LA CAMA DE MI JEFE

¿De verdad está pasando esto? ¿Por qué un hombre como él está haciendo esto conmigo? Siento una sensación agradable en mi interior, algo intenso y lindo. ¿Qué es lo que siento?

—¿Necesitabas un abrazo?

—Sí, pero no cualquier abrazo. Si tú me haces sentir vulnerable, entonces también me puedes ayudar a sentirme seguro.

Siento la necesidad de mirarlo a los ojos. ¡Quiero esto y no entiendo el porqué! El contacto físico y visual hace que mi corazón se acelere un poco. Siento que me estoy poniendo de puntitas para acercar mis labios a su boca, pero entonces, me acuerdo de mi pasado y eso me frena. ¡Me muerdo los labios!

Soy yo quien se aleja de él, estoy un poco sorprendido por lo que acaba de suceder y trato de olvidarlo.

—¿Puedo pedirte algo?

Camino a la mesa y pongo la vela en el centro.

—Claro. Dime.

—¿Puedes venir a mi casa el día de mañana?

—¿Mañana?

—Sí. Me gustaría que prepararas comida para mí.

Encendí la mecha de la vela. La oscuridad se tornó un poco anaranjada y ahora era posible vernos con la luz tenue de la vela.

—No me dedico a preparar comida a domicilio.

—¿Solo te dedicas a la limpieza?

—Tampoco.

—¿Y entonces porque estabas haciendo limpieza en mi casa?

—Es que la mamá de una amiga de Julio se dedica a hacer limpieza y ya había hecho el contrato con tu asistente. A última hora les surgió un imprevisto y Julio me preguntó si podía cubrir a la madre de su amiga. Por eso fui a tu casa. Por eso hice la limpieza.

Él pareció meditar en mis palabras. Bebí un poco de vino.

—¿Y a qué te dedicas?

—Tengo un vlog.

—¿Un vlog?

—Sí. Allí escribo historias y eso me permite generar ingresos.

—Suena bien.

—Me gusta.

La lluvia sigue intensa afuera de la casa y parece que la luz no regresará pronto.

—¿Y podrías considerar lo que te pedí hace un rato?

—¿Cocinar para ti el día de mañana?

—Sí.

—Bueno, en realidad...

—Esto también tiene que ver con mi vulnerabilidad.

—¿Y cómo estás tan seguro de ello?

—Es la primera vez en toda mi vida que me siento inseguro de lo que quiero hacer, eso me hace sentir un poco débil porque regularmente suelo ser muy autoritario.

—Suenas algo intenso.

—Te pagaré.

...🩶🩶🩶...

¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué accedí a lo que él me pidió? El auto se detiene en frente a la puerta de la casa, no tengo miedo. ¡De vuelta a este lugar!

—Puede bajar —el conductor se dirige a mí.

—¡Gracias!

Abro la puerta del auto, el viento me recibe y pongo mis dos pies sobre el concreto. Camino hasta la puerta y justo cuando estoy por presionar el timbre, la puerta se abre.

Son las diez de la mañana. Suspiro y entro. El pasillo está vacío. Me dirijo a la cocina a dejar mi mochila, no hay movimiento.

—¿Qué es lo que debería hacer ahora? —Pronunció en voz alta.

Voy al refrigerador y examino a detalle lo que hay dentro. Saco unos pimientos, champiñones y cebolla. Voy a la alacena y busco pasta. Tomo un paquete de tornillo. Pongo una cacerola con agua a hervir. Le suelto una cucharada de sal, un chorrito de aceite y hojas de laurel.

—¡Buenos días! —Su saludo me hace alzar la vista a él.

—¡Hola! —Y veo que no tiene playera.

Usa una toalla para secarse el cabello, camina en ropa interior y parece que acaba de salir de la ducha.

—¿Qué estás preparando? —Se anima a preguntarme.

—Pasta.

—Huele muy bien.

—Espero que te guste.

Enfoca sus ojos en mis ojos y sonríe.

—Sí, me va a gustar.

—¿Quieres que fría las chuletas que están en tu refrigerador? ¿O prefieres un medallón de res?

Parece meditar en su respuesta.

—La chuleta está bien.

—Genial. La freiré en un momento.

—¡Este desayuno será delicioso!

—¿Aún no desayunas?

—No. Aún no.

—¿Quieres que te haga un licuado de fresa?

