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La Brigada Del Páramo

La Brigada Del Páramo

Status: En proceso
Genre:Mafia / Aventura Urbana / Amor-odio / Fantasía épica / Mundo mágico / Polos opuestos enfrentados
Popularitas:509
Nilai: 5
nombre de autor: Bryan x khop

La banda del sur, un grupo criminal que somete a los habitantes de una región abandonada por el estado, hace de las suyas creyéndose los amos de este mundo.
sin embargo, ¡aparecieron un grupo de militares intentando liberar estas tierras! Desafiando la autoridad de la banda del sur comenzando una dualidad.
Máximo un chico común y normal, queda atrapado en medio de estas dos organizaciones, cayendo victima de la guerra por el control territorial. el deberá escoger con cuidado cada decisión que tome.

¿como Maximo resolverá su situación, podrá sobrevivir?

en este mundo, quien tome el poder controlara las vidas de los demás. Máximo es uno entre cien de los que intenta mejorar su vida, se vale usar todo tipo de estrategias para tener poder en este mundo.

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capitulo 7. maniobra inesperada

Eran las 2 de la mañana, y el campamento yacía envuelto en un silencio denso, apenas roto por el murmullo del viento entre las hojas. Solo tres figuras permanecían despiertas: los guardias de turno. Dos se apostaban en puntos estratégicos, rígidos como sombras, cubriendo las entradas, mientras el tercero recorría el perímetro con pasos firmes y medidos. Cada dos horas, el ciclo se repetía—uno permanecía inmóvil como una estatua, el otro se encargaba de los relevos y, en caso de emergencia, despertaba al campamento con una sola orden.

Raphael abrió los ojos antes de que la noche pudiera asentarse del todo en su mente. Sin prisa, pero sin titubeos, se incorporó y dirigió la mirada al centinela, su voz baja pero implacable:

—Ve y llama a patio. Los necesito formando en cinco minutos.

No hubo tensión en su tono, solo una frialdad cortante, como si el malhumor se hubiera instalado en él desde mucho antes.

—¡Oigan, despierten a formar! ¡Levántense! —la voz del centinela desgarró el silencio, rebotando contra las paredes de las tiendas.

Algunos hombres se removieron entre las mantas, parpadeando con pesadez, pero otros siguieron inmóviles, atrapados en el letargo de la madrugada.

—¡Levántense, a formar! —insistió, su tono crispado por la urgencia.

El campamento despertó a medias. Entre gruñidos y pasos arrastrados, las siluetas fueron emergiendo de la oscuridad, formando una línea desordenada en el patio. Sus rostros reflejaban el peso del sueño interrumpido, párpados hinchados, cuerpos aún dominados por la inercia del descanso. Raphael no dijo nada. Solo observó, inmóvil, con la paciencia fría de quien ya esperaba aquella escena de desgana.

Cuando finalmente estuvieron todos reunidos, las miradas vidriosas delataban su lucha por mantenerse en pie.

—¡Escuadra! A discreción. ¡Escuadra, numerarse! —la voz de Raphael cayó sobre ellos como un golpe seco.

Uno tras otro, los hombres comenzaron a contarse, la numeración saliendo de sus bocas con un tono monótono.

—Doce en formación y tres guardias —murmuró Raphael, satisfecho—. Estamos completos.

Desvió la mirada hacia el centinela.

—Que el centinela recoja a los guardias para que pasen a la formación.

El centinela asintió y se perdió en la penumbra. Al poco tiempo, los dos guardias llegaron con pasos decididos y se alinearon frente a Raphael.

—Aquí están los dos guardias a su disposición.

Raphael inclinó apenas la cabeza.

—Pasan a la formación.

Su mirada se deslizó hasta Cristóbal. Con un leve movimiento de la barbilla, lo señaló.

—¡Camarada Cristóbal! Pase a cubrir el servicio de la guardia hasta nueva orden.

—¡Sí, señor! Permiso para retirarme de la formación...

La respuesta de Cristóbal fue rápida, automática, sin atisbo de duda.

—Retírese de inmediato, camarada.

Sin más, Cristóbal giró sobre sus talones y se dirigió a su nueva posición. Raphael, con los brazos cruzados, lo siguió con la mirada. En su semblante, algo se estaba fraguando.

—¡Sean bienvenidos al curso básico de entrenamiento! Primer ejercicio: ¡trote en sus puestos, MAR!

El sonido de las botas golpeando la tierra resonó al unísono mientras los hombres comenzaban a trotar en el mismo sitio. Las respiraciones aún descompasadas del sueño roto se fueron regulando con el ritmo constante del ejercicio. Diez minutos después, la voz de Raphael volvió a romper el aire frío de la madrugada.

