En la bulliciosa ciudad decorada con luces festivas y el aroma de la temporada navideña, Jasón Carter, un exitoso empresario de publicidad, lucha por equilibrar su trabajo y la crianza de su hija pequeña, Emma, tras la reciente muerte de su esposa. Cuando Abby, una joven huérfana que trabaja como limpiadora en el edificio donde se encuentra la empresa, entra en sus vidas, su presencia transforma todo, dándoles a padre e hija una nueva perspectiva en medio de las vísperas navideñas.
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Puentes que se construyen
Era un tranquilo sábado por la mañana, y el edificio donde Jasón trabajaba estaba desierto. Emma, con una energía contagiosa, había insistido en pasar el día con Abby. La niña había pedido este plan con tal entusiasmo que Jasón no pudo negarse. Aunque le preocupaba invadir el tiempo libre de la joven, había algo en la relación entre Abby y su hija que no podía ignorar: Emma estaba recuperando su sonrisa. Y eso era algo invaluable.
Por su parte, Abby también se había preparado para ese día especial. Su pequeño apartamento estaba modesto pero acogedor, con muebles sencillos y decoraciones hechas a mano que reflejaban su creatividad y amor por los detalles. Había pasado la noche anterior limpiando y organizando todo, queriendo asegurarse de que Emma se sintiera cómoda. No quería que la pequeña notara lo simple de su hogar; para Abby, era importante que todo se sintiera mágico.
Cuando Jasón llegó con Emma, la pequeña bajó del coche llena de entusiasmo. Llevaba una mochila que apenas podía cargar, repleta de juguetes, libros y lo que parecía ser una caja de crayones. Estaba lista para tener una gran aventura.
—Gracias por hacer esto, Abby —dijo Jasón mientras la niña corría hacia el edificio, incapaz de contener su curiosidad por el nuevo entorno.
La joven sonrió al notar el cansancio en la voz de Jasón.
—Es un placer, de verdad. Emma es muy especial.
Él asintió, y por un momento pareció dudar, como si quisiera decir algo más, pero no supiera cómo.
—Bueno, si necesitas algo, estaré a una llamada de distancia.
Abby asintió y lo vio marcharse. Luego se giró hacia Emma, que ya exploraba el pasillo del edificio con una curiosidad contagiosa.
—Ven, pequeña —dijo Abby con una sonrisa—. Vamos a subir. Tengo muchas sorpresas para ti.
La mañana transcurrió entre risas y juegos. Emma se fascinó con los adornos navideños que Abby había hecho a mano. Había estrellas de papel sobre las paredes, guirnaldas tejidas y un pequeño Belén pintado con detalles minuciosos.
—¿Tú hiciste todo esto? —preguntó Emma con los ojos bien abiertos, sosteniendo una campana hecha de cartón y papel brillante.
—Sí —respondió Abby con una sonrisa—. Me gusta crear cosas con mis manos. ¿Te gustaría aprender?
Emma asintió con entusiasmo, y juntas se sentaron a trabajar en la mesa del comedor. Abby sacó tijeras, pegamento y papel de colores, y le mostró a Emma cómo hacer una estrella de cinco puntas. Mientras trabajaban, la niña comenzó a hablar de su madre, algo que rara vez hacía.
—Mami también hacía adornos para Navidad —dijo Emma mientras doblaba cuidadosamente un trozo de papel—. Siempre ponía música y me dejaba ayudarla. Yo era más pequeñita, pero lo recuerdo. Y la extraño.
Abby sintió un nudo en la garganta al escucharla. Era evidente que la pequeña seguía lidiando con la pérdida de su madre, y aunque parecía ser fuerte, también necesitaba desahogarse. Abby decidió no interrumpirla, dejando que Emma hablara tanto como quisiera. Después de todo, a veces el mejor consuelo era simplemente escuchar.
Más tarde, salieron a dar un paseo por un parque cercano. Emma corría entre los árboles, recogiendo hojas y ramitas que luego quiso usar para más decoraciones. Abby se sentó en un banco, observándola con una mezcla de alegría y nostalgia. Había algo en la inocencia de Emma que le recordaba su propia infancia, aunque mucho más solitaria.
En ese momento, su teléfono sonó. Era Jasón.
—¿Cómo está todo? —preguntó él con una ligera nota de preocupación en la voz.
—Todo está muy bien. Emma es un torbellino de energía, pero es un placer estar con ella.
Él se rio suavemente al otro lado de la línea.
—Eso suena como ella. Gracias de nuevo. Esto significa mucho para ella, y también para mí.
—No tiene que agradecerme, señor Carter —respondió Abby. Pero antes de que pudiera continuar, él la interrumpió.
—Por favor, llámame Jasón. Creo que ya nos hemos ganado esa confianza.
Ella sonrió, sintiéndose cómoda por primera vez al usar su nombre.
—De acuerdo, Jasón. Intentaré no olvidarlo.
Cuando regresaron al apartamento, Emma estaba exhausta pero feliz. Se quedó dormida en el sofá mientras Abby recogía los materiales que habían usado durante el día. Poco después, Jasón llegó. Al entrar, lo primero que vio fue a su hija profundamente dormida, con una ligera sonrisa en su rostro. Por un momento, se quedó en la puerta, sin querer romper la paz del momento.
—Gracias, Abby —dijo en voz baja—. No sé cómo lo haces, pero ella está más feliz desde que pasa tiempo contigo.
La joven negó con la cabeza, sonriendo con modestia.
—Emma es una niña muy especial. Solo necesita un poco de atención y amor.
Jasón la miró, y por un instante sintió que las palabras de Abby no solo se referían a Emma. Había algo en su manera de hablar, en su forma de cuidar y conectar, que también comenzaba a alcanzarlo a él.
Cuando cargó a Emma en sus brazos para llevarla al coche, la niña murmuró algo entre sueños.
—Abby, mi amiga para siempre…
Jasón se detuvo por un momento, sintiendo un nudo en la garganta. Miró a Abby, que había escuchado también, y vio en sus ojos una mezcla de sorpresa y emoción.
—Creo que tienes una admiradora incondicional —dijo él con una sonrisa.
Abby bajó la mirada, sonriendo también.
—Es mutuo— replicó ella con una sonrisa sincera.
Esa noche, mientras conducía de regreso a casa, Jasón no podía dejar de pensar en la conexión que su hija había formado con Abby. Había algo especial en ella, algo que no podía ignorar. Y aunque no sabía exactamente qué significaba para él, lo cierto era que Abby no solo estaba transformando la vida de Emma, sino también la suya.