nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 4 el guardián del abismo
El sol se ocultaba tras el horizonte cuando Nix e Ivar finalmente abandonaron el Valle de las Sombras. Aunque el aire se había despejado, la oscuridad parecía aún adherida a sus cuerpos como una segunda piel. La Espada de Lyra descansaba a la espalda de Nix, y aunque el arma irradiaba poder, su peso se sentía como una promesa… y una carga.
–¿A dónde nos dirigimos ahora? –preguntó Ivar, lanzando una mirada hacia la reina.
Nix estudió el mapa que Oryn le había entregado. En él, un símbolo extraño –dos serpientes enroscadas sobre un trono– marcaba un lugar al sur: El Abismo de Nyxar, una región olvidada donde se decía que las almas errantes iban a morir. Nadie volvía de allí. Nadie cuerdo, al menos.
–Al Abismo –respondió Nix, con voz firme.
Ivar alzó una ceja.
–¿Por qué, de todos los lugares, elegimos el más peligroso?
–Porque ahí encontraremos respuestas. –Sus dedos rozaron la empuñadura de la espada, cuyo resplandor parecía avivarse con cada paso hacia lo desconocido–. Lyra me advirtió que el poder de esta espada está vinculado a algo… o alguien. Y si queremos recuperar el trono, necesitamos todo el poder posible.
Ivar gruñó, poco convencido, pero no cuestionó más. Si Nix lo había decidido, así sería.
Dos días después, se encontraban frente al Abismo de Nyxar, una grieta colosal que partía la tierra en dos. El aire era denso y helado, cargado con un olor a ceniza y muerte. Rugidos lejanos, como lamentos de seres antiguos, resonaban desde lo más profundo de aquella oscuridad.
–Si seguimos aquí, seremos devorados por quién sabe qué cosa –murmuró Ivar, mientras su mano descansaba instintivamente sobre el mango de su espada.
Nix no lo escuchaba. Su atención estaba fija en un hombre que emergía lentamente del Abismo.
Su figura era imponente: alto, de hombros anchos y un porte tan arrogante como intimidante. Su cabello oscuro caía en ondas desordenadas, enmarcando un rostro marcado por cicatrices que le otorgaban un aire aún más peligroso. Sus ojos, sin embargo, eran lo que más destacaba: un gris profundo, casi plateado, como si en ellos se reflejara la eternidad misma.
–No deberías estar aquí, humana –dijo el hombre, con una voz grave que parecía surgir desde las entrañas del mismo Abismo.
–No soy cualquier humana –respondió Nix, con su mirada fija en la suya–. Soy Nix de Lumea, reina de los Reinos Unidos.
El hombre soltó una carcajada seca.
–Reina… –repitió con un deje burlón–. Aquí no eres más que carne perdida entre las sombras.
–¿Quién eres tú para hablar así? –espetó Ivar, dando un paso al frente.
El desconocido clavó en él una mirada fría.
–Yo soy Drystan, hijo de Hades, guardián del Abismo y guía de las almas. Este lugar me pertenece, y no permito que intrusos lo profanen.
El peso de sus palabras cayó sobre Nix como una losa. Un semidiós, pensó. Había oído historias sobre los hijos de los dioses: criaturas poderosas, arrogantes y peligrosas. Pero si él era realmente quien decía ser, entonces podía ser justo lo que necesitaban.
–No hemos venido a profanar tu dominio, Drystan –dijo Nix, alzando la voz–. Hemos venido a pedir respuestas.
Drystan alzó una ceja, intrigado.
–¿Respuestas? ¿Y por qué habría de ayudarte, reina traicionada?
El comentario hizo que la sangre de Nix hirviera, pero mantuvo la compostura.
–Porque tú también tienes algo que perder –respondió con dureza–. El equilibrio entre los Reinos se ha roto. Si no detenemos a Elara y a Kael, la oscuridad se extenderá incluso a este lugar.
Un destello cruzó los ojos de Drystan, pero su rostro no mostró emoción alguna.
–¿Y por qué debería importarme el destino de los Reinos?
–Porque cuando todo caiga, el Abismo será lo siguiente.
Drystan la miró durante un largo momento, como si intentara ver más allá de sus palabras. Finalmente, avanzó hacia ella, su figura aún más intimidante a corta distancia.
–¿Y qué harás, pequeña reina, si me niego?
La mano de Nix fue directamente a la Espada de Lyra. El arma emitió un zumbido suave, como si respondiera a su furia contenida.
–Entonces lucharé.
El semidiós soltó una risa baja, sin apartar la mirada de la espada.
–Valiente, pero estúpida –murmuró, aunque en su voz había algo parecido a la admiración–. Bien, pequeña reina. Si quieres mi ayuda, primero deberás demostrar que eres digna.
–¿Digna de qué?
–De caminar junto a los hijos de los dioses.
Drystan los llevó a través del Abismo, guiándolos por senderos invisibles que parecían existir solo bajo sus pies. La oscuridad era total, y Nix sentía que la propia sombra del semidiós era más real que él.
–¿Qué clase de prueba intentas imponerme? –preguntó finalmente Nix, rompiendo el silencio.
–Una que no puedes ganar con una espada –respondió Drystan, sin voltear–. Debes enfrentarte a ti misma.
Sus palabras hicieron eco en su mente, y antes de que pudiera responder, se encontraron en una vasta sala subterránea. Al centro, un enorme espejo negro, tan pulido que parecía un lago inmóvil, se alzaba como un altar.
–Este es el Espejo de Verdades –dijo Drystan, con voz solemne–. Refleja el alma de quien lo mira. Te enfrentarás a lo que realmente eres. Si huyes, morirás. Si luchas… quizás sobrevivas.
Nix tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
–¿Y qué obtendré si lo supero?
Drystan sonrió levemente, por primera vez.
–Mi lealtad.
Nix no necesitaba más. Con pasos firmes, avanzó hacia el espejo. Al acercarse, una figura comenzó a emerger en la superficie: ella misma, pero distorsionada. Su reflejo llevaba una corona de espinas y una sonrisa cruel. La sangre manchaba sus manos, y los ojos de aquella otra Nix ardían con una oscuridad insondable.
–Eres débil –susurró la figura, su voz idéntica a la de Nix–. Te traicionaron porque nunca fuiste suficiente. Y lo volverán a hacer.
Nix sintió las palabras clavarse en su corazón como dagas. Kael. Elara. La traición. El fracaso. Todo aquello que temía la estaba consumiendo.
–¡No! –rugió finalmente, apretando los puños–. ¡Yo soy Nix de Lumea! ¡Caer no me hace débil! ¡Me levantaré y los destruiré!
La figura oscura se desmoronó en mil fragmentos, como un espejo roto.
Al volverse, Nix vio a Drystan observándola en silencio, con una expresión inescrutable.
–Eres más fuerte de lo que pareces –murmuró él, finalmente–. Quizás no eres tan patética como pensé.
–Y tú eres más irritante de lo que pareces –espetó ella, aunque algo en sus palabras hizo que Drystan sonriera.
Por primera vez, Nix sintió que la sombra de algo más que odio comenzaba a surgir entre ellos. Una chispa débil, pero real.
–Nos movemos al amanecer –dijo Drystan, dándole la espalda–. Descansen. La verdadera lucha apenas comienza.
Nix lo observó mientras se alejaba, sintiendo una mezcla de desafío y… algo más.
“Semidiós o no, tendrá que luchar para ganarse mi confianza”, pensó, antes de apartar la mirada.
Pero en el fondo, una parte de ella sabía que aquel hombre sería más importante de lo que jamás había imaginado.
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias