En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO SIETE: LA MALDICION
Victoria empujó la pesada puerta de madera tallada, una puerta imponente, de proporciones descomunales, más alta que dos hombres de dos metros apilados uno sobre el otro. Al hacerlo, la puerta cedió con un crujido largo y grave que resonó por el pasillo sombrío y solitario de la mansión. La sala que se reveló ante ella estaba sumida en una penumbra tranquila, apenas iluminada por la luz que se filtraba a través de las grandes ventanas cubiertas por cortinas de terciopelo oscuro.
Aquella sala, aunque prohibida por su padre por razones que él nunca había revelado, siempre había sido la favorita de Victoria. Había algo en su atmósfera que la hacía sentir una mezcla de intriga y placer, una extrañeza que, lejos de asustarla, la atraía profundamente. Desde niña, siempre había tenido un espíritu indomable, una naturaleza que la impulsaba a cuestionar y a desafiar las reglas impuestas, especialmente aquellas que no comprendía del todo. Y esta sala, con sus secretos escondidos entre las sombras, era una tentación irresistible.
Caminó lentamente por la sala, dejando que sus dedos rozaran suavemente los muebles cubiertos por telas pesadas, acumulando polvo a lo largo de los años. Se detuvo frente a un gran espejo antiguo, enmarcado en oro envejecido, que reflejaba su imagen de forma distorsionada debido a su antigüedad. En ese momento, sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero en lugar de retroceder, se acercó más al espejo, fascinada por la sensación de familiaridad y desconcierto que le provocaba. Giró su cabeza, directo hacia la pared donde se encontraba el árbol genealógico de los Lith, tejido con hilos dorados y plateados que relucían con un brillo apagado.
Cada rama del árbol parecía extenderse como tentáculos de un poder ancestral, cubriendo siglos de historia. Los nombres de sus ancestros estaban escritos con una caligrafía elegante y firme: Elias Lith, Seraphina Lith, Alaric Lith… hasta llegar a Zalasar Lith y, finalmente, a su propio nombre: Victoria Lith.
Era la única mujer nacida en la familia en cien años. A medida que sus ojos se deslizaban por los nombres, una sensación de peso se asentó sobre sus hombros. Cada generación había dejado su huella en la historia familiar, contribuyendo al legado que ahora ella debía proteger. ¿Pero cómo proteger eso?
—Siempre me he preguntado por qué soy la única mujer de esta generación —murmuró Victoria para sí misma—. ¿Es una maldición o una bendición?
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la puerta crujió y se abrió ligeramente. Victoria levantó la vista para ver a Sebastian, observándola desde la entrada. Sus ojos oscuros, llenos de conocimiento y secretos, se parecían traspasar cada parte de ella. Él se alejó de la puerta e ingresó a la habitación con los brazos cruzados.
— Podrías considerarlo tu maldición pues por ello ahora tienes la caja en tus manos —señaló aquel material en las delicadas manos de la menor —. Lilibeth sufrió mucho bajo el dominio de tus abuelos por haber nacido mujer. No se le permitía absolutamente nada, ni siquiera hablar a diferencia de ti que se te ha dado más libertad ya que tu padre no es un loco obsesivo con el apellido…
— Se siente como un martirio a veces vivir bajo este techo. Amo a mi familia, pero siento… solo me ven como la continuación de una tonta tradición.
— Victoria mia, ella—señaló un retrato en el cuadro—. Lady Seraphina Lith, una poderosa hechicera. Se cree que fue la primera en recibir la "bendición" que le otorgó longevidad y juventud, pero eso no fue fácil. Fue muy menospreciada. Siempre vivió como una simple humana cuando no lo era. Y Lord Elias Lith era un ángel que dominaba las fuerzas oscuras. Dejame decirte que ellos vivieron el verdadero martirio para que tu estuvieras viva en este momento gozado de privilegios que no otros tienen, aunque sea a costa de tu libertad.
Victoria observó el retrato en la pared mientras las palabras del demonio resonaban en su mente. El retrato de Lady Seraphina Lith, con su mirada penetrante y una expresión de serenidad inquebrantable, parecía cobrar vida bajo la luz parpadeante de las velas. Su vestido antiguo, con detalles dorados que destellaban ligeramente, contrastaba con el brillo oscuro de sus ojos.
