¿Morir por amor? Miranda quiere salvar la vida de Emilio, su mejor amigo. Pero un enemigo del pasado reaparece para hacerla sufrir por completo. ¿Cómo debe ser la vida cuando estás a punto de perderlo todo? ¿Por qué a veces las cosas no son como uno desea? ¿Puede haber amor en tiempos de angustia? Miranda deberá elegir entre salvar a Emilio o salvarse a ella. INEFABLE es el libro tres de la historia titulada ¡Pídeme que te olvide!
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POR ESO
*Miranda*
—¿Cómo te sientes? —Pregunté a Emilio.
Estábamos en mi habitación. El chamaco no quiso volver a la casa de sus padres y ellos lo consintieron en ese sentido. ¡Volveríamos a los viejos tiempos!
—Tú sabes que soy un canijo. Así que esto no me va a derrotar. ¡Me recuperaré pronto!
La noche había caído, eran las nueve y nosotros estábamos acurrucados entre mi cama, mirábamos más capítulos de Stranger Things.
—La neta es que sí eres un canijo.
—¡Hierba mala, nunca muere!
Nos reímos. Había palomitas de maíz entre nuestras piernas y su pie, bueno, rozaba mi pie.
—Lo bueno es que estás bien y te ves tranquilo.
Fue en este momento que las cosas, las cosas de atrás comenzaban a reaparecer en nuestras vidas y el pensar en eso me hacía querer explotar. ¿Qué cosas? ¿Cosas malas? ¿Cosas chidas? ¡El pasado también tenía cosas agradables que me hicieron sonreír!
Emilio era mi sostén, mi confidente, mi fuerza. Yo era la nostalgia, el dolor, la fragilidad. ¿Que éramos justo en este momento?
—¡Gracias por estar al pendiente de mí! Neta que, lo agradezco.
Su sonrisa me hizo corresponder, como un gesto incontrolable, mis cejas fueron coquetas.
—¡No me agradezcas! Yo lo hago por gusto. Sabes que te quiero.
—Si yo sé eso. Solo que... —se quedó callado.
¿Qué era? ¿Por qué ese silencio? ¿Por qué las miradas profundas?
—¿Qué pasa?
—Sé que ya te lo había dicho, pero me hiciste mucha falta en todo este tiempo que te fuiste. Te lo dije ya varias veces, pero en verdad, completamente te lo digo. ¡Te extrañé tanto!
Su sentimiento me conmovió al punto de querer tomar su mano, entrelazar nuestros dedos y estar juntos en el futuro. Mi respiración estaba calmada.
—Pues ahora estamos juntos otra vez, volveremos a ser como antes. Quizá y hasta logremos ser mejores que antes. ¿No crees?
—Sí. ¡Eso estaría bien chido!
Intercambiamos risas.
—¿No se te antoja una chelita?
—Nel, no puedes tomar alcohol ahorita.
—Pero solo es para...
—No. El médico dijo que no.
—¡Traidora! Ahora tú apoyas más al médico que a mí. ¡Te pasas de lista!
—No es eso. Todo es por tu propio bien canijo. No seas ingrato por la forma en que te cuido. ¡Quiero que te repongas rápido!
—No, si yo sé que no lo haces por mi mal. Solo quería intentar, a ver si podía convencerte de que me dejarás tomarme una chela.
Sus dientes se pelaron como mazorca. ¡Una sonrisa amplia y estúpida a la vez! Emilio les había agarrado gusto a las bebidas alcohólicas y eso me preocupo un poco. ¿Habrá caído en el vicio del alcohol?
—Pues no va a funcionar. Así que mejor ya deja de andar insistiendo.
—Pero...
—¡Ya! Que pareces niño chiquito.
Soltó una carcajada.
—¡Y tú eres peor que mi madre!
Lo fulminé con la mirada, mis ojos sobre su sonrisa y los movimientos de su cuerpo, se retorcía como gusano en comal con sal.
—No digas tonterías. Obvio no soy peor que tu madre porque ella es un amor de persona.
—Tienes razón. No medí mis palabras.
Hubo silencio entre nosotros. ¿Qué sentí justo en este momento donde el pasado y el presente se mezclaban para hacerme sentir bien?
—¿Quieres ver más de la serie? ¿O tienes sueño? —Su pregunta me transmitió comodidad en su ser.
—Pues la verdad, si tengo sueño, me siento un poco cansada.
—¿Por qué no has descansado bien?
Había curiosidad en sus pupilas.
—Nada importante. Solo que, pues, no he descansado por esto de la mudanza y el tener que arreglar algunos pendientes de la compañía y la granja.
