Mauro Farina es el Capo de la mafia Siciliana y el dueño de Lusso, la empresa de moda más importante del mundo, y quiere destronar a sus competidores con la nueva campaña que lanzará.
Venecia Messina es heredera de la ´Ndrangueta y el cártel de Sinaloa, y su nueva becaria.
Mauro no ha olvidado el rechazo que sufrió a manos de esa pequeña entrometida hace años, y ahora que está a su merced se vengará de esa ofensa. Lo que él no sabe es que Venecia viene para quedarse y no se dejará amedrentar por él.
¿Quién ganará esta batalla de voluntades?
Te invito a descubrirlo juntas.
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Abstinencia
Mauro
Tomo un macchiato mientras me siento en uno de los taburetes de la isla de mi cocina. Enciendo mi celular para leer las noticias y soy bombardeado por docenas de llamadas perdidas de Nikki, de mis socios y de mi madre.
Arrugo el ceño, hastiado.
Ni siquiera puedo tener un puto desayuno en paz.
Luego llegan docenas de correos de la nueva becaria solicitando una reunión urgente.
Veo las horas de los correos y creo que alguien tiene problemas para conciliar el sueño.
–En eso nos parecemos, niña –mascullo.
Son las cuatro y media de la mañana y sé con seguridad que no he dormido más de dos horas, y sé también que no podré dormir más por hoy.
Al menos estoy acostumbrado a vivir de noche, pero algo me dice que la señorita Messina, no.
Vuelve a llegar otro mensaje de ella y eso arruina mi desayuno por completo.
Que mujer tan irritante.
Mi teléfono comienza a vibrar sobre la superficie de mármol y decido ignorar la llamada cuando veo que se trata de Nikki. Seguramente me está llamando por algo relacionado con La Cosa Nostra y no tengo ánimo de oírlo.
La única razón por la que me hice cargo de La Cosa Nostra, después que ese viejo murió junto con los últimos de mis tíos, fue porque si yo no lo hacía alguien más lo haría y eso significaba que nos matarían a mi madre y a mí. Aunque, debo admitir, que también decidí hacerme cargo por el flujo constante de dinero que generan los negocios poco convencionales que maneja la mafia siciliana, ya que me ha servido para invertir en Lusso.
Si pudiera renunciar a ser Capo lo haría. Ese título nunca fue mi ambición, pero, aun así, aquí estoy, siendo la cabeza de una de las mafias más importantes del mundo, y lo odio.
Mi celular vuelve a vibrar y ahora se trata de un mensaje de mi madre. Imagino que hoy todos tienen problemas para conciliar el sueño como yo. Aunque creo que mi madre está en una de las playas de Tailandia en este momento y quizá donde está no es tan tarde, o tan temprano, dependiendo de la forma que te guste mirar la vida.
Necesito ciento cuenta mil euros. Jeff quiere ir a Mónaco a apostar. No te tardes.
Para lo único que escribe es para solicitar dinero para mantener a la lista de vagos que se folla. Debería estar acostumbrado, pero una parte de mí sigue esperando un mensaje distinto. Al menos que me pregunte qué tal me va, pero supongo que eso nunca pasará.
Tengo que aceptar que para mi madre soy solo una chequera con dinero ilimitado.
Ingreso a la aplicación de mi banco y le transfiero lo solicitado. Así, al menos por unos días, no tendré noticias de ella.
–Aquí estás –dice Vanity a mi espalda. Me abraza y besa la cima de mi cabeza–. Vuelve a la cama –susurra en mi oído.
Tiro de ella y la obligo a sentarse sobre mi regazo. Tomo su barbilla y acerco su voluptuosa boca a la mía.
–¿Quieres más?
Ronronea mientras entierra sus uñas en mi cabello. –¿Qué puedo decir? Realmente, sabes hacer que una chica lo pase bien, Mauro. Vuelve a la cama –pide en un suspiro–. Esta noche tengo un vuelo a París y no nos veremos en diez días.
Sonrío ante su mohín. –Diez días –repito antes de atrapar su labio inferior entre mis dientes y tirar de él–. ¿Qué haré diez días sin tu compañía?
Vanity acaricia el bulto en mi pantalón y acerca su boca a mi oído. –Recordarme. Si vuelves a la cama ahora te daré imágenes mentales para que puedas utilizarlas en estos diez días.
–Te haré trabajar por esas imágenes mentales –digo mientras me levanto con ella en brazos y abandono mi teléfono.
El caos puede darme un respiro mientras follo a la belleza en mis brazos.
*****
Las puertas del elevador se abren y entro a la planta cuarenta. Voy derecho a la oficina de Venecia y la veo tecleando concentradísima en lo que tiene en la pantalla.
–A mi oficina –ladro.
La chica jadea antes de recomponerse y ponerse de pie. Mientras camino a mi oficina escucho el tap tap de sus tacones siguiéndome.
