Arie ha estado enamorada de Andy desde el día en que lo conoció. Pero él nunca lo ha sabido. Para Andy, ella es su mejor amiga, su confidente, la persona en la que más confía. Y aunque su relación es demasiado cercana, demasiado íntima, Andy sigue amando a Evelin, la madre de su hija.
A pesar de que Evelin tiene otra pareja, sigue teniendo un poder sobre él que Arie no puede romper. Mientras tanto, Arie se ve atrapada en un amor que la consume, en la dulzura de Andy que solo la hiere más, y en el cariño de Charlotte, la pequeña niña que siente como suya, aunque nunca lo será.
Ser parte de la vida de Andy la hace feliz, pero también la destruye un poco más cada día. ¿Hasta cuándo podrá soportarlo? ¿Podrá seguir amando en silencio sin que su corazón termine roto en pedazos?
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capitulo 6
Narra Arie
Las horas parecían alargarse mientras conducía de vuelta a casa. Las mismas preocupaciones rondaban mi mente, como siempre. Pero hoy, algo me inquietaba más de lo normal. Andy había estado en el médico todo el día, y aunque me dijo que todo estaba bien, no pude evitar preocuparme un poco. No sabía qué estudios le habían hecho ni por qué tenía que ir al doctor en primer lugar. Algo no me cuadraba, pero él siempre insistía en que todo estaba bajo control.
Al llegar a mi casa, me estacioné frente a la puerta y vi que el coche de Andy ya estaba allí. Respiré profundo, intentando calmarme, pero mis pensamientos seguían a mil por hora. Me bajé del coche y entré, encontrándome con él en el salón, recostado en el sofá. Me sonrió al verme, pero sus ojos tenían algo diferente, algo que no sabía identificar.
—Arie —me llamó con su voz tranquila, como siempre—. ¿Cómo estás?
—Bien —respondí, un poco distraída—. ¿Y tú?
—Todo bien, tranquila —dijo, con una sonrisa que no lograba ocultar del todo su nerviosismo—. Solo tuve un pequeño susto, pero nada grave.
Miró a su alrededor antes de caminar hacia mí. En su mano llevaba un montón de papeles, como si me estuviera mostrando algo importante.
—Aquí, mira —me dijo, ofreciéndome los estudios—. El doctor dijo que todo está perfecto. No hay nada de qué preocuparse.
Los tomé con una sonrisa forzada. Sabía que Andy estaba tratando de tranquilizarme, pero lo único que me provocaba era confusión.
—Andy, soy chef, no doctora. No entiendo nada de esto. —le dije, dándole los papeles de vuelta con una pequeña risa nerviosa.
Él sonrió, casi como si fuera un alivio, y se sentó nuevamente en el sofá. Parecía que no sabía cómo decir lo que realmente quería.
—Te lo repito, todo está bien —dijo, mirándome fijamente, aunque sus ojos brillaban de una forma rara, como si estuviera intentando decir algo más.
Estaba tan acostumbrada a su actitud calmada y segura, que ver esa vulnerabilidad en él me sorprendió. Algo había cambiado en Andy, y aunque él no lo dijera, yo podía sentirlo.
Me acerqué a él, tratando de aliviar su inquietud. En ese momento, le vi respirar profundo, como si estuviera reuniendo fuerzas para algo más.
—Ven aquí —me dijo de repente, abriendo los brazos hacia mí. Su tono suave, cálido.
No me lo pensé dos veces. Me acurruqué en sus brazos, sintiendo su calor y la tranquilidad que emanaba de él. Como siempre, su abrazo me hacía sentir segura, pero hoy había algo diferente. Estaba más cerca de lo habitual, y la forma en que me rodeó… sentí su respiración más fuerte, más rápida. Como si algo estuviera pasando entre los dos.
Me acomodé sobre su pecho, sintiendo el ritmo tranquilo de su corazón, y luego, para mi sorpresa, me besó la frente. La ternura de su gesto me hizo sonreír, pero algo en mi interior me hizo latir más rápido. No entendía qué estaba pasando.
—No sabes lo feliz que estoy —me susurró, su voz casi temblorosa—. Me di cuenta de algo.
Miré hacia arriba, encontrándome con sus ojos brillantes, pero no decía nada más. El silencio llenó el espacio entre nosotros.
—¿De qué? —pregunté, curiosa.
Él negó con la cabeza lentamente, como si no pudiera o no quisiera decirlo. Su rostro reflejaba una especie de conflicto interno.
—Nada… no importa. —contestó, con una sonrisa más suave que de costumbre.
Pero había algo en sus ojos, algo que no podía esconder. Algo que no entendía.
Lo sentí. Era tan palpable, como si el aire entre nosotros se hubiera cargado de una electricidad invisible. Algo que no podía explicar. Podía olerlo en la manera en que me miraba, en la cercanía de su cuerpo, en cómo su corazón se aceleraba cada vez que me tocaba.
