Alana Alvarado Blanco solía sentarse en un rincón de su pequeño cuarto en el orfanato y contar los huecos visibles en la pared, cada uno representando un día más sin la compañía de sus padres. En su mente infantil, imaginaba que cada uno de esos agujeros era un recuerdo de los buenos momentos que había compartido con ellos. Recordaba con cariño aquellos cinco años en los que su vida había sido casi perfecta, entre risas y promesas. La melodía de la risa de Ana Blanco, su madre, resonaba en su corazón, y la voz firme de Vicente Alvarado, su padre, aún ecoaba en su mente: “Volveremos por ti en cuanto tengamos el dinero, pequeña”. Sin embargo, ese consuelo se había transformado en una amarga mentira, la última vez que le repetían esas palabras había sido poco antes de que la pesada puerta de madera del Hogar de San Judas se cerrara tras ella, sellando a la fuerza su destino y dejando su vida marcada por la ausencia. En ese instante, la esperanza que una vez brilló en sus ojos comenzó a de
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capítulo 23
Alana sabía que no podía quedarse esperando. El "Almacén de Herramientas" era un código, pero la llamada a Catalina solo garantizaba que la búsqueda comenzaría; no sabían dónde estaba el almacén ni cuánto tardaría Daniel.
Sus ojos se acostumbraron a la penumbra, que era solo parcial gracias a una fina línea de luz que se filtraba por la parte inferior de la puerta de acero. Se levantó y comenzó a recorrer la pequeña habitación. No había ventanas, y las paredes de ladrillo no cedían.
Se acercó a la mesa de madera donde Fernando había puesto el equipo de grabación. Recogió la cámara. La apagó, no para borrar la grabación, sino para guardarla. Dejó el micrófono y miró la silla. Era una simple silla de carpintero, de madera. Alana se dio cuenta de algo. En el travesaño inferior, había un clavo oxidado sobresaliendo ligeramente.
Sin hacer ruido, se sentó, rompiendo la silla con un crujido sordo. Fernando no tardaría en regresar. Alana recogió el clavo. Era imperfecto, doblado, pero podría ser su única herramienta.
Se dirigió a la puerta de acero. La cerradura era un candado pesado, asegurado desde afuera. Sin embargo, en el marco de la puerta, la chapa de acero había sido instalada sobre el ladrillo, dejando una pequeña grieta de separación entre el ladrillo y el metal, justo al lado del pestillo.
Con manos temblorosas, Alana comenzó a trabajar, usando la punta oxidada del clavo para raspar el mortero de ladrillo, intentando crear un espacio lo suficientemente grande como para palanquear algo. El sonido era apenas un rasguño, pero el trabajo era agotadoramente lento.
El Regreso Inesperado
Alana llevaba concentrada en la grieta quizás diez minutos cuando la escuchó. Una tos seca, un sonido amortiguado proveniente del exterior. Fernando estaba regresando.
Ella se congeló, escondiendo el clavo en la palma de su mano. Se apresuró a volver a la cama, fingiendo estar dormida.
La cerradura metálica giró. El pesado portón de acero se abrió.
Fernando entró, pero esta vez no estaba exultante. Parecía nervioso. Llevaba una linterna de mano, y su rostro estaba tenso.
"Alana, despierta," dijo con brusquedad. "La llamada. Tu hermana no ha respondido la llamada de mi abogado. ¿Qué le dijiste?"
Alana fingió despertarse, parpadeando contra la luz. "Le dije que retirara los cargos, Fernando. Pero Catalina es abogada. No hace nada sin consultar a Zúñiga. Y él tiene que recibir una orden por escrito."
Fernando se acercó a la cama. "No me mientas. Tu voz en el teléfono... era extraña. ¿Le dijiste dónde estás?"
"No soy tan estúpida," replicó Alana, con tono ofendido, una máscara perfecta. "Pero si sigues presionando, voy a desconfiar de ti. Dije que no me fiaba. Si vamos a volver a casarnos, necesitas ganarte mi confianza de nuevo."
