Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 16. Odio y desesperación.
Alonzo abrió los ojos lentamente, con una sensación punzante que martillaba su cabeza. El dolor se extendía como una nube espesa, nublando sus pensamientos y dificultando su percepción del entorno. Sus párpados, pesados por el cansancio, tardaron en acostumbrarse a la luz tenue que iluminaba la habitación. Poco a poco, su mente comenzó a procesar que ya no estaba en la diminuta celda donde lo habían mantenido los últimos días. El nuevo lugar era mucho más amplio, al menos tres o cuatro veces más grande que la claustrofóbica prisión en la que había permanecido.
Se incorporó con dificultad, apoyando una mano en su frente como si intentara contener el torbellino de pensamientos que lo asaltaban. Todo lo ocurrido horas antes regresó a su mente, como una película en bucle que no podía detener. Cada palabra, cada gesto de Alessandro se repetía una y otra vez.
"El bebé que llevas en tu vientre es mío."
Esa frase se había grabado en su interior, tan profunda que resultaba imposible ignorarla. Alonzo abrazó sus piernas con fuerza, buscando refugio en sí mismo, como si de alguna manera pudiera escapar de la realidad que ahora enfrentaba. Enterró el rostro entre sus rodillas, deseando que al hacerlo, el mundo desapareciera.
—¿Cómo...? ¿Por qué yo...? —murmuró en voz baja, el eco de su propia voz llenando el silencio de la habitación—. ¿Por qué tuve que tomar tanto? —Su voz era un susurro quebrado por el miedo y la confusión.
El terror lo consumía por dentro. Cada fibra de su ser estaba impregnada de una profunda sensación de impotencia. Si antes había sentido que no podía escapar, ahora esa sensación se multiplicaba con la noticia de su embarazo. El simple hecho de pensar en ello lo hacía sentir prisionero de una nueva manera, como si el peso de esa vida que comenzaba a crecer en su interior lo atara de forma irremediable a ese lugar y a Alessandro. No quería un hijo, no lo había planeado, y mucho menos bajo esas circunstancias. Pero, al mismo tiempo, la idea de abortar lo llenaba de una incertidumbre abrumadora. ¿Podría siquiera considerar esa opción?
Su mente era un caos de preguntas sin respuesta. La angustia y el miedo se entrelazaban, creándole una sensación de ahogo. Quería salir, escapar de esa realidad que le parecía una pesadilla, pero sabía que no podía. No ahora. El embarazo era un ancla, una cadena invisible que lo mantenía ligado a Alessandro y a ese mundo al que nunca pidió entrar.
El sonido suave, pero inequívoco, de la puerta abriéndose lo sacó bruscamente de sus pensamientos. Su cuerpo reaccionó antes de que su mente pudiera procesarlo, quitándose rápidamente el edredón que cubría la mitad de su cuerpo y poniéndose de pie en un movimiento casi instintivo. El miedo volvió a paralizarlo cuando sus ojos se encontraron con los fríos e impenetrables ojos de Alessandro, quien lo observaba desde el umbral de la puerta.
Por un instante, el silencio se hizo pesado, casi palpable. El aire entre ellos se cargó de una tensión insoportable, como si ambos supieran que lo que venía a continuación cambiaría todo de manera definitiva.
Alonzo, aunque todavía temblaba ligeramente, intentó mantenerse firme, con la respiración agitada. Sentía cómo la presencia imponente de Alessandro llenaba la habitación. El hombre que estaba parado frente a él no solo representaba el poder, sino también el origen de su desesperación, de esa vida que ahora crecía dentro de él.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Alessandro, su voz más baja de lo habitual, pero aún conservando esa autoridad que nunca parecía abandonar.
Alonzo no respondió de inmediato. Sus pensamientos eran un remolino de emociones que se negaban a ordenarse. El miedo, la rabia y la confusión se apoderaban de él, y aunque quería gritar, su garganta estaba seca.
—No sé qué hacer... —murmuró finalmente, su voz apenas un hilo, mientras apartaba la mirada de Alessandro, incapaz de sostenerle la vista por más tiempo. Sentía una profunda vulnerabilidad, una sensación que lo hacía sentir pequeño e indefenso.
Alessandro dio un paso adelante, sin apartar la mirada de Alonzo, quien ahora parecía más frágil que nunca. La frialdad habitual en los ojos de Alessandro vaciló por un segundo, pero solo él lo habría notado.
—Recuéstate, el médico vendrá en unos minutos —dijo Alessandro con voz firme pero calma, extendiendo la mano hacia Alonzo, dispuesto a ayudarlo a recostarse de nuevo. Sin embargo, apenas su mano se aproximó, Alonzo retrocedió bruscamente, sus movimientos rápidos y defensivos, como un animal acorralado. Su mensaje era claro: no quería ser tocado. Alessandro, percibiendo el rechazo de inmediato, retiró la mano y dio un paso atrás, respetando el espacio que Alonzo había impuesto.
—Sé que esto es difícil, pero... —comenzó a decir, su tono suavizándose en un intento de consuelo.
—No, no lo sabes —lo interrumpió Alonzo, su voz cargada de una rabia que parecía brotar desde lo más profundo de su ser. Pero esa furia no estaba dirigida enteramente hacia Alessandro. Era una rabia hacia sí mismo, por haberse permitido caer en una situación que nunca había imaginado posible, por dejarse llevar por sus propios impulsos en una noche de desesperación.
Alessandro guardó silencio, observando atentamente a Alonzo. Era la primera vez que veía aquel tipo de furia en sus ojos, una furia nacida no del odio, sino del miedo, de la impotencia. Ni siquiera el día que fue secuestrado lo había visto de esa manera.
—Soy yo —continuó Alonzo, su voz quebrada, pero firme—. Soy yo a quien mantienes aquí en contra de su voluntad. Soy yo quien lleva una nueva vida en su vientre. —Hizo una pausa, como si las palabras fueran demasiado pesadas para continuar, como si el mero hecho de pronunciarlas le costara más esfuerzo del que podía manejar—. Nunca pensé que podía tener hijos, nunca planeé tenerlos. Y ahora me entero de la peor manera posible.
Cada palabra era una daga que se clavaba más profundo en el silencio de la habitación. Alessandro lo escuchaba sin atreverse a intervenir. Sabía que cualquier intento de justificar o de calmar solo empeoraría la situación.
—Ni siquiera es fruto del amor —continuó Alonzo, la amargura evidente en cada sílaba—. Esto fue el resultado de una noche en la que me sentía perdido, deprimido, vulnerable. No fue un acto de amor, fue un escape. Así que no me digas que lo entiendes, porque no lo haces. Tú no puedes comprender la magnitud de este problema para mí.
Las palabras resonaron en la habitación, envolviéndolos en una atmósfera pesada. Alonzo, de pie frente a Alessandro, luchaba por contener las lágrimas que habían empezado a rodar por sus mejillas. Se las secó rápidamente, intentando mantener la compostura, pero el odio y la desesperación que sentía hacia sí mismo y hacia su situación eran imposibles de ocultar.
cada episodio quedando en espera del siguiente,siempre en suspenso,,,