—Lady Seraphina Lith… —murmuró Victoria, sus ojos siguiendo los contornos del rostro de la mujer en el retrato—. No puedo imaginar lo que debió haber soportado.
—Fue una mujer fuerte, pero el precio de su fortaleza fue alto —continuó Sebastian, sus palabras teñidas de un pesar profundo—. La maldición de vuestra familia es que aquellos que deberían ser reverenciados son a menudo los que más sufren. Seraphina nunca fue reconocida por su verdadero poder, y Lilibeth, tu tía, pagó un precio aún más alto por el simple hecho de haber nacido mujer en esta familia.
Victoria bajó la mirada a la caja en sus manos, el metal frío y pesado contra su piel. La caja que ahora le pertenecía, la caja que su familia había protegido por generaciones, era una carga tan significativa como la historia que había aprendido.
—¿Y crees que yo también sufriré como ellas? —preguntó en un susurro, temerosa de la respuesta.
—No lo sé, Victoria —admitió él—. Pero lo que sí sé es que tienes la fuerza de Seraphina y la determinación de Lilibeth en tus venas. Lo que hagas con esa caja determinará no sólo tu destino, sino el de todos los Lith que vengan después de ti.
Victoria respiró hondo, sintiendo el peso de esas palabras. Sabía que él tenía razón. La historia de su familia, la "maldición" que él mencionaba, era algo que debía enfrentar con todo lo que tenía, incluso si eso significaba sacrificar partes de sí misma en el proceso.
—Seraphina fue la primera en ser bendecida, pero no la última —añadió su padre, señalando el retrato de Lord Elias Lith—. Elias también fue bendecido, pero con un poder que no debería haber sido otorgado a un ser humano. El dominio de las fuerzas oscuras corrompió su alma, y esa corrupción se transmitió a cada generación que le siguió. —Se mala, Victoria, se muy mala con aquellos que intente ponerte por debajo, con aquellos que quieran tu caída, pero nunca seas mala contigo porque podrías destruirte y ahí no habrá ningún cazador de demonios y magia que pueda actuar a tu favor.
Victoria sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar las palabras del demonio. Las sombras de la sala parecían alargarse, reflejando la oscuridad que había marcado a su familia durante generaciones. Miró el retrato de Lord Elias Lith, cuyas facciones aún emanaban un aire de poder y peligro.
—Ser mala… —repitió Victoria en un susurro, como si probara la idea en sus labios, sin estar del todo segura de cómo encajaba con lo que sentía dentro de sí.
—Sí —confirmó el demonio, con una severidad que nunca antes había mostrado—. El mundo no te mostrará misericordia, y aquellos que conocen el poder de los Lith buscarán cualquier oportunidad para destruirte. No les des esa oportunidad. Debes ser implacable con quienes buscan tu caída. Usa tu fuerza y tu astucia para mantenerte siempre por encima, porque si alguna vez te permites dudar de ti misma, si alguna vez te vuelves tu peor enemiga, entonces habrás perdido.
Victoria desvió la mirada del retrato, enfrentándose a él. Podía ver en sus ojos la intensidad de sus propias experiencias, la lucha interna que probablemente había librado durante toda su vida.
—Pero… ¿y si me convierto en lo que más odio? ¿Y si al ser mala con los demás me vuelvo como Elias, corrompida por ese mismo poder?
—Es un riesgo que tendrás que aprender a manejar —respondió, con un tono que denotaba tanto dureza como compasión—. La clave está en mantener el equilibrio. Ser mala no significa ser cruel sin sentido, sino saber cuándo mostrar tus dientes y cuándo mantenerlos ocultos. Nunca te traiciones a ti misma, Victoria, porque ahí es donde comienza la verdadera caída. La fuerza que necesitas para protegerte también puede destruirte si la dejas sin control.
Victoria asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de sus palabras. Sabía que el camino que estaba a punto de seguir no sería fácil, y que las decisiones que tomará podrían definir no solo su destino, sino el de toda su familia. Pero también sabía que no podía permitirse flaquear.
