Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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Un momento desgarrador para Diego
Una semana después…
Transcurrió una semana desde el accidente de Diego; fueron días complicados, pero, afortunadamente, su condición había mostrado mejoría. El médico consideró que ya no era necesario mantenerlo en cuidados intensivos y decidió trasladarlo a una habitación privada para continuar su recuperación. Sin embargo, a pesar de ser una buena noticia, había llegado el momento de informarle sobre su invalidez.
Ese día, me levanté temprano y me dirigí directamente a la clínica. Era fundamental que estuviera presente cuando el médico le comunicara la difícil noticia. Sentía temor ante este momento, consciente de lo complicado que sería para él, especialmente considerando su vida social previa. Sin embargo, no podía evadir la responsabilidad de enfrentar junto a él este duro golpe.
(…)
Al llegar a la clínica, me sorprendí al encontrarme con Alberto en el pasillo que conducía a las habitaciones.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
— Hola, Salomé.
— Te hice una pregunta. No puedo creer que, después de todo lo sucedido, te atrevas a venir justo hoy, cuando el médico le dirá a Diego que no podrá caminar jamás.
— ¡Por Dios! ¿Qué estás pensando? No estoy aquí para disfrutar de su tragedia. No soy ese tipo de persona; además, ante todo soy médico.
— Entonces, ¿por qué estás aquí? He intentado evitar encontrarte en estos días, a pesar de que vivimos en la misma casa. Esta situación con Diego ya es suficiente para mí.
— Estoy aquí porque a partir de hoy comienzo a trabajar en esta clínica, por recomendación de tu padre. ¿Olvidaste que me consiguió este empleo hace unas semanas?
— ¿Qué? Justamente tenías que trabajar aquí. ¿Por qué no regresas a México con mi hermana? Eso sería más digno de tu parte, ¿No te parece?
— Salomé, entiende que vas a tener un hijo mío, y no quiero alejarme de él. — Se acercó a mí y me tomó del brazo, pero me solté de inmediato.
El doctor que llevaba el caso de Diego pasaba por el pasillo en ese momento. Al vernos, se acercó y, notando mi incomodidad hacia Alberto, dijo:
— Señora Salomé, ¿todo está bien?
— Sí, doctor, todo en orden.
— Veo que ya conoció al doctor Alberto Medina; él comienza a trabajar hoy con nosotros.
— Sí, claro… eh… ya nos conocemos; es el esposo de mi hermana Ernestina.
— ¡Ah! No sabía que eran familia. Aprovechando que están aquí, voy a ver al señor Diego. Creo que hoy es el día para hablar con él y decirle la verdad sobre su parálisis. ¿Me acompañan?
— ¿Yo también? — preguntó Alberto, visiblemente nervioso.
— Por supuesto, doctor Medina; el señor Diego necesita el apoyo de su familia en este momento, y quién mejor que usted, que es parte de su familia y también médico. Puede aportar mucho.
— Yo…la verdad es que no me parece prudente estar presente. —dijo Alberto nervioso.
— Doctor Medina, deje las excusas. Lo necesito allí como médico. Recuerde que hoy es su primer día de trabajo aquí, y no hay mejor manera de comenzar que ayudando al esposo de su cuñada. Además, es una orden. —dijo el doctor con autoridad.
El destino parecía empeñado en hacer que me cruzara con Alberto. A pesar de mis esfuerzos por evitarlo, siempre surgía una situación que nos hacía enfrentarnos nuevamente. Ambos seguimos al doctor; había llegado el momento más difícil. No sabía qué reacción tendría Diego al enterarse de la noticia, especialmente con Alberto presente. Durante su tiempo en cuidados intensivos, estuvo sedado y permanecía la mayor parte del tiempo dormido, sin conocer lo que sucedía a su alrededor. Ahora que estaba en la habitación, la situación era diferente; era necesario informarle sobre su estado tras el accidente.
(…)
Diego, al verme llegar con Alberto y el doctor, abrió los ojos, sorprendido; me miró fijamente, sin comprender la presencia de Alberto, hasta que el doctor le explicó que ahora trabajaba en la clínica. Pensé que podría reaccionar de manera negativa y pedirle que se fuera, pero, en cambio, se mantuvo tranquilo, esperando que el doctor llevara a cabo su labor.
Minutos después….
Después de una revisión exhaustiva, el doctor estaba listo para hablar con él. Sin embargo, Diego se adelantó a preguntar:
— Doctor, ¿cuándo puedo irme de aquí? Necesito regresar a mi vida con mi esposa.
Esas palabras fueron un golpe para Alberto, que permanecía de pie, observando lo que hacía el doctor.
