Divorciada

Alessandro:

Tuve que alejarme. La tentación era tan grande que estaba a nada de soltar el animal y apoderarse de la dulce presa que mis dedos tenían cautivos.

Ayudarla a estirar luego de cada sesión de gimnasia no se compara con un masaje. Tenerla tendida para mí, prácticamente sin ropa, su piel lechosa servida en bandeja para que mi mente perversa se haga un festín con ella fue la mayor tortura a la que me haya sometido nunca.

Mi aversión a las mujeres muere cuando ella traspasa las puertas, el antídoto de todos mis males y la dueña de todo mi deseo me está volviendo loco. Como un adolescente que está descubriendo el despertar sexual siento la constate necesidad de aliviarme para no corromper su pureza.

Se que estuvo casada y que no es una mujer virginal, pero temo asustarla si dejo ver un poco de todo este deseo que contengo. Aunque creo que no hago un buen esfuerzo para esconderlo. Los celos y la forma en la que necesito protegerla y asistirla no es algo que haría a diario y menos con una mujer. Mas teniendo en cuenta que solo se trata de mi secretaria. Se que es más que eso.

Insinuó que soy un gatito cuando en realidad siento que soy un león. Uno listo para aniquilarla. Dejarla arruinada para cualquier otro que ose tener algún pensamiento haca ella. De solo pensarlo quiero romper algo, siento que ella es mía. Necesito que sea mía.

Rujo y aprieto más fuerte sin dejar de mover mi mano frenética sobre mi eje mientras mi mente dibuja la curva de su espalda y mis dedos todavía sienten a calidez de su piel.

Vuelvo a rugir y necesito acabar antes de que se dé cuenta de mi ausencia, aunque a esta altura supongo que ya se percató de ella.

La sola idea de que escuche detrás de la puerta todo el deseo que recorre mi ser y que nace solo con verla me llena de una nueva oleada de calor y vuelvo a gruñir preso del desenfreno por llegar al desahogo.

—¿Estas bien? —pregunta desde el otro lado.

Su dulce voz es lo que necesito para llegar a la cúspide y explotar.

—¡Si! —gimo queriendo saborear su nombre además de su cálida piel.

Mi cabeza cae entre mis hombros, mi respiración esta agitada y cuando abro los ojos veo el enchastre que hice sobre el lavado del baño. Reprimo un gruñido, todo eso debería estar decorando su piel no el lavado.

Una briza a mi lado me pone en alerta y dirijo la mirada hacia allí. Me encuentro son su mirada sorprendida, la boca abierta en un ángulo perfecto y de pronto caigo en la cuenta de que su voz no provenía desde el otro lado, sino que de mi lado.

Ella vio todo, ella está viendo todo y el pánico se apodera de mí.

Siento el momento exacto en que mi cara muestra el atisbo de miedo cuando ella abre más sus ojos.

—¿Estas bien? —vuelve a preguntar y debería negar, pero solo atino a guardar mi miembro en mis pantalones temblando como un chiquillo.

—Lo siento —digo, pero no estoy muy seguro—. Debes de pensar que soy un enfermo —balbuceo y siento como mi cuerpo tiembla, pero del pánico, no quiero que me vea así.

No quiero que piense que estoy loco, quiero que... no sé lo que quiero, pero estoy seguro de que no quiero que me vea mal.

—¿Que? No —dice enseguida, gesticulando con sus manos, roja como un tomate—. No debí entrar así, me disculpo, fui una entrometida...

—No —digo enseguida, viendo todo el enchastre, la vergüenza me cala—. De verdad que lo siento, pero solo soy un hombre —balbuceo, no me queda otra que decir más que la verdad.

Solo soy un hombre y ella es una mujer muy hermosa que rompe todas mis barreras y me hace sentir cosas que no sentía hace mucho tiempo.

—Se que esto va a sonar loco —dice colocándose más roja si es posible, mira sobre mi lavado donde todavía yace las muestras de mi liberación, muerde su labio y su mirada vuelve a encontrar la mía—. ¿Eso lo provoque yo?

—¿Que? —es más que obvio que todo lo que provoca en mi viene definitivamente de ella.

—Bueno, si es así me siento alagada... de cierta forma —balbucea mirando a todos lados menos a mi—. Se que no soy un modelo de mujer, estoy vieja y...

No puedo dejar que finalice, solo atino a tomarla entre mis brazos y terminar con todos estos balbuceos incoherentes besándola. Pretendo que sea solo un beso, apoyando mis labios en los de ella para que se percate de que lo que ha dicho es una tontería. Eso pretendo, pero su gemido, seguido de un temblor que recorre todo su cuerpo me hace estremecer y pronto estoy asfixiándola con mi lengua.

Su boca es cálida, dulce, tierna y cuando se abre para mí, la acerco más. Sus manos en mi pecho se sierran sobre la camisa y siento como el deseo se apodera de mí.

Tengo que terminar con esto antes de que sea demasiado tarde, está claro que no debería de haber hecho esto, pero no puedo parar. Su dulzura es tan tranquilizadora a la vez que aviva mi espíritu, lo que hace que me encuentro en una encrucijada. El deber y el deseo son una competencia contante, pero al parecer gana el deseo porque no puedo apartarme de ella.

Su mano trepa y llega a mi cabeza, sus dedos tiran mi cabello y suelto un gemido, mis caderas se alzan necesitando ese contacto. Mis manos buscan descender y tocar su piel. Esta resbalosa por los aceites que esparcí por su cuerpo y vuelvo a gemir cuando me percato que sigue desprovista de vestimenta.

Mis manos llegan a sus nalgas y esta vez hundo mis dedos en ellas para que se ajuste perfectamente a mi anatomía. La forma en la que encajamos debería ser de otro planeta, pero así es. Ella es perfecta para mí. Ahora debo de encontrar la forma de ser perfecto para ella.

Me duele el cuerpo de necesidad., pero tengo que frenar antes de espantarla y nunca llegar a ganarme su corazón.

Un último recorrido por su boca y me separo de sus labios. Tiene los ojos serrados y cuando los abre aparece un brillo que no había visto hasta este momento.

Su mano en mi nuca se desprende de mis cabellos y las desliza sobre mi pecho dejándola ahí, como si pertenecieran a ese lugar y me gusta. Apoyo mi frente en la de ella y cierro los ojos para recuperar un poco la calma, necesito recomponerme o la devastación será total.

—Eso fue... —escucho que dice y por un momento tengo miedo a lo que dirá, pero como no se aleja me da esperanzas— maravilloso —finaliza y me quedo quieto.

—No tienes idea de todo lo que causas en mi —mascullo y lentamente abro los ojos, ella me sonríe y siento que me pierdo en su bella sonrisa.

—No respondiste —insiste.

—Creo que ya sabes la respuesta —me aparto de ella, necesitando espacio—. Supongo que necesitas asearte.

—Si —responde tímidamente.

Salgo del baño y a duras penas me concentro en organizar todo, guardando los aceites y alejando los pensamientos de ese beso.

Se sintió tan bien. No me rechazo, me siguió y se amoldo a mí de forma mágica. A pesar de que la desee como nunca he deseado nada, necesito ganarme su confianza. Necesito mostrarle el hombre que soy y no el enfermo que se masturba en el baño luego de darle un masaje.