—No permitiré que me destruyan —dijo finalmente, con la misma firmeza que había mostrado antes—. Y no permitiré que me destruya a mí misma.
—Cuida la caja, Victoria mía.
Minutos después, Victoria aún no podía creer que ahora tuviera la caja en su poder. Era una responsabilidad enorme que nunca había imaginado posible. ¿Qué haría si las cosas se salían de control? No podía dejar de pensar en la posibilidad de que los demonios escaparan por culpa suya. Cerró los ojos y detuvo sus pasos, parada en uno de los innumerables pasillos de la inmensa mansión Lith. Sentía como si cada retrato colgado en las paredes la estuviera juzgando por la cobardía que sentía dentro de ella. A pesar de parecer fuerte por fuera, como una chica a la que nada le importaba, Victoria era internamente tímida y sensible. Nadie en la mansión conocía ese lado suyo; no estaba permitido mostrar esas emociones dentro de Lith.
— Mantén la calma, Victoria —se dijo a sí misma, aun temblando con la caja en las manos—. Todo estará bien. Solo debo mantener la caja en un lugar seguro —abrió los ojos y miró hacia adelante, donde el pasillo parecía interminable—- y todo estará… bien.
Ella continuó caminando hasta llegar a su habitación, donde todo era sobrio y oscuro, como los secretos que la residencia guardaba celosamente. Al adentrarse, sus pasos resonaban en el suelo de madera gastada, mientras se dirigía hacia la cama que ocupaba el centro de la estancia. Sentada, con la caja reposando cerca, Victoria la contemplaba con precaución, consciente de su naturaleza peligrosa. De repente, la caja comenzó a moverse bruscamente, provocando que Victoria casi la dejara caer. Sabía que cualquier movimiento brusco podría desencadenar consecuencias irreversibles; abrir la caja sería un cataclismo.
Alarmada, abrió los ojos de par en par, su corazón latiendo rápido. Se levantó de un salto y buscó desesperadamente un lugar seguro donde colocarla. Aunque su habitación era privada y pocos la visitaban, excepto su padre, Victoria no podía confiar en la seguridad de un lugar tan expuesto para algo tan peligroso. Rápidamente, decidió un sitio más oculto y seguro. Dirigiéndose hacia una parte de la habitación junto al espejo, tocó un punto específico y lo empujó con fuerza. La pared cedió, revelando una escalera oscura que descendía hacia lo desconocido.
Con cuidado, colocó la caja sobre una mesa cercana y comenzó a bajar por las escaleras sombrías. Al llegar al final, antorchas se encendieron misteriosamente, iluminando un pasaje repleto de huesos y cráneos. Eran restos de aquellos que no habían logrado superar las extrañas pruebas impuestas por la familia Lith. Victoria avanzó con determinación, aunque la macabra escena no lograba perturbarla, acostumbrada como estaba a las sombras que envolvían su vida. Siguiendo el sendero marcado por la muerte, llegó finalmente a un lugar secreto, desconocido para su propia familia. Este lugar oscuro y prohibido era conocido solo por los empleados, quienes llevaban allí a las víctimas seleccionadas. Fue por accidente que Victoria lo descubrió, pero ahora se enfrentaba a la realidad de lo que su familia había estado ocultando durante generaciones.
— Solo espero que aquí estés segura — dijo Victoria, colocando la caja en su nuevo escondite y cerrándolo con determinación. Salió rápidamente del lugar, recorriendo de nuevo el sendero de huesos hasta regresar a su habitación. Sin embargo, al llegar, se llevó una gran sorpresa al encontrar la caja reposando sobre su cama. Chasqueó la lengua molesta y se acercó con frustración. ¿No había forma de deshacerse de ella? ¿Estaba destinada a estar siempre a su lado?
Victoria dejó la caja en la repisa y se dejó caer en la cama. Cerró los ojos cansada; desde la noche anterior no había dormido bien y el cansancio la estaba dominando. Anhelaba descansar, pero el golpe repentino de la puerta la hizo abrir los ojos de nuevo. Se levantó y fue a abrir, encontrándose con Lilibeth, hermana de su padre, sosteniendo dos pergaminos en sus manos.