— Debo reconocer que tu recuperación ha sido notable; sin embargo, no será fácil regresar a tu vida anterior.
— ¿Por qué? No quiero seguir acostado en esta cama; no me han permitido levantarme, y no siento mis piernas por estar tanto tiempo sin moverme. ¡Estoy cansado de estar aquí!
Todos intercambiamos miradas; había llegado el momento que tanto temía. El doctor estaba a punto de comunicarle la verdad sobre su condición.
— Diego, hay algo que debes saber y que estaba esperando para hablar contigo hasta que te recuperaras un poco más.
Diego me miró con una expresión de temor y le dijo al doctor:
— ¿Qué sucede, doctor?
— Tu columna sufrió una fuerte fractura durante el accidente. Tuvimos que operarte de emergencia, haciendo todo lo posible para salvarte.
— ¿Pero qué pasa? No se quede callado, doctor; ¡hable ya!
— Lo siento, Diego, pero la fractura afectó gran parte de la columna, y lamentablemente eso no te permitirá caminar de nuevo.
La palidez en el rostro de Diego fue evidente; el equipo que medía su presión arterial comenzó a emitir un sonido de alerta. Su presión estaba aumentando mientras el doctor intentaba calmarlo.
— Por favor, Diego, entiendo que no es una buena noticia, pero estás vivo y tienes a tu lado a una mujer que ha estado pendiente de tu salud todo este tiempo.
Cerré los ojos y respiré profundamente; las palabras del doctor eran un duro golpe para Diego. Esto provocó que, en un ataque de impotencia y dolor, gritara:
— Todo esto es tu culpa, Salomé; tú y Alberto son los responsables de que yo no pueda volver a caminar.
El doctor nos miraba, confundido por la situación. Fue un momento de alta tensión; solo deseaba que la madre de Diego no apareciera, ya que eso complicaría aún más las cosas. Diego continuó gritando, fuera de control, intentando levantarse, pero era inútil; solo movía sus brazos y, en un ataque de desesperación, se arrancó la vía del suero.
Gritaba desesperado, pidiendo que saliéramos de la habitación. Sin embargo, el doctor tuvo que solicitar la ayuda de Alberto para controlar la situación, ya que podía caerse de la cama. Fue un momento desgarrador; una enfermera llegó rápidamente y le inyectó un sedante que hizo efecto de inmediato. Diego se fue quedando dormido, y la enfermera limpió la sangre que había salido de su brazo al arrancarse la vía.
Salimos de la habitación y el médico nos dijo a Alberto y a mí en el pasillo:
— Sabía que esto le afectaría, pero parece que hay algo más que le está perturbando. No es mi asunto conocer lo que pasa entre ustedes, pero la salud de mi paciente es lo primero. Sería conveniente que resolvieran sus diferencias; Diego necesita mucho apoyo, especialmente de usted, que es su esposa. Con permiso.
Me sentí profundamente afectada; Alberto no se atrevía a decir nada, pero no pude quedarme callada. Llorando, le dije:
— ¿Te das cuenta del daño que hemos causado con nuestra traición?
— Salomé, por favor, esto no es culpa nuestra. Ni tú ni yo sabíamos nada al conocernos. Yo…
— No quiero escuchar más; lo único que sé es que mi hermana nunca debe enterarse de la verdad. Si a ella le pasa algo, te aseguro que no vivirás para contarlo. ¿Queda claro?
No esperé su respuesta y me fui de la clínica lo más rápido que pude. Estaba aturdida por lo sucedido; los gritos de Diego resonaban en mi mente. Su angustia y dolor los sentía como si fueran míos.
(…)
Días después…
Después de aquel día tan desgarrador, Diego había comenzado a resignarse a su cruel destino. Sin embargo, el tiempo postrado en la cama le había dado suficiente oportunidad para reflexionar sobre cómo vengarse de mí. Tenía todos mis bienes a su nombre; sin embargo, eso no era suficiente para él. Debido a su frustración por haber quedado paralítico, sentía la necesidad de hacerme pagar de alguna manera, para que yo viviera en carne propia un verdadero infierno, el mismo que él experimentaría a partir de ahora.
Había tomado una decisión y quería que yo estuviera informada antes de que el doctor le diera el alta.
— ¿Qué sucede? ¿Por qué me has hecho venir con urgencia?
— Como sabes, el doctor me dará el alta mañana.
— Sí, lo sé; pero, ¿qué significa eso?
— He tomado una decisión y quería decírtelo antes de salir de la clínica.
— Dime, ¿cuál es esa decisión?
(…)