Eliza, una noble empobrecida, está desesperada por pagar sus deudas cuando recibe una oferta inesperada: convertirse en espía para Lady Marguerite en el ducado del Duque Richard. Sin embargo, su misión toma un giro inesperado cuando el duque, consciente de las amenazas que rodean a sus hijos, le propone un matrimonio por contrato para proteger a su familia. Eliza acepta, consciente de que su vida se complicará enormemente.
Tras la muerte del duque, Eliza se convierte en la tutora legal de Thomas y Anne, y asume el título de Duquesa de Gotha. Pero su posición es amenazada por Alexander, el hijo mayor del duque, un hombre frío y calculador respaldado por la poderosa familia de su difunta madre. Alexander de Ghota.
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Capitulo 6
Eliza se despertó con una mezcla de anticipación y ansiedad. Los días
recientes habían sido difíciles, pero su convicción de proteger a los niños
solo se había fortalecido. Al llegar a la sala de juegos, notó una atmósfera
tensa. Los sirvientes murmuraban entre ellos, y el duque, visiblemente furioso,
se dirigía hacia la biblioteca donde el señor Hopkins solía dar clases.
—¡Hopkins! —bramó el duque, su voz resonando en los pasillos—. ¡Quiero verte
en mi estudio ahora mismo!
Eliza se acercó discretamente, lo suficiente para ver al duque confrontar al
tutor.
—Sus métodos ya no son aceptables en esta casa —declaró el duque, su rostro
una máscara de ira—. ¡Está despedido! Y no quiero verlo aquí nunca más.
El rostro del señor Hopkins palideció, pero no ofreció resistencia. Sabía
que no tenía poder contra la decisión del duque. Mientras se alejaba, Eliza
sintió una ola de alivio y satisfacción. No era común ver al duque tomar
decisiones tan drásticas, y su acción benefició enormemente a los niños.
Los sirvientes, al enterarse de la noticia, también mostraron su alegría. La
confianza que habían empezado a depositar en Eliza se fortaleció. Algunos
incluso se acercaron a ella para agradecerle indirectamente por su papel en la
salida del tutor.
Más tarde ese día, Eliza tuvo su encuentro programado con el espía en los
jardines traseros. La nieve había comenzado a derretirse, dejando el suelo
húmedo y frío bajo sus pies. El espía estaba esperando en el lugar acordado, su
expresión seria.
—¿Qué tienes para mí? —preguntó sin preámbulos.
Eliza respiró hondo, consciente de la necesidad de ser cautelosa. —El duque
ha despedido a su tutor. Los niños estaban bajo mucha presión, y ahora están
más tranquilos. Pero la situación sigue siendo tensa.
—¿Y sobre la condición del duque? —insistió el espía, su mirada aguda.
—He escuchado que su salud está empeorando —dijo Eliza, eligiendo
cuidadosamente sus palabras—. Pero no tengo detalles específicos. Solo sé que
los sirvientes están preocupados por la sangre que aparece en sus pañuelos.
El espía asintió, aparentemente satisfecho. —Eso es útil. Necesitamos más
información sobre su estado de salud. Y sobre los niños, cualquier detalle
sobre su seguridad es crucial.
Eliza sintió un nudo en el estómago. Sabía que no podía revelar demasiado
sin poner en riesgo a los niños. —Los niños están bien protegidos. El duque se
asegura de eso. No hay mucho más que pueda decir por ahora.
El espía la observó detenidamente antes de asentir. —Nos encontraremos
nuevamente en una semana. Mantén los ojos y oídos abiertos.
Eliza asintió y se alejó, sintiendo el peso de sus decisiones presionándola.
Mientras volvía al castillo, no podía dejar de pensar en su compromiso con los
niños y cómo su misión se estaba complicando.
En los días siguientes, Eliza colaboró con los sirvientes y el duque para
encontrar un nuevo tutor. Entrevistaron a varios candidatos, pero Eliza se
mantuvo vigilante, asegurándose de que nadie más con métodos drásticos ocupara
el puesto.
Un día, un hombre llegó para la entrevista, su aspecto era respetable, pero
había algo en sus ojos que inquietó a Eliza. Durante la entrevista, notó que
sus preguntas y comentarios parecían más interesados en la seguridad del
castillo y los hábitos de los niños que en su educación.
—¿Podría mostrarme los dormitorios de los niños? —preguntó el hombre,
tratando de sonar casual.
Eliza sintió que su instinto de protección se activaba. —Los dormitorios
están fuera de los límites para los visitantes, señor. Si quiere, podemos
continuar la entrevista aquí.
El hombre insistió, y Eliza comenzó a sospechar que tenía intenciones
siniestras. Finalmente, decidió interrumpir la entrevista.
—Me disculpo, pero no creo que usted sea el adecuado para este puesto —dijo
con firmeza, levantándose para indicar el final de la reunión.
El hombre se levantó bruscamente, revelando una expresión de enojo y
determinación. Antes de que Eliza pudiera reaccionar, el hombre intentó
dirigirse hacia los pasillos. Los niños jugaban ahí...
—¡Deténgase! —gritó Eliza, bloqueándole el paso. Pero el hombre empujó,
intentando pasar.
Sin pensarlo, Eliza se lanzó sobre él, luchando para detenerlo.
Recibió un fuerte golpe en la mejilla, pero eso no detuvo su agarre,
incluso si tuviera que usar aquella daga de decoración no lo dejaría pasar.
La lucha atrajo la atención de los guardias y sirvientes, que rápidamente intervinieron
y sometieron al intruso.
—¡Llévenselo! —ordenó Eliza, su corazón latiendo con fuerza. Mientras los
guardias se llevaban al hombre, Eliza se dio cuenta de que había arriesgado su
vida para proteger a los niños.
Los sirvientes la miraron con admiración y gratitud, reconociendo su
valentía. Pero Eliza, aunque aliviada por haber detenido la amenaza, se sintió
abrumada por una crisis interna.
Esa noche, en su habitación, Eliza se sentó en la oscuridad, temblando. Su
misión, su lealtad a Lady Marguerite, y su creciente amor por los niños se
entrelazaban en un torbellino de confusión. ¿Cómo podía seguir adelante con su
objetivo original cuando los niños se habían convertido en su prioridad? ¿Podía
traicionar al duque y a los niños por quienes sentía una creciente
responsabilidad y afecto?
Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras se enfrentaba a la crisis más
profunda de su vida. Sabía que tenía que tomar una decisión, pero temía las
consecuencias de cualquier camino que eligiera. En medio de su angustia, una
resolución comenzó a formarse en su mente. No podía seguir siendo una espía que
ponía en riesgo a los niños que había llegado a amar. Tenía que encontrar una
manera de protegerlos, sin importar el costo.
Con esta nueva determinación, Eliza se prometió a sí misma que no permitiría
que nada ni nadie lastimara a Thomas y Anne. Haría todo lo posible para
asegurar su bienestar, incluso si eso significaba desafiar a Lady Marguerite y
enfrentar el peligro por su cuenta.