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Un Hogar En El Apocalipsis

Un Hogar En El Apocalipsis

Status: En proceso
Genre:Sci-Fi / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:1.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Cami

El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.

Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.

Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.

NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

6

El SUV se deslizó por un camino vecinal, la grava crujiendo bajo las llantas como huesos rotos. Valery había obligado a su padre a retroceder casi diez kilómetros, su dedo siguiendo la ruta en el mapa con una presión que casi perforaba el papel. El destino, un punto minúsculo que había marcado con un círculo tembloroso horas antes, era una gasolinera a las afueras de un Pueblo. La necesidad de combustible había superado el miedo a volver a una zona de peligro, un cálculo frío donde el riesgo de quedarse varados pesaba más que el de encontrarse con lo que fuera que acechara en ese lugar.

—Está justo adelante —murmuró Valery, su voz un hilo de alambre tenso. Sus ojos no parpadeaban, escudriñando cada sombra, cada movimiento entre los árboles que bordeaban el camino.

Al llegar, la gasolinera era un fantasma de cemento y plástico descolorido. Los surtidores, como brazos secos, se alzaban inertes. Un cartel de "Abierto 24 Horas" colgaba torcido, golpeado por el viento con un golpe sordo y metálico que era el único sonido, aparte del runrún del motor. Estaba silenciosa, demasiado silenciosa.

Derek detuvo el SUV detrás de un contenedor de basura volcado, su contenido podrido esparcido como una ofrenda fétida. Con movimientos precisos, cubrieron el vehículo con ramas y maleza seca, camuflándolo hasta hacerlo casi invisible desde la carretera. Al apagar el motor, el silencio del mediodía se hizo ensordecedor, cargado de una promesa de peligro. En el asiento trasero, Luka dormía plácidamente, ajeno al latido acelerado del corazón de su hermana, su mejilla aplastada contra el frío vidrio de la ventana. El dinosaurio verde descansaba sobre su pecho, subiendo y bajando con su respiración tranquila.

—Yo iré —dijo Valery, su mano ya aferrada a la llave inglesa en su regazo, los nudillos blancos.

—No —respondió Derek, su voz ronca por la falta de uso, por el peso de la culpa. Se giró hacia ella, y en la semioscuridad del vehículo, el contraste fue aterrador. Los ojos de Derek estaban sumergidos en sombras moradas, llenos de un dolor húmedo y una necesidad desesperada, casi animal, de redención. Los de Valery, en cambio, eran de un gris acerado, planos, reflectantes como el metal de su arma improvisada. No había lugar para el miedo, solo para la fría ecuación de la supervivencia.

—No —repitió ella, y la palabra no era una negativa, era un mandamiento, una orden militar—. Tú eres el único que puede cargar a Luka y correr más rápido que yo si es necesario. Si algo pasa, tú no te detienes. No miras atrás. Yo... yo soy la salida de emergencia. La que se queda atrás si es necesario.

Derek bajó la cabeza, derrotado. No por cobardía, sino por la abrumadora verdad de sus palabras. Ella era prescindible en la ecuación final; él, como el portador de Luka, no. La lógica era tan cruel como inapelable.

Valery se deslizó fuera del coche como una sombra, cerró la puerta con un clic apenas audible y se fundió con los contornos del contenedor. Su respiración era superficial, controlada. Caminó con la lentitud tensa de un depredador, cada paso calculado para no hacer ruido. La bomba de gasolina estaba vacía, sin electricidad. Un cartel escrito a mano y clavado con desesperación en la madera decía "NO HAY COMBUSTIBLE". La gasolina era inalcanzable allí fuera. Necesitaba entrar en la tienda.

Rodeó el edificio, pegado a la pared. Todas las puertas estaban cerradas con candados. Hasta que encontró una puerta trasera de metal, más pequeña, destinada a empleados. La cerradura era simple. Valery introdujo la punta de la palanca de metal en la rendija, junto al pomo. Inspiró hondo, preparándose para el inevitable, atronador ruido que delataría su posición. Un primer golpe, sordo. Un segundo, más fuerte. Un tercer golpe, violento y decidido. El metal cedió con un chirrido ensordecedor que le erizó el vello de los brazos y pareció alertar a cada criatura en un kilómetro a la redonda.

Se congeló. El sonido resonó en el silencio, un grito de guerra involuntario. Se pegó a la pared, la palanca en una mano, la llave inglesa en la otra, el corazón martilleándole las costillas. Esperó, conteniendo la respiración, los oídos alerta a cualquier respuesta: pasos arrastrados, gruñidos, o lo que fuera peor.

Silencio. Por un segundo, la suerte estuvo de su lado. O tal vez no había nada vivo—o no vivo—lo suficientemente cerca.

Empujó la puerta y entró en la oscuridad. El lugar olía a polvo, a café viejo y a algo dulzón y podrido. La luz del día se filtraba por las ventanas sucias, iluminando haces de polvo que danzaban como espectros. Estantes vacíos, mostradores revueltos. Pero allí, al fondo, en un almacén con la puerta abierta de par en par, estaba el tesoro: una fila de cinco bidones de gasolina de emergencia, de veinte litros cada uno. Suficiente para poner la casa del lago firmemente a su alcance, para cruzar el umbral de la esperanza.

Mientras salía, arrastrando los pesados bidones uno por uno hacia la seguridad relativa de la parte trasera del edificio, sus ojos se posaron en un estante medio vacío cerca de la caja registradora. Tomó dos rollos de cuerda de nylon resistente. Y luego, su mirada se clavó en un objeto trivial que ahora era un talismán de poder: un encendedor desechable de color naranja chillón. Lo cogió y lo guardó en el bolsillo delantero de sus jeans. Su corazón latió con una urgencia renovada. El combustible era suyo. Ahora necesitaban poner distancia.

El regreso al SUV fue una procesión de tensión silenciosa. Derek la esperaba, el cuchillo multiusos en la mano, su cuerpo en una posición defensiva frente a la puerta trasera donde dormía Luka. Sus ojos se encontraron con los de Valery, y un asentimiento casi imperceptible pasó entre ellos. Cargaron la gasolina en el maletero con movimientos rápidos y eficientes.

—No hay más que ver aquí —dijo Valery, la adrenalina aún le temblaba en la voz, dándole un tono áspero—. Nos vamos. Ya.

El SUV arrancó y salió del claro con una urgencia contenida, las llantas mordiendo la grava. Habían conseguido el combustible, la cuerda, una chispa de fuego. Pero habían expuesto su ubicación con el ruido y, lo sabían, quizás con algo más.

Mientras se alejaban, Valery echó un vistazo rápido por el espejo retrovisor lateral. Y lo vio. Algo se movía en el horizonte, en la dirección de la gasolinera. No era el tambaleo errático de los caminantes. Era un coche pequeño, un sedán polvoriento, que se acercaba por la carretera principal a gran velocidad, cortando el camino que ellos acababan de abandonar. No era una coincidencia. Estaban siendo perseguidos.

1
Paola Zamorano Rossel
muy bueno y muy bien escrito
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