Lo que sea que él estuviera sintiendo, no podía ser normal. Pero él, con su calma habitual, lo mantenía bajo control, sin palabras, solo con esa mirada profunda que me hacía dudar de todo lo que creía saber sobre él.
Nos quedamos en silencio, abrazados, sintiendo nuestras respiraciones en el aire denso que se había formado entre nosotros. Algo en mí sabía que todo había cambiado, pero no tenía idea de qué.
Un par de minutos pasaron antes de que él se apartara un poco, pero con una sonrisa más relajada.
—Te quiero mucho, Arie —dijo, tocando suavemente mi mejilla—. Y siempre te voy a cuidar, ¿sabes?
Me quedé ahí, quieta, buscando palabras que no salían. ¿Cómo podía reaccionar ante eso? Estaba tan acostumbrada a que él fuera mi mejor amigo, mi confidente, pero hoy… hoy sentía que algo nuevo, algo muy diferente, estaba naciendo entre nosotros.
[...]
El primer día de trabajo llegó y, a pesar de la emoción que sentía por empezar una nueva etapa en la cocina del restaurante, no pude evitar sentir una presión extraña en el aire. Estaba nerviosa, sí, pero más que nada por la idea de estar trabajando tan cerca de Andy. La energía entre nosotros había cambiado últimamente, y aunque no lo dijera, lo sentía en cada mirada y en cada gesto que compartíamos. Era como si él me viera de manera diferente, y esa sensación me dejaba confundida.
Cuando llegamos al restaurante, el señor Arturo, el padre de Andy, nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía una energía contagiosa y un cariño por mí que me hizo sentir bienvenida de inmediato. Lo curioso era que no le gustaba ni un pelo Evelin, lo cual era evidente en sus comentarios sarcásticos y su actitud cada vez que ella estaba cerca.
—¡Arie! ¡Qué gusto que estés aquí! —dijo el señor Arturo, abrazándome con calidez—. Te he estado esperando. Eres una de las mejores chef que he conocido. Este lugar va a ser tuyo también.
La alegría de Arturo era tan genuina que me hizo sentir tranquila. Pero cuando mi mirada se cruzó con la de Andy, sentí ese mismo nudo en el estómago. No sabía qué pasaba, pero su forma de mirarme, algo diferente, me descolocaba.
Andy me sonrió, pero había algo más en su expresión, como si estuviera lidiando con algo que no quería compartir. Traté de no pensarlo demasiado, pero sabía que no iba a ser fácil trabajar tan cerca de él, no con esa tensión flotando entre nosotros.
En la cocina, conocí a Tamara, una chica dulce, encantadora y muy alegre. Desde el primer momento, nos conectamos, y su energía me hizo sentir más relajada. Era una mujer con la que podía hablar sin preocupaciones, alguien que entendía lo que significaba ser parte del mundo de la cocina, y me dio una cálida bienvenida.
—¡Arie, qué bueno que estés aquí! Estoy segura de que vamos a hacer un excelente equipo —me dijo Tamara mientras me mostraba algunos de los utensilios y equipos en la cocina.
A lo lejos, vi a Carlos, el amigo de Andy. Siempre me había parecido simpático, pero nunca pensé que Carlos tuviera algún interés más allá de una amistad. Andy siempre decía en broma que Carlos estaba enamorado de mí, pero nunca lo tomé en serio. Después de todo, él era un buen amigo de Andy, ¿por qué iba a interesarse en mí?
Pero esa mañana, algo se sentía diferente. Noté que Andy empezó a tratar a Carlos de una manera algo distante, incluso le dijo que no podía venir a visitarlo al trabajo en cualquier momento como solía hacerlo.
—Carlos, no puedes venir aquí cuando quieras, ya las cosas son diferentes ahora —le dijo Andy con un tono que me pareció extraño.
Carlos lo miró desconcertado, como si no entendiera a qué se refería.
—¿Qué? Siempre he venido a estas horas, Andy —respondió, riendo levemente.
Pero Andy no parecía sonreír de la misma forma, y sus palabras me dejaron una sensación extraña. Era como si intentara apartar a Carlos de alguna manera, sin decirlo abiertamente.
A la distancia, vi todo esto, y una inquietud creció dentro de mí. ¿Por qué Andy actuaba de esa manera? ¿Por qué de repente todo estaba cambiando entre nosotros? No podía evitar preguntarme si tenía algo que ver conmigo, si esas tensiones que sentía en el aire eran producto de algo más profundo, algo que no quería admitir.
Me volví hacia Tamara, tratando de deshacerme de esas dudas y centrarme en el trabajo. Pero, por dentro, algo me decía que no todo era tan simple como lo estaba viendo.
[...]
Narra Andy.
