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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capítulo 2: El número veinticuatro

El rugido de los motores ya era un eco lejano.

Dylan caminaba solo por las calles húmedas, con las manos en los bolsillos y la cabeza hecha un desastre. No saludó a nadie al irse. Ni siquiera escuchó los gritos de sus amigos. Solo necesitaba aire. Y espacio. Mucho espacio.

Nunca lo habían ganado así.

Ni por poco.

Ni por nada.

Ese tipo… ese tal “número veinticuatro”… había corrido como si conociera cada maldito movimiento suyo. Como si lo hubiera estudiado. Como si supiera quién era, incluso antes de llegar.

—Pinche mamón... —murmuró Dylan, pateando una botella vacía.

La calle estaba desierta. Solo se escuchaban los autos lejanos y sus pasos malhumorados. Ya iba por su tercer intento de sacar un cigarro cuando su auto, el mismo que había dejado estacionado en una calle paralela, parpadeó. Las luces titilaron como si tuvieran vida propia.

Frunció el ceño.

—¿Y ahora qué...?

Se acercó. Abrió la puerta. Todo parecía normal… hasta que intentó encender el motor.

Nada.

—No empieces con mamadas…

Giró la llave una, dos, tres veces. El tablero parpadeó… y luego, todo se apagó.

—Genial. —Golpeó el volante con la palma—. ¡Lo que me faltaba!

Salió, revisando los alrededores. El callejón tenía ese tipo de silencio que ya no parecía normal. Como si alguien más respirara ahí. Como si lo estuvieran viendo.

Se giró rápido.

Nada.

Dio un paso atrás.

Y ahí fue.

En menos de un parpadeo, dos tipos lo tomaron por los brazos. No eran improvisados: grandes, coordinados, sin decir una sola palabra. Dylan intentó soltarse, pateó, empujó, lanzó el codo a uno... pero fue en vano. Sintió algo punzante en el cuello.

Frío.

Después ardor.

Y después... nada.

Oscuridad total.

Despertó con la garganta seca y los músculos tensos. La cama bajo él era demasiado suave.

Demasiado cómoda para ser suya.

Abrió los ojos.

El techo alto. Las cortinas gruesas. El aire con olor a madera fina y perfume caro.

—¿Qué chingados…? —se incorporó de golpe.

—Buenos días.

Esa voz.

Esa maldita voz.

Giró la cabeza y lo vio.

Parado en el marco de la puerta. Sin prisas. Como si llevara media hora ahí.

Nathan Liu. Con la camisa remangada, el mismo porte tranquilo y esa expresión que no mostraba nada… pero lo decía todo.

—¡¿Tú?! —Dylan se levantó de un salto, medio mareado—. ¿Qué es esta mierda? ¿Dónde estoy?

—Tranquilo. —Nathan se acercó un poco, sin levantar la voz—. No estás en peligro.

—¿Me estás jodiendo? ¡Me drogaste, imbécil!

Nathan alzó una ceja, como si lo exagerara todo.

—Preferí evitar una escena. No iba a discutir contigo en medio de la calle.

—¡Secuestrarme no era la otra opción, enfermo!

—¿Seguro? Porque no parecías muy dispuesto a hablar después de la carrera. —Nathan se detuvo a un par de metros—. Me ganaste la atención, Dylan. No suelo interesarme por nadie. Pero tú... eres diferente.

Dylan retrocedió un paso, con el pecho agitado.

—No sé qué pedo tengas en la cabeza, pero ni se te ocurra pensar que voy a quedarme aquí. En cuanto encuentre mi teléfono, llamo a la policía.

Nathan sonrió con esa calma de quien ya tenía todo bajo control.

—No vas a encontrarlo. Ni el teléfono, ni la salida. Todo está pensado, Dylan. Absolutamente todo.

—Estás jodido. Completamente jodido.

—Quizás. Pero eso no cambia que estés aquí. —Se le acercó un poco más—. Y que no te vas a ir.

—¿Ah, sí? ¿Y quién chingados te crees?

Nathan bajó la mirada un segundo… y luego le sostuvo la vista con una tranquilidad inquietante.

—El único que te vio correr... y pensó en más que una carrera.

Dylan lo fulminó con los ojos.

Nathan solo suspiró.

—No vine a hacerte daño. Te traje aquí porque quiero que entiendas algo: no fue una casualidad conocerte.

—Esto no es conocer. Esto es secuestrar, idiota.

—Entonces considéralo una especie de arresto… preventivo.

—No estás bien, loco.

Nathan se inclinó, bajando un poco la voz.

—No. Pero sí sé lo que quiero. Y no suelo soltar lo que quiero.

Dylan apretó los dientes.

—Me das asco.

Nathan asintió con suavidad, casi como si esperara esa respuesta.

—Perfecto. Es un buen punto de partida.

Se giró y se fue, dejando la puerta cerrada con un clic suave.

Pasaron unos minutos. O tal vez una hora. Ni siquiera lo sabía.

Dylan seguía ahí, de pie en medio del cuarto, con los puños apretados y la cabeza trabajando a mil. Todo esto era absurdo. Irreal. Un maldito delirio.

—Maldito enfermo... —susurró.

Caminó hacia la puerta. Intentó abrirla. Cerrada.

Obvio.

Revisó la habitación, buscando alguna salida secundaria. Nada. Las ventanas eran altas, blindadas, y por más que intentó mover el marco o correr las cortinas, no encontró ni una hendija que pudiera usar. Todo estaba perfectamente sellado. Como si alguien se hubiera tomado el tiempo de pensar en cada posible escape.