Me quito la chaqueta y la dejo colgando en mi silla.
–Cierra la puerta, Venecia.
Cuando lo hace mis ojos van directo a su trasero envuelto en un hermoso vestido color borgoña, que pertenece a la colección de Lusso de esta temporada.
Es por eso por lo que amo la moda, y amaba dibujar vestidos, porque podía imaginar como se verían en el cuerpo de una mujer, a diferencia de lo que creía ese viejo asqueroso de mí.
Imagino que pensó que la manzana no caería tan lejos del árbol.
–Tengo algo importante que discutir –empieza, pero la detengo lanzando mi teléfono al escritorio.
–Veinticuatro correos electrónicos –siseo–. Dieciséis llamadas perdidas. Ni siquiera sé cómo mierda conseguiste mi teléfono.
–Se lo pedí a Mía –dice.
Levanto la mano cuando sé que quiere seguir hablando.
–Sé que te han hecho creer que puedes tener lo que quieras cuando lo quieras, niña, pero no es así. Si vuelves a enviarme correos o llamarme estarás despedida. Sobre todo, si lo haces fuera del horario estipulado en tu puto contrato –gruño–. Interrumpiste una noche con mi novia.
–¿Novia? –pregunta sorprendida–. Pensé que los hombres como tú no tenían novias.
–No me conoces –siseo–. Si me vuelves a interrumpir mientras follo, te lo haré pagar.
Su boca se abre en una perfecta o. –Creo que no es correcto decirme esas cosas.
–Tampoco es correcto que me llames a las cinco de la mañana. ¿Es que acaso no duermes?
Venecia muerde su labio inferior y siento un golpe de calor en mi espalda baja cuando veo eso, pero me obligo a ignorarlo.
–Tengo ese problema, ¿sabes?
–Ser una entrometida –sugiero mientras me siento.
–¡No! –responde con vehemencia–. No puedo dejar de darle vueltas a las cosas. Es como una vocecita que no se calla, y es una maldita perra, te lo digo –agrega y tengo que obligarme a no sonreír.
–¿Qué te dice esa voz?
–Que estás cometiendo un grave error.
Una carcajada sale de mi boca sin poder evitarlo. –¿Se puede saber en qué me estoy equivocando?
–En los contratos con los proveedores.
–Ilumíname –le pido mientras la observo pasearse con su IPad.
–Te iba a enviar un informe, pero ya que estoy aquí –susurra distraída.
Se acerca a mi lado e inclina su maravillo cuerpo hacia el mío. Su perfume me golpea y tengo que alejarme para poder concentrarme en algo más que su elegante cuello tan cerca de mi boca.
Juro que casi puedo saborear su piel.
–Los precios que les ofrecieron están mal –explica mientras yo lucho por no mirar el escote de su vestido–. Hermès les pagaba un tercio de lo que ustedes les ofrecieron.
–¿De dónde sacaste esa información? –pregunto mientras me obligo a mirar la pantalla de su IPad y no su hermoso rostro.
–Está todo en el informe financiero que está publicado en su página.
–No dice cuánto pagaban por proveedor.
–No lo dice, pero en el informe separaron las cuentas de proveedores, ¿lo ves? Y en el apartado de los activos indican cuantos kilos de tela compraron a cada proveedor. Es simple matemática –dice orgullosa.
–Ya lo sé. Claude ya hizo ese trabajo –digo para bajarla de su nube.
–Entonces, ¿por qué…?
–Porque quería trabajar con esos proveedores.
Venecia arruga su ceño. –No me parece una buena razón. Perderás dinero.
–No lo haré.
–Lo harás –replica mientras abre otro documento–. En los próximos años tus ganancias disminuirán, eso si es que logras vender más que Hermès.
–¿Dudas de mí?
Se cruza de brazos y afirma su perfecto trasero en la esquina de mi escritorio. –Los hechos dudan de ti –responde mientras apunta su IPad–. No puedes pagar esos precios.
–La calidad de sus productos lo vale –respondo en un siseo–. No quiero que vuelvas a interferir. Ahora, vete –ordeno cuando tengo que usar todo mi autocontrol para no tirar de ella y probar esa boca tan tentadora.
Creo que contratar a Venecia fue un error.
–No. Tienes que escucharme –pide molesta.
Me levanto para poner distancia entre ambos.
–Tengo una reunión y no necesito este ruido molesto –digo cuando me acerco a la puerta–. Ah, y Venecia –la llamo antes de salir–. No te quiero nuevamente en mi cama.
–¿Qué? –pregunta en un jadeo mientras su piel se torna rosada.
–No vuelvas a llamarme a las cinco de la mañana –ladro antes de cerrar la puerta de mi propio despacho y escapar de su cercanía.
Maldita sea, solo espero que Vanity vuelva pronto o estos diez días de abstinencia se me harán eternos.