La verdad me había golpeado de lleno, como un balde de agua fría, pero al mismo tiempo, me llenó de una claridad que no había tenido antes. Todo lo que había estado sintiendo, todos esos momentos que parecían confusión, en realidad tenían un nombre: amor. Estaba enamorado de Arie. Había estado enamorado de ella todo el tiempo y no lo había querido ver. Me di cuenta de que mis sentimientos por Evelin, por todas las chicas con las que había estado antes, nunca fueron lo que yo creía que eran. Nunca sentí lo mismo que con Arie. Nunca.
Recuerdo claramente el primer día que la vi, en la universidad, esperando el autobús. Ahí, en ese momento, sin saberlo, me enamoré de ella. Estaba tan concentrado en la idea de ser su amigo, de tenerla cerca, que ni siquiera entendí lo que estaba pasando en mi interior. Pensé que la veía como una amiga cercana, alguien especial, pero no era solo eso. Era mucho más. Todo lo que sentí por ella se convirtió en una verdad tan clara en mi cabeza que ya no pude ignorarlo.
Con el paso del tiempo, me di cuenta de algo importante: nunca había estado enamorado de Evelin ni de nadie más. La relación que tuve con ella no era amor, era una especie de acostumbramiento. Cuando estaba con ella, todo se sentía falso, vacío. Nunca sentí ese acelere en el corazón como ahora lo siento con Arie, como cuando la veo sonreír o cuando la veo en esa cocina, tan increíble, tan auténtica. Es ella, solo ella.
Me sentí como un tonto por no haberlo comprendido antes. Mis sentimientos por Arie habían estado ahí siempre, pero no supe identificarlos hasta ahora. Y eso me destrozó un poco. Pasé tanto tiempo mirando a Evelin, pensando que la amaba, cuando en realidad la persona que siempre había sido mi verdadero amor estaba justo frente a mí.
De repente, una ráfaga de celos se apoderó de mí cuando vi a Carlos acercarse a Arie. Como si me estuvieran tirando un balde de agua helada. Carlos era uno de esos amigos con los que siempre había estado cómodo, pero ahora lo veía de una forma distinta. Lo veía como algo más. Vi su sonrisa burlona, su actitud relajada y esa forma de acercarse a Arie que me molestaba más de lo que me gustaría admitir.
Sabía lo que él sentía por ella. Siempre lo supe. Carlos estaba enamorado de Arie, y eso me volvía loco. En el pasado, cuando me lo había dicho, yo solo había reaccionado con una risita nerviosa y le había respondido que no se metiera en cosas como esas. Pero ahora, me daba cuenta de que no solo me molestaba la idea de que Carlos estuviera interesado en Arie, me perturbaba profundamente. Cada vez que él la miraba, o hacía un intento por acercarse a ella, un nudo se me formaba en el estómago, y no era solo celos, era miedo. Miedo a perderla.
Recuerdo las veces que él me pidió ayuda para conquistarla, y yo, de una manera tan arrogante, le dije que no. ¿Por qué no? Porque sabía que si él lograba acercarse a ella de alguna manera, perdería a la persona más importante para mí. Eso me dolía más de lo que debería.
Carlos siempre había sido un buen amigo, pero en este momento, no podía soportarlo. La idea de verlo con Arie me hacía sentir una rabia que no podía controlar. Todo encajaba, todo tenía sentido ahora. La razón por la que siempre me molestaba esa idea de ellos dos era porque siempre supe, en el fondo, que mi lugar en su vida era más que el de solo un amigo. La verdad es que lo que sentía por Arie nunca fue solo amistad.
Y ahora que lo entendía, me daba cuenta de que no podía hacer nada al respecto. Ya no podía seguir fingiendo que no me importaba, que no me dolía.
A pesar de todo esto, me quedé en silencio, observando cómo Arie y Carlos conversaban. Ella sonrió de una manera tan natural, tan ella misma, que me hizo sentir aún más pequeño y vulnerable. Todo lo que había soñado, todo lo que quería con ella, estaba allí, al alcance de mi mano, pero yo no podía alcanzarlo. No sabía cómo decírselo, ni si siquiera debía.
—¿Andy? —me llamó Carlos, sacándome de mis pensamientos—. ¿Estás bien?
Miré hacia él, y traté de darme una sonrisa.
—Sí, solo estaba pensando en... nada —respondí, eludiendo su mirada.
Pero algo dentro de mí ya había cambiado. Ya no veía a Carlos con la misma facilidad. Ya no podía. Y, al mismo tiempo, no podía evitar preguntarme si Arie sentiría lo mismo por mí algún día. Si ella alguna vez vería lo que yo sentía por ella.
Todo era tan complicado, pero a la vez, tan claro. Estaba enamorado de mi mejor amiga. Y ahora, solo me quedaba esperar a que el destino hiciera lo suyo.