Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
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Capítulo 6. Duque del Norte
El Rey Leopold Lanverd entró en la sala y, tras saludar a los invitados, dirigió una sonrisa comprensiva a Lisel, empatizando con su desafortunado incidente en el baile. Ella, intentando mantener la compostura, le devolvió una mirada llena de fingidas disculpas y vergüenza.
—Confío en que vuestra salud haya mejorado, lady Lisel —dijo el rey con tono gentil.
—Os estoy profundamente agradecida, Majestad —respondió ella en un susurro haciendo una reverencia.
El murmullo de los nobles, antes animado, se apagó de golpe cuando un sirviente anunció la llegada del Duque del Norte: Alaric Bertram.
El rey sonrió. El príncipe Teodor hizo su habitual gesto de ceño fruncido.
Todos los presentes se levantaron rápidamente. Incluso en la reverencia protocolaria, estiraban el cuello para intentar ver mejor al hombre del momento.
Lisel, de pie junto a los demás, mantuvo la mirada fija en su plato vacío. Su estómago le dolía. Llevaba dos días sin comer. Entre los preparativos del baile y esta cena, Deysi no había podido llevarle comida en secreto, y no había podido comer nada en el desayuno debido a la tensa presencia de Margaret.
Cuando alzó la mirada, aún con la cabeza gacha, y vio al hombre que entraba, sus ojos se abrieron de par en par.
Ese pelo negro, esos hombros anchos, esos ojos grises...
Lisel entró en pánico.
No podía creer que el hombre con quien había pasado una noche, creyendo que era un simple desconocido, era en realidad un miembro de la familia real. Un duque, el sobrino del rey.
¡Incluso le había pagado por sexo!
El pensamiento de unas míseras monedas de oro por una noche de compañía a un miembro de la realeza provocaron un nudo en su garganta. Si pensaba que su vida no podía empeorar, ahora estaba completamente perdida.
—Con gran orgullo, permitidme presentaros a mi sobrino, Alaric Bertram, hijo de mi amada hermana y del anterior duque del norte, cuya reciente partida lamento con todo mi corazón.
Mientras el rey posaba su mano sobre el hombro de Alaric, Lisel no aplaudía como los demás, sumida en su shock. Su hermano Carlier le dio un codazo, instándola a aplaudir, y ella juntó lentamente sus manos enguantadas en un aplauso silencioso.
—Invito a todos a tomar asiento —animó el rey.
En la larga mesa, los nobles retomaron sus conversaciones formales.
A pesar de que solo había cuatro grandes familias en Castelar, incluyendo en orden de poder, a los Bertram, Gareth, Luton y Mestela, más de treinta personas se habían reunido.
Estaba claro que ningún miembro de ninguna de las familias, con un mínimo de relevancia para que su asistencia no fuera inapropiada, había querido perderse esta cena.
La cena se desarrollaba en una apariencia de calma y armonía. Cada noble sumido en conversaciones elegantes y risas contenidas.
Sin embargo, en el interior de Lisel, la tormenta era desgarradora. Se maldecía a sí misma por cada elección que la había llevado a ese momento.
A lo largo de la cena, sus ojos se desviaron involuntariamente hacia el duque del norte. El hombre que había compartido con ella una noche de pasión ardiente no la había mirado ni una vez.
¿Era posible que no recordara su rostro? Ella no había mencionado su nombre, era cierto.
Lisel lo pensó un momento, y lo improbable que era después de pasar horas entrelazados con sus cuerpos desnudos. Le ardían las mejillas de pensarlo. Sus respiraciones habían chocado con frecuencia. Y ella había percibido su mirada grisácea fija en sus ojos verdes. Recordó cómo le había lamido el cuello, cómo le había mordido el labio.
"¿Cómo podía hacerle eso a alguien y olvidarse de su rostro?"
Pero entonces, en medio de su angustia, una chispa de esperanza se encendió.
Tal vez, para el duque, esa noche había sido solo una más de muchas. Un episodio ordinario en una cadena de encuentros fugaces. Si ese era el caso, entonces, quizás, no recordara los rostros de todas las mujeres con las que compartía su lecho.
Lisel se aferró a esa posibilidad. Un débil rayo de esperanza en medio del caos que había provocado.
Intentando comer algo para calmar sus nervios y saciar su hambre, Lisel fue constantemente interrumpida por comentarios hirientes de Margaret, disfrazados de amabilidad. Finalmente, desistió y dejó los cubiertos sobre la mesa.
Fue entonces cuando la voz del duque la sacudió.
—Quiero conocer a las familias nobles aquí presentes. Señora, usted es... ¿Margaret Montclair, cierto?
