"UNA MADRE DESESPERADA, UN SALVADOR AMENAZANTE
¿Qué límites cruzarías por salvar a tu hijo?
Adelaida, una madre desesperada, hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso si significa sacrificar su orgullo.
Pero cuando Kento, un misterioso y poderoso hombre, se convierte en su única esperanza, Adelaida se encuentra atrapada en una red de rencor y pasión.
Kento, su redentor y verdugo, no sabe que Adelaida es la clave para desentrañar su propio pasado.
¿Podrá Adelaida salvar a su hijo y descubrir la verdad detrás del enigmático Kento?
Descubre esta historia de amor, venganza y redención."
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ℂapítulo ℚuince
Después de las disculpas de Margarita, Adelaida se retiró a su habitación para prepararse para la gala. Escogió un vestido sastre negro raya tiza, y de accesorios un gran collar de diamantes con cinta de satín negro a juego con unos zarcillos largos. Se peinó de manera sencilla con un suave maquillaje.
A las ocho de la noche estaba lista y cuando llegó, Kento quedó asombrado ante la sencillez de Adelaida y cómo, a pesar de eso, se veía elegante e imponente, sin necesidad de aparentar cómo lo hacía Madeleine.
Hoy irían en la limusina, pues el evento lo ameritaba. El lujo era lo que iba a imperar y él no iba a ser el de menos.
Llegaron al club donde sería celebrada la gala y ya los fotógrafos de los diferentes medios de comunicación ya estaban listos para tener las imágenes de la pareja del momento.
Kento se bajó de la limusina luego de que Elías le abriera la puerta y de manera caballerosa ayudó a Adelaida a bajar. La cual, con mucha elegancia, salió como una reina del vehículo. Inmediatamente, miles de flashes la encandilaron. Automáticamente, se tapó sus ojos verdes para poder ver hacia dónde debía caminar y en ese momento Kento se volteó y le dio un beso que quedó perpetuado para la eternidad, pues la prensa sensacionalista se iba a encargar de eso.
Entraron tomados de la mano, y fueron ubicados en la mesa principal junto a Leroy Yamamoto, su amigo y dueño de la franquicia más grande de Japón de exploración y extracción de piedras preciosas.
Kento presentó a Adelaida ante los invitados a la gala como su prometida. Esto los extraño, ya que el señor Kimura, como es conocido en el ámbito empresarial, es muy reservado con su vida personal, tanto que las veces que lo habían visto con su prometida jamás la había llegado a presentar. Muchos lo veían de mal gusto y otros pensaban que eran caprichos de la cultura japonesa el relegar a la mujer a un segundo plano. Lo que muchos no saben es que Kento, lo hacía por las dos cosas.
La velada fue agradable, había una reconocida banda de jazz amenizando el ambiente y Kento sacó a bailar a Adelaida en varias ocasiones. Muchos hombres querían sacarla a bailar, pero jamás se atreverían a hacerlo si querían seguir con vida. Kento infundía respeto y su fama de ser un magnate cruel le precedía.
Tomaron algunos cócteles y ya llegada la media noche se fueron sin despedirse de nadie.
Apenas se subieron a la limusina, Kento subió la ventanilla que los separa del conductor y puso música suave. Sirvió de una espumosa champaña que tenían en la nevera portátil y la brindó con Adelaida.
—Salud, mi hermosa “Eloísa”. —Salud, respondió Adelaida por mero compromiso. Era evidente que le había incomodado, sobremanera que le haya dicho “Eloísa”, cómo le decía François. —Estás hermosa, pareces un ángel.
Se acercó, le dio un beso en la boca y fue bajando hasta el cuello, dejando en el camino un rosario de besos hasta llegar al nacimiento de su pecho.
Aspiraba su aroma, y dejó de hacerlo para desabrochar su vestido.
—Hueles delicioso, “Eloísa”. —Siguió desabotonando, hasta dejar ver un hermoso brasier de encaje negro. Debajo se podía notar la turgencia de sus pezones, los cuales Kento daba besos y mordisqueaba por encima de la tela, haciendo que Adelaida emitiera pequeños gemidos que más excitaban a Kento.
—Kento, acá no. Me siento incómoda. —Adelaida trataba de razonar con Kento, antes de que ella misma perdiera la razón por lo que le estaba haciendo.
—No te puedes negar. Ya firmaste tu sentencia. Pero te juro que te va a gustar —En un santiamen, Kento ya tenía desnuda a Adelaida con solo su pequeña tanga puesta. Se pegaba de sus senos como un crío, y no fue si no hacerla a un lado para entrar en ella y algo sublime ocurrió. Esa mujer calzaba a la perfección, le pidió que lo cabalgara y así lo hizo. Su “Eloísa” poseía un interior caliente y delicioso. Hace días que necesitaba una dosis de sexo y quién mejor que la sustituta de Madeleine se lo hiciera. Ya estaba sudando, tratando de aguantar el ritmo candente que Adelaida le daba. Esa mujer era dinamita y él estaba dispuesto a quemarse en él. Ya no podía más hasta que la retiró de él, la acostó en la silla de la limusina y vertió todo encima de sus pechos mientras gritaba “¡Oh, Madeleine”!
Eso descoloco a Adelaida. Se imaginó a su esposo cuando le ponía los cachos, gritando el nombre de esa mujer mientras se la follaba. Era deprimente que por todos lados estuviera la sombra de Madeleine, pero ella no podía decir nada.
Kento le pasó una servilleta para que se limpiara y ni siquiera la ayudó a vestirse, así como le quitó la ropa. En silencio, cada uno se arregló como pudo para salir de manera decente de la limusina al llegar a la mansión.
Ya en la habitación, Adelaida se fue a dar un baño. Estaba en la ducha con los ojos cerrados cuando sintió un abrazo y unas manos tocando sus senos. Era Kento quien se le había unido al baño, y empezó a besarla en el cuello mientras acariciaba sus sensibles pezones. La inclinó hacia adelante y en un movimiento certero la penetró, haciendo que Adelaida emitiera un grito de sorpresa que después se convirtió en gemidos de placer. Era increíble lo que ese hombre la hacía sentir, era como tocar el cielo con las manos y flotar en las nubes. Nunca necesitó tener sexo, pero ahora gritaba como una ninfómana y pensó que sí lo necesitaba, pero lo bloqueó de sus necesidades básicas.
Kento estaba como loco dentro de Adelaida, su interior le encantaba. La embestía con locura, y la pobre Adelaida con dificultad se sostenía de los posa jabones del baño para no caer, a pesar de que Kento la tenía agarrada de la cintura mientras la penetraba hasta que estallaron juntos. Esta vez Kento se dejó ir en el interior de Adelaida, pero se tranquilizó al recordar que ya había recibido el reporte de la ginecóloga que Adelaida visitó en el hospital el día que internaron a Francis. Pero tal como lo que pasó en la limusina, Kento siguió como si nada su baño, y al terminar se puso la pijama y se acostó al lado de Adelaida.