¿EL PECADO ES EL ÚNICO CAMINO? UN AMOR PROHIBIDO NACIDO DE UNA MALDICIÓN...
Aiden, un hombre al borde de los cuarenta, huye con su sobrina y se convierte en el "conserje" de la mafia, limpiando escenas del crimen. Ambos esconden un oscuro secreto: son Shadowborn, seres mitad vivos y mitad muertos, destinados a procrear con sus propios sobrinos-tíos y así perpetuar una ancestral maldición. Aiden lucha contra el amor prohibido que su sobrina, de manera enfermiza, le profesa. Sin embargo, una amenaza los arrastra al "otro lado," un lugar donde un macabro juego podría otorgarles la libertad, pero a un precio que desafiará todos sus límites. ¿Será capaz Aiden acabar con la maldición? ¿Podrá liberar a su sobrina de aquel amor maldito entre ambos? ¿O vagarán en la oscuridad por toda la eternidad?
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CAPÍTULO 12
Solomon frunció el ceño, apenas puso su mano encima de la perilla de la puerta, no solo no se abría, sino que también había quedado estampada como si la misma tuviera un superpegamento o un imán que no lo dejara apartar su mano.
—¡Solomon!—Rosa gritó su nombre.
Su esposa había gritado ante un fuerte gruñido que había resonado y acompañado los siniestros ecos de los pozos. Detrás de ellos, una misteriosa criatura, de la cual solo podía ver un extraño cuerpo de araña, se acercaba sin piedad alguna.
Cada paso que daba en aquel puente provocaba que las luces fluorescentes explotaran y en medio de la oscuridad creciente, solo se podía ver sus ojos y colmillos, como si estos tuvieran una luz propia para asustar a quienes se cruzaban en su camino.
—¡Allí viene!—gritó más fuerte Rosa.
Sin saber que eran vistos por dos personas encapuchadas desde lo alto de un balcón, observó con nerviosismo a su esposo, quien seguía intentando separarse de la puerta. Sin poder hacer más nada, intentó con su otra mano separarse, pero esta quedó igualmente adherida.
Con fuerza, forzó ambas manos en contra de la perilla, colocando su fornido cuerpo contra la puerta, logrando finalmente abrirla y de un golpe se estampó en el otro lado de la misma, intentando que la criatura no entrara.
No obstante, para sorpresa tanto de él cómo de Rosalyn, quien se había bajado de su espalda, la puerta ya no estaba. Retrocediendo un poco, Solomon observó que ahora solo había una pared de ladrillos grises en frente suyo.
—¿Dónde estamos?—preguntó su esposa.
Sosteniéndose de la pared, Rosalyn observó el cielo y como él solo poco a poco salía, así como una sensación de frescura y el olor del rocío. De inmediato, Solomon reconoció aquello como el parking del centro comercial que quedaba cerca de su casa e increíblemente su automóvil estaba a pocos metros de donde ellos habían salido de aquella dimensión infernal.
—Vamos, cariño—dijo extendiendo su mano—¿Cariño?
Rose observaba aún dudosa la mano de Solomon, algo en su interior le causaba miedo. Se supone que era su esposo, el hombre que amaba, pero al no recordarlo, hacía destrozos su corazón. Sin nada que poder hacer, aceptó la ayuda de este.
Preocupado, Solomon se acercó con cuidado y notó que la puerta estaba abierta, como si ellos hubieran salido y se les hubiera olvidado cerrar. La llave de su vehículo, que la tenía en su bolsillo, le ayudó a encenderlo y después de ayudarla a subirse, fue rumbo al hospital del pueblo.
—¿A dónde vamos?—preguntó somnolienta—tengo mucho sueño.
—Al hospital, amor—respondió empezando a arrancar el carro—necesitamos que nos vean, sobre todo a ti y reportar esto a la policía, ¿de acuerdo?
—Entiendo—asintió antes de caer dormida.
El camino hasta el hospital se sintió bastante largo, por momentos despertaba para ver como Solomon seguía conduciendo. Sin embargo, estaba cansada de que no podía resistir más el sueño, anhelando que la pesadilla que vivió solo fuera eso; una pesadilla.