—¡En fila, de frente a la marcha, MAR!

Las filas se alinearon con la precisión de un mecanismo bien engrasado. Al primer paso, un solo grito llenó el espacio.

—¡Uno!, ¡dos!, ¡tres!, ¡cuatro! ¡Uno!, ¡dos!, ¡tres!, ¡cuatro!

Marcharon con la cadencia de un reloj, sus pisadas marcando el sendero de regreso al campamento.

—¡Atención!

Los cuerpos se tensaron al instante, pero los pies siguieron moviéndose, manteniendo el trote en sus posiciones.

—¡Firmes!

Las piernas se clavaron en el suelo de golpe, como si la orden los hubiera anclado en el sitio.

—¡Escuadra a discreción! ¡Escuadra, TENDERSE!

Sin vacilación, los cuerpos se desplomaron sobre la tierra. El frío del suelo se filtró a través de las telas húmedas por el sudor, pero nadie osó quejarse.

—Ahora que están tendidos, avanzarán arrastrándose hasta el campamento sin levantarse. Quien se levante, deberá hacer 100 flexiones de pecho.

El murmullo del viento fue reemplazado por el roce de los cuerpos contra la tierra. Espinas y piedras desgarraban la piel expuesta, dejando trazos de sangre y suciedad en su avance.

—¡Los últimos cinco que lleguen al campamento se las verán conmigo!

La amenaza fue suficiente para avivar el instinto. La fatiga quedó relegada ante la urgencia. Codos y rodillas se hundieron con más fuerza en el suelo, impulsando a los hombres con un ímpetu desesperado. Máximo fue de los primeros en cruzar la línea, jadeante, con espinas incrustadas en los brazos y polvo adherido al sudor de su frente.

Cuando el último hombre llegó, Raphael los observó, su mirada impenetrable bajo la luz pálida del amanecer.

—Esto es por no levantarse cuando se les llama a formar, ¿entendido?

—¡Sí, señor! —La respuesta fue seca, entrecortada por el esfuerzo, con la respiración de todos aún agitada.

—Retírense y estén atentos hasta nueva orden… ¡Escuadra, retirarse!

No hizo falta repetirlo. Como si el suelo les quemara, los hombres se dispersaron en busca de un respiro, algunos dejándose caer sobre cualquier superficie, otros bebiendo agua con urgencia.

—¡Eso no es nada comparado con lo que puedo hacer! —exclamó uno, sacudiéndose el polvo con una sonrisa desafiante.

—¡Sí! Estoy acostumbrado a peores tratos. —Otro escupió a un lado, como si quisiera deshacerse del cansancio con ese gesto.

—Esto es muy fácil de hacer. —Agregó un tercero, aunque su postura ligeramente encorvada delataba lo contrario.

Pero a medida que los días avanzaron, el peso del entrenamiento comenzó a arraigarse en sus cuerpos. Lo que al principio era desafío se convirtió en silencio, las bromas en miradas cansadas. La moral, que antes se sostenía con palabras altaneras, empezó a quebrarse bajo el peso del esfuerzo incesante.

La madrugada envolvía el campamento en un manto de silencio. Entre las tiendas de campaña, las respiraciones pausadas de los hombres dormidos se mezclaban con el leve crujido de las hojas bajo la brisa nocturna. Todo transcurría con la monotonía habitual de la guardia: dos centinelas inmóviles en las entradas, mientras un relevador patrullaba entre las sombras. Nada fuera de lo normal. Hasta que un silbato rasgó la calma.

—¡Despierten, a formar! —El grito del centinela se abrió paso entre la penumbra como un disparo.

Los cuerpos se sacudieron en las literas. Algunos se incorporaron de inmediato, otros tardaron en reaccionar, aferrándose al calor de sus mantas. Un murmullo de quejas ahogadas se alzó entre ellos mientras el frío mordía su piel expuesta.

—Raphael quiere que estén formados en cinco minutos. —La voz del centinela no admitía protestas.

Los hombres, todavía con los párpados pesados, se apresuraron a alinearse. Botas descalzas tropezaban contra el suelo húmedo, y el chasquido de hebillas ajustándose rompía el letargo. En el centro del patio, Raphael los observaba con expresión impasible, los brazos cruzados sobre el pecho.

—¡Escuadra! A discreción, ¡escuadra! Numerarse…

Las voces resonaron, aún rasposas por el sueño interrumpido. Raphael los contó en silencio, su mirada afilada recorriendo cada rostro.

