Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 10: Dulce inicio
[POV' Yuwei]
Todavía sentía los labios ardiendo.
Podía fingir rabia, podía gritarle, pero lo cierto era que el beso seguía quemándome en la piel, grabado como un hierro caliente.
Lo odiaba por ser tan dominante, por no pedirme permiso, por arrebatarme el aire como si tuviera derecho sobre mí y luego irse como si nada.
Apreté los dientes mientras me miraba en el espejo. Un labial claro, un vestido sencillo color marfil, el cabello suelto y bien peinado. Hoy no podía mostrarme vulnerable. Hoy era el inicio.
La celebración en casa de los Chen.
Los padres de Yifan.
En mi vida pasada, esa noche fue una de las peores humillaciones que sufrí. La señora Chen me trató como si fuera basura, me llamó huérfana delante de todos y yo, ingenua, solo bajé la cabeza y tragué lágrimas.
No otra vez.
Hoy iba a sonreír. Dulce, tranquila, pero con veneno escondido en cada gesto.
El sonido del claxon me sacó de mis pensamientos. Yifan ya había llegado.
Respiré hondo, tomé mi bolso y salí.
Ahí estaba, apoyado contra su auto negro, trajeado y con esa falsa seguridad que alguna vez me engañó. Sus ojos se iluminaron al verme, como si de verdad creyera que todavía le pertenecía.
—Sabía que ibas a dejarme sin aliento —dijo, abriéndome la puerta como si fuera un caballero perfecto.
Le sonreí suave, con un leve rubor fingido en las mejillas.
—Eres un exagerado, Yifan.
Me acomodé en el asiento mientras él cerraba la puerta y rodeaba el coche. Al sentarse, me lanzó esa mirada melosa que antes me derretía.
—Estoy feliz de que aceptaras venir. Mis padres tienen que conocerte mejor.
Asentí despacio, apretando las manos sobre mi falda para controlar mi impulso de reír.
“Conocerme mejor… sí. Conocerán a la Yuwei que nunca esperaron.”
El motor arrancó y la ciudad pasó frente a mis ojos. No pensaba en el lujo de la mansión Chen, ni en las sonrisas falsas que me esperaban. Solo pensaba en una cosa:
Hoy empezaba mi juego.
Y esta vez, no pensaba perder.
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Mientras tanto a kilómetros de hay, Zhao Lian encendió el cigarrillo con calma, como si no acabara de tener las manos manchadas de sangre. El humo ascendió lento, mezclándose con el olor metálico que impregnaba la sala privada del sótano.
A sus pies, el cuerpo de un hombre temblaba aún, apenas consciente. Había intentado vender información de la empresa. Un idiota.
—Con las ratas no se negocia —murmuró Lian, expulsando el humo por la comisura de los labios.
Un subordinado, de traje oscuro, esperaba junto a la puerta. Ni siquiera levantaba la vista; sabía que si hablaba más de lo necesario, su jefe podría dirigirle la furia en cualquier momento.
Nadie en la ciudad dudaba de que Zhao Lian fuera un monstruo.
Algunos lo llamaban sicópata, otros, tirano. La verdad era más simple: no toleraba traiciones. Y menos cuando venían de parte de sus propios hermanos, esos inútiles que llevaban años intentando hundirlo.
—Limpien este desastre —ordenó al fin, con voz grave, tirando el cigarrillo a medio consumir sobre el charco de sangre. El brillo anaranjado del tabaco se apagó al instante.
Cuando subió las escaleras y salió al aire libre, el teléfono volvió a vibrar. Esta vez no era un subordinado, sino un nombre conocido en la pantalla: Jian, su amigo de toda la vida.
Respondió sin cambiar el gesto.
—¿Qué quieres?
La voz al otro lado sonaba cargada de ironía.
—Quería avisarte antes de que te enteres por otro lado… Tu sobrina acaba de entrar a la mansión de los Chen. Con Yifan.
El encendedor en la mano de Lian se cerró con un chasquido metálico. Se llevó el cigarrillo nuevo a los labios, lo encendió y aspiró con calma, aunque sus ojos se habían oscurecido de inmediato.
