Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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7: La sombra de una mentira
Después del recorrido por el centro comercial con la sorprendentemente agradable compañía de Elizabeth Handford, regresé a mi casa con un amargo sabor de boca después del extraño incidente en el sótano de aquella mujer. Durante todo el recorrido por los almacenes, me mantuve en completo silencio pensando en aquella silueta que había visto en la oscuridad del sótano de la señora Handford. Ella notó mi angustia, estoy segura, pero fingió que no le daba importancia, aunque pude ver en su expresión una mirada inquietante. Ella sabe que vi algo.
Intentamos elegir ropa como regalo para la hija del señor Perlman, pero la situación tardó más de lo planeado y no pudimos ponernos de acuerdo, por lo que pensamos en comprar algún accesorio, pero tampoco fue una sencilla elección. Al final, cuando notamos que se hacía tarde, la señora Handford decidió comprar un gran postre de fresa, aclarando que Joe Perlman y su hija eran amantes de ese sabor en específico. Después regresamos en su auto, y luego de despedirnos caminé de regreso a mi hogar.
Sin embargo, cuando me disponía a entrar a mi casa me di cuenta de cuál había sido el objeto que había dejado caer durante mi escape del sótano; las llaves de mi casa. Tuve que caminar hasta el jardín trasero para buscar una copia que había ocultado entre los arbustos por si una situación así se presentaba. Finalmente, estando en la sala principal de mi hogar y observando desde mi ventana la casa del frente, sujeté mi celular y marqué el número de la única persona con la que podía contar para encontrar una respuesta a todas mis preguntas.
Un sonido agudo se repitió dos veces mientras sostenía el celular a la altura de mi oreja, hasta que finalmente la llamada recibió respuesta.
–¿Grace? –pregunta Henry con sorpresa–. Qué raro, normalmente soy yo quien siempre te llama. Es la primera vez que…
–Necesito tu ayuda.
Mi amistad con Henry surgió casi al mismo tiempo que mi amistad con Liz, pero con él me sentía mucho más tranquila que con ella. El padre de Henry era policía, y tenía información importante de la señora Handford después de haber inspeccionado la muerte de su último esposo. Henry es el único que puede ayudarme.
–¿Estás bien? –pregunta con seriedad ante mi repentina petición.
–No volveré a cobrarte por las clases. Te daré tutorías gratis en cuanto inicie el semestre, pero necesito tu ayuda con esto.
–Comienzas a preocuparme…
–Necesito que investigues todo lo que puedas sobre Elizabeth Handford. Quiero saber todo de ella. ¿Entiendes? Tu padre atendió su caso, así que debe saber cosas. Necesito saberlo todo.
–¿Por qué? ¿Qué sucede?
–Sólo… Hazlo. Ven a mi casa cuando tengas todo, y te explicaré.
–Muy bien, todo sea por las clases gratis –suelta una risa ante la broma, intentando darle un poco de gracia a la situación, pero mantengo mi tono serio al hablar.
–Hazlo rápido.
Alejo el celular de mi rostro y cuelgo la llamada.
***
La noche fue un completo infierno.
No pude dormir más de treinta minutos seguidos, pues cada vez que lograba conciliar el sueño, tenía pesadillas con esa extraña persona en el sótano de la señora Handford. Sus ojos marrones que me observaban fijamente, desde la parte trasera del estante, aparecían en mi mente una y otra vez. ¿Por qué había una persona oculta allí? En el momento sólo creí que la señora Handford ayudaba a aquel desconocido a esconderse, pero ahora que lo pienso bien, podría ser un intruso; alguien que ha entrado a la casa del frente sin que su dueña lo sepa, y que se oculta allí. Tal vez esa persona sea un peligro. Tal vez debí alertar a la señora Handford.
O tal vez ella lo sabe, y el hecho de confrontarla hubiese provocado que mi destino fuera igual al de la mujer que vi aquella noche en su jardín.