El silencio se apoderó de la sala y una vena se hinchó en la frente de Margaret mientras respondía con una sonrisa forzada.
—Soy Luton ahora.
La mención del pasado de la familia Montclair pareció llenar la sala de un silencio tenso.
El padre de Margaret había sido un varón que, en algún momento, logró cierta posición dentro de la nobleza. Sin embargo, su estrella se apagó tan rápidamente como había ascendido.
La familia Montclair finalmente cayó en desgracia debido al peso de la bancarrota. Una consecuencia de una serie de malas decisiones financieras y un estilo de vida lujoso e insostenible.
Incluso corrían rumores de que habían estado implicados en múltiples acciones ilícitas que iban desde la venta de personas, la estafa o el robo, hasta las alianzas con organizaciones criminales. Aunque nadie osó mencionarlo abiertamente, las miradas furtivas y las sonrisas contenidas entre los nobles no dejaban lugar a dudas de que todos estaban al tanto.
Alaric, el duque del norte, pareció darse cuenta de la incomodidad que sus palabras habían provocado. Con una agilidad diplomática que no pasó desapercibida, se disculpó rápidamente con Margaret.
—Mil disculpas, Marquesa Luton —dijo con un tono que mezclaba cortesía e ignorancia.
—Debo admitir que mi conocimiento sobre los entresijos de la capital es limitado, y solo he oído rumores y nombres en mis breves visitas.
La respuesta de Alaric fue hábil, y su mención a los "rumores y nombres" sugería una distancia prudente de las intrigas y chismes de la corte.
Lisel observando la escena no pudo evitar sentir una mezcla de admiración y sorpresa por la destreza con la que el duque manejaba la situación. A pesar de su aparente aislamiento en el norte, tenía las habilidades necesarias para navegar en el complejo mundo de la nobleza.
Margaret, recuperando rápidamente su compostura, respondió con una sonrisa forzada pero digna.
—No hay nada que disculpar, Duque Bertram —dijo con su voz teñida de una gracia entrenada.
—Nos sentimos muy honrados por su presencia entre nosotros y nos complace enormemente que se familiarice con nuestras costumbres.
Margaret no desaprovechó la ocasión para elevar el estatus de su familia.
Aprovechando que tenía la atención del Duque Alaric, comenzó a enumerar, con un entusiasmo exagerado, todas las pequeñas hazañas y logros de Carlier para la familia Luton. Omitiendo convenientemente la participación crucial de Lisel en el éxito de las finanzas.
—Además, es un caballero de renombre, graduado con honores hace un par de años —proclamó con orgullo.
—Es bueno saber que la capital tiene guerreros fuertes —respondió Alaric, aunque su tono sugería un claro desinterés.
—¿Solo tiene un hijo? —inquirió el duque.
—Oh —Margaret se apresuró, como si recordara algo insignificante.
—Esta es mi hija, Lisel.
—Hola, Lisel —saludó Alaric, sus ojos reflejando un interés súbito.
—Me suena tu rostro, pero no recuerdo tu nombre. ¿Nos hemos visto antes?
—No lo creo, Duque Bertram —respondió Lisel, manteniendo un tono de respeto aunque sus ojos destellaban una ira contenida.
—Aparece poco en la capital, según tengo entendido.
—Así es en verdad, el norte demanda gran atención. Me atrevo a decir que su complejidad escapa a la imaginación de los nobles de la capital.
—En realidad, he ido algunas veces cuando era pequeña —respondió Lisel, casi sin pensar.
Inmediatamente, Margaret la fulminó con la mirada.
Lisel se dio cuenta de que su comentario, hecho de forma impulsiva, probablemente le acarrearía reproches y castigos más tarde. Margaret había hecho todo lo posible por borrar el recuerdo de Isabela Irell como Marquesa Luton. Obligando a Lisel a referirse a ella como su madre biológica en público.
—Interesante —dijo el duque, cortando la conversación.
Luego, se volvió hacia el Marqués Gareth a su derecha y comenzaron a hablar sobre la reciente disputa por las rutas comerciales hacia Valoria. Una isla extranjera conocida por sus ricos recursos y su comercio lucrativo.
Mientras la cena continuaba, Lisel no podía dejar de reflexionar sobre la situación.
A pesar de estar rodeada por la pompa y el esplendor de la nobleza, sentía un vacío y una desazón interna.
La presencia del duque, el hombre con el que había compartido una noche clandestina, era un recordatorio constante de lo imprevisible que podía ser su vida en la corte. Mientras tanto, se esforzaba por mantener la fachada, participando en las conversaciones y observando atentamente cada gesto y palabra. Consciente de que en ese mundo, incluso el más mínimo detalle podía tener repercusiones inesperadas.