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Rememorando una y otra vez lo que vivió en aquel infierno, Rosalyn, quien seguía dormida, podía escuchar de fondo todo lo que Solomon estaba hablando. Aunque todo se escuchaba distorsionado, como si estuviera dentro de unas de esas extrañas piscinas, parecía como si su esposo estaba gritando enojado.
—¡Tiene que creerme, oficial!—decía Solomon.
Mientras Rosalyn era evaluada y estabilizada en una habitación, Solomon se encontraba en el pasillo hablando con oficial de policía. Cuando había llegado a la sala de urgencias, con su esposa cargada en brazos, había corrido para que la auxiliaran.
En eso, había sido interrogado por un doctor y una enfermera, quiénes lo miraron extrañado con cada una de las palabras que escuchaban. Sintiéndose frustrado, dejó que lo examinaran en lo que trataban a su esposa.
—¿Estará borracho?—preguntó una de las enfermeras.
—¿O drogado?—cuestionó ella.
—¡Silencio!—las reprendió la enfermera en jefe.
Escuchó por parte de las enfermeras en el cubículo de emergencias, mientras se dirigía al baño. Estaba molesto que su cara de inmediato se frunció tan fuerte, como si hubiera bebido algo amargo.
—¿Será que le hizo algo a su esposa?—preguntó de nuevo una de ellas.
De inmediato, cuando Solomon dobló en una esquina para ir al baño, los cuchicheos volvieron. No obstante, volvieron a ser reprendidas por la enfermera en jefe.
—¡Es el hijo del director, por Dios!—les dijo su superior—¡Oídos sordos! ¿De acuerdo?
Habían pasado dos días después de aquello, y varias veces iban oficiales de policía para escuchar su testimonio, pero todos pensaban que era producto de su alucinación. Justo antes de despertar, Rosalyn escuchó la llegada de un nuevo hombre después de que el último policía se fuera.
—¡Solomon!—la voz de un hombre mayor resonó desde el pasillo—¿Puedes calmarte, por favor?
—¡Pero, padre!—respondió frustrado—¡Digo la verdad!
—¡Basta!—lo reprendió—eres mi hijo y futuro heredero de este hospital, ¿crees que es justo conmigo, que mi personal murmure, que te has vuelto loco?
—Lo lamento, padre—dijo vencido.
—Interrogarán a tu esposa una vez despierta, ¡espero que no hayan hecho algo malo los dos!—culminó su padre antes de volver a su despacho.
Sintiéndose ignorado, entró a la habitación de su esposa suspirando con pesadez. Era increíble como su padre pensaba que él y Rosalyn habían hecho algo malo, tanto como para alucinar con lo que vivieron.
—¿Solomon?—preguntó su esposa.
Rosalyn, quien había abierto un poco los ojos, observaba como su esposo estaba demacrado, con claras ojeras y agarrándose con fuerza su cabello. Sin embargo, tan solo con escucharla y verla despierta, su semblante cambió enseguida y sonrió con dulzura.
—¡Amor!—dijo tomando suavemente su mano—¡Gracias a Dios! ¿Cómo te sientes?
—Solomon, ¡yo no estoy sola!—respondió entre sollozo—¡fue real lo que vivimos allí!
—Lo sé, lo sé carriño—la consoló besando sus nudillos—sea como sea, al fin estamos a salvos. Tienes qué recuperarte por nuestro hijo, ¿entiendes?
—¿Hijo?—preguntó confundida Rosalyn.
—Sí, hijo—dijo acariciando su vientre—nuestro pequeño es igual de fuerte que su madre, ¡así que tienes que recuperarte! ¡Los amo a los dos!
Solomon la abrazó con fuerza, tanto que se sintió un poco asfixiada; sin embargo, aunque incómoda, dejó que él la siguiera abrazando. No sabía lo que estaba pasando, ni siquiera tenía memorias de su pasado. Lo único que podía hacer era confiar y depender de ese hombre.