Intenté dejar de pensar en eso, intenté no preocuparme por un asunto que no tenía nada que ver conmigo, y cuando finalmente logré dormir, mi mente por fin se quedó en blanco, sin pensar en nada que me hiciera abrir los ojos de nuevo. Sin embargo, una helada y feroz corriente de aire me provocó un escalofrío que me hizo despertar, y cuando lo hice, me di cuenta de que mi mente me había traicionado de nuevo.
En cuanto abrí los ojos sentí mi cuerpo tambalearse, y al dar un paso hacia atrás inconscientemente me di cuenta de que no estaba sobre mi cama, sino que se estaba de pie, sobre una superficie rocosa que lastimaba mis dedos. El viento se hizo más fuerte, y cuando mi vista se aclaró me di cuenta de que estaba a una gran altura del suelo. Miré a mi alrededor frenéticamente, reconociendo el lugar donde estaba parada. De alguna manera, mi cuerpo inconsciente se había levantado de la cama, había caminado hasta la ventana de la habitación y posteriormente salido por ella. Ahora mismo me encuentro de pie sobre el tejado del primer piso de la casa, al borde del mismo y a punto de caer hacia el frente. El cielo no está tan oscuro, por lo que supongo que pronto amanecerá. Intento retroceder, pero el tejado húmedo está resbaloso y termino perdiendo el equilibrio, cayendo hacia el frente. Mis manos se agarran con fuerza al borde del techo antes de caer, y aunque logro sostener mi cuerpo con mis brazos, mis dedos se resbalan y caigo por completo al vacío. Antes de chocar contra el suelo, siento cómo mi cuerpo es recibido por algo que amortigua la caída. Escucho un quejido masculino, y rápidamente me giro para ver de quién se trata. Debajo de mí se encuentra Henry Cowan, con una expresión de dolor en su rostro.
–Te dije que a la cuenta de tres –dice él entre gemidos que a veces suenan como sollozos. Yo siento los latidos de mi corazón en mi propia garganta, impidiendo que pueda hablar. El susto del momento aún no desaparece–. ¿Qué es lo que estabas haciendo ahí arriba?
–Tú… –susurro, intentando formular una frase coherente. Intento ponerme de pie pero mis piernas tiemblan. Henry se aleja lentamente de mí y me ayuda a levantarme. Logro notar algunos cortes en sus codos que han comenzado a sangrar–. Perdón, Henry, de verdad. No… No sé qué…
–Eres sonámbula –deduce mientras se acaricia el cuello–. Tendrás que asegurar tus ventanas y puertas cuando duermas.
–¿Qué hacías aquí tan temprano?
–Me enviaste un mensaje… Hace unos veinte minutos. En realidad no decía nada coherente, sólo letras sin sentido. Sentí que algo malo pasaba, especialmente después de lo que me dijiste ayer. Vine en cuanto pude y te vi sobre el techo. Llevo unos cinco minutos gritando tu nombre, supongo que por eso despertaste.
–Lo siento mucho, en serio. Y también te agradezco, si no hubieras estado aquí…
–No pasa nada –contesta con una gran sonrisa–. Espero que tengas llaves de repuesto para entrar de nuevo.
–Claro que sí.
Doy media vuelta para comenzar a caminar hacia el jardín, y entonces noto que Henry sostiene en sus manos una carpeta amarilla que inmediatamente llama mi atención. Mientras caminamos decido preguntarle al respecto.
–¿Y eso qué es?
–Traje lo que pediste. Papá trabajó toda la noche, así que me escabullí en su cuarto. Reuní lo que pude, pero no sé si sea suficiente.
–Pues vamos a averiguarlo.
Después de ingresar a la casa, tuve que dirigirme a mi habitación y darme una ducha. La situación aún me parecía sorprendente, pues mi sonambulismo pocas veces había llegado tan lejos. No podía permitir que mi vida se pusiera en riesgo de nuevo, por lo que, después de ponerme ropa adecuada, llamé a la doctora Catlett para agendar una cita lo más pronto que fuera posible, pues es la única que me puede recetar la medicación adecuada. Luego de la llamada, me dirigí al primer piso de la casa, donde Henry me esperaba en la sala principal con varios papeles sobre la mesa de madera que está ubicada en el centro del salón.