—Doce en formación, tres en guardia. Estamos completos.

El aire se tensó cuando sus labios se curvaron apenas en una sonrisa gélida.

—Bienvenidos a la simulación de ataque sorpresa.

No hubo tiempo para preguntas. Con un solo movimiento, Raphael activó la alarma. Un estruendo metálico se extendió por el campamento, sacudiendo el suelo como si el peligro fuera real. La piel de los hombres se erizó. Instinto. Adrenalina.

—¡Posiciones defensivas, rápido!

El grupo se dispersó en un caos disciplinado. Algunos se arrojaron tras los barriles y sacos de arena, otros tomaron cubiertas naturales, las manos firmes sobre sus armas de práctica. El eco de pasos apresurados se fundió con el sonido de la alarma, la línea entre la realidad y el simulacro difuminándose en la tensión del momento.

—¡Formen un perímetro! —exigió Raphael, su voz cortando el aire. Su mirada calculadora evaluaba cada movimiento.

La orden siguiente cayó como un peso sobre sus cuerpos ya tensos.

—¡Trote en sus puestos!

Los pies golpearon el suelo al unísono, una sinfonía de esfuerzo en medio de la madrugada. Las respiraciones se aceleraron, el sudor perló frentes aún frías por la noche. Diez minutos pasaron con la lentitud de una tortura. Y apenas estaban comenzando.

El aliento de los hombres formaba pequeñas nubes en el aire helado. Los músculos les ardían, pero sus pies seguían golpeando el suelo con disciplina mecánica.

—¡En fila, de frente a la marcha, MAR! —La voz de Raphael retumbó en el campamento.

Sin titubear, los hombres se alinearon y comenzaron a avanzar en sincronía.

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! —sus voces rompieron el amanecer, su eco extendiéndose entre los árboles.

Cada paso era una prueba de resistencia, el sudor mezclándose con la brisa fría. Raphael los vigilaba con ojo crítico hasta que, de repente, levantó un puño.

—¡Atención!

Los cuerpos se detuvieron de golpe. Pechos subiendo y bajando con rapidez, mandíbulas tensas.

—¡Firmes!

Espaldas rectas, puños apretados, miradas fijas en el vacío.

Raphael paseó la mirada por la escuadra, midiendo su temple antes de soltar la siguiente orden:

—Escuadra a discreción. ¡TENDERSE!

No hubo dudas. Los cuerpos cayeron contra la tierra como si el suelo los reclamara.

—Ahora, avancen arrastrándose hasta el campamento sin levantarse. —Su tono no admitía objeciones—. Los que se levanten harán 100 flexiones.

El suelo estaba cubierto de espinas y raíces secas. Con cada movimiento, la piel se rasgaba contra la aspereza del terreno. La tierra se pegaba a sus rostros, al sudor que ya empapaba sus cuerpos.

Un hombre resopló con frustración. Otro contuvo un gruñido de dolor cuando una espina se le clavó en la palma.

—¡Los últimos cinco que lleguen al campamento se las verán conmigo! —La advertencia de Raphael cayó como un latigazo.

El dolor pasó a un segundo plano. Los cuerpos se impulsaron con más fuerza, los codos hundiéndose en la tierra, las piernas empujando con desesperación. El jadeo de sus compañeros se mezclaba con el crujido de hojas secas bajo su peso.

Cuando los primeros llegaron, se dejaron caer sobre la hierba, exhalando aliviados. Sus pechos subían y bajaban con violencia. Los últimos se arrastraron hasta la línea de llegada con los labios apretados, maldiciendo entre dientes.

Raphael los observó en silencio. La fatiga en sus rostros no le pasó desapercibida, pero tampoco la chispa de determinación que aún brillaba en sus ojos.

—Esto es solo un simulacro. —Su voz cortó el aire como un cuchillo afilado—. Lo que enfrentaron hoy es apenas una fracción de la realidad. Solo la disciplina y el trabajo en equipo los mantendrán con vida.

Los hombres asintieron, algunos con los puños cerrados, otros limpiándose el sudor con el dorso de la mano.

Raphael permitió una breve pausa. Luego, con el sol trepando por el horizonte, dejó escapar una media sonrisa.

—Es un buen día para entrenar.

Y el infierno volvía a empezar.

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Phone Oppo
Me enganchó, más capítulos bendiciones
Bryan x Koph: puedes seguirnos para no perderte ni un capítulo/Ok/
total 1 replies
Hebe
💕¡Estoy enamorada de tu historia! Los giros inesperados me mantuvieron intrigada hasta el final.
Madie 66
Me gustó, los personajes son fascinantes
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