César es un CEO poderoso, acostumbrado a tener todo lo que desea, cuando lo desea.
Adrian es un joven dulce y desesperado, que necesita dinero a cualquier costo.
De la necesidad de uno y el poder del otro nace una relación marcada por la dominación y la entrega, que poco a poco amenaza con ir más allá de los acuerdos y transformarse en algo más intenso e inesperado.
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Capítulo 5
El hombre observó a Adrian por unos instantes y una sonrisa lasciva danzó en sus labios.
—¿Estás nervioso, Adrian?
La pregunta tomó a Adrian por sorpresa. ¿Si estaba nervioso? Por supuesto. Había veces que César le causaba escalofríos, así que estar a solas con él, era para poner nervioso a cualquiera, qué decir de un becario lleno de problemas.
César pareció ignorar la falta de respuesta del otro. Él ya sabía la respuesta. Estaba evidente, estampada en el rostro cansado del chico.
El millonario se sentó frente a Adrian, se acomodó el saco, alejó la silla de la mesa y cruzó las piernas. Sus dedos cruzados sobre la pierna, de forma despreocupada.
Los dos quedaron en silencio por un cierto tiempo. Adrian no sabía precisar si fue largo o apenas pareció una eternidad solo para él. Tras parecer haber hecho una evaluación cuidadosa de Adrian, César se estiró, tomó un pedazo de papel y una pluma y escribió algo en él, entregándoselo a Adrian.
Adrian miró el papel y en él estaba escrito un número con signo de dólar.
—Esto es mucho más de lo que ya has ganado aquí.
Realmente aquel valor era mucho, pero mucho más de lo que había ganado. Además, aquel valor solo lo conseguiría después de unos cinco meses haciendo muchas horas extras.
—No estoy entendiendo, señor... —dijo de forma hesitante.
César no se incomodó con aquello. No esperaba nada diferente de Adrian. Él se acercó más al muchacho.
—Puedes salir de aquí con ese valor directo en tu cuenta hoy, solo tienes que hacer una cosita para mí...
César dio un tiempo para que Adrian procesara la información.
—¿Qué "cosita"?
En ese momento muchas cosas pasaban por la cabeza de Adrian, pero él intentaba no sacar conclusiones precipitadas. César se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en los brazos de la silla, la voz baja, casi un susurro cargado de malicia.
—No necesitas asustarte, Adrian... —dijo, dejando que la mirada descendiera lentamente por el cuerpo del muchacho, como si saboreara cada detalle. —No es nada del otro mundo... Solo vas a necesitar usar esa tu boquita linda —la última palabra escapó acompañada de una sonrisa provocadora.
Adrian sintió el estómago revuelto. No sabía si era miedo, asco, nerviosismo o la mezcla de los tres. La garganta se secó y por un instante olvidó hasta cómo respirar.
César se reclinó nuevamente en la silla, él era como un predador que acaba de acorralar a la presa.
—Entonces, ¿qué me dices? —completó, tamborileando los dedos sobre el brazo de la silla con una calma casi irritante.
El primer pensamiento de Adrian fue levantarse, salir de allí y nunca más volver. Aquello era prácticamente un insulto.
—Yo... yo agradezco la... oferta, pero voy a rechazarla.
César no pareció abatirse. Por el contrario, una sonrisa divertida surgió en su rostro, como si ya esperara aquella respuesta. Él se reclinó en la silla, observando a Adrian.
—Está bien entonces. Puedes irte —respondió, manteniendo la misma postura relajada.
Adrian se levantó para salir, pero terminó viendo una notificación en el celular y vaciló. César percibió y aprovechó la oportunidad.
—Piénsalo bien, chico... cinco meses de trabajo, noches mal dormidas... o algunos minutos aquí conmigo. Nadie tiene que saber. Solo tú y yo —dijo en un tono seductor.
Adrian no sabía cómo reaccionar. Las palabras huían, y solo el rubor en su rostro denunciaba lo perdido que estaba.
Adrian tragó saliva. Sabía que no tenía opción, él necesitaba aquel dinero. Por fin, giró sobre los talones y, extremadamente constreñido, balbuceó:
—Yo... yo no sé cómo hacer eso.
Por un instante, César arqueó las cejas, y entonces soltó una risotada baja, llena de satisfacción.
—Ah... no hay problema, te enseño —sus ojos brillaron, y dejó que la sonrisa se ensanchara. —Dime, Adrian... ¿eres virgen?
La pregunta cayó como un golpe. El rostro de Adrian ardió instantáneamente. Él no consiguió articular ninguna palabra, apenas bajó los ojos y asintió con la cabeza, casi imperceptiblemente.
César lo observó con más interés aún, como si hubiera descubierto un secreto precioso.
—¿No has tenido novias... novios? —continuó César, dejando a Adrian más avergonzado aún, que apenas sacudió la cabeza. —Entiendo. ¿Estás dispuesto a aceptar mi propuesta?
Adrian pensó en todo lo que dependía de él en aquel momento y con un leve movimiento de cabeza asintió. Pero César no se dio por satisfecho:
—Quiero escucharlo, Adrian.
Adrian suspiró hondo antes de responder. Sus manos temblaban levemente.
—Yo... yo acepto la propuesta, señor. Pero, como ya he dicho, yo no sé cómo hacer.
César rió y alejó más la silla de la mesa, de forma que sobrara un espacio suficiente para que cupiera Adrian de rodillas frente a él.
—No hay problema, yo te enseño.