser bello, si tienes a alguien con quien compartirlo.
Arata sonrió, sintiendo un nuevo sentido de determinación. Quizás había una forma de conectar con Mikhail, de ayudarlo a ver que no todo era oscuridad. Quería mostrarle que en medio de la violencia y la crueldad, aún podían encontrar momentos de luz.
Sin embargo, a medida que los días pasaban y Mikhail regresaba con más sangre en sus manos, Arata no podía evitar preguntarse qué tipo de futuro les esperaba. La vida en la mafia era peligrosa, y su relación, marcada por el dolor y la dureza, era solo el comienzo de un camino incierto.