— Traigo los pergaminos con algunos datos que debes saber antes de ingresar a la academia — dijo Lilibeth con su tono sombrío de siempre —. Comenzarás en dos semanas, así que debes marcharte de inmediato. El auto estará esperándote en dos horas. Tienes tiempo para empacar tus cosas. Tu padre está al tanto de todo, pero no podrá despedirse, tiene asuntos urgentes que resolver.
Dicho esto, Lilibeth dejó los pergaminos en manos de su sobrina y salió de la habitación, dejándola desconcertada por la inusual visita y por las revelaciones que la esperaban en su nuevo destino. Aunque su rostro permanecía impasible, por dentro estaba asombrada. ¿Realmente saldría de la mansión por primera vez en su vida? Los pergaminos en sus manos confirmaban que su partida era inminente. No había vuelta atrás. Se iría.
— No lo puedo creer… conoceré el mundo real.
Victoria se acercó lentamente a su armario, un mueble alto y antiguo que había pertenecido a su padre cuando este era más joven. Sus manos recorrieron la madera desgastada antes de abrir las puertas, revelando una fila de vestidos en tonos oscuros. Cada prenda colgaba cuidadosamente en su lugar, organizada meticulosamente por color y estilo. A simple vista, el guardarropa parecía un manto de sombras, pero entre esos colores apagados resaltaba un único vestido que rompía la monotonía: un vestido de color tan profundo y misterioso como sus propios ojos.
Esos ojos rojos, intensos y brillantes como la sangre recién derramada, no eran comunes en su familia, salvo en su abuelo materno. Él, aunque no era un vampiro, había nacido en una familia con un legado oscuro y antiguo, una línea que se decía descendía de vampiros. Tomó el vestido entre sus manos, sintiendo la suavidad de la tela contra sus dedos. Sin soltarlo, alcanzó los demás vestidos, envolviéndolos en un abrazo delicado, como si estuviera recogiendo recuerdos y no simples prendas. Los llevó con cuidado hacia la cama, colocándolos con esmero junto a otros atuendos que había seleccionado. Cada pieza representaba una parte de ella, una faceta de su compleja identidad.
Luego, dirigió su atención a sus velos, colocados en la parte superior del armario, cada uno hecho de un encaje delicado y trabajado con un detalle exquisito. Eran más que simples accesorios para Victoria; eran su refugio, su escudo contra el mundo exterior. Sus velos ocultaban su rostro, protegiéndola de miradas curiosas y de la vulnerabilidad que sentía cuando se exponía. Para ella, esos velos eran más preciados que cualquier joya. Jamás se separaba de ellos, ni siquiera cuando dormía, pues en ellos encontraba una sensación de seguridad y pertenencia que nada más le ofrecía. Con sumo cuidado, recogió cada uno, sintiendo el peso ligero y la suavidad del encaje en sus manos, antes de colocarlos junto a sus vestidos, listos para cumplir nuevamente con su silenciosa pero vital función.
—De acuerdo, familia—dijo, dirigiéndose a sus prendas —. Ustedes y yo tendremos una fiesta muy divertida.
Victoria comenzó a doblar cuidadosamente cada uno de sus vestidos, sus manos moviéndose con precisión y cuidado sobre la tela. Uno por uno, los fue colocando ordenadamente en la valija abierta a un lado de la cama. Sin embargo, el vestido Vinotinto, con su color tan profundo y cargado de significado, lo dejó sobre la cama, apartándolo del resto ya que sería el que usaría para irse a la academia.
Cuando finalmente terminó de organizar su ropa, se levantó y se dirigió hacia una esquina de la habitación, donde estaba la caja. Al mirarla, un torrente de emociones cruzó su mente; había en su mirada una mezcla de cautela y fascinación. Esa caja representaba una responsabilidad inmensa, algo que nunca imaginó que caería en sus manos. Sin embargo, allí estaba, y ahora formaba parte de su vida de una manera ineludible. Sin dudarlo más, la colocó cuidadosamente dentro de otra maleta, rodeándola con sus accesorios y libros demoníacos, aquellos que había estado estudiando con creciente interés.
