Luna Vega es una cantante en la cima de su carrera... y al borde del colapso. Cuando la inspiración la abandona, descubre que necesita algo más que fama para sentirse completa.
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Capítulo 5: Un Pequeño Favor
Selena sostiene el móvil con ambas manos, apoyada en una mesa del almacén de la cafetería. La pantalla ilumina sus dedos cansados, y en el altavoz resuena la voz de Marcus.
—¿Cómo que no puedes quedar? —pregunta, su voz llena de curiosidad.
Chloe también escucha desde el otro lado; Selena puede imaginarla perfectamente: con los brazos cruzados, los ojos atentos, esperando una explicación, mientras su hermano hace las preguntas de siempre.
Selena se muerde el interior de la mejilla.
Ha dudado mucho antes de llamarles, porque sabe que tarde o temprano tiene que dar una excusa convincente. Y porque, si dijera la verdad —si contara quién está ahora mismo sentada en una de las mesas del local—, corre el riesgo de que Marcus reaccione justo como teme.
Ella guarda silencio unos segundos más de lo habitual, como si la pausa pudiera inventarle una respuesta adecuada.
—Es que... hoy no voy a poder —responde al fin, en un tono que busca sonar firme, aunque se traicione con un leve titubeo.
Desde el altavoz, se oye el resoplido incrédulo de Marcus.
—Vamos, Sel, no me digas que es por la cafetería.
Chloe interviene enseguida, con esa suavidad que siempre equilibra la dureza de su hermano:
—¿Sigues allí? ¿No terminabas a las tres?
Selena aprieta más fuerte el móvil contra la oreja. Se pregunta si debería contarlo. Si debería decirlo en voz alta: Luna Vega está aquí. Ella es la razón por la que sigo atrapada en este lugar.
—Vale, ya está, voy para allá en mi coche —salta Marcus, impaciente—. Justo íbamos a salir ahora, así que paso a recogerte.
La idea la alarma de inmediato. Selena suspira, se frota la frente y, con voz casi inaudible, suelta:
—No puedo irme porque... Luna Vega está aquí...
—¿Qué? —la voz de Marcus se oye confusa al otro lado.
—Selena, no te oímos —añade Chloe, más clara—. Habla más fuerte.
Selena cierra los ojos, resignada.
—He dicho que Luna Vega está aquí.
El silencio que sigue parece eterno.
—¿Me estás vacilando?! —exclama Marcus, incrédulo.
—No juegues con eso —interviene Chloe enseguida—, que Marcus está hiperventilando de verdad.
Selena cierra los ojos un segundo. La ha visto sentarse justo antes de escabullirse hacia el almacén, pero aún así la duda persiste: ¿y si su mente le está jugando una mala pasada por el cansancio?
Se asoma con cautela desde la puerta, dejando que la penumbra del pasillo contraste con la claridad cálida del local.
La visión la golpea con fuerza. Luna está ahí, sentada con la espalda recta, inclinada sobre su libreta como si el resto del mundo no existiera. Su pelo marrón ondulado le cae en cascada por los hombros, mechones que atrapan la luz amarillenta del café como si fueran hilos de cobre fundido.
Selena frunce el ceño. Desde esa distancia alcanza a notar los destellos en sus orejas: varios piercings brillando cada vez que mueve la cabeza.
—Qué cliché... —murmura para sí.
Con un gesto lento, casi culpable, saca el móvil. Ajusta el ángulo, asegurándose de que la cantante no se dé cuenta. Pero Luna está demasiado sumida en sus páginas, atrapada en una concentración que parece imposible de romper.
Selena pulsa el botón. Clic. La imagen queda grabada en la pantalla: prueba irrefutable de que no está loca.
En cuestión de segundos, la foto vuela hacia el número de Marcus. Selena espera, con el corazón acelerado.
El silencio en la línea se alarga demasiado, un vacío que aumenta su ansiedad. Y entonces, de golpe, un grito desgarrador estalla en el altavoz, tan fuerte que tiene que apartar el móvil de la oreja.
Selena aprieta el móvil, tratando de calmar el corazón que le late con fuerza.
Chloe interviene por fin:
—Sel, tranquila, mi hermano está bien. Lo único que... Marcus ha visto la foto y ha salido disparado a por el coche. No va a detenerse ahora.
El pánico se le dispara a Selena.
—¡No, no podéis venir! —dice, bajando la voz—. Hay un acuerdo de confidencialidad... escuché a mi jefe comentarlo. Podéis meterme en problemas si venís hacia aquí...
Chloe respira hondo, divertida, y le lanza con sorna:
—Pues te paso a Marcus y se lo dices tú misma. A ver cómo se lo toma.
Selena traga saliva y deja que Marcus tome la línea.
—¿Qué pasa, Sel? —pregunta él con impaciencia.
—Marcus... —comienza, con un hilo de voz—, no puedes venir.
