LA FARSANTE

Dinorah parpadea, su mente está procesando la audacia del hombre que tiene enfrente, al hacerle esa propuesta, pero la inquieta demasiado el hecho de que ese desconocido sepa su nombre.

Un escalofrío le recorre la espalda, se pregunta si la ha estado siguiendo, ¿la ha investigando?, en este momento no sabecómo reaccionar.

—A ver si entendí, ¿prometida dice?— el asiente con una sonrisa cínica —¿Por dinero?.

—Así es, lo ha entendido bien— responde

—¿No cree que es el colmo de la indecencia?— cuestiona, pero la imagen de su madre convaleciente, el montón de facturas médicas y el semblante caprichoso de Dalila se agolpan en su mente. Su elegante vestimenta, que había sido su escudo durante todos estos días, ahora se siente como una burla cruel, resultó ser el disfraz perfecto para un engaño aún mayor.

—¿Prometida?— repite Dinorah, en un susurro incrédulo y una pizca de amargura —¿Y por qué yo?, ¿por qué esta farsa?.

Renzo se recuesta en el asiento de cuero, con el brillo de una sonrisa complacida en los labios.

—Porque usted tiene el aire, la pose y esa elegancia natural que no se compra en ninguna tienda de Madison Avenue, y créame, he buscado; además— añade, su tono volviéndose más bajo y directo, casi como una confidencia —usted parece alguien con necesidades urgentes y eso es algo que hace que vea mi propuesta como una salida y no como una indecencia.

Dinorah siente un golpe en el pecho, pues él la ha desnudado con una sola frase.

—Y, ¿qué pasaría si mi actuación no es lo suficientemente convincente?, ¿si fallo en engañar a su familia?— inquiere levantando la barbilla, a pesar del ardor en sus ojos.

—Ese es mi problema, ¿no?— contesta soltando una risita —si usted tiene ese porte y la necesidad de mi dinero, no veo por qué fallaría; además, no es a toda la familia a la que tiene que engañar.

—¿Y que pretende con eso?— cuestiona ella.

—Eso sólo lo sabrá si acepta, por lo pronto debe saber que el objetivo principal es mi padre, un hombre de principios, que cree que un buen compromiso es la cura para mis males. Y bueno, mi madre y hermano ellos también tienen que creerlo, pero es el menor de los problemas, ellos son un poco ingenuos cuando se trata de las mañas de los demás, por decirlo de alguna manera— hace una pausa esperando que ella hable pero no consigue respuesta, por lo que agrega —con usted, la farsa sería impecable— dice encogiéndose de hombros —piénselo y ponga un precio, la veo está tarde a las cinco (5) ahí— señala un café frente a ellos —hasta la tarde señorita Vega— concluye y arranca su vehículo...

La pequeña cocina del apartamento en Queens huele a cebolla y ajo sofritos, Dinorah remueve distraídamente una olla en la estufa, sólo se escucha el sonido del metal contra el fondo de la sartén; sus movimientos son mecánicos porque sus pensamientos están a kilómetros, puestos en el ofrecimiento de ese hombre que no llegó a decirle el nombre, en su mente se reproduce una y otra vez la frase "Usted parece alguien con necesidades urgentes".

La propuesta de ese millonario, está anclada en su cabeza.

—¿Podré fingir ser la prometida de un extraño?— se pregunta en un susurro, cuestionando Adónde se iría entonces las enseñanzas de su madre sobre la honradez y que las cosas se ganan con el sudor de la frente, no con mentiras.

Dalila sale de la habitación de Dana, con la puerta entreabierta se escucha el suave pero constante zumbido del nebulizador de su madre, ese sonido le clava el aguijón de la necesidad. Hace tres (3) meses desde el diagnóstico de Guillain-Barré, tiempo en que los gastos médicos superan con creces lo que ella puede conseguir de niñera o trabajando a tiempo parcial en la pequeña tienda de la esquina; abre la nevera y las botellas de medicamentos son un recordatorio de lo que cuesta pagar el precio.

—Necesito dinero para mañana, es para una lámina de Biología que es obligatoria y si no la presento, me reprueban— dice la adolescente mientras se sirve un vaso de agua.

—Dalila, sabes que las cosas están difíciles, acabamos de pagar las medicinas de mamá. ¿No puedes, no sé, pedir prestado a un amigo?— dice a hermana mayor y la adolescente resopla.

—Todos ya la tienen y la necesito para mañana, ¿qué vamos a hacer?— dice casi al borde de las lágrimas —no quiero ser la única que no la tenga.

Ella no quiere a su hermana sintiéndose avergonzada en el colegio y es un nuevo peso que se suma a su madre aún con las secuelas persistentes de esa enfermedad, el alquiler del apartamento, la compra de los víveres.

—Está bien, Dalila, yo lo resolveré— dice y un grito de emoción sale de la hermana diciéndole que es la mejor y sale tan pronto como entró, sin imaginar la tormenta que acaba de desatarse.

Dinorah se da la vuelta, apoyando ambas manos en la encimera, con los nudillos blancos de apretar, en su mente, la balanza se inclina de forma brutal. Sus principios, su honestidad, su nombre, versus la salud de su madre y la tranquilidad, por efímera que sea, de su hermana.

Cierra los ojos y ve la lámina de Biología en las manos de Dalila, a su madre volviendo a su vida normal, la carga de las deudas desapareciendo; pero también ve un vacío en sí misma, una lágrima caliente se desliza por su mejilla, no sabe si mañana podrá mirarse al espejo, de lo único que está segura es de que la salida es inmoral y no hay heroísmo en esta elección, solamente una cruda y dolorosa resignación, abre los ojos sintiendo que su juventud se ha desvanecido en este instante. La decisión está tomada, su lucha interna termina sintiendo amargamente el triunfo de la necesidad...

Mientras la joven vive una tormenta, Renzo recibe la información que pidió sobre Dinorah y al leerla está casi seguro de que aceptará, si no, ya sabe de qué forma persuadirla.