Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.
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CAPÍTULO 15: UN DESAFORTUNADO ACCIDENTE
Aquel día marcaba el término de las vacaciones para Damián y Marcos, obligándolos a abandonar la serenidad de Buena Ventura y retornar a la vibrante ciudad de Aurelia. Esa mañana, el cielo se hallaba envuelto en un manto de nubes plomizas, augurando una tormenta inminente. El pronóstico meteorológico en las noticias no era prometedor: se avecinaban intensas lluvias.
Con el primer rayo de sol, Marcos y Damián decidieron salir, con la esperanza de evitar la lluvia que amenazaba su travesía. Tras despedirse de sus seres queridos, subieron al coche y partieron en la penumbra del amanecer.
— Espero que la lluvia no nos alcance, dijo Marcos, ajustando el retrovisor.
— Con suerte, llegaremos a Aurelia antes de que empiece a llover, respondió Damián, encendiendo el motor.
El vehículo avanzó por la Avenida Principal de Buena Ventura, dejando atrás las luces de la ciudad. Pronto, se encontraron en la carretera nacional, el camino que los llevaría directamente a su destino. Al pasar por un letrero oxidado que anunciaba la salida de Buena Ventura, comenzaron su viaje sin percance alguno.
El paisaje a su alrededor era un mosaico de campos y bosques, con el cielo cada vez más oscuro como telón de fondo. El silencio en el carro era solo interrumpido por el suave murmullo del motor y el ocasional crujido de la grava bajo las ruedas. Fue entonces cuando Marcos, con la mirada perdida en el horizonte, rompió el silencio.
— ¿Has sabido algo de Gustavo?, preguntó, girando la cabeza ligeramente hacia Damián.
Damián, con los ojos fijos en la carretera, negó con la cabeza, su expresión reflejaba una mezcla de preocupación y resignación.
— Desde el día que lo dejé en el aeropuerto, no he sabido nada de él, respondió, con su voz cargada de una inquietud apenas disimulada.
Marcos asintió lentamente, recordando su reciente conversación en las redes sociales.
— Hace unos días chateé con él. Parece que está bien, pero no dio muchos detalles, comentó, intentando aliviar la tensión que se había instalado en el ambiente.
El viaje continuó bajo el cielo cada vez más oscuro. El coche de Damián avanzaba sin detenerse. Marcos, buscando aliviar la monotonía del trayecto, encendió la radio y dejó que la música llenara el ambiente. Apenas habían transcurrido dos horas desde su partida de Buena Ventura, cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a golpear suavemente el parabrisas.
— Parece que tendremos compañía en el camino, comentó Marcos, mirando el cielo nublado.
Damián asintió, sin apartar la vista de la carretera.
— Sí, esperemos que no se convierta en una tormenta, respondió con un tono de preocupación.
En cuestión de minutos, la lluvia ligera se transformó en un aguacero torrencial, acompañado por el estruendo de los truenos que resonaban en el cielo. Damián redujo la velocidad del coche, ya que el agua que golpeaba el parabrisas dificultaba la visibilidad.
— Creo que deberíamos detenernos a un lado de la carretera y esperar a que pase la tormenta, sugirió Marcos, con preocupación en la voz.
Damián, con su habitual terquedad, negó con la cabeza.
— No, mejor seguimos avanzando despacio. No podemos permitirnos perder tanto tiempo, respondió decidido.
Mientras continuaban avanzando bajo la intensa lluvia, la visibilidad se redujo drásticamente. El agua acumulada en la carretera comenzó a formar charcos profundos, haciendo que el coche de Damián perdiera tracción. De repente, un trueno ensordecedor resonó en el cielo, distrayendo momentáneamente a Damián.
—¡Cuidado!, gritó Marcos, señalando un camión detenido más adelante.
Damián intentó frenar, pero los neumáticos resbalaron sobre el asfalto mojado. El coche derrapó incontrolablemente, girando varias veces antes de chocar violentamente contra el camión. El impacto fue devastador.
El coche quedó destrozado: el capó se dobló hacia arriba, las ventanas se hicieron añicos y el chasis se deformó por completo. Marcos, que había recibido el golpe más fuerte, murió en el acto. Damián, gravemente herido, quedó inconsciente, atrapado entre los restos retorcidos del vehículo.