Pero note su incredulidad, dudo de mis palabras. ¿Se habría dado cuenta de que le escondo la verdad? ¿Se preocuparía demasiado si le digo lo que me acongoja?
—¿Todo está bien? —Se animó a preguntar.
—Sí. Todo está perfecto. Solo es cansancio.
Sus ojos se posaron sobre mí de forma inquisitiva, era obvio que él podía reconocer cuando yo estaba tratando de ocultar la verdad para ser fuerte.
—¡Algo escondes! Y no me quieres decir.
—¡Ah! Para nada.
—Te conozco bien Miranda. Que nos distanciáramos un poco no significa que perdí la capacidad de descifrar tu lenguaje corporal.
—¡Hey! Te has vuelto más abusado que antes, ahora hasta me saliste lector del lenguaje corporal. ¡La universidad te ha cambiado un poco! —Dije para desviar el tema.
—Bueno, ahora ya sabes. Si hay algo que quieras decirme, con todo gusto te ayudo.
—Lo sé y te lo agradezco.
—¡Pues no parece!
—¡Ya! No te pongas como nena solo porque no quiero admitir que algo me pasa.
—¿Algo te pasa?
—No —fui certera con mi respuesta.
—Como sea. ¿Dormiremos juntos?
Parecía que su rostro se le iluminaba por completo.
—¿Tú qué crees?
—Pues sí. Después de todo fuiste muy bondadosa al permitirme regresar a tu habitación. ¿Te acuerdas de esa vez?
—¿De cuándo nos peleamos? ¿O de qué ocasión estás hablando?
—De cuando nos peleamos.
—Si me acuerdo. Pero, pues, tú qué tenías tu ataque de celos.
—No fueron celos.
—Ajá. ¿Entonces qué eran?
—Pues fue mi sospecha que al final se está convirtiendo en realidad.
—¿Tu sospecha?
De pronto no entendía.
—¡Pues sí! Édgar y tú ahora andan queriendo construir algo amoroso.
Su sonrisa se llenó de picardía y fugacidad. ¡Me gustaba verlo sonreír! Estaba acostado, tenía un short puesto y los vellos de sus piernas se habían vuelto más gruesos de lo normal. Color negro, selva profunda en poros llenos de miel. ¿Cuánto habíamos cambiado?
—Pues ya te dije. Solo nos andamos conociendo un poco más.
Cerré la computadora portátil y la puse sobre mi buró.
—¿Y te gusta lo que has conocido de él?
—Pues sí. Creo que es un buen hombre.
—¿No te importa la diferencia de edad?
—No es mucha la diferencia.
—¿Desde cuándo descubriste que te gustaba?
Su pregunta me hizo tambalear ante mi respuesta. Mi querido Emilio estaba siendo demasiado meticuloso a la hora de querer saber la verdad sobre mis sentimientos.
—Pues verás. No sé qué decirte exactamente, pero, recuerdo que fue ese día en que conocí a mi abuelo. Después de haber platicado y de tener el testamento en mis manos, yo regresé al vehículo y me desahogué con Édgar. Le dije un montón de cosas, me sentía algo frustrada y fue simple lo que él me respondió. Le dije algo así como, me gusta tu barba. Y es que se le ve bien chida esa barba que se carga. Entonces me respondió con, ¡a mí me gustas tú!
No respondió enseguida.
—Entonces, ¿él alimentó este romance entre ustedes?
Pensé un poco en lo que debía responder.
—¡No sé! O bueno. Que te digo. Apenas tengo dieciocho años y no soy una experta en el amor. Si hoy siento algo por él, puede que mañana eso desaparezca, porque así es esto de intentar querer a alguien. Estoy segura de que con el tiempo habrá una definición exacta en mi corazón.
¿Amor de verdad? Solo se sabe con el tiempo. Pensaba así por todo lo que les había pasado a mis padres. Que se amaban con toda el alma y al final nunca pudieron terminar juntos.
—Ahora hablas como toda una mujer madura.
—Solo a veces.
—¡Te pasas!
—Si ya sé, es que se me sale el código postal de las lomas.
Reímos, intercambiamos sentimientos y al final era muy agradable tener esta conversación con él.
—¿Sabes algo?
Las risas se detuvieron.
—¿Qué?
—La volví a encontrar.
—¿A quién?
Dejó escapar un suspiro, se acomodó entre las almohadas en posición de querer dormir.
—A mi exnovia.
Sentí un nudo en el corazón. ¿Había sucedido de verdad? ¿Lo estaba diciendo en serio?
—¿Cuándo la encontraste?