—¿Cómo que no puedo venir? ¡Mi cantante favorita, mi amor de toda la vida... está en tu trabajo y no voy a verla! —grita él casi lloriqueando.
Selena suspira divertida, pero rápidamente adopta un tono más firme.
—Primero, Ew... no digas eso. Y segundo, no puedes venir. Luna nos ha avisado que su presencia debe pasar desapercibida. Si apareces, con tu fanatismo desbordado... profanarías su momento, Marcus. No es solo por mí.
—¡Sel... no puedes hacerme esto! —insiste, como un niño que no acepta un "no" por respuesta.
Chloe interviene otra vez, más perspicaz que nunca:
—Oye, hermanito... ¿Y si le pides a nuestra mejor amiga que consiga su autógrafo?
Selena pone los ojos en blanco y responde con un dejo de ironía, claramente incómoda:
—Muchas gracias, Chloe... ya sabes que me encanta tanto Luna Vega como para pedirle un autógrafo...
Marcus emite un bufido frustrado al otro lado de la línea, mientras Selena se muerde el labio, deseando que esa conversación termine pronto. La incomodidad le recorre la espalda; no puede creer que esté discutiendo esto mientras Luna sigue inmersa en su libreta, ajena a todo.
—No te voy a pedir nada nunca más, Sel —le ruega Marcus aceptando la propuesta de su hermana—. Solo te pido que hagas esto por mí.
Selena arquea una ceja, dejando escapar un resoplido incrédulo.
—¿En serio? ¿Ni cuándo empecemos el segundo año en unos días y tengas que enfrentarte a Literatura Comparada Contemporánea? —pregunta con un tono desafiante, como si lanzara una trampa calculada.
El silencio dura apenas un par de segundos.
—No —responde Marcus, rotundo, casi gritando—. ¡Prefiero suspender antes que traicionar a Luna!
Selena parpadea, sorprendida.
La firmeza en la voz de su mejor amigo la deja sin palabras por un instante. Marcus puede ser exagerado, dramático, impulsivo... pero nunca lo había escuchado hablar con tanta pasión de alguien. Y mucho menos con esa intensidad casi sagrada, como si Luna fuera más que una cantante; como si representara algo vital, intocable.
Se queda pensando. Repasa mentalmente su vida, su niñez, su adolescencia. Intenta recordar si alguna vez admiró a alguien con semejante devoción, pero lo único que encuentra es un vacío frío. Ni artistas, ni escritores, ni deportistas... ni siquiera un familiar.
La mayoría de los niños tienen padres a quienes mirar con admiración, pero ella los perdió demasiado pronto, tan pequeña que ni siquiera conserva un recuerdo nítido de sus rostros. Desde entonces, su vida se ha reducido a transitar de una casa de acogida a otra, aprendiendo a no aferrarse a nadie, porque nadie se quedaba.
Creció sin héroes ni ejemplos a seguir, solo con la certeza de que siempre tendría que arreglárselas sola. Y esa falta, esa ausencia que nunca se llenó, es lo que vuelve tan extraño —y, en cierta forma, incómodo— presenciar la pasión que Marcus siente por Luna.
Suspira, resignada, mientras su mirada se desliza de nuevo hacia la sala del café. Luna sigue allí, encorvada sobre su libreta, escribiendo con una concentración tan absoluta que parece una isla aislada del mundo.
Selena aprieta el móvil en su mano, consciente de lo inevitable.
—Está bien —murmura, más para sí que para ellos—. Voy a intentarlo.
—¿Qué? —salta Marcus al instante, lleno de emoción.
—Voy a... voy a ver si consigo tu autógrafo —confiesa finalmente, rodando los ojos—. Pero solo porque no quiero que me tortures todo el semestre con tu melodrama.
Cuelga antes de que Marcus pueda gritar de euforia y respira hondo, como si fuese a lanzarse al vacío.
Se mira en el reflejo metálico de la cafetera: coleta apretada, delantal arrugado, ojeras que parecen tatuadas. "Perfecta para conocer a una estrella", se dice con sarcasmo.
Aún así, avanza hacia la sala con pasos torpes, demasiado sonoros para un suelo de madera. Desde la distancia observa a Luna, encorvada sobre su libreta, el bolígrafo corriendo como si cada palabra ardiera al contacto con el papel.
Selena carraspea. Nada.
Carraspea más fuerte. Nada otra vez.
Desesperada, da un golpecito en la mesa; la taza de café tiembla apenas.
Luna levanta la mirada despacio, arqueando una ceja. No parece molesta, más bien curiosa.
—¿Pasa algo? —pregunta con voz grave, todavía impregnada de concentración.
Selena traga saliva, notando las rodillas flojas.
—Eh... sí... bueno... —intenta sonreír, y falla estrepitosamente—. Verás... necesito un... autógrafo.
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