Mientras lo hacía, no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica al pensar en su inminente educación en la academia, donde aprendería a cazar demonios. Era una paradoja extraña: entrenarse para combatir lo sobrenatural, mientras vivía en una mansión que muchos consideraban poseída, rodeada de familiares cuya humanidad era, en el mejor de los casos, parcial. Este contraste, esta dualidad entre su vida cotidiana y su destino, la hacía sentirse como si estuviera caminando en la fina línea entre dos mundos, ninguno de los cuales podía reclamarla por completo. Sin embargo, estaba decidida a enfrentar lo que viniera, con la misma fortaleza que había heredado de su peculiar linaje.
El pensamiento de abandonar el único hogar que había conocido por algo tan nuevo y desconocido como la academia oscura, despertaba en Victoria emociones encontradas: ansiedad por lo desconocido y una curiosidad inquieta que apenas lograba controlar. Se sentía nerviosa, pero al mismo tiempo, una mezcla de emoción comenzaba a palpitar en su pecho. No entendía del todo ese sentimiento, pero era evidente que algo dentro de ella ansiaba el cambio que se avecinaba.
Cuando las sombras se movieron silenciosamente por la habitación, levantando sus maletas y llevándolas hacia el auto que aguardaba afuera, Victoria no se alarmó; era simplemente otra manifestación de la magia que había crecido presenciando en su familia. Con una calma habitual, se dirigió al baño, y tras varios minutos, ya estaba lista. Solo faltaba un último toque: colocarse el velo, que en esta ocasión había elegido negro. Con manos expertas, lo ajustó sobre su cabello, asegurándose de que cubriera su rostro con la precisión que la situación exigía.
Al salir de su habitación, Victoria avanzó por los largos y oscuros pasillos de la imponente mansión Lith. Las paredes, adornadas con retratos de sus ancestros, parecían observarla con ojos llenos de secretos ancestrales. La luz apenas penetraba en esos corredores, pero Victoria se movía con la seguridad de quien conoce cada rincón, cada sombra. Veinte minutos después, llegó a la entrada principal, donde la esperaban su abuelo y su tía. Su abuela, en cambio, no estaba; había caído enferma de manera repentina, una enfermedad extraña que había surgido sin advertencia alguna. A pesar de la gravedad de la situación, Victoria no sentía gran preocupación. Desde niña, había aprendido que la muerte no era algo que debía temer ni lamentar; en su familia, la muerte era solo una transición, una parte natural de su existencia.
Fue entonces cuando sus ojos captaron la silueta del auto que la esperaba afuera. Negro como la noche, con líneas elegantes que evocaban la imagen de un carruaje antiguo, parecía más una extensión de la propia mansión que un simple vehículo. Era la primera vez que Victoria lo veía de cerca, y no pudo evitar pensar en lo apropiado que era para su familia, una familia que se movía entre lo antiguo y lo moderno, entre lo humano y lo sobrenatural. Sin dudarlo, dio un paso adelante.
— Abuelo, es un gusto verte.
Se arrodilló ante su abuelo, respetando la tradición de las mujeres de la familia al partir. Era la primera vez que Victoria realizaba este gesto, marcando así un momento significativo en su transición hacia lo desconocido. Su abuelo, siguiendo la tradición de los hombres de la familia, tomó delicadamente ambas manos de su nieta y las besó tres veces en un gesto de cariño y despedida, sellando así el vínculo especial entre ellos antes de que partiera hacia su nuevo destino.
— Victoria, espero que no logres decepcionar a esta familia — le habló su abuelo en un tono duro, haciendo que ella subiera la mirada a sus ojos—. Eres una Lith, no una cualquiera. Debes hacerte respetar y asegurar el respeto del apellido de esta familia.
— Abuelo…
—-Los Lith han caminado por senderos sombríos y han enfrentado desafíos que muchos no podrían comprender. Ahora te toca a ti cargar con nuestro legado, un legado de poder y responsabilidad. No olvides nunca quién eres ni de dónde vienes. Tu destino está entrelazado con el de esta mansión y con el honor que representa. Jamás manches esta familia comportándote como una de esas que estarán a tu lado. Eres mejor que todas ellas.