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La escena del accidente era caótica. La lluvia seguía cayendo con fuerza, empapando todo a su alrededor. Las luces intermitentes de las ambulancias y los vehículos de emergencia iluminaron el lugar, creando un contraste inquietante con la oscuridad de la tormenta.
Los paramédicos se movieron rápidamente, evaluando la situación. Uno de ellos se acercó al coche destrozado y, con la ayuda de herramientas especiales, comenzaron a liberar a Damián de los restos retorcidos del vehículo. Su rostro estaba cubierto de sangre y su respiración era débil, pero aún había esperanza.
— Necesitamos una camilla aquí!, gritó uno de los paramédicos, mientras otros se apresuraban a traer el equipo necesario.
Marcos, lamentablemente, ya no mostraba signos de vida. Los paramédicos cubrieron su cuerpo con una manta, respetando su descanso final.
Con cuidado, colocaron a Damián en una camilla y lo subieron a la ambulancia. El sonido de las sirenas resonó en el aire mientras el vehículo se alejaba a toda velocidad hacia el Hospital General de Buena Ventura. Dentro de la ambulancia, los paramédicos trabajaban incansablemente, administrando primeros auxilios y monitoreando sus signos vitales.
Al llegar al hospital, un equipo médico ya estaba esperando en la entrada de urgencias. Rápidamente trasladaron a Damián al interior, donde los doctores y enfermeras se preparaban para hacer todo lo posible por salvar su vida. La tormenta seguía rugiendo afuera, pero dentro del hospital, la lucha por la vida de Damián apenas comenzaba.
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Al llegar a la sala de urgencias del Hospital General de Buena Ventura, el equipo médico estaba listo para recibir a Damián. Las puertas de la ambulancia se abrieron de golpe y los paramédicos, con movimientos precisos y rápidos, trasladaron la camilla hacia el interior del hospital.
— ¡Paciente masculino, 20 años, politraumatizado, inconsciente!, informó uno de los paramédicos mientras empujaban la camilla por los pasillos.
El personal de urgencias se movilizó de inmediato. Un doctor, con gesto serio, tomó el mando.
— Llévenlo a la sala de trauma uno, ordenó, mientras las enfermeras preparaban el equipo necesario.
Damián fue colocado en una mesa de operaciones. Las luces brillantes del quirófano iluminaban su rostro pálido y ensangrentado. Los médicos comenzaron a trabajar con rapidez y precisión, evaluando sus heridas y estabilizando su condición.
— Presión arterial baja, necesitamos una transfusión de sangre, dijo una de las enfermeras, mientras otra insertaba una vía intravenosa.
El doctor examinó las radiografías y los resultados de los primeros análisis.
— Tiene múltiples fracturas y una contusión cerebral. Necesitamos llevarlo a cirugía de inmediato, anunció, mientras el equipo se preparaba para el procedimiento.
La atmósfera en la sala de urgencias era tensa pero controlada. Cada miembro del equipo sabía exactamente qué hacer, y trabajaban en perfecta coordinación para salvar la vida de Damián.
Después de la cirugía, Damián fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos (UCI). Los médicos habían logrado estabilizar sus fracturas y reducir la presión en su cerebro, pero su estado seguía siendo crítico. Las siguientes horas serían cruciales para su recuperación.
En la UCI, Damián estaba conectado a varios monitores que registraban sus signos vitales. Las enfermeras vigilaban atentamente cualquier cambio en su condición, listas para actuar ante cualquier emergencia.
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La noticia del accidente llegó a las familias de Damián y Marcos en medio de la noche, cuando el sonido del teléfono rompió el silencio, la madre de Damián, con el corazón acelerado, contestó la llamada.
— ¿Señora Alonso?, dijo una voz seria al otro lado de la línea. — Soy el doctor Fermín del Hospital General de Buena Ventura. Su hijo Damián ha tenido un accidente de tránsito y está en estado crítico. Necesitamos que venga al hospital lo antes posible.
El mundo de Fernanda se detuvo por un instante. Sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies mientras trataba de procesar la información. Con manos temblorosas, despertó a su esposo y juntos se dirigieron al hospital, con la esperanza de que su hijo sobreviviera.
En la casa de Marcos, la situación fue aún más desgarradora. El timbre de la puerta sonó insistentemente, despertando a sus padres. Al abrir, se encontraron con dos oficiales de policía con expresiones solemnes.
— Señor y señora Olivares, lamentamos informarles que su hijo Marcos ha fallecido en un accidente de tránsito, dijo uno de los oficiales, con voz compasiva.
