Duquesa Por Tiempo Limitado
Hace años que Eliza no veía el oro, pero las monedas relucientes en sus manos brillaban
como espejos. Pensó en lo diferentes que habrían sido las cosas hace tres meses; quizás
esas monedas habrían bastado para curar la fiebre de su hermano y tal vez él habría
sobrevivido. Pero ahora nunca lo sabría, y pensar en ello solo le causaba dolor.
El viento helado de la tarde soplaba sin piedad por las estrechas calles de la ciudad,
haciendo que Eliza se aferrara más a su desgastada capa. Las fachadas de piedra de las
casas, ennegrecidas por el tiempo y la humedad, se alzaban imponentes a ambos lados,
como si fueran guardianes silenciosos de sus penurias. Las luces débiles que
parpadeaban a través de las ventanas reflejaban un hogar cálido que ella hacía tiempo
había perdido.
El mayordomo, cuya vestimenta elegante y bien cuidada contrastaba marcadamente con
la decrepitud de la casa en los barrios bajos donde se encontraban, la observó con una
mezcla de impaciencia y desdén.
—Esto es solo por la entrevista. Si logras obtener el puesto, recibirás diez veces más —dijo,
su voz resonando con autoridad.
Cuando era niña, un hombre así atendía su hogar, pero eso fue hace mucho tiempo. Eliza
miró al mayordomo, sus ojos llenos de cautela y curiosidad.
—Si consigo el puesto, ¿qué se supone que debo hacer dentro? —preguntó con voz
temblorosa, tratando de mantener la compostura.
—Solo recopilarás un poco de información importante. Se rumorea que el duque está muy
enfermo y no tiene un heredero claro. La mayoría piensa que el hijo menor será el sucesor,
aunque aún es un niño. Necesitamos que esté bajo la tutela de Lady Marguerite. Después
de todo, ella es su tía y solo quiere lo mejor para ellos.
—Si solo fuera eso, no sería necesario un espía. Después de todo, ella es hermana del
duque —dijo Eliza, frunciendo el ceño—. ¿Qué es lo que realmente espera de mí?
El mayordomo la miró fijamente antes de responder, su tono más bajo y conspirativo.
—Solo quiere a los niños, es lo único que necesitas saber.
Era arriesgado, pero el trabajo era ideal para Eliza. Aunque era tan pobre como una
plebeya, o incluso más, todavía poseía un título nobiliario. Eso le daba ventaja en cuanto a
ese trabajo se refería. Además, la paga era muy buena; con eso podría saldar sus deudas y
dejar ese barrio.
—Acepto el puesto. Fijemos un sitio y día para la transacción de ambas partes.
—Lo informaré a la condesa. Buena suerte, Lady Eliza.
Ella acompañó al mayordomo hasta el carruaje, que esperaba en la calle cubierta de barro
y nieve. Una vez que lo perdió de vista, regresó a su casa, una pequeña y humilde vivienda
con paredes agrietadas y un techo que goteaba. La comida de esa semana ya se había
terminado y, aunque tenía dinero para comprar más, ahora no creía necesario gastarlo en
eso. Necesitaba comprar ropa decente para la entrevista, que sería en tres días.
Se decía que trabajar en el ducado de Ainsworth era extremadamente difícil; era una de las tres
familias fundadoras y una de las más importantes que había sobrevivido hasta ahora.
Pero ser niñera no sería un trabajo difícil para Eliza; había tenido una educación noble y
aún sabía cómo actuar como una.
Tomó la bolsa de monedas y salió de nuevo al frío, buscando una buena tienda, no
exclusiva, pero tampoco de ropa industrial. Podía conseguir un vestido más decente. La
ciudad estaba cubierta por una ligera capa de nieve que crujía bajo sus pies, y el aire tenía
un olor limpio y fresco, mezclado con el aroma lejano de castañas asadas.
—Bienvenida, señorita —la saludó la mujer detrás del mostrador, cuyo rostro amable se
iluminó al verla—. ¿Buscaba algo en específico?
—No precisamente —respondió Eliza—. Tengo una importante entrevista de trabajo en
unos días y quisiera un buen vestido.
—No será difícil escoger uno —sonrió la mujer con alegría—. Es una mujer muy hermosa; el
color verde le quedaría perfecto, combina muy bien con sus ojos.
Eliza sonrió, sintiendo una chispa de esperanza.
—Entonces me gustaría probármelo —dijo, sintiendo la suave tela entre sus dedos y
recordando lo bien que se sentía una buena prenda sobre la piel.
—Le queda muy bien —concluyó la mujer, admirando cómo el vestido resaltaba la figura de
Eliza.
—Me lo llevo, y empaquen otros tres.
Incluso se compró zapatos nuevos, de cuero fino y bien ajustados. Esa tarde no se
preocupó por llegar al trabajo. Al diablo con ese lugar; odiaba el olor del humo y el calor de
aquella cocina. Ahora que sería niñera, el ducado le daría un buen sueldo, tendría su
habitación y sus comidas, sin contar la paga extra de la condesa. El problema sería el
duque; si él descubriera que era una espía, su vida llegaría a su fin. Para evitar sospechas,
debía parecer realmente fascinada por los niños. Pero no sería tan fácil; podría
encariñarse y eso arruinaría todo.
—No, no debes —se regañó a sí misma—. Una vez pagada la deuda, me iré.
No quiso pensar en eso. Esa noche durmió profundamente, por primera vez en mucho
tiempo, sin la preocupación constante de cómo sobreviviría al día siguiente.
Así pasaron los dos días hasta el día de la entrevista. Se vistió pulcramente y pagó un
carruaje sencillo hacia el ducado. Cuando llegó, pudo ver a varias mujeres que acudían
con el mismo propósito que ella. Los carruajes elegantes y los caballos bien cuidados
contrastaban con su propio transporte modesto, haciéndola sentir fuera de lugar por un
momento.
Una vez dentro, pudo ver los estandartes del ducado de Ainsworth: el halcón plateado
sobre las banderas rojas. Incluso las armaduras de los caballeros eran así de hermosas,
brillando bajo la tenue luz invernal. Tal vista de poder la hizo temblar por un momento.
¿Realmente podría engañar a todas esas personas? Moriría al instante si algo salía mal.
—La entrevista se hará con el mismo duque en persona. Las iré llamando conforme a su
estatus. Al final de las entrevistas, el duque mandará a llamar a la elegida. Una vez dado el
nombre, pueden retirarse.
El mayordomo, más pulcro que el vestido de Eliza, la llamó.
—Lady Eliza, pase por favor.
Ella lo siguió por el largo pasillo lleno de arte invaluable. Las paredes estaban adornadas
con retratos de antiguos duques y duquesas, sus ojos severos y vigilantes siguiendo cada
uno de sus pasos. Llegaron hasta dos puertas de hermosa madera fina y hermosamente
tallada, con intrincados diseños que contaban historias de generaciones pasadas.
—Pase, el duque la espera.
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