–Después de lo que vi, espero que vayas a terapia –dice él en cuanto me ve descender por las escaleras. Yo me limito a sonreír.
–Ya lo tengo cubierto.
Camino hasta él, observando las hojas que ha esparcido por toda la mesa. Hay fotografías en ellas, fotos de hombres que al principio no se me hacen conocidos, pero a los que después les hallaría una conexión con todo lo ocurrido con la señora Handford.
–¿Quiénes son? –pregunto mientras sujeto en mis manos una de las hojas.
–Espero que estés lista para lo que vas a escuchar –susurra, con un tono misterioso en su voz. Yo asiento, intrigada–. Elizabeth Handford no ha tenido solamente dos esposos. Ella ha estado casada cuatro veces, y todos esos hombres están muertos ahora.
Atónita, dirijo mi mirada nuevamente a las hojas en la mesa. Cuatro hombres que han fallecido tiempo después de casarse con la señora Handford. El primero, que se casó con aquella mujer en el año 2011, falleció un año después de la boda debido a un accidente automovilístico. En 2015, la señora Handford se casa por segunda vez, y dicho hombre fallece luego de dos años de matrimonio a causa de un asalto a mano armada en un callejón. En 2018 aparece su tercer esposo, con quien se mudó a Lakeside dos años luego. Días después de que yo llegara al pueblo ese mismo año, aquel hombre falleció por su caída en la tina. Finalmente, en 2022 se casó de nuevo, y pasaron casi dos años de matrimonio hasta que ese hombre tomó todo un frasco de pastillas que le habían medicado para su enfermedad del corazón. Tres de sus esposos murieron mientras la señora Handford se encontraba en otro lugar, con una coartada que la policía comprobó en sus investigaciones. Ella nunca fue culpada por ninguna de esas muertes.
–¿Recibió dinero? –le pregunto a Henry mientras sigo leyendo–. ¿Obtuvo algo luego de la muerte de sus esposos?
–Todos pertenecían a familias con mucho dinero… Hay… Hay algo más.
Henry saca más papeles de la carpeta amarilla y los extiende hasta mí. Al leerlos, noto que son recortes de periódico que anuncian la muerte de personas que, a simple vista, parecen tener poca importancia en toda la situación. Personas que fallecieron a causa de diferentes accidentes. Observo a Henry con una mirada que le pide una explicación al respecto.
–¿Qué es esto?
–Esas personas eran familiares de los hombres que se casaron con la señora Handford –contesta, tartamudeando un par de veces–. Esos hombres perdieron a sus familias meses antes de casarse con Elizabeth Handford. Es como si…
–Como si se hubiese deshecho de las únicas personas que podían heredar el dinero de sus esposos.
Debido a que en ese entonces la señora Handford no era pareja de esos hombres, la policía nunca la consideró sospechosa por aquellas muertes extrañas. Ella logró acercarse a ellos, convertirse en su esposa, y ser la única persona dueña de sus bienes luego de que fallecieran. Ése era el motivo por el que tenía tanto dinero sin contar con un empleo.
–Se casa con hombres adinerados y les quita todo –susurro para mí misma, sintiendo una mezcla de emociones en mi interior. De cierta manera me alegra haber tenido razón en cuanto a mis sospechas, pero al mismo tiempo me siento aterrada. Aterrada porque sé quién será la próxima víctima de la señora Handford.
–No es una elección aleatoria, Grace –dice Henry.
–¿A qué te refieres?
–No elige hombres con dinero al azar. Ellos… Esos cuatro hombres están conectados por algo. Lo vi cuando leí algunos documentos sobre su juventud. Mira.
Henry toma los papeles que yo antes leía y los ordena frente a mí. Señala con sus dedos un párrafo en específico, donde puedo leer el nombre de la escuela en donde uno de aquellos hombres se graduó. El nombre se me hace demasiado familiar.
–Escuela Norwood Crest –dice él. Después, señala la hoja siguiente, que contiene información del segundo esposo. Él también se graduó en el mismo lugar, al igual que los demás hombres cuyos expedientes están frente a mí. Los cuatro esposos de la señora Handford estudiaron en la misma escuela cuando eran adolescentes.
