Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 02. Visita al médico.
—¿Vomitando otra vez? —Chris le dio unas suaves palmaditas en la espalda a Alonzo, quien acababa de salir del baño. Su boca estaba amarga, y su semblante dejaba mucho que desear. Odiaba enfermarse, aunque no sentía ningún otro malestar aparte de los constantes mareos y la dificultad para retener alimentos.
—Joder, esto es increíblemente frustrante —gruñó Alonzo mientras se enjuagaba la boca y secaba sus labios. Al levantar la vista, se encontró con la mirada preocupada de su amigo.
—Vamos al médico ahora. No podemos esperar a llegar a Los Ángeles. Aún nos queda un mes aquí por los negocios —sentenció Chris con firmeza.
—No quiero ir —respondió Alonzo de mala gana. No era fanático de los hospitales; le traían demasiados malos recuerdos, y los odiaba con toda su alma.
—No es una sugerencia —replicó Chris con tono autoritario, agarrando su mano y prácticamente arrastrándolo hacia el auto.
A pesar de su reticencia, Alonzo sabía, en el fondo, que algo no estaba bien. Siempre había gozado de buena salud, era raro que enfermara. Ni siquiera exponerse a situaciones extremas, como el frío o la lluvia, lo afectaba. Ahora, con el miedo creciente en su pecho, su mente comenzó a divagar. ¿Y si aquella persona con la que había tenido sexo lo había contagiado de algo? La culpa lo invadió por haber bebido tanto y por haberse entregado a un desconocido sin pensar en las consecuencias.
—Por cierto, después de la consulta, ¿podrías hacerme un favor? Necesito que vayas a una cita para mostrarle la mansión a un cliente. Es importante, pero tengo otro compromiso ineludible —comentó Chris mientras encendía el motor.
—De acuerdo, solo envíame la información del cliente —respondió Alonzo, mirando por la ventana.
Chris asintió y condujo en silencio, dejando a Alonzo sumido en sus pensamientos. Mientras observaba los altos edificios y los transeúntes que caminaban inmersos en sus propias vidas, su mente lo transportó a recuerdos más felices. En un semáforo, vio a dos jóvenes estudiantes riendo mientras compartían un helado, lo que le recordó a él y a Elio en sus años de juventud.
Nunca imaginó que llegaría a sufrir tanto por su amigo. Mucho menos pensó que se enamoraría de él. La vida, sin duda, estaba llena de sorpresas. Ahora Elio estaba casado, y él se había quedado en segundo lugar, como siempre. Con Elio había compartido gran parte de su vida, construyendo recuerdos inolvidables, y en el fondo, se preguntaba si, de haber sido más valiente, habría conseguido su amor. Quizás en otro mundo sería él quien tomaría su brazo y lo llamaría "esposo" con ternura.
—Llegamos —la voz de Chris lo devolvió abruptamente a su cruda realidad.
Alonzo se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del auto, respirando profundamente antes de cruzar las puertas del hospital. Aquel lugar le causaba escalofríos, no solo por el olor a desinfectante, sino por los recuerdos dolorosos que evocaba de su adolescencia. El temor a las agujas y al dolor físico siempre lo había acompañado.
—Vamos, estaré contigo todo el tiempo —dijo Chris, dándole un apretón reconfortante en el hombro. Alonzo esbozó una sonrisa débil y siguió a su amigo hacia la recepción.
Después de intercambiar unas palabras con la recepcionista, Chris regresó.
—El médico nos está esperando.
Caminaron por los pasillos impecablemente blancos, subieron las escaleras y continuaron por otro largo pasillo casi vacío. Los nervios de Alonzo aumentaban a cada paso. Sus manos temblaban, y el sudor frío recorría su espalda. Odiaba los hospitales, y mucho más los recuerdos que estos le traían.
—Es aquí —anunció Chris al detenerse frente a una puerta. Viendo el rostro ansioso de su amigo, volvió a apretar suavemente su hombro en señal de apoyo.
Alonzo asintió y golpeó la puerta un par de veces. Al escuchar el "adelante" del interior, giró el pomo con nerviosismo y entró. Un hombre de mediana edad, vestido con una bata blanca y un estetoscopio colgando de su cuello, los recibió.
—Buenos días, Alonzo. Soy el doctor Piras, pero puedes llamarme Dario —dijo el médico con una sonrisa amable mientras le extendía la mano. Alonzo la estrechó y, junto con Chris, se sentaron frente al escritorio—. Christian me comentó que no te has sentido bien últimamente.
—He tenido mareos constantes, náuseas y mucho cansancio —empezó a explicar Alonzo, sintiendo cómo sus nervios se desvanecían lentamente—. Siempre he gozado de buena salud, y me hago chequeos cada seis meses, así que no entiendo qué está pasando con mi cuerpo.
El doctor asintió, tomando notas.
—¿Desde cuándo te sientes así?
—Hace un mes y medio, más o menos.
—¿Has tenido fiebre o dolores de cabeza?
—No, nada de eso —negó Alonzo con la cabeza.
—¿Te duele el estómago? ¿O has notado cambios en tu apetito?
—Mi apetito ha mejorado, pero algunas cosas que solían gustarme ahora me parecen repulsivas. Además, parece que mi sentido del olfato se ha vuelto mucho más sensible —añadió, con una mueca de incomodidad.
El doctor tomó nota con atención.
—Descartaremos una posible infección, pero necesitaremos hacerte algunas pruebas de sangre —informó el médico mientras tomaba un tensiómetro para medir la presión de Alonzo.
—¿No hay otra manera? —preguntó Alonzo con voz temblorosa, revelando su miedo a las agujas.
—Es la forma más precisa de obtener resultados. No te preocupes, será rápido y prácticamente indoloro.
Alonzo no se sintió particularmente reconfortado por esas palabras, pero asintió de mala gana.
—Tu presión arterial es normal —dijo el doctor, dejando a un lado el tensiómetro—. Esperen aquí, iré a buscar lo necesario para la extracción de sangre.
Tan pronto como el médico salió, Alonzo se levantó de su asiento, decidido a huir. Pero Chris, con una mirada firme y llena de advertencias, lo obligó a sentarse de nuevo.
—Ni lo pienses. Vas a quedarte —dijo Chris con tono severo.
Resignado, Alonzo se quedó sentado, maldiciendo internamente. Detestaba las visitas al médico por razones como esta.
Dario regresó no solo con los instrumentos necesarios para la extracción de sangre, sino también acompañado por una enfermera. Alonzo sintió una punzada de incomodidad al darse cuenta de que alguien más sería testigo de su evidente temor. Odiaba sentirse vulnerable frente a los demás, y menos aún cuando el pánico lo dominaba.
Cuando el médico le pidió su brazo para proceder con la extracción, su instinto inmediato fue levantarse y salir corriendo de aquel lugar. Sin embargo, algo más fuerte —quizás la mano firme de Christian en su hombro o el simple hecho de saber que necesitaba respuestas— lo mantuvo en su sitio.
Tal como había temido, el dolor que sintió al ser pinchado fue casi insoportable. Alonzo apretó los dientes con fuerza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que se negó a dejar caer. El enrojecimiento en su mirada delataba la intensidad de su esfuerzo por contenerlas, pero se negó a sucumbir ante el llanto.
cada episodio quedando en espera del siguiente,siempre en suspenso,,,