— De acuerdo, abuelo. Haré todo lo posible para satisfacer tus deseos.
Mientras dejaban atrás los terrenos familiares, Victoria se sumergió en sus pensamientos sobre cómo sería su nueva vida lejos de su familia. Se acomodó en el asiento y cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió de nuevo, se dio cuenta de que ya era de noche y estaban entrando en un pueblo, el mismo que tanto especulaba sobre su familia. Observó por la ventana oscura del auto mientras ingresaban al pueblo. Afuera, la gente reconocía el vehículo por el nombre que llevaba pintado en el costado: un indicativo claro de que dentro viajaba un Lith.
El rumor y la expectación en el aire no pasaron desapercibidos para Victoria, quien se recostó en el asiento y volvió a cubrirse con su velo, reflexionando sobre cómo sería recibir la mirada y el juicio de quienes la rodeaban en este nuevo capítulo de su vida. Durante una hora, el auto permaneció en el pueblo antes de salir por un sendero extraño y oscuro, bordeado de enormes árboles que se mecían con el viento nocturno. A lo lejos, en una sima oscura, se alzaba un imponente castillo. Era vasto, considerablemente más grande que la mansión de su familia, lo cual era sorprendente, considerando lo espaciosa que era la residencia Lith.
Conforme avanzaban por el camino iluminado, Victoria se humedeció los labios, anticipando lo que encontraba al final del trayecto. Finalmente, el auto se detuvo y la puerta se abrió, revelando a las personas congregadas en la entrada. Eran pocos: algunos estudiantes y profesores que esperaban para recibir a los nuevos llegados. Una mano se extendió hacia Victoria.
Era Zael, una figura sombría que tomaba forma humana y que había habitado cuerpos por milenios. Llevaba una máscara en su rostro, ocultando su verdadera apariencia a los demás. Victoria tomó su mano y descendió del auto. Con el viento que movía su velo, se pudo vislumbrar brevemente sus labios, pintados de un audaz color rojo.
— Zael, siempre tan amable — dijo ella con burla, provocando que Zael le dirigiera una mirada llena de odio.
— No soy amable, solo soy servicial — respondió él con arrogancia, ajustando la máscara en su rostro —. Aún me parece incrédulo que después de dieciocho años, por fin hayas salido al mundo, dejando de lado esas sombrías paredes de la mansión Lith.
— Es un honor que mis abuelos hayan querido dejarme salir de Lith. Nunca pensé que eso sucedería — dijo Victoria, contemplando el imponente castillo frente a ella, ajena a las miradas curiosas que la rodeaban, especialmente una en particular —. Agradezco que ellos hayan confiado en mí — añadió, dirigiendo una mirada significativa hacia Zael —. Prometo no defraudarlos. Y te sugiero que te vayas ya. No vaya a ser que alguno de estos cazadores te derrita con su poder divino — soltó con burla antes de darse la vuelta.
— Señorita Lith—escuchó detrás de ella una voz suave pero segura—. Me presento, soy Esmeralda Olivares, estudiante de grado avanzado en Teología.
Victoria giró lentamente, su vestido Vinotinto ondeando suavemente con el movimiento. Frente a ella se encontraba una joven con una expresión que transmitía tanto determinación como amabilidad. Esmeralda, con su cabello castaño recogido en una coleta ordenada y sus ojos que reflejaban una curiosidad genuina, la miraba con una mezcla de respeto y entusiasmo.
— Un placer conocerte, Esmeralda—respondió Victoria con una sonrisa falsa y que no podía verse a través del velo.
Esmeralda inclinó la cabeza en un gesto de respeto.
— He oído hablar mucho sobre ti y de vuestra familia—continuó, su tono cargado de una ligera preocupación y admiración. —Este lugar puede ser abrumador al principio, pero estoy aquí para ayudarte en lo que necesites.
— Vaya, no pensé que mi familia fuera tan famosa.
— Realmente lo son. Me encantaría mostrarte algunos de los aspectos más importantes de la vida aquí. Empezaremos con una breve introducción a las principales áreas del castillo y algunos de los aspectos fundamentales sobre lo que estas apunto de estudiar que te serán útiles. Vamos, sígueme.