—¿Con Yifan? —repitió, como si necesitara confirmar lo que ya sabía.
—Sí. Fiesta familiar. Todos los Chen están ahí. Ya sabes lo que significa.
Un silencio pesado llenó la línea. Jian sabía que su amigo estaba mordiéndose la furia.
Al fin, Lian exhaló humo, su voz ronca y peligrosa.
—Yuwei… ¿qué diablos crees que estás haciendo?
El viento nocturno agitó su chaqueta mientras avanzaba hacia el coche. Con cada paso, la decisión se endurecía en su mirada.
No iba a dejarla sola entre lobos.
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La mansión Chen era tan ostentosa como la recordaba: lámparas de cristal colgando en el vestíbulo, paredes con paneles dorados y ese aroma a incienso caro que intentaba tapar el olor a hipocresía.
Yifan me tomó de la mano, orgulloso, como si llevarme ahí fuera un trofeo. Sonreí suavemente, fingiendo nerviosismo, como una chica agradecida por ser aceptada en su mundo.
La señora Chen apareció en la entrada del salón principal. Vestía un qipao color esmeralda, el rostro impecablemente maquillado y la barbilla en alto como si todos a su alrededor fueran inferiores. Su sonrisa, al verme, fue cortante.
—¿Y esta es…? —preguntó con tono frío.
—Mamá, ella es Yuwei —respondió Yifan rápido, con voz melosa—. Mi novia.
La mujer arqueó una ceja, evaluándome de arriba abajo como si me estuviera tasando.
—Así que tú eres la huérfana de la que tanto hablas.
Las palabras me atravesaron como un déjà vu. Exactamente las mismas que me destrozaron en mi vida pasada.
Solo que esta vez no bajé la cabeza.
Esta vez sonreí.
—Sí, señora Chen —respondí con voz dulce—. No tengo padres… pero tengo a alguien que me cuidó mejor que cualquiera: mi tío. Gracias a él estoy aquí, y gracias a usted por recibirme.
Un murmullo recorrió a los invitados cercanos. Sonaba educado, humilde… pero todos entendieron la pulla. No era una pobretona agradecida. Era alguien respaldada por Zhao Lian.
La sonrisa de la señora Chen se tensó apenas.
—La gratitud no reemplaza la sangre —dijo con veneno.
Incliné la cabeza con calma.
—Tiene razón. Pero tampoco la sangre garantiza la lealtad.
Su mirada se endureció, pero antes de que pudiera responder, apareció ella.
Jiahui.
O mejor dicho: la Víbora.
Vestido corto, sonrisa luminosa, ojos falsamente inocentes. Caminó directo hacia mí, como si fuéramos amigas de toda la vida.
—¡Yuwei! —exclamó, tomándome de la mano con entusiasmo fingido—. No sabía que ibas a venir, me alegra tanto.
La misma mano que en mi vida pasada me empujó hacia la muerte.
La miré un segundo y luego apreté sus dedos con suavidad, demasiado suave para ser agresiva, pero lo suficiente para incomodarla.
—Claro que vine. No me perdería una noche tan… especial.
El salón estaba lleno de invitados. Políticos, empresarios, esposas con joyas brillantes, jóvenes herederos brindando como si la vida les perteneciera. La música suave de fondo apenas alcanzaba a tapar el murmullo de las conversaciones.
Me movía entre ellos con una sonrisa discreta, siempre pegada al brazo de Yifan. Él me presentaba con orgullo, repitiendo una y otra vez que yo era “su novia”. Sus palabras empalagosas me daban ganas de reír, pero me limité a mantener la expresión dulce.
La señora Chen nos observaba desde la mesa principal, como un halcón esperando que yo cometiera un error. Y a su lado, la Víbora. Esa sonrisa falsa no se despegaba de su rostro.
—Ven, Yuwei —dijo Jiahui, tomando una copa de vino y acercándomela—. Relájate, estás muy tensa.
La miré fijo, aceptando la copa. Mi sonrisa fue tan suave que nadie pudo decir que era falsa.