Se rascó la nuca, frustrado.

—Ok... respiro... respiro... piensa —se dijo, empezando a caminar en círculos.

Se detuvo frente al enorme espejo. Su reflejo lo miraba con el mismo odio que sentía por dentro. Tenía la cara sucia, el cuello le ardía por la inyección, y el corazón latiéndole fuerte, como si estuviera corriendo otra vez.

—¿Por qué mierda me pasa esto a mí?

Fue al baño, se mojó la cara con agua fría. El mármol era tan blanco que casi le dolían los ojos. La regadera tenía sensores y luces LED. En cualquier otro contexto habría sido impresionante.

Pero ahora solo se sentía... atrapado.

Entró al vestidor. Ropa nueva, colgada, planchada. Su estilo. Su talla. Marcas caras.

Todo.

Ese tipo sabía exactamente con qué lo haría sentir incómodamente observado.

—Hijo de puta...

Tomó una sudadera negra y se la puso por encima. La tela le quedó perfecta.

Demasiado perfecta.

Volvió a sentarse en la cama. Las piernas le temblaban un poco, pero la rabia le impedía quedarse quieto. Quería patear algo. Gritar. Romper una ventana.

Pero no.

Tenía que pensar con la cabeza fría. Si ese tipo lo había traído ahí, algo quería. Algo buscaba. Y Dylan no iba a dárselo tan fácil.

Justo cuando estaba por volver a intentar abrir la puerta... clic.

Se abrió sola.

El corazón le dio un vuelco.

—No mames...

Asomó la cabeza despacio.

Nada.

Solo un pasillo largo, elegante, silencioso. Con cuadros costosos, luces tenues, alfombras que apagaban cualquier ruido. Ni un solo guardia. Ni un sonido.

“Demasiado fácil…”

Pero eso no lo detendría.

Caminó con cautela, cuidando cada paso. Se asomaba en cada esquina, cada puerta.

Todo cerrado. Todo silencioso. El lugar era como un maldito hotel de lujo abandonado.

—¿Dónde demonios estoy...? —susurró, apretando los dientes.

Avanzó un poco más. Bajó unas escaleras amplias, de mármol pulido. Abajo, más salas, sillones de diseño, estanterías, una chimenea… y ni rastro de Nathan.

Hasta que lo escuchó.

—¿Buscando algo?

Y ahí estaba él.

Sentado con total descaro en uno de los sillones de cuero, con el café en una mano, el brazo extendido sobre el respaldo y las piernas cruzadas con una calma irritante. El cabello le caía un poco sobre la frente, desordenado. La luz de la mañana le daba un tono cálido al perfil.

Como si lo hubiera estado esperando.

— ¡Esto no es normal! ¡Tienes problemas!—le escupió Dylan, con el pecho agitado.

Nathan alzó apenas la vista, con una media sonrisa.

—Tal vez. Pero insisto: no te estoy haciendo daño. Solo quiero hablar.

—¿Por qué me tienes aquí? —preguntó al fin, con voz tensa.

—Porque me interesás.

Dylan parpadeó.

—¿Qué?

Nathan se inclinó un poco hacia el frente, apoyando los codos en las rodillas, todavía con la taza en la mano.

—Desde la primera vez que te vi. Desde antes de saber quién eras siquiera. Y cuando algo me interesa, Dylan... me encargo de conseguirlo.

Dylan lo miró como si no terminara de creer lo que estaba escuchando. Como si el mundo se hubiese detenido un segundo.

—¿Estás enfermo?

Nathan se encogió de hombros.

—Probablemente. Pero eso no cambia el hecho de que ya estás aquí, ¿o sí?

Silencio.

El ambiente se tensó. Dylan bajó un peldaño más, sin decidirse si avanzar o retroceder.

—No tenés derecho a hacer esto. No puedes...

—Claro que puedo —interrumpió Nathan, sin levantar la voz—. No te lastimé, no te forcé. Solo... facilité las cosas.

—¿Facilitar? ¿Te escuchás? Me drogaste, me trajiste aquí y por si no fuera poco contra mi voluntad.

Nathan se levantó. Sin prisa. Se acercó. Hasta quedar a menos de medio metro de él.

—¿Y si te dijera que desde la primera vez que te vi quise tenerte así, justo así… frente a mí, sin escaparte?

Dylan frunció el ceño. La confusión le ganó por un segundo.

—¿Qué...? ¿Estás loco?

Nathan lo miró directo, sin una pizca de arrepentimiento. Luego alzó una ceja.

—Un poco. Pero dicen que los locos conseguimos lo que queremos.

Y sonrió, tranquilo.

—Además, ¿quién en su sano juicio insulta a un desconocido que no muestra ni la cara? Si alguien está mal de la cabeza... creo que eres tú.

—¿Y ahora qué?

Nathan bajó la mirada hacia su boca por apenas un segundo, luego volvió a sus ojos y murmuró con cinismo:

—Quiero que desayunes. Te ves flaco. Me estresa.

Dylan parpadeó, ofendido.

—¿Flaco? ¿Perdón? Tengo abdominales, ¿ok? ¡Ab-do-mi-na-les! ¿Dónde te parece que estoy flaco?

Nathan lo escaneó de arriba abajo, con toda la calma del mundo.

—En donde importa: en las nalgas.

Y se fue caminando, como si nada.

Dylan se quedó con la palabra en la boca.

—¡idiota!

—Gracias —gritó Nathan desde la cocina—. ¿Quieres huevos o pancakes?

1
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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