Esmeralda guió a Victoria a través de una de las múltiples puertas del castillo, una entrada que parecía tan majestuosa como las demás. Aunque Victoria no se sorprendió por la imponente arquitectura, sí se sintió atraída por la elegancia y el misterio del lugar. El pasillo al que entraron estaba decorado con tapices ricos y candelabros que iluminaban la estancia con una luz cálida y dorada. Las paredes estaban adornadas con retratos antiguos y el suelo era de mármol pulido, reflejando las luces que parpadeaban de las antorchas.
Al final del pasillo, se encontraron con un grupo de jóvenes que parecían estar inmersos en una conversación. Al notar la llegada de Victoria, sus miradas se dirigieron hacia ella. Los chicos, que estaban parados a un costado del pasillo, la observaron con una mezcla de curiosidad y desdén. Sin embargo, la verdad era que la presencia de la menor de la familia no parecía causarles una gran impresión. Parecían más ocupados con sus propios asuntos que con la llegada de Victoria.
—¿Ellos son tus familiares verdad? —Victoria simplemente asintió—. ¿Tus hermanos?
— Soy hija única. ¿Puedes continuar? No creo que sea de tu importancia si son familiares míos o no.
—Lo siento. No era mi intención incomodarte. Vamos por aquí, Victoria.
Esmeralda guió a Victoria a través de los pasillos de la academia, su paso seguro y constante, mientras Victoria se esforzaba por adaptarse a su nuevo entorno. La atmósfera del lugar era solemne y majestuosa, con paredes adornadas con tapices antiguos y estatuas que reflejaban un legado de siglos. A medida que caminaban, los susurros y miradas curiosas de los estudiantes parecían seguirlas, pero Victoria mantenía la cabeza erguida, su velo moviéndose suavemente con cada paso.
Finalmente, llegaron al piso donde se encontraban las habitaciones femeninas. El pasillo era largo y estaba iluminado por una luz tenue que se filtraba a través de las ventanas altas, creando un ambiente tranquilo y reservado. Esmeralda se detuvo frente a una puerta decorada con un sencillo letrero que decía "Victoria Lith."
— Aquí está tu habitación —dijo Esmeralda con una sonrisa amable—. Si necesitas algo más, no dudes en escribirme un pergamino.
— ¿Compartiré habitación con alguien?
—De hecho no. Tenemos ordenes muy explicitas de su familia.
La novicia inclinó la cabeza en una reverencia antes de retirarse, dejándola sola en la habitación. Victoria observó el nuevo espacio que ahora sería su hogar, sintiendo una mezcla de abrumadora sorpresa y resignación. Sabía que este cambio era inevitable, pero el peso de la transformación le resultaba evidente.
En un pasillo distante, Thaddeus y Celine continuaban su recorrido. La estructura de la academia era un laberinto interminable de pasillos y escaleras, y Thaddeus comenzaba a sentirse exhausto por el esfuerzo de seguir el ritmo de Celine.
—Este lugar es impresionante —comentó Thaddeus, tratando de recuperar el aliento—. Nunca imaginé que algo así pudiera existir.
—Lo es —asintió Celine con una sonrisa—. Pero también es peligroso.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó Thaddeus, mirando a Celine con curiosidad.
—Claro —respondió ella.
—La chica que vi con la monja, ¿también es una…? Es que nunca había visto a una monja vestida de esa manera, parecía de luto.
—¿De quién hablas? —Celine frunció el ceño.
—Noté a una chica con un atuendo peculiar cuando estábamos en el pasillo.
—Ella no es una monja. En este lugar, las monjas nunca visten de negro, pues lo consideran el color del diablo. Esa chica probablemente pertenece a la familia Lith.
—¿Familia Lith? ¿Quiénes son?
—En otro momento te explicaré con más detalle —dijo Celine, sonriendo entre dientes—¿Quieres hacer algo interesante?
—¿Qué planeas, mujer? —respondió Thaddeus, levantando una ceja en señal de intriga.
— Solo sígueme.