En un matrimonio desgastado por el machismo y la intromisión de su suegra, Lara Herrera vive atrapada entre el amor que alguna vez sintió por Orlando Montes y la amargura de los años. Su hija Rashel, una niña de seis años, es su único rayo de luz en un hogar lleno de tensiones. Pero todo cambia trágicamente cuando un descuido termina en la pérdida de Rashel, una tragedia que lleva a Lara a enfrentarse a su dolor, su culpa y a la decisión de romper con una vida de sufrimiento para buscar su redención y sanar sus heridas.
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Nubes grises...
Esa noche, Lara ignoró a su marido y suegra. Al siguiente día, el sol se escondía detrás de un manto de nubes grises mientras Lara se mantenía de pie frente al pequeño ataúd blanco. A su alrededor, el silencio era profundo, roto solo por los sollozos de los asistentes al entierro. La tierra húmeda del cementerio parecía absorber el dolor que emanaba de los presentes, pero nada podía compararse al desgarrador sufrimiento de Lara.
—¿Por qué, Dios mío? gritó de repente, su voz rompiendo el aire como un trueno. ¿Por qué te llevaste a mi hija? ¡Ella no merecía esto!
Se arrodilló frente al ataúd, sus manos temblorosas apoyándose en el borde mientras las lágrimas caían sin control por su rostro.
—¡Rashel! gritó su nombre, como si su voz pudiera traerla de vuelta. Perdóname, mi amor, perdóname por no protegerte...
Orlando observaba desde un costado, sus ojos fijos en la figura quebrantada de Lara. Quiso acercarse, consolarla, pero sabía que cualquier palabra que saliera de su boca sería inútil. Él mismo se sentía vacío, como si el peso de la culpa lo estuviera aplastando lentamente.
Doña Gloria permanecía al otro lado del cementerio, con una expresión rígida. Aunque había asistido al entierro por respeto, no podía evitar pensar que todo esto era culpa de Lara. Sus pensamientos fríos y juiciosos eran incapaces de captar la magnitud del dolor que su nuera estaba atravesando.
—Mamá, por favor murmuró Orlando al notar que su madre estaba a punto de hablar. No ahora.
El sacerdote pronunció las últimas palabras de la ceremonia, y los sepultureros comenzaron a cubrir el ataúd con tierra. Lara, incapaz de contenerse, intentó detenerlos, como si al hacerlo pudiera evitar que la muerte separara para siempre a su hija de ella.
—¡No, no lo hagan! gritó, luchando contra los brazos de quienes intentaban sostenerla. ¡Es mi hija! ¡No pueden llevársela!
Finalmente, agotada y sin fuerzas, se dejó caer en el suelo, su cuerpo temblando mientras las lágrimas seguían cayendo.
Esa noche, la casa estaba más silenciosa que nunca. Lara se encerró en la habitación que había compartido con Rashel, abrazando la pequeña almohada de su hija contra su pecho. Había algo en ese cuarto que aún guardaba la esencia de la niña: su aroma, sus risas, sus sueños. Pero ahora todo eso parecía tan lejano, como si perteneciera a otra vida.Lara miró hacia la ventana, donde la luna brillaba tenuemente. Su voz, apenas un susurro, rompió el silencio.
Lara no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Rashel, su sonrisa brillante, sus manitas alcanzando las suyas. Pero después, la imagen cambiaba, y lo único que podía ver era el cuerpo de su hija siendo cubierto de tierra.
Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros y dolorosos. Había tratado de mantenerse fuerte, de pensar que algún día encontraría una forma de superar esto, pero la realidad era que no podía. El peso de su pérdida era demasiado grande, y la culpa la carcomía por dentro.
"Si hubiera sido más valiente, si me hubiera ido de esta casa antes... mi hija estaría viva", pensó, sintiendo cómo el dolor la consumía.
—Esperame hija mía que voy contigo
Con manos temblorosas, abrió el cajón de la mesita de noche y sacó un frasco de pastillas para dormir. Lo miró durante largos minutos, su mente luchando entre el deseo de encontrar paz y la culpa de dejar todo atrás. Finalmente, decidió que ya no podía seguir adelante.
—Perdóname, Rashel susurró, con lágrimas en los ojos. Pero no puedo vivir en un mundo donde tú no estás.
Con esas palabras, abrió el frasco y tomó una por una las pastillas, tragándolas sin detenerse. Su cuerpo pronto comenzó a sentirse pesado, y la oscuridad empezó a envolverla.
Orlando estaba sentado en la sala, con un vaso de licor en la mano, tratando de ahogar su propia culpa. Había escuchado los gritos de Lara en el cementerio, sus palabras llenas de dolor y reproche, y sabía que cada una de ellas era cierta. Él había fallado como esposo, como padre, como ser humano.
Por alguna razón, sintió la necesidad de ir al cuarto de Rashel. Quizá era un intento desesperado de aferrarse a los recuerdos de su hija, de encontrar algo que lo ayudara a seguir adelante. Al abrir la puerta, lo primero que vio fue a Lara, acostada en la cama de la niña.
—Lara... murmuró, acercándose lentamente.
La habitación estaba en penumbras, pero al acercarse más, notó que su piel estaba pálida, casi traslúcida. Su respiración era débil, apenas perceptible. Orlando se inclinó sobre ella y tocó su rostro, helado al tacto.
—¡Lara! gritó, sacudiéndola suavemente, pero ella no respondió.
En pánico, miró alrededor y vio el frasco de pastillas vacío sobre la mesita. El corazón le dio un vuelco.
Sin perder un segundo, sacó su teléfono y llamó a emergencias, su voz temblando mientras intentaba explicar la situación.
—¡Mi esposa tomó algo! Está inconsciente, por favor, necesitamos una ambulancia...
El tiempo pareció detenerse mientras esperaba a que llegaran los paramédicos. Se quedó a su lado, sosteniendo su mano, susurrando palabras que ni él mismo entendía.
—No te vayas, Lara... por favor, no te vayas.
Cuando la ambulancia finalmente llegó, los paramédicos entraron rápidamente al cuarto y comenzaron a atenderla. Orlando los observaba, paralizado por el miedo, sintiendo que, una vez más, estaba a punto de perderlo todo.
Mientras subían a Lara a la camilla, uno de los paramédicos se volvió hacia Orlando.
—Hemos estabilizado su pulso, pero está muy débil. Necesitamos llevarla al hospital de inmediato.
Orlando asintió y los siguió, su mente llena de un caos de emociones. A pesar de todo lo que había sucedido, no podía soportar la idea de perder también a Lara.
En el fondo, sabía que si ella no despertaba, él nunca podría perdonarse.
felicitaciones autora!!!
Me conmovió hasta las lágrimas, la sentí, la viví y sin dudas la disfruté ... Gracias por compartirla...
FELICITACIONES 👏👏👏👏