—Gracias, Jiahui. Siempre tan atenta conmigo. —Bebí un sorbo y la miré fijo—. Aunque me sorprende que hayas podido venir esta noche.
—¿Por qué? —preguntó ella, aún sonriente.
Incliné la cabeza como si estuviera recordando algo inocente.
—Pensé que estarías ocupada con el señor Liang… ¿o ya no se ven?
Un silencio incómodo se extendió a nuestro alrededor.
El señor Liang. Uno de los invitados de la velada. Empresario reconocido, cincuentón, con esposa e hijos. Al escuchar su nombre, varios giraron la cabeza hacia él, que enrojeció de inmediato.
Jiahui se congeló, los dedos tensos en la copa.
—¿Qué… qué dices? —balbuceó, intentando reír.
Yo sonreí como si hubiera cometido una torpeza.
—Oh, perdón… pensé que todos sabían. Como siempre ibas en su coche después de la universidad… Supongo que me equivoqué.
Algunos invitados empezaron a murmurar. La señora Chen frunció el ceño, y la esposa del señor Liang se puso de pie, mirándolo con ojos llenos de furia.
Jiahui intentó hablar, pero la voz se le quebró. La copa en su mano temblaba.
Yifan me apretó el brazo con rabia, susurrando entre dientes:
—¿Qué demonios haces?
Lo miré de reojo, con la sonrisa más ingenua que pude fingir.
—Solo mencioné lo que veía siempre. No pensé que fuera un secreto…
El salón se quedó en silencio unos segundos después de lo que dije. Ese silencio incómodo, espeso, donde todos entienden el golpe pero nadie quiere ser el primero en reaccionar.
Luego, como un chispazo, empezaron los murmullos.
—¿El señor Liang…? —alguien susurró.
—Con esa chica… —otra mujer se tapó la boca, horrorizada.
Algunos se rieron por lo bajo, otros se voltearon a mirarla como si estuvieran viendo a una ramera en plena gala.
La Víbora apretó los labios, roja como un tomate. Intentó reír, aunque la voz le salió quebrada.
—E-eso no es verdad… Yo jamás…
Se llevó una mano al pecho, temblando como si fuera una víctima. Yifan, rápido, me soltó de golpe para ponerse de su lado.
—¡Ya basta, Yuwei! —gritó, tomándola de la cintura y abrazándola—. ¿Por qué tienes que inventar cosas? Ella no es así, ¡ella nunca haría algo así!
Jiahui enterró la cara en su pecho, fingiendo un llanto que no le salía del todo. Entre lágrimas falsas y sollozos, murmuraba:
—¿Por qué me haces esto… si yo siempre te cuidé como una hermana?
La gente empezó a reír bajito. El teatro era tan obvio que hasta daba pena ajena.
De pronto, una voz grave cortó el aire:
—¡Yo no tengo nada que ver!
Era el señor Liang. Se levantó de la mesa como un resorte, sudando frío, negando con las manos.
—¡Eso es una difamación! ¡No hay pruebas de nada!
La señora Chen apretó la mandíbula. Varias miradas se clavaron en él, y antes de que pudiera hablar más, su esposa se levantó de golpe. La palma retumbó en el salón cuando lo abofeteó frente a todos.
—¡Desgraciado! —le gritó con lágrimas de furia—. ¿Me engañaste con esta mocosa barata? ¡Con esta estúpida!
El escándalo estalló. Los invitados ya no murmuraban: hablaban abiertamente, señalaban, reían, cuchicheaban sin filtro. Algunos grababan con el móvil a escondidas. El apellido Chen, tan intocable, acababa de mancharse delante de todos.
Yifei, el padre de Yifan, se puso de pie furioso, mientras la señora Chen trataba de calmar a su amiga engañada. La víbora lloraba cada vez más fuerte, pero ya nadie le creía.
Yo solo di un sorbo tranquilo de mi copa de vino, bajando la mirada con una sonrisa inocente.
Por dentro, disfrutaba cada segundo.
"Bienvenida al infierno, Jiahui. Apenas es el comienzo."