Fernando, a pesar de su sospecha, se sintió tentado por el juego. "Confianza, ¿eh? Te daré una prueba de confianza."
Fernando sacó su teléfono móvil personal. "Voy a mostrarte que no te tengo aquí para hacerte daño." Se sentó en el borde de la cama, cometiendo el error fatal de acercarse demasiado.
"Mira. Mi padre me despojó de todo, pero me dejó mi móvil personal. Te lo prestaré para que le envíes un mensaje de tranquilidad a tu novio. Solo un mensaje, Alana, para que sepa que 'estás bien', pero que 'no volverás a casa'."
Alana vio su oportunidad. Si lograba enviar una ubicación o, al menos, un nombre, la búsqueda se acortaría.
Extendió la mano para tomar el teléfono. Fernando, de repente, vaciló.
"Espera. Demasiado arriesgado," gruñó, retirando el teléfono. "Lo haré yo mismo. Dame un mensaje que sonarás tú."
En ese instante, la mano de Alana no se dirigió a su rostro, sino al brazo de Fernando. Con una velocidad inesperada, tomó el teléfono móvil y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared de ladrillo.
El teléfono se hizo pedazos.
"¡Maldita sea, Alana!" gritó Fernando, con la furia desatada.
Fernando se abalanzó sobre ella. Alana rodó fuera de la cama. El forcejeo fue breve y brutal. Fernando la agarró por el tobillo. Alana luchó, usando la silla rota para golpearlo donde pudiera. Él era más fuerte, pero ella estaba alimentada por la desesperación.
Él logró someterla, inmovilizando sus manos. "¡Nunca más! ¡Nunca más me desafiarás!"
Fernando se levantó, sin aliento, y salió de la habitación, cerrando la puerta con un golpe atronador. A través de la puerta, Alana escuchó el sonido de algo pesado siendo arrastrado. No solo había cerrado la cerradura; estaba bloqueando la puerta por fuera con un mueble.
Alana se recostó en la cama, sintiendo el dolor del golpe. Había perdido el teléfono, pero había ganado algo crucial: su acto de desafío y el ruido que había provocado aceleraría la acción de Daniel.
Alana se levantó de la cama, ignorando el dolor en el brazo. La furia de Fernando y su acción de bloquear la puerta con un mueble pesado confirmaban que su plan de rescate estaba activado. Había ganado tiempo, pero su siguiente movimiento debía ser el definitivo.
Fernando había retirado el teléfono, pero había dejado un objeto aún más valioso sobre la mesa: el micrófono de solapa y su largo y fino cable.
Alana lo recogió. El cable era apenas del grosor de un cordón, pero tenía longitud. La clave de su escape no estaba en la fuerza, sino en la filtración.
El Diseño del Escape
Alana volvió a la puerta. Fernando había bloqueado el camino, pero había fallado en un aspecto que un ingeniero como Daniel notaría: un lugar de cautiverio debe ser hermético, pero este no lo era del todo. Había una rendija diminuta y oscura en la parte inferior de la puerta de acero, por donde se filtraba esa fina línea de luz que había visto antes.
Su plan era doble, y dependía de la llegada de Daniel.
Daniel.
El Cebo Visible (Activación de la Señal): Alana ató el clavo oxidado que había extraído de la silla al extremo del cable del micrófono. Usaría el clavo como un pequeño peso y el cable para deslizar una señal a través de la rendija. La Última Pista: Si lograba sacar el clavo por la rendija, el clavo (un objeto oxidado, un "recurso de herramienta") quedaría visible, justo en el suelo de lo que ella deducía era un pasillo de almacén. Sería una prueba de que alguien estaba allí, y una pista que solo un exchofer o un arquitecto notarían.
Se arrodilló, su corazón golpeando contra las costillas. Con una paciencia infinita, comenzó a deslizar el extremo del cable por la rendija. El clavo, actuando como plomada, se deslizó y chocó contra el suelo de cemento frío del exterior.