La Mexicana Del Capo

Francisca

–¡No quiero volver a ver a ese imbécil en esta casa! –sisea Daniel y golpea la mesa del comedor–. Si lo veo cerca lo mataré.

Inés ríe y yo también la sigo.

–Imagino que soñar es humano, pero sinceramente, cuñadito, tu imaginación me sorprende.

Las orejas de Daniel se tornan rojas.

–¡A tu cuarto! –ordena, logrando que Inés vuelva a reír–. ¿No le vas a decir nada? –pregunta molesto en mi dirección.

–No. Como te dije esta es la casa de mi hermana, nadie le puede ordenar nada, excepto yo.

–Es lindo que creas eso –dice Inés golpeando mi mano con cariño.

–Tú lo dijiste, Nessy, soñar es humano.

Ambas nos reímos mientras nos sirven el pozole. Tengo mucha hambre. Negociar con Dante gastó mucha de mi energía.

–No lo quiero ver cerca de ti –insiste Daniel.

–Si todo sale bien Dante será mi socio, y lo veremos muy seguido –digo logrando que Inés aplauda y mi prometido me mire furioso–. Su propuesta de negocio es muy interesante para El Cártel, no podemos perder esta oportunidad.

Daniel se levanta de la mesa, haciendo un escándalo y camina en dirección a nuestra habitación.

–¡Qué maduro! –molesta Inés.

–Esta vez lo empujamos demasiado –defiendo.

–Es un blandito. ¿Es verdad lo de Dante?

–Lo es. Probaremos dos meses y luego formalizaremos si todo sale bien.

Mi hermana aplaude. –Quizá podrías sacar más beneficios que solo económicos.

–¿Qué quieres decir?

Se encoge de hombros. –Solo digo que todavía no estás casada. Es más, diría que es justo y necesario que te des un gusto antes de tu boda.

–¿Un gusto?

–Un gustazo, Fran –responde levantando sus cejas.

–¡No me acostaré con Dante! No podría engañar a Daniel.

–Ay, hermanita, no seas ilusa. Apuesto a que Daniel se ha acostado con medio México a esta altura.

–¿Has escuchado algo? –No dice nada–. Inés, ¿lo has visto engañándome?

–No he visto nada, pero he escuchado comentarios.

–La gente siempre habla, pero eso no quiere decir que sea cierto.

–No sé, hermana, pero papá siempre decía que si el rio suena es porque piedras trae, ¿recuerdas?

Comienzo a comer mi pozole pensando en lo que acaba de decir mi hermana y en las insinuaciones de Dante sobre el anillo. Miro mi mano y comienzo a mover la argolla sobre mi dedo, de forma ansiosa.

Debo averiguar cuál es la verdad.

Me levanto, sorprendiendo a Inés, y camino hacia mi habitación.

Entro sin golpear y quiero gritar de frustración al ver a Daniel preparándose una línea.

–¿Qué?, ¿tu velador también es sagrado? –pregunta molesto–. No puedo creer que vayas a hacer un negocio con un hombre que no sabe respetar a quién será tu marido, y sin preguntarme primero.

–Es mi negocio, Daniel, no tengo que consultar con nadie mis decisiones, quizá con Inés cuando sea más grande.

Masculla palabras sin sentidos antes de esnifar la cocaína.

–No vas a volver a consumir.

Me ignora y comienza a preparar otra línea.

–Hablo en serio, si no puedes dejar de consumir no me casaré contigo –digo molesta.

Se gira. –¿Estás bromeando?

–¿Te parece que estoy bromeando? No voy hacer el hazmerreír de todo el mundo. Mi esposo no será un consumidor.

Se levanta y me mira con una media sonrisa. –Mi amor, no seas ridícula. Deja que la gente hable lo que quiera, no tiene por qué afectarnos.

–Pero lo hace, y lo hará. Ya está comenzando a afectar mis negocios.

–No veo qué tiene que ver una cosa con la otra.

Me muevo cuando trata de coger mi mejilla en su mano. –Dante me ofreció un negocio muy importante y casi lo perdí porque vio la cocaína sobre el escritorio de mi papá. Pensó que era yo quien consumía.

Se ríe.

–¡No es gracioso! Nadie hace trato con consumidores –agrego molesta.

–Deja que ese gringo se vaya, mi amor. No me agrada, se siente muy a gusto en esta casa y con ustedes. No me gusta.

–Si de mi depende Dante no se irá hasta formalizar el trato, e incluso después lo necesitaré cerca.

Sus ojos se estrechan. –¿Te gusta el gringo?

–¿En serio? –pregunto–. Son negocios, Daniel. Y no voy a dejar que arruines esto para mí. Si no dejas de consumir nuestro compromiso se cancela.

–No puedes hacer eso –espeta–. Tenemos todo listo.

–Puedo hacer lo que quiera –replico–. Nadie me va a decir cómo vivir mi vida, menos tú. No estoy dispuesta a compartir mi vida con un consumidor.

Suspira. –Mi amor…

–Si te vuelvo a ver consumiendo, esto se acaba–. Miro mi anillo–. ¿Qué me puedes decir de este anillo?

–No puedo creer que le hagas caso al gringo. Esa argolla ha estado en mi familia desde hace más de cien años.

–Entonces, ¿no te molesta si la llevo a un experto?

–¿No confías en mí?

Miro directo a sus ojos verdes, que comienzan a enrojecerse por el uso de la cocaína.

–No puedo darme el lujo de confiar en nadie –digo antes de caminar a la puerta–. No te quiero en esta casa, no mientras estés así.

–Nena –me llama.

–Tienes veinte minutos para irte –declaro antes de cerrar la puerta.

Vuelvo al comedor.

–¿Todo bien? –pregunta mi hermana preocupada, seguramente por mi expresión.

–Sí –contesto y sonrío–. Ahora me siento mejor.

Saco la argolla de mi mano y la observo mientras continúo comiendo. Imagino que tendré que averiguar la procedencia de este anillo. Quiero mi diez por ciento extra de las ganancias, pero algo me dice que Dante será quién ganará.

Cuando veo a Daniel saliendo de la casa, dando un portazo, esa sensación aumenta.

–¿Qué le pasó? –pregunta mi hermana.

–Creo que no lleva bien los ultimátum.

Mi hermana sonríe y toma mi mano. –Extrañaba a esta Fran –empieza–. Estabas empezando a preocuparme, hermanita, pero veo que ya recuperaste tu cordura. Creo que Dante es una buena influencia para ti.

–Si tú lo dices.

Suspira. –Es tuyo –declara–. Y no creas que no me duele renunciar a ese papazote, porque me duele y mucho, pero creo que hace mejor match contigo.

–Estás delirando –devuelvo divertida.

–Solo el tiempo lo dirá, Fran, y creo que esta vez yo seré quien tenga la razón. Tú espera y verás –dice antes de besar mi mejilla y levantarse de la mesa–. Salgamos esta noche –pide–. Es viernes, no quiero quedarme en casa. Por favor –agrega haciendo un mohín.

Bebo mi limonada en un largo trago. –Vamos, me vendría bien una distracción.

Mi hermana grita feliz y corre a su habitación, imagino que para prepararse. Me levanto también, ansiosa por salir de esta casa.

Mañana será otro día, hoy quiero divertirme.