Recuerdos De Mi Futuro

El barco atracó al fin en el puerto del imperio de Oro, y el contraste con Aragon era abrumador.. las torres doradas brillaban incluso bajo el cielo nublado, las calles eran amplias y limpias, y cada soldado imperial caminaba con una disciplina casi inhumana. Alexandra observaba todo con una mezcla de respeto y rabia contenida..

cuando bajaron del barco, no los llevaron a la mansion, ni a los jardines como ella esperaba, sino directamente al patio de entrenamiento del ducado Fairfax, un enorme campo de tierra pisoteada rodeado de gradas, lleno de soldados que entrenaban en silencio, sincronizados, como si fueran una sola mente..

Alexandra no veia al duque por ninguna parte, pero ya lo entendía bien.. aunque él no estuviera, estaba mirando todo..

un hombre de cabello gris, recto como una lanza y con expresión implacable, se acercó a ella. llevaba el emblema negro y plata del ducado en el pecho.

- soy sir Haden, asistente del duque Fairfax.. el duque desea medir la calidad de las tropas de Aragon. tres de sus hombres podrán demostrar su valía en un encuentro amistoso..

Alexandra: amistoso… espero que signifique que no habrá trampas.

sir Haden: en el ducado Fairfax, General, no hay necesidad de trampas.

Alexandra: sir Ronald, Ivan y León, los mejores entre ustedes, representarán a Aragon.. recuerden quiénes son.

los tres soldados dieron un paso al frente, golpeando el pecho con orgullo. los oficiales del duque ya los esperaban en el centro del campo.. tres hombres altos, vestidos de negro, con los rostros serios y los ojos como acero..

sir Haden: comiencen

el choque fue brutal pero breve.

Ronald atacó primero, rapido, con una estocada limpia… el oficial imperial desvió el golpe con un simple giro de muñeca y lo desarmó en menos de cinco segundos.

Ivan lanzó un ataque por la espalda, pero su oponente se agachó, lo empujó con el hombro y lo hizo rodar por el suelo sin siquiera sacar la espada..

León, el más fuerte, logró mantener el duelo unos segundos más, hasta que un golpe preciso lo dejó sin aliento y su espada voló por los aires..

todo terminó en menos de un minuto. ninguno de los soldados de Aragon estaba herido, pero los tres estaban en el suelo, jadeando, con la humillación grabada en el rostro..

los oficiales imperiales se inclinaron respetuosamente y retrocedieron sin decir palabra, como si todo hubiera sido un simple ejercicio..

Alexandra observó en silencio, el corazón latiendole fuerte. sus hombres eran buenos, disciplinados, orgullosos… pero comparados con los del imperio, parecian aprendices.

sir Haden: el duque Fairfax agradece su demostración, General. dice que el primer paso para fortalecer un reino es aceptar su debilidad.

ella apretó los dientes, sintiendo una rabia amarga arderle por dentro.

Alexandra: dígale al duque.. que Aragon puede ser pequeño, pero no se arrodilla ante nadie.

sir Haden: el duque ya lo sabe, General..

ella miró el campo vacío, los soldados del imperio volviendo a sus rutinas como si nada hubiera pasado..

[entonces así es el poder del imperio de oro…]

pero también juró, mientras recogia la espada caída de Ronald, que no descansaria hasta que los hombres de Aragon pudieran enfrentar a cualquiera de ellos sin caer en un minuto..

para la sorpresa de Alexandra, cuando los soldados imperiales terminaron el entrenamiento, el bullicio del patio se apagó poco a poco. todos los presentes se giraron hacia el extremo norte, donde una figura avanzaba con paso firme.

era él, el duque Caleb Fairfax, vestido con su traje de entrenamiento negro, sin capa, sin armadura pesada, solo una espada colgando a su costado y esa expresión serena que parecía no conocer el miedo.

los murmullos entre los soldados se extendieron de inmediato. nadie esperaba que el duque bajara al campo..

Duque: princesa de Aragon.. te hice una promesa. si lograbas sorprenderme, yo mismo te llevaría ante el emperador.

Alexandra: y qué debo hacer para sorprenderte, duque?

Duque: muy simple. si logras tocarme con tu espada, una sola vez, cumpliré mi palabra.

el corazón de Alexandra se acelero, pero no lo dejo ver. levanto la barbilla y desenvaino su espada. los soldados imperiales se apartaron en silencio, formando un círculo. el aire se volvió denso.

Duque: listos..

ella atacó primero, veloz, con la tecnica que había aprendido desde niña. un golpe directo al pecho. pero Caleb la esquivó apenas moviendo un pie. su espada ni siquiera chocó con la de ella.

Alexandra giró, volvió a atacar, descendiendo el filo en un arco limpio. el duque lo desvió con facilidad, sin esfuerzo, como si anticipara cada movimiento antes de que ocurriera.

Duque: mas rapido, princesa

ella gruñó, frustrada, y redobló el ataque. cada golpe era mas feroz, mas desesperado, pero el duque seguía inmovil, defendiendose con elegancia, sin mostrar cansancio, sin usar magia.

una, dos, diez veces cayó Alexandra al suelo, jadeando, el sudor pegandole el cabello al rostro. cada vez que tocaba el suelo, los soldados imperiales la miraban en silencio… y cada vez, ella se levantaba.

Duque: te rindes?

Alexandra: jamas..

Caleb arqueó una ceja, por primera vez mostrando algo más que burla. admiración, quizás.

Duque: sabes que no podras tocarme..

Alexandra: quizas.. pero mientras pueda levantar la espada… seguiré intentandolo.

ella se lanzó de nuevo, con todas sus fuerzas, en un movimiento desesperado, impredecible. Caleb la esquivó otra vez, pero por primera vez, tuvo que moverse hacia atras. una mínima reacción, pero la hubo..

los soldados murmuraron, sorprendidos. Alexandra sonrió, exhausta.

él bajó la espada y la observó unos segundos, en silencio. luego habló, su voz más baja.

Duque: no lograste tocarme, princesa. pero… debo admitir que hace mucho nadie me obligaba a retroceder.

ella apenas podía mantenerse en pie, pero levantó la barbilla con orgullo..

Duque: entonces cumpla su palabra, duque.

Caleb la miró con esa mezcla de dureza y algo casi imperceptible en los ojos

Duque: muy bien. irás ante el emperador… y esta vez, yo mismo te escoltaré.

y sin decir más, le ofreció la mano para ayudarla a ponerse de pie.

ella dudó, pero la aceptó, con la misma firmeza con la que había empuñado su espada.