La madre de Marcos dejó escapar un grito de dolor, mientras su esposo la sostenía, tratando de asimilar la trágica noticia. La incredulidad y el dolor llenaron la casa, mientras los oficiales les ofrecían apoyo y detalles sobre los próximos pasos.
Ambas familias, devastadas por la tragedia, se dirigieron al hospital. La familia de Damián, aferrándose a la esperanza de su recuperación, y la familia de Marcos, enfrentando la dolorosa realidad de su pérdida.
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Después de varios días en la unidad de cuidados intensivos, la familia de Damián había estado en una montaña rusa emocional, aferrándose a cada pequeño signo de esperanza. Sin embargo, la incertidumbre y la preocupación no los abandonaban.
Una mañana, el doctor Fermín se acercó a los padres de Damián, que estaban sentados en la sala de espera, con rostros cansados y ojos llenos de ansiedad.
— Señor y señora Alonso, ¿podemos hablar un momento?, preguntó el doctor con voz suave pero seria.
Eduardo y Fernanda se levantaron de inmediato, siguiendo al doctor a una sala privada. El ambiente era tenso, y el silencio solo aumentaba su nerviosismo.
— Hemos hecho todo lo posible por estabilizar a Damián, comenzó el doctor, mirando a los padres con compasión. — Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos, su hijo ha entrado en un coma profundo.
Fernanda dejó escapar un sollozo ahogado, mientras su esposo la abrazaba con fuerza, tratando de contener sus propias lágrimas.
—¿Qué significa eso, doctor?, preguntó Eduardo, con la voz quebrada.
—Significa que, aunque su cuerpo está respondiendo a los tratamientos, su cerebro no muestra signos de actividad consciente. No podemos predecir cuánto tiempo permanecerá en este estado, ni si despertará, explicó el doctor, con tono comprensivo.
El dolor en los rostros de los padres era palpable. Fernanda se aferró a la mano del doctor, buscando algún rayo de esperanza.
— ¿Hay algo que podamos hacer?, preguntó, con la voz llena de desesperación.
— Lo mejor que pueden hacer es estar aquí para él, hablarle, hacerle sentir su amor y apoyo. A veces, eso puede marcar la diferencia, respondió el doctor, tratando de ofrecerles un poco de consuelo.
Los padres de Damián asintieron, aunque el dolor en sus corazones era inmenso. Sabían que el camino por delante sería difícil, pero estaban decididos a no perder la esperanza y a estar al lado de su hijo en cada paso del camino.
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Gustavo estaba en su apartamento en la ciudad de Aurelia cuando recibió la devastadora noticia. Se encontraba revisando algunos apuntes, cuando su teléfono vibró con una notificación. Al desbloquear la pantalla, vio un mensaje de un grupo de amigos en común con Damián y Marcos.
“¿Alguien sabe algo más sobre el accidente de Damián y Marcos? Es terrible lo que pasó…”
El corazón de Gustavo se aceleró. Inmediatamente, abrió el chat y comenzó a leer los mensajes anteriores. Sus amigos hablaban con preocupación y tristeza sobre un accidente de tránsito en el que Damián y Marcos habían estado involucrados. Nadie parecía tener detalles claros, pero la gravedad de la situación era evidente.
Gustavo sintió un nudo en el estómago. Sin perder tiempo, llamó a uno de sus amigos más cercanos, Javier, que también estaba en el grupo.
— ¡Javier! ¿Qué ha pasado con Damián y Marcos?, preguntó, con la voz temblorosa.
— Gustavo, es horrible. Me enteré por las noticias locales. Tuvieron un accidente grave. Marcos no sobrevivió y Damián está en coma en el Hospital General de Buena Ventura, respondió Javier, con voz apagada.
La noticia golpeó a Gustavo como el impacto de un mazo. Sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. La tristeza y la desesperación lo invadieron, dejándolo sin aliento. Se dejó caer en su cama, incapaz de procesar la fatídica noticia. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, se sentía impotente, atrapado en otra ciudad, sin poder estar al lado de Damián en esos momentos críticos.
Gustavo pasó horas en su habitación, rezando con fervor. Se arrodilló junto a su cama, con las manos juntas y los ojos cerrados, pidiéndole a Dios con todas sus fuerzas que Damián reaccionara del coma y se recuperara.
Que emoción