–¡Mierda! –exclamo abruptamente, haciendo que Henry dé un salto por la impresión–. Es una venganza.
A mi mente llega una y otra vez el momento en el que, el día anterior, vi en el sótano de la señora Handford aquella caja con un uniforme de escuela dentro de ella. El escudo en la camiseta del uniforme tenía el mismo nombre que en ese momento estaba escrito en las hojas frente a mí. El uniforme del sótano era el de una chica que también había estudiado en esa escuela. ¿Sería la señora Handford? Tal vez por eso buscaba venganza. Tal vez esos hombres la lastimaron en el pasado, y ella regresó años después para hacerlos pagar por eso.
–¿Tu padre no piensa hacer nada? Es claro que aquí hay un patrón. Esa mujer mató a esos hombres y a sus familias.
–Es una mujer inteligente, y muy paciente también. Se ha tomado su tiempo para llevar a cabo sus planes. Lleva más de una década haciendo esto, y siempre tiene una coartada de su lado. Ella nunca está presente cuando sus esposos fallecen. Eso la deja libre de cualquier sospecha.
–Maldita loca –susurro, alejándome de la mesa para acercarme a la ventana, a través de la cual observo la casa del frente–. Lo sabía, Henry. Lo supe desde el día en el que me mudé a esta casa. Esa mujer es una psicópata. Y ahora me ve como su amiga, pero eso no evitará que intente sacarme del camino pronto. Fui a su sótano, Henry. Fui sin que se diera cuenta y encontré un uniforme ensangrentado, muy antiguo. Un uniforme de la escuela Norwood Crest. Después ella me vio saliendo del sótano. Ella sabe que también la vi asesinando a esa mujer del jardín. Soy un cabo suelto y vendrá por mí en cualquier momento.
–Entonces… ¿Ella también estudió en esa escuela?
–¿Escuchaste lo que te dije? Esa loca va a matarme. Probablemente hará que parezca un accidente, como ya lo ha hecho antes. Tengo que irme…
Mi mente se convierte en un caos en cuestión de segundos, y el temor por mi vida se incrementa repentinamente.
–Tengo que irme de Lakeside. Debo irme y desaparecer.
–Grace, no creo que sea para…
–Debo llamar a la señora Witte, debo decirle que me voy.
–¿A quién?
–Julia Witte, la dueña de esta casa… Mi tía, o lo que sea –saco mi celular y comienzo a buscar rápidamente el número de la mujer que me prestó su vivienda durante los últimos tres años–. Debo decirle que me voy y preguntarle cuánto dinero le debo, y también tengo que…
–Basta, Grace –interrumpe Henry, poniendo sus manos sobre las mías para intentar tranquilizarme. Tomo una larga bocanada de aire, intentando recuperar la calma–. No estás en ningún peligro.
–Acabamos de descubrir que mi vecina es una asesina en serie.
–No hay pruebas físicas que demuestren eso, Grace. Hay muchos elementos que nos llevan a suponer cosas… Pero aún no podemos estar seguros de nada.
–¿Qué sugieres que haga?
–Aléjate de ella. No respondas sus mensajes, no visites su casa… Termina esa amistad, Grace. No es buena idea que te sigas acercando.
–¿Crees que puedas investigar sobre algo más?
Henry frunce el ceño, confundido.
–Ella planea iniciar una relación con otro hombre… Su nombre es Joe Perlman. Si lo que suponemos es cierto, entonces él y su hija están en riesgo. ¿Puedes averiguar si ese hombre también estudió en la misma escuela que los demás?
–No sé si pueda, mucho menos si sólo tengo su nombre. Mi padre tiene en su computadora acceso a una base de datos de la policía, puedo intentar buscar ahí pero… No es tan sencillo. No puedo prometerte nada.
–Haz lo que puedas. Podríamos salvar la vida de un hombre.
Henry finalmente accede a mi petición, y después continuamos analizando los documentos durante un par de horas más, intentando hallar pistas que puedan llevarnos a una manera de quitarle a la señora Handford aquella máscara que usa para destruir las vidas de otros.