—Lo que me quieras dar, dámelo. Yo lo aceptaré.

—Está bien.

—Iré a cambiarme.

Desaparece de la cocina. Me quedo meditando en todo lo que está pasando y cuando vuelvo a la realidad, deseo hacer un licuado de nuez.

Vierto un puño de nuez partida en mitades, le pongo una pizca de canela, azúcar y leche. Enciendo el motor de la licuadora. ¡La espuma me agrada! Apago el motor, agarro el vaso de la licuadora y al darme vuelta en dirección a la barra, ella me espanta.

—¿Quién eres? —Me pregunta ella.

—Yo...

—¿Eres el nuevo cocinero?

—En realidad...

—¿Por qué contrataría a un chico? Esto me parece peculiar.

—Lo que pasa es que...

—¿Dónde está mi hijo?

¿Ella era la madre de Adrik? Ni siquiera me dejaba terminar de hablar.

—Él...

—¿De qué es la malteada?

—De nuez.

—¿Me servirías un vaso? ¡Por favor!

Ella enfocó su mirada en mí con mucha curiosidad. Asentí a su petición y tome un vaso de vidrio para servirle.

—Madre —la voz de Adrik resuena en la cocina.

—¿Cómo estás? —Le pregunta ella.

—¡Muy bien! Estoy por irme a la oficina.

—¿Desayunaste?

—No. Es lo que haré ahora. Nam me preparo el almuerzo.

Ella enfoca sus ojos en mí y soy yo quien no tiene miedo de estar aquí.

—Me parece bien que hayas contratado a un cocinero —le dice ella.

Adrik sonríe.

—Nam no es mi cocinero.

Me acerco al desayunador y les pongo sus respectivos vasos de licuado. No me atrevo a interferir en su conversación.

—¿Y qué es, entonces?

Adrik se lleva el vaso a la boca y comienza a beber. Por mi parte, me apresuro a servir dos platos con la comida que prepare.

—Nam es un buen chico —se limitó a decir él.

¿Un buen chico? Ella meditó en sus palabras y después de algunos segundos, comenzó a beber su licuado. ¡La vi muy animada después de beber!

—¡Está riquísimo! Muchas gracias —ella se dirige a mí.

—Que bueno que le gusto. Les serví un plato de comida a ambos, para que disfruten de su conversación.

Pongo los platos sobre la mesa.

—¡Gracias! —Adrik me mira a los ojos.

—Ya me voy —le hago saber.

—¿Te vas?

—Sí. Ya cumplí con lo que te prometí —sonrío tenuemente para él—.

Voy por mi mochila, saco mis auriculares y cuando estoy por abrir la puerta, su mano me sujeta de la muñeca. Escucho que un celular comienza a timbrar y Adrik me empuja suavemente contra el muro. ¡Me acorrala!

—No te vayas —me pide él.

—Tengo que irme, hay un compromiso que tengo que atender. Ayer te dije que solo...

—¡Por favor!

Su mano seguía sujetando mi muñeca.

—¡Lo siento! Yo...

Acerca su rostro a mi rostro, siento que su frente se impacta con la mía y nuestras respiraciones comienzan a fusionarse. ¿Qué está pasando? ¿Por qué me hace esto? Sus ojos se enfocan con firmeza en mis pupilas.

Siento que comienza a subir sus manos a mi rostro y sus dedos tocan mi piel. ¿Qué piensa él? ¿Qué es lo que desea de mí? Ayer, cuando fue a mi casa, me sorprendió bastante que me pidiera venir a cocinar a su casa el día de hoy. ¡Y casi nos besamos!

—¿Qué crees que estás haciendo? —No me da miedo preguntarle.

—Quiero descubrir porque me siento vulnerable cuando estoy contigo.

—Pero...

Sus labios se acercan a mi boca, los centímetros se vuelven milímetros y por poco...

—¡Adrik! —Su madre interrumpe la conversación, el momento lleno de tensión y deseo se esfuma.

La voz de ella nos devuelve a la realidad, mi corazón está latiendo con intensidad.

—¿Sí? —Le pregunta él.

—¡Tenemos que ir al hospital! Tu hermana entró en labor de parto. ¡Se le rompió la fuente!

Entonces me suelta. Se aleja de mí y yo me quedo pensando en lo que acaba de suceder.

—Te llevaré a tu casa. El hospital queda de camino.